sábado, 4 de diciembre de 2021

Comparar

He sacado la mejor nota de toda la claseHe sacado mejor nota que Fulano (Fulano siendo "niño admirable por excelencia") son boletines de calificaciones habituales por parte de alguno de mis hijos al volver del cole. UNA, que es de letras, los analiza sintácticamente:

La mejor nota = Superlativo

....mejor nota que Fulano...  = Comparativo de superioridad

- ¿Y? 

Quiero decir: A UNA le importa tu nota, no la del resto de la clase, y ciertamente a UNA se la trae al fresco la nota de Fulano (Fulano, no te lo tomes de manera personal, que no es contigo). Intento explicarle a mi hijo la diferencia entre valor absoluto y valor relativo. El valor absoluto, pongo por ejemplo, es que mamá grite: eso es MUY molesto. El valor relativo es que papá grita más que mamá. ¿Hace eso menos molesto el grito de mamá? 

Menos molesto que = Comparativo de inferioridad

¡No, ¿verdad?! Los gritos de mamá son igual de molestos y dañinos. Pues eso, que tu nota no es buena porque sea "la mejor".

Lo que intento hacerles ver es que comparar es un hábito mental que, además de ser una quimera porque pretende restarle o añadirle importancia a la verdad absoluta de las cosas, es altamente perjudicial. Comparar está en la base de muchas de las pequeñas mierdas diarias que empañan el bienestar. Comparison is the thief of happiness, dijo Brené Brown.

El juicio, sin ir más lejos, es un comparativo de igualdad en negativo: enjuicias a el-otro-que-no-eres-tú o bien porque no es como tú, o bien porque no hace las cosas como tú. Esa es básicamente la única razón por la que el otro merece tu juicio, porque al compararlo en igualdad está en negativo: no piensa como tú, no viste como tú, no actúa como tú crees que actuarías en sus circunstancias o como tú crees que debiera actuar. En realidad, el juicio no es un comparativo de igualdad, sino de superioridad: no es otra cosa que un "yo-soy-mejor-que-tú" disfrazado de "yo-llevo-la-razón". Si me creo con derecho a juzgarte, es porque estoy comparándome contigo y me creo superior. El racismo, el machismo o la homofobia son todos comparativos de superioridad, fenómenos sociales harto complicados que al final se reducen al triste acto mental de comparar: "mi raza es mejor que tu raza", "los hombres son mejores que las mujeres" o "mi orientación sexual es mejor que la tuya". De 1º de Básico de Comparación.

La envidia es otro comparativo que, a su vez, hace un cambio de sentido para acabar disparándote a ti. No eres tan buena en tu trabajo como esta, eres mucho peor madre que aquella, por qué no puedo tener lo que tiene esa (su tipo o su piel o su edad o su relación de pareja o sus hijos o su sueldo o su casa). Comparar te roba la distancia que precisas para la gratitud, para apreciar lo que TÚ disfrutas en valor absoluto, millas antes de donde empieza la comparación con este, con aquella, con esa.

La nostalgia, con sus crestas de amargura y acidez, es una comparación con tus yos-pasados. Cualquier tiempo pasado fue mejor es un pensamiento que puede arruinarte envejecer y, desde luego, te evita estar presente en la vida de tu yo-ahora que, por cierto, irónicamente será objeto de tu nostalgia de mañana.

Si tratásemos de ver el valor absoluto de las cosas y, sobre todo, de las personas, haciéndonos conscientes para poder despojarnos del hábito mental de compararlo todo y a todos con nosotros, entre ellos, o con nuestras otras versiones, quizás - como dice Brené Brown- seríamos más felices. Por eso, cuando mi hijo me dice he sacado la segunda mejor nota de la clase, le hago ver que está comparando y que la comparación le resta valor a su nota. Y mi hijo pone los ojos en blanco. Y UNA, aburrida de UNA misma, piensa: 

-Antes no le cargaba como le cargo ahora. 😓

Comparativo de nostalgia por el yo-no-adolescente de mi hijo.


