martes, 10 de enero de 2023

Dignidad

Se llama Pachi. Creo que es turco.

Tiene un kebab debajo de mi casa.

Volvíamos de pasar la cena de nochebuena con mis suegros y Pachi estaba cerrando. Caí en la cuenta de que había varias personas de pie alrededor de la tienda, todas comiendo kebab y un plato grande de patatas. Pensé en cómo habían apurado el tiempo pues Pachi ya había retirado mesas y sillas de la acera que le hace de terraza y estaba echando las persianas. Luego percibí cierto aire común a su público.

Mientras subíamos las escalera de casa, Peter, que charla de vez en cuando con Pachi, me explicó:
- Son indigentes. Vienen a la hora que cierra el kebab y Pachi les da de comer.
Me emocioné. Pienso que la vida de Pachi no ha tenido que ser fácil. Quizás no haya sido ni siquiera digna. La pobreza te roba la dignidad. Se encuentra a miles de kilómetros de su país de origen regentando el olor de un kebab doce horas al día. Sin embargo, ese gesto, le ha revestido -en mi percepción de él- de un aire de dignidad del que carecen la gran mayoría de los políticos que nos lideran (esos que hacen las guerras y roban la dignidad de los elefantes mandándoles a dormir al metro). 

Lo de Pachi no es sólo el gesto. Es la manera tan poco ruidosa de hacerlo. Llevo un año viviendo en esta casa, un año en el que los kebabs de Pachi me han sacado de más de un apuro doméstico, y UNA ni siquiera se había dado cuenta de esta dulce rutina.

Lo que reviste de dignidad un gesto de bondad, un gesto de generosidad, es precisamente esa ausencia de ruido. El silencio, pensé. Todos conocemos a alguien que va repartiendo gestos de bondad a diestro y siniestro y que, sin embargo, al hacer inventario verbal de los mismos, les resta valor. UNA misma ha confesado este pecado en algunas de las entradas que abajo os enlazo.

El silencio que engalana un acto de bondad pasa por renunciar al reconocimiento, síntoma de un amor propio sano. Quizás sea el amor propio sano lo que dota al acto de ese aura de dignidad. Lo que parece estar claro es que la dignidad requiere de altas dosis de silencio. ¿Quién dijo que en boca callada no entran moscas? No fue el Quijote, pero tendría que haber sido él: Ese loco digno. Una vía rápida de pérdida de dignidad es la incontinencia de cualquier tipo y de las peores incontinencias es la incontinencia verbal.

La vejez y la muerte, con sus otras incontinencias, vienen a llevarse tu dignidad también. Puede que ése sea el miedo más grande que nos provoca el extremo final de la vida. Recuerdo a un Peter apesadumbrado volviendo del velatorio de su abuela: 
-La muerte nos humilla- me dijo. 
Su abuela olía mal. 
La muerte humilla. Supongo que el suicidio es, al final, la única salida digna que encontraron algunos. La vejez, con su memoria permeable y su regresión a la infancia, también humilla. Hablamos a los viejos como hablamos a los niños. Me pregunto si se darán cuenta.

UNA viene acariciando esta palabra, dignidad, hace días en su mente. ¿Cómo se define? ¿Saber estar? ¿Saber ser? Decido no acudir al diccionario pues parecemos conocer de qué se trata, pero como todo lo abstracto es díficil de poner en palabras (a no ser que lo vistas de poesía). La dignidad, como el silencio o la serenidad, se define mejor en negativo, se pone de manifiesto cuando se pierde.

La ira mal gestionada también te la roba. UNA, que no la gestiona bien, lo sabe. Cuando pierde los nervios y pierde los papeles, UNA también pierde la dignidad. Como en una mala borrachera, otra ladrona de dignidad donde las haya, un buen cabreo con tu hijo adolescente -por poner un poner- es susceptible de dejarte a ti (que eres la adulta) a la altura del betún: Una loca no digna. 
Una amiga me insta: 
- En el momento que pierdes la serenidad, ya ha ganado él.
Hablamos de ganadores en las relaciones familiares. De luchas de poder. Otra guerra. La serenidad se convierte así en sinónimo de dignidad. Se ve que, además de silencio, mantenerse digno exige cierto grado de control. ¿O es cierto grado de coherencia?

La dignidad es un aire. Los aires difíciles -el título grande de una de las grandes que perdimos- me viene como anillo al dedo aquí. La dignidad es un aire difícil, difícil de definir, difícil de mantener. ¡Mas tan loable! Es un aire espeso, como esta entrada de enero: Lo que aprendí de Pachi.

3 comentarios:

  1. Que MARAVILLA UNA. Esta vez te has superado y eso no era fácil, todo lo contrario. You’d spotted again!

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  2. Cómo de costumbre lo has clavado. Un acto generoso que se acompaña de su foto, de su texto y de mira lo que hago, no es un acto generoso, es propaganda, un acto de cara a la galería, de intentar vender una imagen. Porque en este mundo que tenemos a eso se reduce todo, a vender una imagen, a nuestra pareja, a nuestros amigos...

    La dignidad no la he logrado aún, pero sí una cierta dosis de sana indiferencia ante la mayoría de las cosas que parecen preocupar mucho a los que me rodean. Lo que un gran cómico definió como el sudapollismo como teoría vital :)

    Un abrazo.

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  3. Antes que nada, bienvenida a mi blog siempre que lo desees y muchas gracias por tu comentario en él.

    Has escrito una entrada reflexiva que con tu Pachi y sus gestos altruistas y silenciosos me ha conmovido prifundamente. Eso es lo que yo llamo, espiritualidad en la vida cotidiana. Un saludo.

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Agradezco tus comentarios