Entré en el baño de alumnas de un instituto de Secundaria y me sorprendió encontrarme la puerta por dentro llena de pintadas, como en mis tiempos. Pensé que estas chicas ya no tendrían la necesidad de dejar sus huellas indelebles en las puertas de los inodoros (palabra que delata desde qué década de mi vida escribo) teniendo como tienen ahora tanta red social para avergonzarles en su futuro con las marcas que en la nube dejará su embriaguez adolescente. Pero sí, allí estaban, todas esas pintadas dando fe de su paso por esos aularios, de que hay algunas cosas que- afortunadamente- no cambian y nos proporcionan esa sensación de seguridad, de todo-está-bien pues estamos todos hechos de lo mismo.
De entre todos los garabatos, me llamó la atención la siguiente frase: Solo quiero que papá esté orgulloso de mí. Me conmovió. Hice una foto. No sé por qué la hice. O quizás sí.
De camino a casa, iba pensando en el autor, la autora, de esa frase. Ese corazón 💙 al lado de papá, ese mohín 😕 debajo de la pintada. Quizás papá ya no está, quizás se ha ido, quizás nunca estuvo, quizás falleció, y esta cría lo único que busca es complacer a la imagen que mantiene de esa persona que falta en su vida.
O quizás el padre y la hija andan en constante discusión estos días de adolescencia, y el padre ha olvidado lo mucho que la hija lo quiere. Nos lo recuerda ese corazón pareja de la tilde. La hija no sabe cómo dejar de discutir pero tiene claro que su mejor mención sería que papá le dijera: "¡Qué orgulloso estoy de ti!", a pesar de las veces que la ha llamado "desastre" o "vaga" o "irresponsable" o "caso perdido".
Tal vez la hija ande compitiendo estos días con un puñado de hermanos que parecen merecer más el amor y la aprobación de ese padre que anda torpe repartiendo florituras sin saber ocultar sus preferencias y sin que eso signifique que quiera menos a nuestra pintora.
Nunca sabré quién hizo esta pintada. Sólo sé que podríamos haberla pintado muchos; desde chicos, buscando la aprobación de papá, o de mamá. Mi hijo, cada vez que coge una ola haciendo surf, no puede evitar mirar en nuestra dirección, a ver si lo hemos visto, y le hacemos un gesto con la mano🤘, un sí-te-he-visto.
Luego te haces mayor y sigues buscando que alguien te haga ese gesto con la mano. Papá ya no está, ya murió o está oculto detrás de ese-viejo-del-pelo-cano-y-la-cabeza-ida. Cada vez que logras algo, un logro de esos de los que él se sentiría orgulloso, te sientes huérfana pues no está ahí tu-referente para decirte "te he visto coger esa ola y me he puesto orgulloso". A veces buscas miradas sustitutas que se sientan orgullosas: una hermana, una amiga, tu pareja.
La madurez, vengo entendiendo estos días de esta segunda adolescencia que llaman menopausia, supone hacerte tú a ti misma ese gesto con la mano. La madurez es un "Yo sólo quiero que UNA esté orgullosa de UNA". Cuesta soltar la dependencia de la aprobación ajena. Cuesta coger esa ola y no mirar a la playa. Conozco a poca gente que esté tan sana que le baste su propia aprobación. Y dudo conocer a alguien que no hubiera firmado esa pintada.
Si es una pena tener que aprender a darte tus propios comentarios. Pero es lo que hay.y veo que es lo mejor hablarse a uno mismo y más en ciertas vivencias donde a los únicos que puedes comentar son dos adolescentes
ResponderEliminarCasi todo lo que hacemos, lo hacemos para alguien, ¿no te parece? Siempre buscamos una aprobación, un gesto, un algo que nos diga que vamos en la dirección correcta.
ResponderEliminarCuando descubrimos la mortalidad de nuestros padres, cuando sabemos que no estarán ahí para siempre, nos volvemos adultos, unos adultos tristes de repente.
Un abrazo