jueves, 1 de noviembre de 2018

Madres jóvenes y agobiadas

La frase que da título a este post surgió en una conversación de whassup con una amiga que me contaba que estaba rodeada estos días por un montón de madres jóvenes y agobiadas. Estos dos adjetivos juntos trajeron a mi memoria otro montón de recuerdos de escenas de mi maternidad joven en las que ciertamente estuve agobiada. Ahora que ya no estoy tan agobiada (lo cual me permite estar más joven 😉😏), miro atrás y me pregunto qué es lo que era que me traía tan agobiada. Y creo poder responder con un repertorio de razones (la falta de sueño, la falta de mí, el exceso de ruido...) pero hay un motivo que sobresale entre todos los demás:


hacer las cosas bien

Hacer las cosas está bien. Pero querer hacer todas las cosas y querer hacerlas todas bien cuando tienes a tres chiquillos quitándote el sueño, quitándote a ti misma y haciendo mucho mucho ruido a tu alrededor... éso, querida, es tortura autoimpuesta.

Y UNA se autoimponía mucha de esta tortura.

Esta tortura, por supuesto, se disfraza de perfeccionismo:
la pulcritud en la elección de la dieta de los hijos: que coman pescado, algo de carne, mucha verdura, que merienden fruta, muy poco azúcar;
el adecuado balance entre el tiempo de pantalla y el tiempo de aburrimiento que requiere la creatividad;
las horas de parque (de hecho, si el ayuntamiento fuera justo habría más de un parque en esta ciudad que tendría un árbol con mi nombre en premio a la fidelidad);
las rutinas ¡oh, las rutinas!: la hora de la siesta, la hora de la ducha, la hora de la cena. ¡Que no se nos pase la hora!
la educación (ésta, sin duda, es la más acuciante): que sean amables, que sean educados, que no griten, que no escupan, que no.

Que no, que no, que no.


Que se te va la infancia de tus hijos y sólo te queda la tortura.

Porque conseguir hacer todas esas cosas de la lista y conseguir hacerlas todas bien es posible, creéme, la mayor parte del tiempo, pero ¿a costa de qué?
A costa de ti
A costa de UNA

Y a costa del tiempo con tus hijos.
Pues si haces todas esas cosas y las haces todas bien, el tiempo con tus hijos te lo pasas estresada. Te lo pasas agobiada.
Y al final lo que emana de ti es estrés y puro agobio.
Y lo que emana de ti es lo que tus hijos absorben.

Así que, si hay algo que he aprendido y que me tengo que recordar con más frecuencia de la que desearía es que lo importante no es:
hacer las cosas bien
Lo importante ni siquiera es:
hacer las cosas bien
Lo importante es estar.
Es ser. 
Porque eso es lo que hay y al final, lo que queda.

Y lo que eres es mucho más que madre. 
Hay algo, indaga (a veces no hace falta indagar mucho), que haces bien además de ser madre; 
algo que te gusta; 
que si te lo permites, te apasiona; 
algo que es como un estor en el estómago, que te produce esa sensación agradable de inquietud. 
Encuéntralo y encuentra el tiempo para hacerlo. 
Deja a los niños con tu madre o con tu suegra, con esa vecina que te debe un favor, o esa madre del colegio que sí es perfecta, y vete a hacerlo: ya sea correr o pintar o leer o plantar o coser o escribir o pensar o dormir. 
Haz de esto tu prioridad. 
Más que la lista de cosas por hacer, tu prioridad ha de ser la lista de cosas por ser
Porque si eres, al final lo que emana de ti es lo que eres. 
Y lo que emana de ti, recuerda, es lo que tus hijos absorben.

Recuerdo una tarde de invierno que decidí llevar con una amiga y su hijo a mis tres hijos a un taller de mindfulness (atención plena) para niños. El taller duraba dos horas. Mis hijos tendrían entonces, no estoy segura, pero quizás 8, 7 y 4 años. 
Creo firmemente en el poder de la meditación como regulador emocional: de hecho, no creo ni siquiera que sea objeto de creencia. Lo que ha sido probado deja de ser objeto de creencia. El caso es que por supuesto es algo que quería inculcarles a mis hijos y me planté en el taller.
Fue un auténtico desastre. Los niños estuvieron toda la tarde corriendo por la sala, desatendiendo las instrucciones de una bien intencionada psicóloga gestalt que carecía de experiencia en niños quienes a la vez parecían haberse propuesto poner a prueba todo su bagaje de estrategias zen desafiándola a base de risa floja.

UNA se agobió muchísimo.

Pero UNA aprendió una lección:
la que ha de ir a un taller de atención plena si UNA quiere que los niños capten lo que es atención plena es UNA.

Porque al final si de ti emana atención plena es lo que tus hijos absorberán.

Hay muchas veces, muchas, muchas, muchas veces, todas las veces, que no importa tanto la dieta de tus hijos como el que no te vean agobiada. Menos pescado y más(son)risas es mejor que una tarde de gritos sin azúcar: 
¿cuántas veces no te has pasado la tarde riñendo a tus hijos a la hora de la ducha y de la cena para sentirte completamente culpable una vez que ya están en la cama? 
Dime,¿cuántas?

Muchas, muchas, muchas veces hay que ser flexible y relajar tus normas porque ¿sabes qué? NO PASA NADA.

¿Que se quedan dormidos en el coche de camino a casa y se pierden la ducha y la cena y los tienes que acostar vestidos? No pasa nada: de hecho ¡ni se te ocurra despertarlos! Un ratito que has ganado para ti ese día.
¿Que no aguantas más el ruido, las carreras, las peleas? No pasa nada. Ponles un ratito la tele y échate una siesta.
¿Que han sido desagradables con una vecina o se han tirado un pedo en el ascensor o han dicho una palabrota más grande que ellos mismos o se han copiado en un examen del cole? No pasa nada. 
NO PASA NADA. 
No se hunde el mundo. 

No significa que el día de mañana vayan a ser asesinos en serie. 

Sobre todas las cosas NO significa que seas una mala madre. 

De hecho, NO significa NADA.

Una característica de la atención plena que requiere ser madre, 
que requiere ser
es precisamente aceptar que las cosas no significan nada, 
las cosas no traen significados asociados, 
las cosas son lo que son.

Y ser madre joven a menudo agobia. 
No te pelees con eso. 
Acéptalo: estás agobiada. 
Pero indaga (a veces no hace falta indagar mucho): 
hay alguna norma, alguna regla, sobre cómo deberías ser tú o sobre cómo deberían ser tus hijos que podrías relajar un poco hoy, que podrías flexibilizar un poco esta tarde para no estar tan agobiada. 
No te tortures. 
No pasa nada. 
Suelta la lista de cosas por hacer.
Concéntrate en ser, en estar. 
Y nárratelo.

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