Photo by Kseniia Samoylenko on Unsplash




jueves, 18 de noviembre de 2021

La cara vista

Ahora que ya llevamos más de dos meses buscando vivienda y visitados entre 20 y 30 inmuebles, me he familiarizado con el lenguaje decorativo, por no decir engañoso, de los anuncios inmobiliarios. Os traduzco:
Allá donde diga "cocina coqueta" puedes esperarte una cocina realmente pequeña, cuando no diminuta. Olvídate de llevarte la Thermomix. No cabe.
Si el piso anuncia 4 "habitaciones" (y no especifica "dormitorios"), cuando llegues, encontrarás que una de las habitaciones es en realidad un mini-office adherido a la cocina (¡sorpresa!), o bien que la supuesta cuarta habitación ha sido incorporada al salón (¡tárá!¡magia!), o bien que se trata de una mini-celda en la que apenas cabe una mesa de despacho de canto.
Si el anuncio comienza con la palabra "magnífico" piso o "fantástica" casa, tú no te conmuevas porque estos vocablos insertados en un anuncio inmobiliario significan literalmente NADA: hemos visto auténticos cutreríos calificados como "fantásticos". Magníficos cutreríos eran.
Si el piso se anuncia como "amueblado", prepárate para la nostalgia: verás los muebles del piso de tu tatarabuela aderezados, eso sí, con alguna chuchería del IKEA.
Donde diga "salón muy luminoso", puedes ciertamente esperarte que el resto de las estancias sean interiores y oscuras. Llévate linterna a la visita.
Los metros cuadrados expresados en anuncio siempre corresponderán con los construidos. Los útiles ya son otro cantar.
Si especifica que "se admiten mascotas", asegúrate de echarle un buen vistazo al suelo, pues con toda seguridad la propiedad ya no apuesta por él.
Si el piso necesitara “una pequeña reforma”, te aconsejo que ni te molestes en ir a verlo. Está en ruinas. Escenario post-bélico.
Donde diga “rodeado de todo tipo de comercios y zonas de ocio”, comprueba que las ventanas tengan doble acristalamiento pues la zona viene amenizada con ruido de fondo.
Si está “a 10 minutos del centro”, arranca el coche o ve sacándote el bonobús.

En cuanto a las fotografías que incluyen los anuncios, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Los verdaderos héroes de esta historia son los fotógrafos que, merecedores de un Óscar, terminan perdiéndose en el anonimato.

Sígueme para más consejos. 

En fin, lo que concluyo es que, poco más o menos, los anuncios inmobiliarios son para las viviendas una metáfora de lo que las redes sociales son para las personas. ¿O no? Publicamos "la cara vista del anuncio de Signal" de la canción de Mecano: UNA no publica en Facebook una foto del día que no salió de su pijama y acabó llorando en el suelo del cuarto de baño; de hecho, ese día no hubo selfie que valga. UNA publica la foto del día que subió 3000 metros de montaña y estaba radiante tras su hazaña. UNA no publica la foto del día que odiaba a todo el mundo y toda la gente; UNA publica la foto del día que salió perfectamente maquillada y peinada (que puede que coincida, de hecho, con el único día que salió). Así somos. Así nos vendemos.

¿Qué pasaría si hablásemos abiertamente del día del pijama en el suelo del baño o el día en que nos sentimos agraviadas por todos? ¿Cómo sería el mundo si osáramos a ser vulnerables, a mostrar de cuando en cuando la cara oculta del anuncio?

Nosotros tuvimos una adolescencia más auténtica. Lo que UNA teme es que mis hijos, que atraviesan su adolescencia entre Instagram y Tiktok, lleguen a creerse la cara vista del anuncio de Signal y piensen que la cara oculta sólo habita en la-casa-de-UNA o en la familia-de-5 y lleguen a sentirse peores o diferentes por ello. Y como mis hijos, los tuyos.

