martes, 31 de marzo de 2020

Historia de un peine

Han cambiado la hora. Cada año este evento para UNA gozaba de un cariz especial. Anunciaba la llegada del verano. Ya desde enero cada martes por la tarde al entrar en clase a las siete y ver el cielo más azul y menos negro, UNA sonreía ante sus alumnos:


Days are getting longer

El cambio de hora señalaba antes muchas cosas: Las tardes de parque se alargaban. Empezaba la temporada de helados. Los niños daban la bienvenida con algarabía a que ahora se acostarían más tarde. 



¿Os acordáis cuando se debatía en redes sociales si era apropiado o no cambiar la hora? ¡Cómo ha cambiado el cuento! Este virus lo ha recolocado todo. 
Esta mañana UNA se levantó y ya no eran las siete, eran las ocho, y UNA pensó que el cambio de hora ya no tiene significado alguno. Ya no anuncia nada. Ha perdido todo su valor, todas las imágenes asociadas al cambio de hora, como lapas a la roca, se han desprendido de repente. Este pensamiento, cuando menos, me parece curioso: Las cosas, los eventos, no tienen significado alguno adjunto. Todo depende. Depende ¿de qué depende? de según como se miretodo depende. Otra vez esta canción de Jarabe de Palo. Esta verdad, que en la teoría todos conocemos, sólo se nos revela sin miramientos ni cuidado en la práctica cuando viene un tsunami como éste del coronavirus y a su paso lo re-estructura todo. Y lo que pareciera inamovible, simplemente voló.

Fue en otro post hace mucho tiempo, Caos mundano y viceversa, cuando el mundo aún se sentía como un lugar seguro, que os conté un experimento social de ámbito doméstico que reproduzco aquí:
Vivíamos la familia-de-5 entonces en una casa con un largo pasillo, y a "alguien" se le habría caído un papel en el suelo en medio de ese pasillo. El papel no era un papelito, no. Era tamaño folio: un A4. Decidí no recogerlo por ahora, venciendo ¡imagínate! todas mis resistencias a favor de un proceso de curiosa investigación, y esperar, a ver qué pasaba...  Aguanté 24 horas viendo a mis hijos y marido saltar encima del papel, sortearlo cuidadosamente por el flanco, o pisarlo supuestamente de manera inadvertida, pero nadie nunca se detuvo a recogerlo hasta que UNA suspendió el experimento por la obviedad de los resultados y se agachó a quitarlo de en medio.
Pues bien, en la claustrofobia de esta cuarentena, ha vuelto a suceder. Esta vez ha sido un peine. Hemos adoptado la rutina de limpiar la casa los sábados. El resto de la semana nos dedicamos a ensuciarla bien. Para la limpieza de los sábados, nos dividimos la casa: UNA hace el salón, la entrada, el dormitorio, el baño. En la entrada hay un cubo a modo de paragüero y, el sábado anterior, poco después de que una terminara de limpiar, apareció como por cosa de magia un peine al lado del cubo-paragüero. No me preguntes cómo llegó hasta allí. Se me escapa. Lo verdaderamente impactante de esta historia es que ya nadie usa peine en casa: UNA usa sólo cepillo y Peter, en un ataque de aburrimiento, les rapó la cabeza a los niños cuando empezó el confinamiento. Se me ocurre que el peine, igual que la bici de Phoebe en Friends, supiera que ya carece de propósito vital en la-familia-de-5 y hubiera decidido irse de casa, sólo para darse cuenta justo al alcanzar la puerta de que está bajo arresto domiciliario, y se hubiera rendido junto a los paraguas, sin fuerzas ya para alcanzar de vuelta el baño.

[Este dramatismo es sintomático de que UNA lleva ya dos semanas confinada...  Lo que va a dar de sí un peine en el suelo, ¿eh?]

