domingo, 25 de abril de 2021

Dejar de sostener

Tarde de miércoles.

Paul hijo1 tiene mañana un examen y tiene que estudiar, pero está chafado porque también quiere entrenar. -¿Qué hago? Viene un amigo de Gusi hijo2 a casa a hacer las tareas del cole. Tienen que hacer una receta de no-sé-qué. -Mamá, ¿tenemos estos ingredientes? -No, no los tenemos. -¿Y dónde está la batidora? -En su sitio. -¿Cuál es su sitio? Llama la abuela que quiere sacar a Dolfete hijo3 a merendar, Dolfete no quiere pero no se lo dice, se lo dice a UNA para que UNA se lo diga a la abuela. UNA por otro lado no quiere que la abuela se vaya sola a merendar así que irá UNA, aunque irá con el culo encogido porque no le gusta dejarlos solos mucho rato que se pelean. Mis suegros me llaman que quieren ver a los niños. Paul hijo1 tiene que estudiar. -¿Y cuándo entreno? Mi suegra: -Mañana pues. Mañana Gusi hijo2 no puede porque tiene que hacerse una prueba-covid para el equipo de fútbol. UNA estará trabajando en la escuela a esa hora. Mis suegros dicen que no lo llevan. Llamo a mi sobri. -¿Puedes llevarlo tú? -Claro que sí, tita. Gracias. -Gusi, que la tita te lleva, ¿dónde es? -Mamá, que no nos interrumpas más que estamos haciendo el trabajo de la receta. Dolfete sigue cabreado: ya no tiene que ir a merendar con la abuela pero ahora tiene que ir a merendar con mis suegros. Peter llama en medio de la marabunta.

Pienso en la tarde del jueves.
Recuerdo a un amigo de Peter que me dice siempre: 

"El trabajo es descanso, señores."

El trabajo es descanso.
UNA llega a clase.
UNA da su clase.
Ya está.
Marabunta-free.

Pero la tarde del miércoles UNA está sosteniendo.

A las ocho es mi sesión online para bajar al cuerpo, y entro en ella acelerada y con una retahíla destilándose en mi cabeza:

Váyanse ustedes a la mierda. Todos. Monstruo1, monstruo2, monstruo3, suegra, amigo del monstruo2, abuela, suegro, marido... ¡TODOS! ¡A la mierrrrrrrrda!

Estoy en plena ola de victimismo cuando entro en la sesión. Es mi drama. UNA siente que tiene que solucionar la papeleta de todos, pequeños y grandes. ¿Sabes lo que me apetece? Me apetece meterme en mi cueva y que me dejen en paz. Un ratito por lo menos.

La imagen me la presta Toñi en la sesión. Es como las torres de los catalanes. Lo que toca, dice, es dejar de sostener, porque ella también es madre y sabe de lo que UNA está hablando: dejar de sostener a todos los que están en lo alto tuya y que, desde tu rol de víctima, sientes te aplastan los hombros. 

Photo by Angela Compagnone on Unsplash

Escucha. No a todas les cuesta sostener. Conozco muchas buenas-madres que presumen de hacerlo con placer. Quizás nacieron para ello, quizás tienen brazos más fuertes, quizás las sostenga a ellas un sistema de creencias más coherente. A UNA no. A UNA le sale la-víctima, no nació UNA para abanderar el-sacrificio. A veces la-entrega que esto requiere me pesa. Me pesa mucho y me dan ganas de salirme -sin decir nada- por debajo de esa torre humana y que se desmorone. ¡Ala! ¡A tomar viento fresco! Por no ser más ordinaria... (que a UNA también le apetecería escribir ¡a tomar por culo! y se contiene).

¿Sabes qué? Que tengo la sospecha de que, si nos saliéramos de esa torre humana por debajo, la torre no se desmoronaría. Sostenemos por inercia. Nos ha precedido un modelo de mujer-sostén. Pero ninguna es imprescindible. A las que no nos viene el-sacrificio de fábrica, este modelo ya no nos sirve y de ahí el-victimismo. 

La buena noticia es que UNA, en su búsqueda, ha localizado el antídoto (ahora sólo le hace falta aplicárselo). Se llama "propiedad del problema". Es una pregunta:

¿A quién le pertenece este problema?