Enseñémosles a leer entre líneas: que cuando vean la "coqueta" foto de su "magnífica" amiga de mirada "luminosa" con su "fantástica mascota", rodeada de likes y followers, nuestros adolescentes tengan la cabeza suficientemente bien amueblada como para discernir que es pura "decoración"; que tantos followers son "construidos" y no "útiles"; que muchos de los likes son mero "ruido de fondo"; y que magnífica y fantástica, en fotos sociales, no significan NADA. 

Antes de decidirse a alquilar, hay que visitar la cara oculta del anuncio.



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martes, 16 de noviembre de 2021

Aquí cabemos todos

El blog Premios Blogdeldia, que descubre y premia los mejores blog de la blogosfera, nos ha premiado con esta insignia:


Blogueros apoyando a blogueros.
Escritores leyendo.
Lectores escribiendo.
Aquí cabemos todos.
Agradecida 😊

Os invito a que leáis la entrevista que publican:



jueves, 11 de noviembre de 2021

Yo en tu lugar

Recuerdo la escena como si hubiera sido ayer. UNA rozaba los veintitantos y estaba tratando de tomar una decisión. Ella, una amiga, me dijo:

- Piensa en ti cuando la tomes. Que tú seas tu única baza porque, ¿sabes?, nadie va a dar un duro por ti, ni siquiera tu pareja.

Pensé, joder, ¡qué dura! y la juzgué agriada por la decepción.

Quizás la que esté agriada ahora sea UNA pues lo cierto es que este consejo se me ha repetido en forma de eco en varias transicciones de la vida. Es que no empatizamos, me dice otra amiga. 

Realmente no empatizamos.

UNA tenía un problema sobrevenido y tuvo que cancelar un plan. Eso afectaba al plan. Para el resto de las participantes, el problema era efectivamente cómo mi cancelación afectaba al plan, pero el problema sobrevenido de UNA se la traía al fresco. UNA estaba indignada y triste. Realmente no empatizamos. A su vez, UNA estaba tan imbuída en su propio problema sobrevenido que se sentía incapaz de empatizar con cómo su ausencia afectaría al plan. Y es que empatizar requiere de grandes dosis de energía. Hay que hacer el esfuerzo.

Una maternidad positiva pasa por empatizar. Por eso a veces, algunas veces, somos malas-madres; porque estamos tan cansadas que a veces no nos queda la medida necesaria de energía para hacer ese esfuerzo que requiere empatizar. Por eso, y porque traemos puesto un orden del día en la agenda, y es difícil saltárselo para empatizar con tu pequeño, y mucho más difícil con tu grande.

Imagínate que has quedado con amigos para pasar un día idílico con los niños, pero los niños -aún pequeños- no se alínean con tus planes. Tienen hambre antes de que os hayáis sentado a comer, o están cansados antes de que estéis preparados para iros, o se aburren e interrumpen repetidamente vuestras conversaciones con molestas quejas y llantos que pudieran llevar a tus amigos a pensar que tus hijos están fatal educados. ¡Qué mal se están portando! ¡Qué guerra están dando! ¿Verdad? 

Llegas a casa del trabajo y preguntas a tu canguro o a tu pareja:
-¿Qué tal se han portado? 

¿Y tú, mami?
¿Qué tal te has portado tú?


Un niño no se porta mal, un niño es un niño. Si crees que un niño se está portando mal, es porque no estás empatizando con el niño. Ni el niño contigo, pero tú eres la adulta. "Portarse" es el verbo anti-empatía por excelencia. Lo usamos sólo para los niños, nunca para los adultos, pero UNA te asegura que durante la infancia de mis tres hijos, la que peor se ha portado de los cuatro ha sido UNA.

Con un adolescente es incluso más difícil empatizar. Un déjame-en-paz o un qué-pesada-eres es tan desagradable y dispara tantas heridas en ti que es harto complicado encontrar la manera de alzar un puente hasta tu hijo, de entender que lo estás agobiando con tu forma de estar encima de él intentando encontrar resquicios del chiquillo que fue.