El caso es que UNA, ¡inocente-UNA!, recordó la anécdota del folio en Caos mundano y viceversa, y decidió repetir el experimento con la infundada esperanza de que produjera resultados distintos. Os adelanto ya que reñir (nag-nag-nag)todos estos años intermedios entre ambos tests domésticos  no parece haber tenido efecto alguno. Al sábado siguiente, antes de limpiar la entrada y disponerme a recoger el peine, los convoqué a todos alrededor del mismo por asegurarme básicamente de que no haya en la familia problemas oftalmológicos de base que UNA hubiera omitido percibir. Los niños se encogieron de hombros. Peter preguntó en voz alta si no sería un dibujo del suelo. Todos nos reímos.
Ahí estaba por fin la diferencia.
En su día la historia del folio en el suelo, que os conté en modo jocoso (la vida es como uno la cuenta, dice Isabel Allende) me produjo sin embargo una irritación supina. ¿¡Están todos ciegos o qué!? ¿¡Es que el orden sólo le importa a UNA!? Pero esta semana, cada vez que veía el peine, me despertaba cierta ternura al transmitirme la tranquilidad de que no todo haya cambiado, de que haya cosas que siguen igual y no van a cambiar nunca pase el coronavirus que pase. Los matices asociados al desorden de repente han cambiado de tonalidad.
La vida efectivamente es como uno la cuenta. Voy más allá: Como uno se la cuenta. Si algo ha traído esta pandemia es que ha venido a cambiarnos el cuento a todos. A todos. UNA ha dejado de irritarse por el tatuaje de un peine en una baldosa porque la prioridad ahora es otra: Es volver a abrazar más pronto que tarde a Paul hijo1 que está pasando la cuarentena en el campo con sus tíos y su ausencia me roba las noches. Es que la abuelAna no se ponga mala, por favor que no se ponga mala, en estos días de encierro. Es encontrar la energía para mantener la consistencia de ánimo durante esta cuarentena eterna porque los niños están mirando. Es volver al helado y al parque y al verano. Volver a sentirme segura en el mundo.
¡Que le den al peine!
Este vuelco en las prioridades, que ha traído de vuelta al frente lo-que-de-verdad-importa, es lo que rezo por que UNA no olvide cuando/si las cosas vuelven a la normalidad. ¡Es tan fácil olvidarse en la vorágine de la rutina de lo-que-de-verdad-importa! Que no lo hagamos: Que no volvamos a poner las cosas en su sitio, porque ése no era su sitio para empezar. ¿Tú me entiendes?
-----------
Luego después de haberme pasado una hora y pico limpiando el salón como si me fuera la vida en ello, se pusieron a comer cacahueSes como si no hubiera un mañana, y ¿tú sabes las pelaíllas tono burdeos que rodean los cacahuetes una vez que les quitas la cáscara? Ésas: A modo de alfombra en mi salón. ¡A tomar por saco mi ZEN!
Pues eso: Que a ver si este virus, después de todo, no cambia nada.

domingo, 29 de marzo de 2020

Decálogo de 12 mandamientos para la próxima pandemia

Éstos son los 12 mandamientos de UNA para la próxima pandemia mundial:
1. Vivir en una casa con jardín.
2. Vivir en una casa con patio y jardín.
3. Vivir en una casa con terraza azotea, patio y jardín.
4. Vivir en una casa con balcones, terraza azotea, patio y jardín.
5. Vivir en una casa-de-campo en el-campo con balcones, terraza azotea, patio y jardín (y si es posible sin wifi).
6. En defecto del mandamiento número 5, tener perro.
7. En defecto del mandamiento número 5, vivir en una calle menos sosa que veo los vídeos de las marchas que montan los vecinos en otras calles y se me caen lagrimones de emoción y de envidia.
8. Igualmente en defecto del mandamiento número 5, asegurarme de tener todo el suelo de la casa enmoquetado para amortiguar el confinamiento de mis pobres vecinos.
9. Adelgazar unos kilos las semanas antes del confinamiento para poder recuperarlos sin remordimiento alguno una vez confinada.
10. Llenar la despensa de material escolar diverso para manualidades y tareas varias sin subestimar para nada al adquirirlo (repito: ¡sin subestimar para nada!) la creatividad de los maestros confinados. 
11. Darme de baja de todas las listas de correo a las que estoy suscrita y salirme de todos los grupos de whatsapp (repito: salirme de todos los grupos de whatsapp).
12. Darme de baja baja en el trabajo justo antes del confinamiento para no teletrabajar el triple de lo que solía trabajar en condiciones normales.


