Los niños tienen otros ritmos. Tienen los ritmos de la naturaleza antes de que la interrumpiéramos con nuestras prisas neuróticas. Tienen los ritmos de la vida que fluye antes de que la encorsetáramos en nuestros horarios locos.
Los adultos perdemos los nervios por las prisas neuróticas y los horarios locos. No los perdemos por los ritmos de los niños. Perder los nervios, al fin y al cabo, es perder de vista este hecho.
Te lo cuenta una experta: la frecuencia y la intensidad con que pierdo los nervios despertó mi curiosidad y comencé a observarme cuando perdía los nervios con los niños. ¿Qué pasaba por mi cabeza en esos lamentables momentos? Cualquiera puede hacer la prueba y te adelanto, con casi certeza total, que lo que pasa en tu cabeza es precisamente eso, que te estás adelantando: “voy a llegar tarde al trabajo por esta rabieta” o “como no se ponga los zapatos ya, llegamos tarde al cole” o “como no termine de contarme esa historia, se me queman los filetes” o “como no se meta en la ducha ya, hoy nos acostamos a las tantas”.
Uno no está en el presente cuando pierde los nervios. Está en el futuro. No está aquí. No está ahora. El que pierde los nervios ya ha llegado tarde al cole y al trabajo, ha cenado filetes quemados y se ha acostado a horas intempestivas. El que pierde los nervios ha perdido también el presente. Se ha perdido a su niño de cinco años atándose los zapatos por segunda vez con manitas torpes que hacen todo despacio. Se ha perdido la historia incomprensible de su hijo de ocho años que arrastra las palabras. El que pierde los nervios se sentirá culpable cuando llegue al trabajo a tiempo por haber manejado una rabieta con otra rabieta y no logrará conciliar el sueño aunque se acueste temprano.
Cuando caí en la cuenta de esto, me inventé una técnica para anclarme en el presente en esos momentos. La llamo “nárratelo”. Y, básicamente, eso es lo que hago: si/cuando me pillo adelantándome en mi mente, me narro lo que está pasando, me lo cuento: “mira el chiquitín cómo saca la lengua mientras intenta hacer la lazada de los cordones... mira cómo se frustra porque no le sale... mira cómo frunce el ceño... qué tierno... que lo intenta otra vez... mira cómo esta vez casi lo consigue...”.
Me lo narro porque, si mi mente está ocupada contándome lo que está pasando aquí y ahora, lo que tengo enfrente de mis ojos, entonces no es capaz de adelantarse. No se va al futuro. “Escucha qué bien pronuncia la –rr- ya... mira cómo se le iluminan los ojos cuando me cuenta el gol que metió ayer... mira cómo vigila mis reacciones... mira cómo se ríe... ¡mira! Ya le está saliendo el diente...”.
Porque, cuando perdemos los nervios, perdemos los pequeños milagros que suceden delante de nosotros cada día.
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