Empatizar, educando en respeto, consiste en ponerse las lentes del otro y ver el mundo desde la visión del otro. A menudo creemos que estamos empatizando cuando damos consejos: Yo en tu lugar haría esto, yo en tu lugar haría lo otro. Sin duda con buena intención, lo que estamos haciendo no obstante es seguir llenando silencios hablando de nosotros: yo-en-tu-lugar equivale a un Pues yo..., Pues a mí..., Pues conmigo.

Con los hijos, lo hacemos todo el rato. Confundimos aconsejar- cuando no reñir- con educar, sin darnos cuenta de que educar habría de consistir principalmente en empatizar. Tu hijo te cuenta que está muy nervioso porque tiene un examen de inglés:
- No te preocupes, ya verás cómo te va a salir bien.
La intención es buena, pero lo que hacemos como hábito es quitarle importancia a su problema, como el que se sacude una mosca de encima, sin ver el mundo desde sus ojos, sino desde el de nuestra experiencia de adultos, invalidando la importancia que seguramente tenga para él.

Empatizar es mucho más profundo. Mucho más difícil. Requiere dejarse la agenda en casa. Requiere dejarse las lentes propias en casa, dejarse el yo-en-tu-lugar en casa, y realmente calzarse los zapatos de el-otro-que-no-eres-tú y ver el mundo a través de sus lentes. 

Entonces sí. 

Entonces entender que no necesito que te pongas en mi lugar. Entonces darte cuenta, realmente darte cuenta, de que no necesito que me des tus consejos por mucho que vengan envueltos en buenas intenciones. Sobre todo no necesito que me juzgues. Lo que necesito es que te remangues y me hagas la cama, no que me digas que me calme. Necesito que des un duro por mí y me hagas recuperar la fe agriada. 

Con los dedos de una mano, puedo contar la gente que conozco que realmente empatiza, y me sobran dedos. Perfectamente consciente de que UNA no es precisamente uno de esos dedos -ahogándome como suelo en los dramas propios- la maternidad me hizo, no obstante, desear aprender a empatizar y creer firmemente que empatizar es el hilo invisible que hace de nosotros un tejido. Seguimos aprendiendo.

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jueves, 28 de octubre de 2021

Rendirse al caos

Una de las entradas más leídas de este blog, la de El espacio dentro de la piel, se hace con el lema de una conocida película que versa así:

Rendirse no es una opción.

UNA siempre ha abogado por este lema:
UNA forever tries.

Sin embargo, UNA viene contradiciéndose en las últimas semanas, encontrando matices y bueno, dependes a esta receta magistral. Os contaba en Las cosas que UNA anda mudándose, y en el caos de las cajas de cartón que pueblan el salón y la incertidumbre de dónde vamos a estar viviendo la-familia-de-5 en breve, me ha recuperado la ansiedad, se ha hecho otra vez conmigo, como una vieja amiga con un puntito de mala leche que retorna con ganas de charlar en mitad de la noche. La ansiedad, ya os lo he contado en las muchas entradas en las que os he hablado de ella, siempre me pone de rodillas, viene a humillar, a bajarle los humos a la prepotencia de la superwoman que se cree que puede con todo y no puede con todo. Pero, como digo, también es amiga y trae con ella el recuerdo del autocuidado, el freno que baja necesariamente el ritmo, el antídoto contra el perfeccionismo y la ilusión de control. 