Estos 12 mandamientos se resumen en uno, que es el 5.





¿Algún otro que se me haya pasado?


viernes, 27 de marzo de 2020

El Otro Lado


Estamos viendo Stranger Things, no me preguntes por qué. Al que no la haya visto, UNA personalmente no se la va a recomendar: Te puedo contar que trata de un pueblo... Bueno, ¿sabes qué?, te copio el argumento de Wikipedia porque UNA va por la segunda temporada y aún no lo tiene muy claro. UNA pasa más tiempo asustada con el cojín delante de la cara que realmente siguiendo la trama:


La historia arranca durante la década de los 80, en el pueblo ficticio de Hawkins, Indiana, cuando un niño llamado Will Byers desaparece, hecho que destapa los extraños sucesos que tienen lugar en la zona, producto de una serie de experimentos que realiza el gobierno en un laboratorio científico cercano. Además, en la ciudad aparecen fuerzas sobrenaturales inquietantes y una niña muy extraña. Ella, junto con los amigos de Will, se encargará de buscarlo, sin imaginar lo que tendrán que enfrentar para encontrarlo. Inadvertidamente, crearon un portal a una dimensión alternativa llamada "Upside Down" ("El Otro Lado"). La influencia de Upside Down comienza a afectar a los desconocidos residentes de Hawkins de manera calamitosa.
 [De nada, Netflix, por la publicidad gratuita.]

El caso es que, cada noche, cuando nos sentamos a verla, UNA piensa en esto que os he subrayado en negrita, en "el-Otro-Lado". Es decir, a nosotros "los-confinados", UNA incluida, nos ha tocado la parte fácil. ¿De qué viene UNA escribiendo estos días? Del mensaje sobre la gratitud que me manda el virus, de la ansiedad que produce la incertidumbre, de los rituales en nuestro nuevo "lo-normal", del tiempo que nos hace ganar el-parón... Es decir, de esta dimensión, de la-dimensión-confinada. No se le escapa a UNA que en esta dimensión UNA es privilegiada: Encerrada en un piso con Peter y mis reyes, todo lo que puede contagiarme es el caos mundano y mucho mucho ruido. Pero aquí metida sin salir, la vida de UNA se reduce a esta dimensión y, entre las medidas de salud mental que UNA ha tomado, figura la de reducir mi exposición a la información que viene de fuera a una vez al día. Así que sólo veo las noticias del mediodía.

El mundo de UNA se reduce a la-dimensión-confinada, al curso acelerado de nuevas tecnologías para que mi siguiente clase online sea menos caótica que la anterior; a buscarme la manera de hacer algo de ejercicio para no anquilosarme (que estamos en una edad-mú-mala); a combinar el armario-despensa y lo que queda en el frigo de manera saludable para no salir del confinamiento rodando (que estamos en una edad-mú-mala); a reducir el mucho mucho ruido en casa a lo mínimo indispensable para que no se me caiga la cara de vergüenza cuando vea a los vecinos en los balcones a las ocho... Y poco más. 
Créeme, poco más.

Es al descender la noche, aplastando en su descenso mis niveles de ánimo y energía, cuando UNA repara en la dimensión alternativa que muchos de nosotros, los que nos quejamos de nuestras pequeñas miserias en el confinamiento, tenemos la suerte de estar perdiéndonos. Me refiero a la otra dimensión de esta TRAgedia-TRAnsición: El-Otro-Lado, el lado que nos llega a través de las noticias, cuando decidimos ponerlas. El lado que sabemos que está ahí, que es el que nos mantiene confinados, y en el que preferimos no pensar por no vivir intoxicados además de confinados. 
El lado oscuro.