Paul tiene que estudiar pero también quiere entrenar. ¿De quién es el problema? De Paul. Gusi tiene que hacer una receta y no tiene los ingredientes. ¿De quién es el problema? De Gusi. Dolfete está cabreado. ¿De quién es el problema? Bueno, ése es un poco mío, porque Dolfete cabreado puede ser como una muy-mala-jaqueca. 

No estoy diciendo que nos lavemos las manos ni que nos tapemos los oídos. Estoy abogando por no responsabilizarnos de problemas que no sean nuestros. Si tu hijo (o por extensión, cualquiera en tu entorno) tiene un problema, piensa en ti misma como una ayudante, una auxiliar, una asistente, una cooperadora, en lugar de como la-poseedora-de-todas-las-soluciones-y-respuestas. Esto resulta liberador, al tiempo que humilde, pues en efecto UNA no tiene todas las respuestas.

Escuchar, sí. 
Empatizar, sí.
Pero ¿solucionar? Solucionar no.
Ya venimos bastante cargadas. Muchas, la primera UNA, nos hemos sobrecargado ya con la culpa: cuando no somos capaces de "solucionar" a nuestros hijos, enseguida hacemos el cambio de sentido y un escrutinio para ver qué hemos hecho
mal nosotras para que las cosas, hijos incluidos, hayan salido así.

Salte de la torre, nena, que no se desmorona. Tómate un descanso y vuelve cuando tengas las pilas recargadas con un poquito de tu savia. Salte de la torre antes de mandarlos a todos a paseo. De hecho, vete a dar el paseo tú. Deja de sostener... que no se caen.

Imagen de Avogado6


Esto es un poquito más complicado de aplicar cuando los críos son más críos. UNA lo tiene fresco todavía. Pero escanea tu derredor que siempre habrá alguien que pueda sostener un rato mientras tú te vas a dar ese paseo. Claro que para irse a dar un paseo hay que aprender a soltar. ¿Sueles intentar resolver todos los problemas de tus hijos? Explora por qué. Aprender a mandar a tu parte controladora a tomar mucho viento fresco también. Muchas estamos en ese aprendizaje. UNA a punto de graduarse. Ja, ja, ja.


Entradas anteriores relacionadas
El mundo sobre tus hombros
Soltar, soltar, soltar... y minding the gap
Bajar al cuerpo
El placer de decir no


viernes, 16 de abril de 2021

Nada que apriete

Peter me dice que, siendo como es UNA, no puedo dejar pasar mi 50 cumpleaños sin una reflexión y, aunque reflexiones me sobran, e incluso me apabullan, me falta aterrizar en a cuál de ellas UNA ha de prestar homenaje en un aniversario de esta calaña. 

Lo que sé a estas alturas es que me hubiera gustado atravesar las primeras décadas de mi vida con la conciencia y los aprendizajes que UNA tiene ahora pero ¡claro! eso carece totalmente de sentido pues UNA ha llegado a esa conciencia y esos aprendizajes precisamente por haber atravesado las primeras décadas sin ellos: dando tumbos. 

Es ahora cuando siento que voy ganando potencia y seguridad en la postura, ese equilibrio interior que me permite decir  cuando quiero decir y no cuando quiero decir no. No siempre ha sido así. He hecho muchas idioteces en mi vida, ya lo conté, por tratar de ajustarme al caleidoscopio de lo-normal
A los 40, sin embargo, decidí que no volvería a comer tortilla francesa, simplemente porque no me gusta. No me había gustado nunca pero había comido muchas. 
Fue el primer paso. 
No es un gran paso, dirás, pero dio el pistoletazo de salida que fue poniendo al impulso e instinto de UNA de vuelta en su lugar correspondiente, del cual nunca debiera haber sido destronado por convenciones no cuestionadas, miedos contagiados o educación malentendida. 
Así, 
poco a poco, 
pasito a pasito: 
si tengo ganas de hacer pis, me voy a hacerlo, no importa de qué evento o lugar me tenga que salir; 
si tengo frío, me tapo, 
y si tengo calor, me desnudo. 
Bebo antes de que se me seque la garganta y bailo si me lo pide el cuerpo.
Si estoy cansada, me echo la siesta del fraile.
Y no me subo en tacones que sean incómodos ni me visto nada que apriete por muy linda que me haga la figura. 