Mientras, a tu alrededor, todos los que te quieren y te perciben ansiosa, no pueden evitar sentir cierta incomodidad. La ansiedad no es atractiva, sino todo lo contrario, y es una gran incomprendida. Relájate, Tranquilízate, Tómate las cosas de otra manera, y un largo etcétera de bienaventuranzas son los mensajes que me rebotan estos días desde un entorno que parece tener claro cómo debería estar UNA sintiéndose. Decirle a alguien que padece de ansiedad que se tranquilice es como decirle a alguien a quien le duelen las muelas que no le duelan:
-Vamos, hombre, deja de dolerte las muelas.
Me sale a gritos -la ansiedad a menudo se pasea vestida de enfado y las putas hormonas no ayudan- el no-lo-puedo-evitar de la película Las amistades peligrosas: cómo se siente UNA no es una elección consciente ni deseada como tampoco un dolor de muelas se padece a propósito, ¿no?
Avergonzada te cuento que Dolfete hijo3 el otro día me decía:
- Mamá, debe de ser una porquería vivir siempre preocupada. Me dejó callada.
Pues sí, es una porquería.

En fin, el caso es que fue en uno de estos encuentros con una bienintencionada compañera que se acercó a tratar de aliviar mi desazón, cuando espeté: - Tengo que rendirme al caos. Rendirme, ¡lo ví!, es la salida del agujero. Rendirme al desorden que acampa en mi casa estos días. Rendirme a no saber cuándo y cómo (o si, clama la ansiedad) encontraremos dónde vivir. Rendirme a todo lo que no puedo controlar en estos días de transición. Rendirme a la sensación de inseguridad que conlleva la falta de rutina. Rendirme a la imperfección que lo tiñe todo. Rendirme al caos que acompaña el cambio.

¿Te acuerdas del posparto? ¿Te acuerdas cuando todo el mundo tenía claro CÓMO DEBÍAS SENTIRTE y tú no tenías ni idea de cómo te sentías (y las putas hormonas no ayudaban)? ¿Te acuerdas cuando se te suponía feliz y satisfecha con tu nuevo recién estrenado bebé, y tú te sentías aún incómoda en tu nueva identidad de madre que en esos momentos consistía en un eclipse de tu persona, en no saber cuándo o si íbas a volver a dormir, cuándo o si las cosas recuperarían ciertos tintes de normalidad? Disfrutar de tu bebé en los primeros meses de madre pasa necesariamente por rendirse al caos.

Este pensamiento de rendirse al caos me trajo de vuelta la pandemia. Dicen que con la pandemia se han disparado los casos de ansiedad y depresión. ¡Pues claro! UNA te lo está contando. Todas esas nuevas víctimas de la ansiedad son aquellas que antes de la pandemia se aferraban a la apariencia de control y al perfeccionismo, a la certidumbre y el sentido del orden; y esto es precisamente con lo que arrasó la pandemia, con la certidumbre y el sentido del orden, así que el que ya no se puede agarrar al espejismo (espejismo es la palabra) de estabilidad del control ni al perfeccionismo, se ahoga en desasosiego y abatimiento. Sólo queda rendirse. Rendirse al caos. Rendirse no sólo es una opción. Rendirse es LA opción. Curiosamente ése es el único antídoto que, a quien tiene la fortuna de no padecer de ansiedad, le viene de fábrica. El que te aconseja que te tomes las cosas de otra manera nació rendido al caos.

Esta consigna, de hecho, ha de trasladarse a la vida en general, pandémica o no, en la que la incertidumbre todo lo puebla. Tantas cosas no dependen de ti. Vivir mismamente no depende de ti. Sabes que vas a morir, pero no sabes cuándo ni cómo. Sabes que todos a los que quieres van a morir, pero no sabes cuándo ni cómo. Tantas cosas escapan a tu control. La vida es una gran dosis de caos. La serenidad pasa necesariamente por rendirse al caos. Levantar las manos en señal de rendición. Hacer las paces con el hecho de que no puedes controlarlo todo:

El hecho de que, de hecho, no puedes controlar apenas nada. 


