domingo, 30 de mayo de 2021

Impermanencia

Estaba sentada junto a la ventana mientras mis alumnos (...y alumnas, ¡y alumnas!), hacían un examen. El caso es que, como ahora damos las clases con las ventanas abiertas, se escuchó una algarabía de pájaros fuera y levanté la cabeza del ordenador en el que estaba trabajando para mirar fuera. Y vi esto:



Me pareció tan bello el instante que, aprovechando que mis alumnos (...y alumnas, ¡y alumnas!) estaban ocupados (...y -adas, ¡y hadas!), me tomé la libertad de sacar el teléfono y hacer una foto. Tras este literalmente soplo de aire fresco, volví a mi trabajo y me dispuse a contestar un correo de otro alumno que protestaba por una nota. 



Tres minutos después, volví a mirar fuera y, por la misma ventana que antes, desde la misma perspectiva de antes, vi esto:


¿Puedes ver la diferencia? Las fotos -lo juro- están sin retocar y sin filtros. Misma ventana. Mismos árboles. Mismos ojos. Tres minutos de diferencia.


Si no hubiera hecho la foto, casi con toda seguridad no habría percibido el cambio. Habría visto la reja, los árboles, pero no habría sido consciente de la "impermanencia" del momento, que por cierto es una palabra que no está en el diccionario de la RAE ni con im- ni con in-. Se ve que la robé del inglés. Así que en vez de la impermanencia robada, debería hablar de la transitoriedad. La transitoriedad de los colores, de la luz, de las nubes, del momento.

Bueno, pues ahora cuando UNA está mal se acuerda de esta ventana, de que nada es permanente, y se consuela: en tres minutos recupera el ánimo. Y cuando UNA está bien se acuerda de esta ventana, de que todo es transitorio, y literariamente se arruina el momento. La ruina del momento hace que UNA vuelve a estar mal, pero entonces se acuerda de nuevo de esta ventana, de que nada es permanente, y se consuela: en tres minutos vuelve a recuperar el ánimo.
Y hasta aquí el resumen del "así sucesivamente" de Una_Vida_Mundana.

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lunes, 24 de mayo de 2021

A poquitos

Cuando acababa de conocer a Peter, me llamaba poderosamente la atención lo despacio que hacía algunas cosas. Recuerdo concretamente cuando iba a pagar en el supermercado. Lo hacía con toda la parsimonia del mundo: abría el monedero, vaciaba todas las monedas en la palma de su mano, y luego las iba eligiendo de una en una, y entregándoselas al cajero de turno igualmente de una en una. UNA imaginaba que el cajero, junto con el resto de personas que aguardaba en la cola, debía estar experimentando síntomas agudos de irritación ante lo que parecía una ceremonia del té japonesa a cámara lenta, y sin embargo la única que parecía impacientarse era UNA.

El recuerdo de aquellas primera impresiones me lo ha traído una visita a mi hermana en su casa del bosque. Hacer las cosas despacito parece ser común denominador entre la gente de campo. Teníamos que llevar a un vecino unas garrafas. En mi entendimiento de la vida diaria, esta tarea hubiera sido así:
  • Monta las garrafas en el coche.
  • Conduce a casa del vecino.
  • Baja las garrafas del coche.
  • Vuelve a casa. 
Go go go

Eso es lo que solemos hacer en occidente. Correr, hacer, tachar de la lista de cosas por hacer, correr más, hacer más, tachar más.
En llevar esas garrafas con mi hermana, sin embargo, echamos un buen rato:

Nos bajamos del coche las dos. Bajamos las garrafas. Las metimos en la casa. El buen hombre salió. Charlamos un rato. Vamos a ver el huerto. Charlamos otro rato. ¿Has visto las tomateras? ¡No veas cómo están las coles! Acariciamos al perro. Charlamos otro rato. Comentamos. Nos miramos. Un momento de silencio. Un poco de nada. Se oyen los pájaros. Preguntamos por la mujer. Nos estamos despidiendo un buen rato.