Hay una expresión en inglés, "the ripple effect", que tiene una penosa traducción al español como "el efecto dominó". Digo "penosa" porque la imagen en inglés es más bonita: cuando tiras una piedra al agua, se van formando círculos de dentro afuera. 

Pues eso es exactamente lo que pasa cuando dejas de comer tortillas francesas y de vestirte nada que apriete: Que el impulso, el instinto, a medida que van recuperando su lugar en el mundo, van creando ondas que terminan por alcanzar a el-otro también. Si tienes algo entre los dientes, no hago como si no lo viera y evito fijar mi mirada en tu sonrisa, sino que te lo digo porque a mí me gustaría que tú me lo dijeses. Si me viene decirte que te quiero, sigo mi impulso, no espero a que se me marchiten las ganas. Si necesito darte un abrazo, no tengo intención de esperar a que acabe la pandemia. Me pongo colorada una vez donde antes me ponía cien veces amarilla. Si me has agraviado, me sacudo y, si te he agraviado yo a ti, reparo antes de que hagas hueco al rencor. Si hoy te veo guapa, te lo suelto.

Cuando murió mi amiga Valentina en septiembre, hallé el consuelo precisamente en haberle prestado homenaje en vida.
 
Recientemente he conocido un alma muy bonita que nos compartió la siguiente reflexión en un grupo:
En honor de los que se van y no quieren irse, los que quedamos tenemos que disfrutar de cada momento de la VIDA y sonreír. Cada instante es un regalo.
[Gracias, Pilar]

Los que cumplimos 50 tenemos la responsabilidad, casi el deber, de disfrutar de la vida por los que no han podido llegar a disfrutarla hasta aquí. 
Brindo por ello

Brindo por mi Valentina que tuvo la generosidad de enviarnos un mensaje a sus amigas en su despedida: Que no estemos tristes. Que pensemos en ella con alegría. 
Brindo por la sonrisa de mi amiga Vicky que murió tempranamente de diabetes.
Brindo por mi compañera de colegio May que dejó huérfana de madre a su hija cuando todavía era un bebé. 
Brindo por mi primo Nacho que no llegó a ver envejecer a su madre.
Brindo por mi compañera Carmen que merendaba todas las tardes en la escuela un batido de soja para prepararse para una menopausia a la que -ironías-de-la-puta-vida- nunca llegó.
Si quiero merendar un bocadillo de nocilla, me lo zampo.
Brindo por la seño de infantil de Paul hijo1, Begoña, que acertó a ver en él lo que UNA ve.
Ahora cuando lo veo, se lo digo.
Brindo por Juan Alberto, el autor canario del libro de poemas que reposa en mi mesilla.
Si el alma me pide a gritos escribir un poema en mitad de la noche, levántate y anda.
Brindo por mi compañero Jose de la facultad a quien dediqué la entrada de Los restos que me animó a que no dejara de escribir. A veces escribo por él. 
Escribir para UNA es un brindis. 


Es fácil olvidarse de que tenemos fecha de caducidad. El mundo occidental está decorado como una gran distracción para evitar que reparemos en ella. Si una cosa trajo esta pandemia fue el recordatorio, a modo de bofetada, de nuestra vulnerabilidad. 
Acuérdate de esto la próxima vez que vayas a ponerte algo que apriete.

Y, mientras brindo, me confieso:
Me aterra no saber envejecer...
Me aterra no saber morir...
Pero lo que más me aterra es no saber vivir, porque siento que se lo debo a todos ellos, a los que no les tocaba morir todavía. 
Siento mucho que os hayáis marchado antes de tiempo. De veras que lo siento.


Chin-Chin

Diogo Brandao on Unsplash

Si mañana no despertara 
sólo cree que me he 
dormido.

Piensa que en la paz de mi sueño, 
te sueño y no me he ido.

También escucha mi música 
lee mis libros, 
usa mi ropa 
toma mi copa, 
bebe mi vino.

No me recuerdes ausente 
No me busques en el olvido 
Búscame dentro tuyo 
Ahí estaré contigo.

MARIO BENEDETTI


Entradas relacionadas