Y dejarse mecer por el pulso del mundo. 
Por esa especie de orden natural que se deja intuir en el vaivén de las olas en el mar y en el vaivén paralelo de tu respiración.
En las lunas y en las estaciones.
Como cuando en el posparto te ponías a tu bebé sobre el pecho y tu respiración se acompasaba con la suya.
En medio del caos, un momento de serenidad te susurraba:

Todo está bien.
No hay nada que hacer.
Nada que sujetar.
Nada que controlar.
Respira.
Todo está bien.


Hoy os regalo un poema de UNO que fue mucho más allá de rendirse al caos y se rindió del todo.
En Versos Mundanos, El suicidio.



viernes, 22 de octubre de 2021

La boca prestada

Estábamos viendo un partido de fútbol de Gusi hijo2. En las gradas había una madre teñida de amarillo-bayeta gritándole al árbitro auténticas barbaridades delante de su hijo y de los hijos de los demás padres y madres que la mirábamos abochornados. ¿Quién tuviera una boca prestada- pensé- y pudiera encararse con esta energúmena y decirle a la cara que provoca vergüenza ajena, que está haciendo un ridículo espantoso y que ojalá le reventaran la boca de un balonazo? Pero nos limitábamos a compartir miradas cómplices y a negar en desaprobación silenciosa con la cabeza. 
En eso consiste la educación, pensé también, en callarte lo que realmente piensas.


Es cierto, ¿o no? La infancia no tiene filtros. Parte de lo que hacemos al educar a nuestros hijos es enseñarles a cuándo se tienen que callar, cuándo no está bien visto decir lo que piensan. En realidad, vamos recortando las alas a la espontaneidad infantil. Todo el que tiene hijos recuerda ahora con ternura escenas que en su momento vivió con tremendo rubor de su hijo soltando por esa boca lo primero que se le cruzaba por la cabeza. UNA así, a voz de pronto, recuerda a Paul hijo1 preguntándole a mi amigo "¿y tú por qué estás tan gordo?", o llamándole con 4 años a una señora "puta" en su afán por poner a prueba su recién aprendida palabrota. 

En ese caracter regresivo a la infancia que impregna la tercera edad, los viejos también se van despojando de filtros adquiridos en la educación. Los criterios que dictaron la selección del contenido que escapa de sus bocas empiezan a ser sustituidos por un digo-lo-que-me-da-la-gana y me da igual a quién se lleve por delante mi discurso: me importa un comino, un bledo, un pepino, un rábano y todo el huerto. Llevo callado toda la vida y no me ha merecido la pena, parecen confesar. La vida es mucho más divertida cuando sueltas lo que piensas.

Cuando viví en Inglaterra, percibí enseguida que, además de un tema de edades, se trata de un tema cultural. Recuerdo una de mis primeras reuniones de trabajo. En la salida, un compañero me comentó: 
- ¡No veas la que se ha liado ahí dentro! 
UNA, recién llegada al país, se desconcertó pues no había percibido síntoma de lío alguno. Nadie había dicho nada improcedente, nadie había levantado la voz, nadie se había despeinado. Y es que los pullazos británicos van disfrazados de una capa de ironía y sarcasmo difícilmente perceptible desde el más inocente, impulsivo y directo insulto nacional español.

En esto siempre hay grados, claro está, que van desde la espontaneidad más absoluta hasta la corrección política más pulcra. Pongamos, por ejemplo, un campo frecuentemente minado como es el de las relaciones nueras-suegras (lo cual daría para otro post, uno que aliviaría ciertamente mucha pesadumbre en las madres jóvenes): Hay quien en estas aguas pantanosas abogaría por el "más vale ponerse una vez colorada que ciento amarilla"; y hay quien sin duda defendería el mantenimiento de ciertos protocolos que incluyan un alto grado de hipocresía en aras del equilibrio doméstico y matrimonial. Interesante tema de debate, cuando menos.