Y sólo luego, un luego largo más tarde, volvemos a casa. 

Como con la ceremonia del monedero de Peter, la ceremonia de las garrafas del vecino me hace recordar que hay otra manera de hacer las cosas.

Vivimos acelerados. UNA vive acelerada. Hasta las cosas que UNA hace por placer, las hace rápido. Me refiero, por ejemplo, a mi práctica de yoga que a veces incrusto en mi rutina con calzador, entre sacar el pan de los bocadillos de los niños del congelador y dejar la comida hecha porque tengo clases toda la mañana. Para cuando llego a esas clases a las nueve, he hecho tantas cosas ya que podría inventariarlas en el libro Guiness de récords energéticos.

Go go go

A veces mientras borro la pizarra trato de recordar que no pasa nada por pararme un minuto a respirar, que el alumnado no se va a impacientar como -pensaba UNA- se impacientaría el cajero del supermercado.

Salir corriendo del trabajo para recoger a Dolfete hijo3 del cole pasa por ponerme una alarma en el móvil 15 minutos antes que me recuerde que tengo que seguir corriendo.

Go go go

La tarde se me pasa acelerada también entre friegaplatos y lavadoras, preparar clases y corregir pruebas, recoger y hacer recados, preparar cenas que se ventilan en un minuto y discutir con mis hijos adolescentes por el móvil. Siempre hay algo más en la interminable lista-de-cosas-por-hacer. Parece impresa en un rollo de papel infinito que no para de dar vueltas y más vueltas hasta que, cuando al consumirse el día -ésta es la palabra: consumirse- por fin te paras, cuando por fin te permites detenerte, entonces sientes el mareo. Porque mientras estás en el tiovivo del go go go, no notas el vértigo. Es sólo cuando pausas que todas esas vueltas comienzan a hacer estragos en tu organismo y te pega el vuelco. Las que dormimos a rachas lo sabemos. A veces aprovechamos las horas de insomnio -aprecia la ironía- para rellenar la lista de cosas por hacer del día siguiente y planear el nuevo merry-go-round que estrenaremos en cuanto vuelva a sonar el despertador. Planear es la mejor defensa para la ansiedad que sobreviene en el vacío de la noche, pero no me engaño, sé que no estoy haciendo otra cosa sino poner el nido más mullido para que se haga hueco más ansiedad.

Frenar. 
Parar. 
Ir más despacio. 
Ir a poquitos. 

Ése es el único antídoto auténtico.
Se nos olvida. 
Necesitamos recordatorios. 
Si hay algo que planear, deberían ser esos recordatorios. 

Desde la más profunda incoherencia, cuando UNA ve a sus hijos agobiados por su lista de cosas por hacer (¡tan pequeños y ya la tienen!), les dice: 

- A poquitos... Coge una cosa y hazla como si fuera la única cosa que tuvieras que hacer en la vida... 

Cuando ves a una persona serena, ¿a cuántos kilómetros por hora va? 
¿No es cierto que parece la hubieran grabado en slow motion
Pues eso, paga en el supermercado como si fuera la única cosa que tienes que hacer en la vida. Sólo entonces, haciendo así las cosas a poquitos, podremos convertir la vida en ceremonia, otorgarle el valor que las prisas urbanas le han robado, y quizás así dormir a pierna suelta. Seguramente hagamos menos cosas -a lo mejor hoy sólo nos da tiempo a llevarle las garrafas al vecino- pero también seguramente vivamos más: no hablo de cantidad (que probablemente también) sino de calidad. La gran mayoría de las cosas que aparecen en nuestras listas no son imprescindibles. Aparecen, no obstante, erguidas y orgullosas porque paradójicamente en occidente hemos otorgado condición de valor a estar ocupado y a terminar exhausto de tanta ocupación eficiente (hectic is good), cuando lo cierto es que la vida mundana convertida en lista de viñetas erosiona y se consume deprisa.
 