En ese lado oscuro están los números que pintan los titulares: Casos confirmados en España 56.188, hospitalizados 3.912, fallecidos 4.089. Los números. Pero cada uno de esos números de la otra-dimensión-no-confinada son historias: el número 2.746 quizás muriera sin pedirle perdón a su hermana por el último desaire; el número 1.093 quizás se acabara de jubilar y habría llenado un cajón de cuadernos y lápices porque ¡por fin! iba a tener tiempo de escribir ese libro de ensayos que llevaba tiempo existiendo a modo de zumbido en su cabeza; el número 384 quizás llevara tiempo deprimida, sintiéndose culpable porque ni ganas de ver a los nietos tenía, y había pedido cita para el lunes buscar la ayuda de su médico de cabecera; el número 2.148 quizás tuviera planeado un crucero por las islas griegas a finales de agosto y albergaba la esperanza de conocer allí a una mujer apañá porque estaba muy solo desde que se quedara viudo; el número 937 falleció sin saber que su hija estaba embarazada y ahora reza por que lo que venga sea niña para ponerle el nombre de su madre.
Cada número es una historia, un puñado de sueños que quedó suspendido en el aire como motas de polvo que acabaron en pelusas debajo de una cama de hospital que hay que vaciar pronto... y es que viene otro puñado de sueños detrás; una familia desolada por no poder despedirse de los suyos en el nuevo modus operandi funerario de este surrealismo; una ristra de recuerdos que se desvanecen en medio de lo absurdo. Ya hablé de otra serie, The Leftovers, en mi post de Los restos: Pudiera parecer que el que se vayan todos a la vez en el pico de una curva los deshumaniza, pero que no se nos olvide, ¡no se nos puede olvidar!, que cada número de la otra dimensión que viene a engrosar el balance escalofriante era, es, una historia de recuerdos y proyectos fraguada en la vida antes de el-parón.

En El-Otro-Lado están también los héroes y heroínas anónimos a los que aplaudimos cada noche a las ocho en nuestros balcones sin tener ni idea, NI IDEA, de lo que están pasando: UNA no se atreve siquiera a aventurarse a escribir sobre el miedo que ha de correrles por las venas cada vez que se embuchan en medidas de protección escasas o inadecuadas contra un virus que todo lo copa; ni sobre la tristeza desgarradora que ha de atravesar su pecho cuando aterricen un rato en sus camas y les asalten a modo de fantasmas las situaciones rocambolescas que les haya prestado el día; ni de los riesgos invisibles que corren; ni del cansancio extenuante que no pueden permitirse escuchar. UNA duda que la carrera universitaria que en su día estudiaran o los años de experiencia que figuren en su expediente les hayan preparado para la plaga de experiencias traumáticas que supone ahora su nuevo "lo-normal".

Desde aquí, desde la facilidad de mi confinamiento mundano, rindo homenaje a los números, y a los héroes y heroínas de El-Otro-Lado. Que no se nos olvidan. UNA abrazaría uno a uno si pudiera. Como no puedo, UNA se emociona cada tarde en esa ventana. 



Heroína anónima
48 años
Enfermera 
Casada
 Tiene un hijo 
Un recuerdo: 
Un paseo por el centro... Nos tomamos unas torrijas deliciosas anticipando la Semana Santa

Un deseo:
Volver a abrazar a mis chicos y besarlos que no lo hago desde hace días. Vivo en una especie de semiaislamiento: Llevo mascarilla en casa y duermo arriba en otra habitación.

La semana que viene le hacen la prueba porque en la guardia ha tenido contacto estrecho con un paciente (otro número) que era positivo sin protección adecuada.

lunes, 23 de marzo de 2020

Que no se nos olvide ganar el tiempo


Las "nuevas" tecnologías (con comillas a estas alturas) están muy bien: Nos permiten estar en contacto con el mundo en un momento en el que lo que prima es guardar la distancia social, aliviando así el aislamiento del confinamiento. Pero, como casi todo en esta vida, son un arma de doble filo pues, en cuestión de días, las hemos puesto a nuestro servicio para calcar e imitar a pies juntillas el estrés que veníamos arrastrando antes del parón. UNA lo llama el-parón; pero, realmente, ¿lo está siendo?