Además de edades y culturas, también la educación nos enseña a distinguir registros. Mientras que uno de los halagos más memorables que UNA ha recibido me vino de una colega que me alababa que UNA escuchara, callara y sólo hablara para destilar alhajas, Peter me acusa habitualmente de "no callarme ni una". A UNA sólo le queda agradecer a la madre naturaleza que, como especie, carezcamos de cráneos transparentes y cerebros descodificables pues si Peter pudiera ver todo lo que UNA calla, Peter ciertamente no daría crédito. Hay cerebros más productivos que otros en cuanto a verborrea mental se refiere, y el de UNA no goza de tregua. 

A veces, no obstante, aunque fuera por puro desahogo o por contribuir al equilibrio de la justicia en la tierra, agradeceríamos tener una boca prestada que nos permitiera decir, al más puro estilo infantil, las cosas que pensamos tal como las pensamos, a la madre del pelo amarillo-bayeta o a tu propia madre; al compañero de trabajo que te está poniendo difícil lo fácil o a tu propio hijo; a ese desconocido que invade tu espacio vital o a tu amiga del alma que no hizo el esfuerzo de empatizar; al vecino que canta durante tu siesta, al alumno que cree que es tu único alumno o a la tipa que escribe en un blog reflexiones sobre su vida mundana que no interesan a nadie más que a la tipa de la vida mundana. 
Y quedarte tan pancha pues la boca era prestada. Tu boca nunca diría ESO tan feo que has pensado porque tu boca está bien educada. Tu boca, de hecho, negaría que has pensado ESO tan feo que ha dicho la boca prestada.

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A raíz de la anécdota de la madre que increpaba al árbitro, os dejo este podcast sin desperdicio sobre el fútbol y los padres de Carles Capdevila en Educa como puedas:

jueves, 14 de octubre de 2021

Sobre la ética: pringaos o caras

Photo by Edouard Gilles on Unsplash

El verano pasado tuvimos una "animada" conversación con Paul hijo1 (15).  Éste era el tema: con sus amigos, cogían el trenecillo (un tren de cercanías) en la estación más cerca de casa y se bajaban un par de estaciones más allá, en un centro comercial. Mismo recorrido a la vuelta. Ambas estaciones no cuentan con control de billetes, ni en un extremo ni en otro, ni mecánico tipo torno, ni humano tipo revisor. Así que mi hijo y sus amigos por supuesto no compraron el billete e hicieron el recorrido gratis, porque si no, serían "unos pringaos" además de dos euros y pico más pobres.

Nosotros intentábamos hacerle comprender que no se trata de si tienes que enseñar el billete o no; se trata de hacer lo-correcto, y lo-correcto es pagar por el trayecto que recorres. Hacer lo-correcto en este caso, por lo visto, es de pringaos: ¿Pero por qué vas a pagar si puedes ir gratis?, era todo el argumento que esgrimía el razonamiento adolescente de mi hijo. UNA no daba crédito (¡sobre todo porque a éste lo he educado yo!): 

¿Porque es lo que hay que hacer? 
¿Porque es lo que está bien?

Pero UNA, que no desaprovecha oportunidad de darle vueltas a las cosas en su cabeza, es perfectamente consciente de que la honradez es un dial. Es decir, UNA le reprocha a su hijo que se suba al trenecillo sin pagar, ¡eso nunca lo haría UNA! y, sin embargo, UNA domina a la perfección el recorrido digital que va desde que una amiga me recomienda un libro hasta que me lo descargo en mi dispositivo electrónico sin pasar por caja. Eso -UNA lo sabe- no es "lo-correcto" ni está bien. Y, sin embargo, lo hago con cierta regularidad y probablemente lo siga haciendo después de este post- UNA confiesa. Eso significa que mi dial de la honradez se coloca a la izquierda de un viaje gratis en tren pero a la derecha de un libro gratis en internet. Para alguien cuyo dial se coloque a la izquierda de ese libro, lo que UNA comete no es sólo un delito sino una incoherencia (ya que trato de educar a mi hijo en lo contrario) y una falta de solidaridad hacia el-que-crea (que redobla el delito cuando UNA también se empeña en ubicarse en la esfera creativa).

