lunes, 9 de septiembre de 2019

Hace septiembre

Hace septiembre y UNA tiene desazón.

Cuando era pequeña, me encantaba septiembre. Mi madre nos llevaba cada año una tarde de septiembre a las cuatro hermanas a comprar los libros del nuevo curso, y ese olor a páginas nuevas y forros de plástico me devuelve siempre a esos días de estreno de mi infancia, de comienzos y recomienzos, de nuevas oportunidades. UNA es fan acérrima del "Empiezo Hoy".

Pero desde que UNA es madre, septiembre ha perdido su encanto. Septiembre desazona.

A pesar de las peleas entre hermanos que durante el verano han estado a punto de volver a UNA completamente loca, 
a pesar del desorden que se multiplica por 5 estando la familiade5 en casa, 
a pesar de los viajes en coche oyendo el insidioso rap de las batallas de gallos de mis hijos, 
a pesar de las quejas constantes para las que hacen religiosamente turnos Paul hijo1 y Gusi hijo2 y Dolfete hijo3 de modo que cubran todos los tramos del día para que siempre haya alguien quejándose, 
a pesar de los pulsos diarios por el tiempo de pantalla,
a pesar de haber escuchado la palabra mamá una media de 2.500 veces al día en los últimos dos meses,
a pesar de no dar a basto para llenar la nevera de comida con los tres vástagos en casa merendando sin cesar,
a pesar de la incertidumbre de la falta de horarios y rutinas que, a las que somos de naturaleza ansiosa, nos produce cierto desasosiego, 
a pesar del calor pegajoso de las noches estivales, 
UNA no quiere volver al cole.

UNA, sobre todo, no quiere que los tres monstruos vuelvan al cole.
No quiere que vuelvan al sistema. No hay nada mejor para estimular la creatividad de un crío y el juego que el aburrimiento, el tiempo libre, las horas muertas. No hay nada mejor que el verano.

Esto no siempre ha sido así. Al principio, los veranos me agobiaban muchísimo. Sólo ahora con la distancia que me da el tiempo soy capaz de reconocerlo. Recuerdo un verano concretamente cuando los niños eran pequeños que me ofrecí voluntaria para ir durante un par de semanas al departamento de la escuela para catalogar los libros de la biblioteca. Ahora eso me parece descabellado. Ahora miro atrás y me siento culpable pero la compasión me permite ver a una madre joven y agobiada que estaba buscando en el trabajo un refugio del caos que había en casa.

A medida que los años han ido pasando, sin embargo, cada septiembre se me ha ido haciendo más cuesta arriba. No es sólo el final del verano, los días más cortos, menos horas de luz, el trabajo. No es sólo que ahora vamos a echarnos TANTO de menos acostumbrados a estar juntos peleando 24 horas al día 7 días a la semana. Es que además cada septiembre trae un nuevo cambio. Septiembre es el verdadero Año Nuevo. Septiembre, cada año, te roba una rutina. Algo que llevabas haciendo automáticamente desde siempre, que parabas de hacerlo cada verano pero retomabas cada septiembre, de repente llega un septiembre y se lo lleva. Llega un septiembre en el que no lo haces más. Y la suma de esos septiembres es lo que envejece y lo que te va separando paulatinamente de tus hijos.
¿Te acuerdas cuando llevabas todas las mañanas a tu bebé al parque? Y, de repente, hubo un septiembre en el que no lo llevaste más y, en vez de eso, lo llevaste a la guardería. ¿Te acuerdas cuando recogías todas las mañanas a tu bebé de la guardería? Y, de repente, hubo un septiembre en el que no lo recogiste más y, en vez de eso, lo recogías del cole. 
Pues este septiembre me roba la rutina de llevar y recoger a Gusi hijo2 del cole. Esa Secundaria temprana que nos implantaron me ha robado dos años de camino al cole con cada uno de mis hijos, y ahora Gusi hijo2 ya irá con Paul hijo1 por las mañanas más temprano al cole y volverán juntos a eso de las tres. Y mis conversaciones con Gusi hijo2 de camino y vuelta del cole, que atesoraba, se las lleva este septiembre y se las lleva para siempre. Esa cita diaria que ya perdí con Paul hijo1, la pierdo ahora con Gusi hijo2, que ahora ya es un poquito más mayor y estará un poquito más lejos.
Así, a dosis, se los va llevando la vida. Para eso los tuvimos. Para soltarlos. Pero cada cambio, cada septiembre, cada vez que tenemos que soltar una rutina, desazona un poquito. 
Y habrá un septiembre, en un futuro no tan distante, que se llevará no sólo una rutina, sino a uno de ellos, y luego al otro, y luego al otro... Este septiembre mi hermana2 ha despedido a dos de mis sobrinas. No puedo imaginar su desazón. Y así es la vida. Y, además, rogamos que siga siendo así... que septiembre nos siga removiendo cada otoño.


¡Feliz Año Nuevo a todas esas madres que han despedido una rutina o una (o dos) hija(s) este septiembre!
Y coraje...
Mucho coraje.


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