Te llega una clase de yoga por email. Tu profe de pilates te ha colgado dos entrenamientos en youtube. Tu fisioterapeuta te manda por whatsapp unas rutinas de estiramientos. Has decidido empezar a meditar porque no duermes bien así que te has unido a un grupo de facebook que queda live dos veces al día. Te has apuntado a un curso online de batch cooking que siempre quisiste hacer pero no te podías permitir y ¡ahora es gratis! Has quedado el sábado a la una para hacer un zoom con tus amigas y reproducir la caña del mediodía. A las siete te has puesto un recordatorio en tu google calendar de que Rosa Montero va a dar una charla de escritura creativa en instagram. Esta noche veremos esa serie que llevábamos tiempo queriendo ver ¿en qué plataforma? No me acuerdo ahora si era netflix o hbo o amazon prime, la verdad, luego lo miro en cuanto termine de leer los 184 mensajes de grupos de whatsapp que me he encontrado en el smartphone cuando he abierto los ojos después de meditar. Hay un concierto en streaming de uno de mis grupos favoritos pero resulta que coincide con el hangouts del curso de fotografía disponible de forma gratuita desde ayer.


¿¡HOLA!?

Podríamos seguir unos cuantos párrafos más en la misma línea y sólo llevamos una semana de confinamiento.

¿¡HOLA!?

¿De verdad esto es lo que vamos a hacer? ¿Es que no vamos a aprender la lección-vital de el-parón? ¿La eLECCIÓN de el-parón? Fue Einstein quien dijo que si haces lo que siempre hiciste, obtendrás lo que siempre obtuviste.

UNA está agradecida. De verdad. UNA está conmovida porque la solidaridad, uno de los #valores que despega a lo bestia estos días y viene a domar el surrealismo de la situación, haya puesto a nuestra disposición cientos y miles de recursos. UNA está agradecida a todos esos imperios que, a pesar de la conciencia de la crisis económica que se nos viene encima, han hecho imperar el altruismo sobre el beneficio (aunque se trate de una mera estrategia más de marketing que de solidaridad en algunos casos).
Pero que no se nos olvide. Que no se nos olvide por qué estamos aquí. Que no se nos olvide para qué estamos aquí. Si nos colgamos a todo lo que esas pantallas nos ofrecen, si nos estresamos con las nuevas (sin comillas) listas de cosas por hacer, si la ansiedad nos la provoca el cómo priorizar entre las múltiples ofertas, entonces estamos clonando los patrones exactos que dictaban nuestra vida antes de el-parón. ¿Por qué, si no, son las ciudades las bombas y, sin embargo, los campos con sus ritmos apaciguados se están enterando sólo de refilón de lo que está pasando?
Las prisas, los semáforos, las carreras, la irritabilidad, las alarmas, el contrarreloj, las fechas de entrega, el nudo en el estómago, el insomnio, el extenuamiento físico y mental, las agendas.... Todo lo que teñía -que no se nos olvide- de gris nuestras vidas antes de el-parón, ha sido sacudido de la alfombra. Se nos ha puesto sobre el suelo un nuevo lienzo. ¿Y qué hacemos? Utilizamos la excusa que las "nuevas" tecnologías ponen a nuestro alcance para volver a llenar ese canvas de prisas y listas. 

Y mirarás atrás, cuando esto pase, y pensarás: ¿Por qué no paré cuando el-parón me dio permiso para hacerlo? ¿Por qué hice tanto ruido en la oportunidad del silencio? ¿Por qué llené el vacío? ¿Por qué lo hacemos? ¿Es el miedo?

Ayer una amiga, precisamente en una videocall (apréciese sin tapujos la incoherencia de UNA), me decía que lo que más rabia le da del coronavirus es que "¡nos está haciendo perder el tiempo!". La frase resonó conmigo como si fuera una cicatriz antigua. Eso es lo que estamos haciendo, pensé: Tratar de no perder el tiempo en el-parón. Vamos con este ritmo desbocado, saltando de un recurso a otro, de una aplicación a otra, de un mensaje a un meme, por no perder el tiempo. No nos estamos dando cuenta de que lo que deberíamos estar haciendo no es perderlo: Es ganarlo.
Ganar el tiempo es cambiar patrones, dejar ratos para el vacío, para la nada, sentir el vértigo de la incertidumbre, escuchar los pájaros y la lluvia. No hacer nada es la oportunidad que nos está dando el-parón y la estamos desaprovechando haciéndolo todo por no perder el tiempo.
Que no se nos olvide parar en este parón.
Que no se nos olvide ganar el tiempo.
Que no se nos olvide mirar a este lado de la pantalla, donde está lo que verdaderamente importa.

sábado, 21 de marzo de 2020

Siempre están los pájaros

En esta nueva rutina que nos ha impuesto el virus, en la que mucho -de hecho casi todo- se para, la que sigue, la que no cesa, es la naturaleza:
Ha llegado la primavera. 
Los perros siguen agradeciendo cualquier carantoña de sus dueños, ajenos al virus, salvo por celebrar agradecidos el aumento en el número de sus paseos. 
Los pájaros siguen piando, también ajenos al ruido mundial.