Escribo este post a modo de recordatorio para UNA misma en el agobio de fin de curso: bájate del tiovivo y ve dando un paseo que el tiovivo sólo da vueltas y luego más vueltas en un viaje a ninguna parte. 
La vida es el camino.

Photo by Lycheeart on Unsplash

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lunes, 17 de mayo de 2021

UNA-también


Shame cannot survive being spoken
Brené Brown

Había estado toda la semana nublada con el agobio de una situación personal que me aplastaba como una nube negra que no acaba de desencadenar en tormenta. Oprimida por el bochorno, dudé si cancelar la cena del jueves con mis amigas en casa pues era otra cosa más por hacer, y no tenía el alma para fiestas. Pero a los 50 me precede la experiencia y la voz interior me hizo no sucumbir a la tentación de auto-boicotearme, así que finalmente decidí optar por el auto-cuidado que siempre supone cenar con mis amigas. Y entonces pasó. Llegaron. Conté. Desnudé el alma como en tantas otras ocasiones. Escuchaban. Alguien dijo:

- Yo también. 

Y se hizo La Luz. 

En cuanto alguien sabe por lo que estás pasando, la nube negra se disipa como si fuera espuma.


Esto sucede con tanta frecuencia en la vida mundana de UNA que se ha convertido en recurso. Cuando algo me angustia, sé que necesito contarlo porque en parte la inquietud procede de la sensación de ser ÚNIca en el mal sentido de la palabra, de que esto le pasa a UNA porque UNA es como es y que UNA sabe que UNA en parte es menos que las demás; de que UNA no acaba de encontrar su lugar en el mundo; de que nadie comprende a UNA. Y luego llega alguien, otra UNA que ya pasó por aquí, y te dice yo-también o a-mí-también, sé-por-lo-que-estás-pasando y ese entendimiento es una caricia que desmonta miedos, suaviza enfados y me acompaña en el proceso de recordar que UNA es perfectamente válida como es.


Esto es algo que las mujeres hacemos muy bien.


Cuando empecé a escribir blogs lo hice en plan escritura terapéutica. El blog es un formato que, a modo de diario, se convierte en espacio de expresión y reflexión. Luego una amiga, genial autora del blog bilingüe The Green Life, al publicar el suyo, me inspiró a empezar a publicar mis entradas secretas y descubrí que, al hacerlo, UNA invitaba a la coherencia en mi-vida-mundana. El blog es terapia para UNA, no sólo por la expresión, sino también y sobre todo por la responsabilidad: UNA se ve obligada a rendir cuentas de lo que publica y en cierto modo, eso me hace ser más coherente con los valores que UNA profesa en palabras.

Pero el blog me ha reportado mucho más que terapia. Empezó a pasar algo mágico cada vez con más frecuencia: empezaron a escribirme madres, mujeres, esposas, UNAS, OTRAS, ELLAS... por whatsapp, por messenger, por email, para devolverme:

Yo-también

A poquitos, se me ha ido llenando el alma de yo-tambiénes. Esto no tiene precio pues me satisface una necesidad que a veces ni siquiera Peter alcanza a detectar, que es la de saber -¡saber no!- sentir que UNA no está sola; que hay muchas almas bellas ahí fuera que a veces pasan por lo mismo que UNA, que entienden por-lo-que-estoy-pasando.


Cuando UNA vivía en Inglaterra volvió a España una navidad y, al entrar en casa de mis padres, el perro de la familia no salió a saludar. Supe que algo había pasado antes de que me lo confirmaran pues, de haber estado, me habría recibido con la algarabía habitual. Recuerdo que esa misma tarde teníamos una boda de amigos y me la pasé tristona y compungida por la muerte del perro, aguantando a duras penas las lágrimas en público. Peter nunca había tenido perro y no podía comprender que una mascota pudiera provocar semejante aluvión de emociones, así que mi tristeza chocaba de frente con su indignada incomprensión. Mucho más tarde en la vida, tuvimos un perro en la familia-de-5 del que nos vimos obligados a despedirnos por circunstancias, y entonces Peter comprendió. Ahora sabe por lo que UNA estaba pasando aquella navidad, lo que confirma que 


la experiencia es requisito previo a la empatía


Esto sostiene mi deseo de seguir publicando pues si mi experiencia -de las emociones airadas o ansiosas, de las vicisitudes de la maternidad o el matrimonio-, si mi experiencia de UNA VIDA MUNDANA en definitiva, le hace sentir menos sola a otra-UNA agobiada ahí fuera, UNA se da por realizada.


