Por una serie de avatares que no vienen al caso, UNA ha estado de médicos. Como hacía mucho que UNA no iba por consulta, se ha sorprendido al encontrar una figura nueva dentro de esa bata blanca: el médico-burócrata. Me refiero a ese individuo que, al otro lado de la mesa, en vez de mirarme a los ojos mientras le cuento lo que me viene pasando, se dedica a ir anotando a la velocidad de mis palabras todo lo que le digo en un teclado que no sólo me ha robado su atención, sino que se ha llevado al hacerlo el trato personal de la visita. Para más inri, el médico-burócrata ya no se me acerca. Me manda pruebas de lugares recónditos de mi cuerpo sin echarle un vistazo a los sitios visibles y fácilmente visitables. Me hará pasar por procedimientos clínicos laboriosos sin palpar lo que está al alcance del tacto. El ojo-clínico del médico-mundano se ve sustituido por una batería de pruebas invasivas para confirmar un diagnóstico que el ojo-clínico podría haber perfectamente diagnosticado a primera vista, pero con un margen de error que ya no se considera permisible.
Cuando salgo de consulta, llevo tropecientos-mil informes en papel. En uno de ellos, consigo entender algo en la línea de "la paciente no proporciona documentación alguna de lo descrito". Mi médico no se fía de mí, piensa UNA al leerlo y, sin embargo, se espera de UNA que confíe en el médico, pues es la autoridad.
¿Lo es?
La incesante producción de informes a la que el médico-burócrata se ve sometido me hace preguntarme si no están comenzando a ser víctimas de un proceso de cuestionamiento de su autoridad. ¿A cuento de qué hay que firmar tres páginas de letra pequeña antes de cada prueba para jurar que si te mueres es culpa tuya y de nadie más? No del médico, no del que te hace la prueba, no del que te llama para darte los resultados, no del bedel. Si te mueres, necesitan asegurarse de que no vuelvas buscando culpables.
De repente, la comunidad médica se me torna familiar. Este unte de burocracia que está sufriendo la atención médica lleva años impregnando la educación. El número de informes, memorias, actas y proyectos que el profesor-burócrata se ve obligado a cumplimentar a lo largo del curso, y especialmente en septiembre y junio, podría decirse que supera con creces a la enseñanza real. Pasamos más tiempo con los ojos clavados en una pantalla de ordenador que mirando cara a cara al alumno en un aula. La administración nos exige cada vez más justificación verborreica de cada decisión que osemos tomar, robándonos así la autoridad sobre la misma. Se supone que todo este proceso es en aras de la defensa del alumnado- como supongo que en medicina se hará con la defensa del paciente por bandera- ¿pero quién ampara al profesional?
El profesorado no se ha formado para ser administrativo ni burócrata. Nos formamos en didáctica, para guiar en el aprendizaje, para después evaluar el mismo. En los pasillos, no obstante, se palpa ya el miedo a la reclamación. Una reclamación al fin y al cabo son horas extras para el personal docente. Nuestro ojo-clínico de profesor-mundano tampoco se valora: hay que justificar la calificación con una ristra de informes cotejándola con los criterios establecidos desde un despacho por alguien que nunca ha pisado un aula y que, señoras y señores, dará con toda probabilidad la razón al paciente, digo al alumno. El cliente siempre lleva la razón, menos cuando no la lleva pero se la damos igualmente. El profesor-burócrata acabará aprobando al alumno de padres-guerreros por evitarse dicha ristra de informes. Me pregunto si esto es lo que anda buscando la administración -el aprobado generalizado- para que el fracaso escolar no afee SU informe. Me contesto que sí. Eso, y el evitarse a los padres-guerreros en el despacho.
Esta buroGracia, que le ha quitado la gracia al encomiable empleo de enseñar y que parece contagiar también al de curar, es síntoma de una sociedad que se ve obligada a mantenernos en guardia constante contra el posible ataque del guerrero, siendo el guerrero alumno o paciente. Esta sociedad, señoras y señores, somos todos. Démonos por aludidos. Pareciera que queremos tener la razón más que la salud y la educación.
Entradas relacionadas
“Si te mueres, necesitan asegurarse de que no vuelves buscando culpables”.
ResponderEliminarMe has hecho soltar la carcajada 🤣🤣🤣
Lo de la “justificación verborreica” es lo que peor llevo. Si al menos se pudiera explicar para que todo el mundo lo entienda. Ah, espera…es que quizás eso es lo que se busca…que no se entienda! 🤔🤔🤔
Que el que entiende haga entender al que no entiende que no entiende
EliminarCuánto tiempo sin leerte, te daba ya por perdida para la causa :)
ResponderEliminarA mi me parece que hemos aceptado tanto el capitalismo que lo hemos llevado a todo, a nuestras relaciones afectivas, las personales y las laborales.. sólo damos algo a cambio de otro algo, siempre buscamos un culpable externo y siempre tenemos más derechos que obligaciones.. un panorama estupendo.
El caso que comentas de los docentes y los médicos es aún más sangrante porque además hay una perdida de respeto que es muy preocupante. También, aquí creo que no estarás de acuerdo conmigo, hay ciertos profesionales que se han olvidado de la empatia y parece que te hacen un favor cuando hacen su trabajo.
Da la sensación de que estamos metiendo ingrendientes muy peligrosos en una coctelera que hemos dejado en manos de un mono nervioso y no tenemos muy claro la mezcla que saldrá de aquí, pero buena no será, eso seguro.
Un abrazo
Pues dame por encontrada ;)
EliminarEstoy de acuerdo contigo respecto al olvido de la empatía por parte de algunos sujetos... E incluso muchos de los que solemos ser empáticos, tenemos muchos días que no lo somos.
Lo que parece estar claro es que hay una tendencia hacia la despersonalización y la actitud a la defensiva (por la generalización del ataque) en ciertos gremios.