En esta nueva rutina, UNA va creándose- como todos, adivino- sus propios ritos, que la permitan conectarse a la tierra en esta transición incierta. 
Y así, todas las tardes, a eso de las cuatro, UNA abre la ventana y se tumba en su cama a escuchar a los pájaros que en el patio de los vecinos cantan, silban, trinan, como si no hubiera un mañana... 😉

Hoy está lloviendo.

¿Sabíais que, mientras llueve, los pájaros no cantan? UNA, casi 49 años en esta tierra, se acaba de enterar. Nunca antes lo había notado.
¿De cuántas cosas nos vamos a dar cuenta en estos días surrealistas de parón necesario en la vida mundana? 
¿De qué te vas dando cuenta tú?



miércoles, 18 de marzo de 2020

La ansiedad en los tiempos del Corona

Lo peor es no saber.
No saber cuándo va a acabar esto.
No saber cómo va a acabar esto.
Quién va a acabar con esto.

Lo peor es la incertidumbre en un mundo que desde el principio de los tiempos ha dedicado sus afanes al control. Tratar de controlar el tiempo, midiéndolo. Tratar de controlar la vejez y la muerte, retrasándolas. Tratar de controlar el espacio, transportándonos. Tratar de controlar el desconocimiento de por qué estamos y somos mediante la ciencia y la religión.

Estos días me vuelve a la cabeza la película Un lugar en el mundo, ahora precisamente que no hay lugar en el mundo en el que esconderse. No hay un lugar seguro en el mundo. La película habla de la lucidez, que es precisamente lo que estamos recuperando con este virus. Una vez que se recupera la lucidez, nada volverá a ser igual. El mundo nunca volverá a ser igual. Un virus invisible ha cambiado la vida de la noche a la mañana y está poniendo al ser humano de vuelta en su sitio.

El mensaje con el que me quedo (no sé de quién es, no es mío pero me lo quedo), de los miles de mensajes con los que las redes sociales decoran esta crisis, es el de que lo único que importa es cómo nos tratamos los unos a los otros en esta odisea:




No me refiero sólo a los gestos de solidaridad, grandes y pequeños, que despuntan estos días. Me refiero a casa: A lo que se teje en el confinamiento. Esto es una prueba. Se nos presenta la oportunidad de pararnos a ver cómo la vamos a pasar. Pero ¡ojo! hay que aprobarla con la sombra de la incertidumbre, que no es compañía grata, pululando como si del propio virus se tratara. 

Lo peor es no saber.
No saber qué pasará después de que todo esto termine.
Sin ni siquiera la certeza de que todo esto vaya a terminar...

Nunca nos habíamos visto en una igual.
No saber cuándo vamos a volver a estar con nuestros seres queridos.
No saber si ellos o nosotros sobreviviremos a esto física y psicológicamente.
No saber cuándo podremos volver a abrazar. 

Esta falta de certidumbre nos pone ansiosos. La ansiedad no es otra cosa que una defensa contra los sentimientos más profundos que no estamos acostumbrados a sentir.


Sentir el miedo
Sentir la tristeza

Estamos adiestrados a defendernos contra lo que sentimos:


Nos preocupamos obsesivamente 
O nos distraemos obsesivamente 
O trabajamos obsesivamente

Por no pararnos a sentir.

Pero si nos paramos y nos dejamos sentir...


Que UNA tiene miedo, sí
Que UNA está profundamente apenada, ¡sí!...

...es como una dulce rendición. 
Es como poner las palmas de las manos hacia arriba y rendirse. Rendirse a la incertidumbre, al no saber. Y en esto estamos juntos todos, hasta los políticos que maquillados en la televisión aparecen con sus gestos ensayados y sus discursos bien hilados: Hasta ellos tienen miedo y sienten pena.

