Peter y UNA tuvimos descendencia tarde. UNA tenía 34 años cuando tuvo a Paul hijo1 y 39 cuando tuvo a Dolfete hijo3. Entre las ventajas de retrasar la maternidad, para mí destaca sin lugar a dudas la oportunidad de viajar. Peter y UNA viajamos mucho, desde que nos conocimos hasta que nos asentamos, y esos viajes, que llenan nuestros álbumes entonces no digitales, son la intensa edad antigua de nuestra relación. Y digo intensa porque eso es lo que hace viajar:
Viajar intensifica la vida
¿Cómo lo logra? Para empezar, cuando uno viaja se estira el tiempo. Una semana de rutina diaria parece mucho MUCHO más corta que una semana viajando. El viaje hace que el tiempo parezca elástico, que dé mucho más de sí. Cuanto más pienso sobre esto, más me doy cuenta de que el motivo por el que el tiempo es maleable en el viaje es porque uno, al ver por primera vez un sitio, mira, presta atención. Los lugares, nuevos para el ojo, sorprenden, atraen. Al conocer por primera vez a una persona, uno se detiene. Toda esta focalización de la atención en el aquí hace que el tiempo se alargue en el ahora. Es casi mágico:
El viaje es magia
De hecho, en el viaje UNA siempre necesita escribir. En todos aquellos viajes de Peter y UNA siempre había un cuaderno de viajes donde escribíamos el mundo de sensaciones que los lugares nuevos que habíamos mirado y las personas nuevas con las que nos habíamos detenido habían provocado en nosotros. Cuando UNA relee esos cuadernos, vuelve a viajar. Es como teletransportarse. Es mágico. Los puse todos juntos y se los regalé a Peter en un libro que llamé TU MEMORIA, uno de los mejores regalos que UNA se ha hecho a sí misma.
Si pusiéramos esa misma atención, ese mismo detenimiento en la vida diaria, el tiempo no pasaría tan rápido. El tiempo vuela porque pasamos los días como si fueran ítemes de la lista de cosas por hacer, esperando que llegue el viernes, esperando que lleguen las vacaciones. Si miráramos todo como nuevo, si diéramos una oportunidad a la rutina de sorprendernos, si no diéramos por sentada la magia que sucede a diario delante de nuestros ojos, esos milagros que ya ni siquiera vemos, entonces el tiempo no parpadearía en nuestras vidas como hace. Esto es más fácil escribirlo que hacerlo: prestar atención plena no es a lo que venimos estando acostumbrados, por eso el viaje sienta tan bien, porque te obliga a detenerte de manera gentil.
Cuando se tienen hijos, a veces el viaje se convierte en una pequeña odisea, sobre todo cuando son pequeños. Lo primero que pasa es que el equipaje no se multiplica por número de hijos, sino por infinito. UNA nunca había viajado ligero, pero cuando nacieron los niños, al equipaje se le añadió el apéndice de "por si": esto por si hace frío, esto por si hace calor, esto por si tiene hambre en el camino, esto por si se mancha, esto por si se pone malo, esto por si se aburre, esto por si coge una rabieta en mitad de una visita turística, esto por si se cansa, esto por si se duerme... En fin... UNA no es que sea muy apretada pero van pasando cosas y vas cogiendo experiencia de los imprevistos que pueden surgir cuando viajas con niños pequeños, porque al final es que un niño es efectivamente un imprevisto. Cuando antes te hagas a la idea, mejor. Menos sudas.
El caso es que con el equipaje más el innumerable número de porsis, empieza a darte pereza viajar. Uff... Y encima cada vez somos más y cada vez somos más grandes así que cada vez ocupamos más espacio lo que equivale a más gasto.
Y contra esta pereza, encontré un post precioso una vez en las redes sociales en el que a una madre con experiencia le preguntaban qué único consejo le daría a una madre sin experiencia y ella contestó sin dudarlo:
Haz el viaje
Haz el viaje.
Contra la pereza del equipaje y los porsis, haz el viaje.
El mejor consejo que he seguido nunca.
Cuando haces el viaje, para empezar estás enseñando a tus hijos lo mismo que has aprendido tú: a estirar el tiempo, a detenerse a mirar, a abrir la mente a nuevos horizontes, nuevos caminos. Estás creando nuevas conexiones neuronales:
Cuando haces el viaje, para empezar estás enseñando a tus hijos lo mismo que has aprendido tú: a estirar el tiempo, a detenerse a mirar, a abrir la mente a nuevos horizontes, nuevos caminos. Estás creando nuevas conexiones neuronales:
que no hay una única manera válida de hacer las cosas,
que allí no es como aquí.
Y sólo por esto vale la pena moverse.
Además, estás creando recuerdos. Coloreas recuerdos en el viaje. Recuerdos mágicos que serán la hermosa edad primitiva de tus hijos adultos.
Si no tienes dinero, no viajes tan lejos, no viajes tantos días, pero haz el viaje.
Si no tienes las ganas, simplifica, pero haz el viaje.
Simplifica: ponles tres días seguidos la misma ropa, ¡qué más da si se manchan!, total allí no te conoce nadie. Los duchas a la vuelta. Si tienen hambre, que coman cualquier cosa, ya les darás el brócoli a la vuelta. Si tienen una rabieta, haz como si no los conocieras. Si se cansan, que se duerman. Si se aburren, algo genial está probablemente esperándoles a la vuelta de la esquina.
Simplifica: ponles tres días seguidos la misma ropa, ¡qué más da si se manchan!, total allí no te conoce nadie. Los duchas a la vuelta. Si tienen hambre, que coman cualquier cosa, ya les darás el brócoli a la vuelta. Si tienen una rabieta, haz como si no los conocieras. Si se cansan, que se duerman. Si se aburren, algo genial está probablemente esperándoles a la vuelta de la esquina.
Porque otra cosa que les espera a la vuelta, además de la ducha y el brócoli, es el recuerdo que les has creado y les acompañará de por vida, el cuaderno de viaje que te han visto escribir, y la rendija que los lugares que habéis mirado y las personas con las que os habéis detenido les han abierto en la mente.
Dedico este post a mi hermana Ana, que nos ha creado muchos recuerdos y abierto muchas rendijas.
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