Las mentiras piadosas en inglés se llaman white lies: mentiras blancas. ¿Verdad que es bonito? Pues bien, UNA, que trata de enseñarle a sus tres reyes que la sinceridad es un valor que te permite estar conectado a el-otro-que-no-eres-tú y que, cuando la honestidad se quiebra, se despedaza esa conexión, ha cometido no obstante el pecado de una mentira-blanca repetida durante mis años de maternidad. Cuando UNA ha visto a alguno de mis hijos carcomido por la desazón en alguna situación, UNA les ha confesado:

UNA-también con tu edad tenía ese miedo

UNA-también en esa situación se ha sentido así

UNA-también ha pasado por ahí

A veces era cierto, a veces caricatura. A veces ni siquiera UNA alcanzaba a comprender por lo que mi criatura estaba pasando, pero sabía, sé con certeza, que un yo-también alivia como el mas cálido de los ungüentos. Ese alivio, esa iluminación, bien merece una dosis de imaginación creativa.


Me manda un mensaje una amiga de madrugada. Está llorando. Siente la soledad de no ser capaz de comprender lo que le está pasando, la angustia de la ansiedad. La reconozco. Sé exactamente por lo que esta pasando. UNA estuvo ahí, o está ahí, o estará ahí, o UNA puede imaginar, sentir y ver cómo es estar ahí. Le mando un UNA-también de vuelta. Un ella-también. Un ellas-también. Un nosotras-también. Y se hace La Luz. 


Cuando la voz interior arremeta contra ti, asegúrate de buscar una voz amiga que venga a poner luz a la oscuridad que nuestras propias voces interiores crean. Haz de esa búsqueda tu recurso. A su vez, cuando una voz amiga te busque, asegúrate de regalarle un yo-también.

Que sepa que la ves. 

Que la sientes. 

Que la acompañas. 

Aunque tu yo-también venga teñido de blanco. Porque lo que realmente importa es cogerle de la mano. Manos de mujer hacen de linterna.


Photo by Leon Contreras on Unsplash

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viernes, 7 de mayo de 2021

Sembrar

UNA no ha sido lo que UNA hubiera querido ser, principalmente porque UNA no tenía claro lo que quería ser. UNA-pequeña cambiaba de profesión-futura cada luna nueva, de querer ser actriz pasaba a querer ser poeta, de veterinaria a periodista. No importaba aterrizar en un trabajo concreto: lo verdaderamente mágico era que el mundo de posibilidades era infinito. A aquellas alturas de la vida, UNA podía ser lo que le diera la gana. El futuro se pintaba como un universo lejano lleno de sueños realizados.

Ahora que el futuro está aquí y que UNA no ha sido lo que UNA hubiera querido ser, UNA se empeña en dejarle claro a sus tres reyes que podrán ser lo que ellos elijan: deseo que se recreen en imaginar ese futuro de colores, sin duda uno de los regalos de la infancia que luego la propia vida se encargará de irte arrebatando. Salvo a Peter-marido, que es un privilegiado; mi suegra siempre cuenta que Peter-pequeño tenía claro lo que quería ser: jubilado. Su sueño está cada vez más cerca de cumplirse.

A mis hijos sólo les he marcado dos excepciones: ni torero ni astronauta. Sospecho que en cualquier momento Paul hijo1 (15) decidirá ser torero-en-la-luna con tal de llevarme la contraria, pero por ahora ninguno de los tres parece tener claro lo que quiere ser. Dolfete hijo3, de más chiquitín, habría querido ser heladero, mas luego cambió de opinión al caer en la cuenta de que tendría que trabajar en verano. 