Una vez que nos permitamos sentir, la energía fluirá y podremos dedicarla a convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos, pues eso es realmente lo único que quedará: Cómo nos hemos tratado los unos a los otros, qué versión de nosotros mismos hemos desplegado en medio de la peor crisis mundial jamás vivida, crisis que por cierto -UNA personalmente piensa- es la manera que tiene la naturaleza de plantar un puño en la mesa. Pero eso da para otro post.

Cuando empezó esto, UNA, como os conté en la entrada anterior, no se encontraba en un buen lugar. Peter me miró a los ojos, y me dijo: 
- Los niños van a recordar esto toda la vida.
No sabemos siquiera ya lo que significa "toda la vida", pensé, hasta ahí alcanza la incertidumbre. La incertidumbre lo llena todo.
- Hagamos, siguió Peter, que ese recuerdo sea el mejor posible.
En otras palabras, Peter nos estaba pidiendo a ambos, a él y a UNA, que hiciéramos el esfuerzo de ser/estar la mejor versión de nosotros mismos. Y en ello estamos. No es fácil pero cuando veo que Dolfete hijo3 o Gusi hijo2 están felices y contentos en medio de este caos, ajenos a la incertidumbre, al miedo, a la pena, pienso que estamos cumpliendo con nuestro cometido.
Otra cosa es la lección que podamos aprender de ellos. ¿Por qué están ellos así y nosotros no? ¿Porque no son conscientes? ¿O es más bien porque ellos están presentes- aquí en su lugar en el mundo y ahora en su tiempo en el mundo- sin afán de control, mientras nuestras mentes adultas están ansiosas tratando de controlar un futuro incierto? Tema también para otra entrada. Va a haber tiempo de escribirlas todas. Esta realidad ficticia inspira. ¿O esta ficción real? Si UNA se para.

domingo, 15 de marzo de 2020

Mensaje en un virus

Cuando, hace ahora diez marzos, mi padre agonizaba, mi hermAna pensó en voz alta:
¡Menos mal que vamos para el verano! 
Recuerdo la cita como si fuera ayer.



Cuando estos días atrás se empezó a vislumbrar el cariz que iba a tomar la cosa, la cita me volvió a la mente como si de una convulsión se tratara:

¡Menos mal que vamos para el verano!

¡Oh, los veranos!

Viene un mensaje encerrado en este virus. Para cada uno de nosotros, el mensaje ha de ser necesariamente diferente. Vamos a tener tiempo de descifrarlo, creéme. Tiempo es precisamente lo que nos va a sobrar. Vamos a escuchar entonar por dentro y por fuera el yo-mea-burro: yo-pipí-caballito. El aburrimiento es el mejor de los canvas, sobre todo si viene acompañado de la serenidad, que no está siendo el caso. Así que el primer mensaje que UNA recibe es el de que lo que toca ahora es estar serena. Esto es lo que hay. Soltar el control de un fenómeno que escapa a nuestra voluntad y limitarnos a lo que sí queda a nuestro alcance: 

Ser la vacuna.

#yosoylavacuna
#yomequedoencasa
#yomelavolasmanos 
#yonometocolacara

El mensaje en el virus es una lección vital. 
La eLECCIÓN es nuestra.



Como madre, UNA siente ya la presión de convertir el confinamiento en un parque de atracciones. Por whatsapp y redes sociales, nos han llegado estos días muchas ideas para organizar la cuarentena con sugerencias de actividades, juegos e ideas creativas para entretener a los niños sin cole. La tendencia, parece, es convertir el salón en un campamento de verano. 

Pues bien, el segundo mensaje que a UNA le llega encerrado en el virus, es el siguiente: La vida-antes-del-virus era estresante. De hecho, el virus nos encuentra con las defensas bajas por el estrés. No convirtamos, pues, la vida-durante-el-virus en un estrés añadido; en una carrera por ver a qué mamá se le ocurren las ideas más creativas, más estimulantes y menos perjudiciales para los vecinos; en un maratón de fotos en instagram que haga sentir inadecuadas a las miles de madres que estos días luchamos simplemente por sobrevivir. ¡Sobrevivir! De eso se trata. No es éste el momento de la rigidez, sino de la flexibilidad. Tiene que haber tiempos muertos. Horas de pipí-caballito. Tiempo para no hacer nada. 

Si no ahora, ¿cuándo? 

Me refiero a que el miedo al vacío puede hacernos caer en la tentación de pasarnos la cuarentena rellenando huecos con listas de cosas por hacer. ¡Esto ya lo veníamos haciendo: Hagamos algo diferente! La desazón del aburrimiento puede llevarnos también a colgarnos de las redes sociales y del whatsapp que van a más velocidad que el virus. Quizás sea el momento de rescatar todas esas ideas que tenías en la trastienda de tu mente y que dijiste que algún día materializarías. O quizás no. 
Un día. 
Después otro día. 
Este virus viene a recordarnos que la vida es ahora: no hagamos planes a medio o largo plazo, porque no se sabe. Abrazar la incertidumbre, que se deja abrazar a modo de cactus, es lo único que nos queda.



El otro mensaje que me grita alto y claro el virus es que, cuando las cosas se dan por sentado, se pierde la gratitud. Y cuando se pierde la gratitud, se pierde la alegría. 

A UNA el comienzo de esta historia no la pilló precisamente en un buen momento. La creatividad es siempre un buen termómetro del estado de ánimo, y este blog el barómetro de mi creatividad. El que me siga, pues, sabría que UNA no estaba del todo bien ya en su vida-antes-del-virus. El virus me trae encerrado el diagnóstico: Cuando no hay razones para la alegría es porque no hemos hecho sitio a la gratitud. Cuando no hay gratitud, es porque estábamos dando por sentadas las rutinas. 

¡Oh, las rutinas!


¿Te acuerdas cuando dejabas a los niños en el cole y te ibas a tu clase de yoga? Lo dabas por sentado y probablemente no apreciabas el lujo que era: Pues ahora ya no puedes. ¿Te acuerdas cuando llevabas a los niños a fútbol y te ibas a tomar un té tranquila y a leer mientras ellos entrenaban? Nunca te paraste a apreciar el placer que el momento producía en tu cuerpo: Pues ahora ya no puedes. ¿Te acuerdas cuando un miércoles cualquiera le anunciabas a los niños que hoy, en vez de tareas, os ibáis al cine? ¿¡Con palomitas!? ¡Sí, con palomitas! Ya no puedes. ¿Te acuerdas cuando una amiga estaba mal y, mientras te lo contaba, rompía a llorar, y tú la abrazabas y sentías que el abrazo os proporcionaba consuelo a ambas? Pues ahora ya no puedes. Ahora tienes que confesarle desde lejos que, como en la canción de Víctor Manuel, no sabes adónde irá ese abrazo que no pudiste darle.



Este virus nos está sacudiendo por los hombros y nos está diciendo a gritos:

¡La alegría exige apreciar lo que tienes y apreciar lo que tienes exige no darlo por sentado! 

No es momento ahora de hacer política. No es momento ahora de reprochar, de culpar, de lamentarnos. Es momento de no cometer el mismo error que veníamos cometiendo: El de dar las cosas por sentado. Es el momento de la gratitud. Si tienes que quedarte en casa, agradece que tienes una casa donde quedarte. Si todos los que se quedan en casa contigo están bien, agradece porque hay muchos -cada vez más- que están mal. Si estás leyendo este post que UNA ha escrito en Una_Vida_hoy_no_tan_Mundana, agradece porque eso significa que cuentas con conexión a internet. Si tienes la nevera y la despensa llena, agradece. Si tienes la suerte de que tu trabajo no vaya a verse afectado por esta crisis como va a pasar con el de tantos y tantas, agradece. Ya que tienes la suerte de vivir en un país con un sistema sanitario digno de reconocimiento, sal a ese balcón a aplaudir cada noche y agradece. 
Como dice el maestro Thich Nhat Hanh, se nos olvida cómo sería la vida con dolor de muelas: La felicidad es darnos cuenta de que no nos duelen las muelas hoy. 
Las cosas siempre pueden ir peor. 
Agradece que no vayan.

Móntate un cine en casa.
Y agradece, sobre todo, que vamos para el verano.