 

Paul hijo1 entra en Bachillerato el curso próximo, aunque a mi alma-de-madre-primeriza le cueste hacer las paces con el hecho irrefutable de que mi-bebé-recién-nacido se hace mayor 😢. En la elección del tipo de Bachillerato, UNA reconoce las primeras señales que indican que su mundo de posibilidades infinito, su universo lejano lleno de sueños realizados, empieza a menguar. En cada transición, de Secundaria a Bachillerato, de Bachillerato a Universidad, vamos descartando opciones. Luego la vida robada, la suerte, las propias elecciones, se ocuparán de seguir descartando hasta que aquel universo infinito de la infancia empieza a asemejarse más a un túnel.

Entonces llega Carlos (de quien os hablé en Bajar al cuerpo y en A flor de piel), con 50 tacos, y nos pregunta:

¿Qué quieres ser de mayor?

Luz en el túnel. 
Nos recuerda el derecho a seguir soñando -tengamos la edad que tengamos- y a incorporar posibilidades que habían sido descartadas por el mero hecho de que la edad nos hizo desistir de plantearnos la pregunta.

Como ejercicio, me parece que la propuesta de Carlos debiera ser obligatoria. Si cada mañana, todos nos preguntáramos
¿qué quiero ser de mayor?
creo que las elecciones diarias serían necesariamente distintas, porque para cosechar mañana (de-mayor) hay que sembrar hoy. 
Del mismo modo que mi hijo Paul sabe que para ser biólogo en el futuro, tiene que hacer bachillerato de ciencias, para crear la versión-de-ti-misma que pretendes desplegar en cinco, diez o quince años, tienes que empezar eligiendo en el semillero de hoy qué es lo que quieres plantar. De la semilla de la uva no va a salir un limonero. Si este ejercicio de reflexión y elección fuera diario, puede que se evitaran muchos males. 

¿Tú crees que ante tamaña pregunta- ¿qué quieres ser de mayor?- alguien contestaría conscientemente: "pues mira, quiero ser un político corrupto"? Lo dudo mucho. "Quiero ser un político íntegro" tal vez sí. Pues entonces la elección de hoy, ante esa tentación caprichosa y fácil que se te presenta, ha de ser necesariamente otra. 

¿Qué quieres ser de mayor? "Una vieja amargada y gruñona". ¿Tú crees? Lo dudo mucho. "Quiero ser una persona afable, sabia, serena". Pues entonces no te enganches hoy al toniquete de la queja que,

si queja cultivas, 

vieja gruñona recolectas.

En el grupo que Carlos planteó esta pregunta hay una señora de 77 años que cuenta con toda mi admiración pues, desde su silla de ruedas, sigue eligiendo crecer y pintar de colores su yo-futuro. Recuerdo también con mucho afecto a la abuela de Peter que con 90 años se arregló la dentadura y le costó una fortuna. Eligió presumir. Seguir eligiendo siempre. Colorear hasta el último capítulo.

Una vez os conté que mi madre, refiriéndose a la educación de mis tres monstruos, me regaló un consejo que UNA convirtió en mantra:

Tú siembra, que ya recogerás
Tardarás en ver los frutos, pero los recogerás
Tú sigue sembrando...
... y confía

Pues bien, esta cita me sirve también para mantener la consistencia. Cuando las fuerzas flaquean, UNA coge el regalo de Carlos y se pregunta:
-¿Qué quiere ser UNA de mayor?
Y luego coge el regalo de mi madre, y se da aliento:
-Pues sigue sembrándolo...

Una se lo guisa, una se lo come, ¡sí😅!, pero el mensaje es que tenemos derecho a soñar a cualquier edad, deber de elegir lo que sembramos  y necesidad de confiar.

Escucha: Y si quieres cambiar de sueño cada luna nueva, como cuando tenías 7 años, tú misma. No te vayas a privar de nada.

 

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