Aquí de lo que se trata es de decidir, a ser posible de forma consciente y basada en valores elegidos, dónde situar el dial y de acuerdo a qué criterios determinar esa ubicación. Aun así, lo-que-está-mal no deja de estar mal, y lo-incorrecto sigue siendo lo-incorrecto. No obstante, comprender los motivos que llevan a alguien a actuar de determinada manera quizás pueda evitar juicios corrosivos: normalmente se trata de creencias que son diferentes a las nuestras. UNA tiene la creencia de que el que paga en el tren sin torno ni revisor es un ciudadano cívico; el adolescente no sostiene esa creencia sino la de que el que paga en el tren sin torno y sin revisor es un pringao. UNA ni siquiera tiene hueco entre sus creencias para el concepto de "pringao".

Y luego están los caras. En esos sí cree UNA porque los ha sufrido. Ahí está la gente que no tiene valores ni educación ni a menudo creencias; la gente que se salió por un extremo del dial de la honradez con el estandarte de todo-vale. El concepto de "lo-correcto" hace tiempo que se les quedó desfasado o quizás no lo esgrimieran nunca. Los caras se abigarran bajo la corteza humorística de la picaresca española. Orgullosos de su condición de lazarillos, ni siquiera se cuestionan para qué van a pagar impuestos cuando pueden hacerlo en negro, sería de pringaos. Los caras contribuyen a la mala fama del funcionario-en-desayuno-permanente y el funcionario-de-baja-permanente mientras muchos funcionarios sin fama hacemos las cosas bien porque hemos heredado y abanderamos el legado de la honestidad. Los caras encuentran todo estilo de justificación para la mentira, la infidelidad, la deslealtad y la traición. E incluso muchos carecen de la necesidad de justificarse. Sobre todo mientras no les pillen.

Mi hermAna precisaba de una medicación que necesariamente habría de conservarse en frío y la llevaba encima en una neverita a pilas. En medio de su jornada laboral, se quedó sin batería. Tuvo que tomar prestadas pilas de repuesto en la oficina. Al día siguiente, compró las pilas y las repuso. No se justificó diciendo que un par de pilas a la empresa no le iban a suponer nada. No se escudó en el argumento de que, puesto que la neverita la tenía que trasladar a su puesto de trabajo, el centro habría de cubrir los gastos de la misma durante el horario laboral. No disfrazó las pilas prestadas de minucia sin importancia. Las compró y las repuso de inmediato, sin dilación, sin ni siquiera cuestionárselo. Ahí queda definida la ubicación exacta de su dial. Si el dial de todos, incluida y sobre todo la clase política, estuviera en ese lado de la ética, la vida en sociedad fluiría sin trabas. 

Ya no somos adolescentes. Personalmente, UNA prefiere ser una pringá, sin torno ni revisor, que una cara. Ahora toca hacerle entender a los hijos que ser honesto y hacer lo-correcto no significa ser un pringao; que esa definición sólo se sostiene en la inversión de valores que caracteriza nuestro tiempo. Al final, ése es el problema en la base de la corrupción: los valores invertidos. Estamos criando hijos en una sociedad que tiene los valores invertidos, inversión que encima se hace eco en las redes sociales que ellos tan bien manejan. Se nos ha complicado bastante la cosa.


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viernes, 8 de octubre de 2021

Las cosas

En breve la familia-de-5 tendremos que mudarnos y UNA ha empezado ya a recoger las cosas y, al hacerlo, rebrota el síndrome de Demasiado y con ello, la ansiedad. 

No somos conscientes, en el día-a-día occidental, de que hemos convertido vivir en acumular. Cuanto más mayores somos, más cosas tenemos. La única ventaja, fíjate lo que te digo, de que nuestros hijos crezcan pegados a una pantalla, la única, es que como resultado tienen pocas cosas, probablemente muchas menos de las que nosotros tuviéramos a su edad, ya que muchas de sus posesiones son virtuales y les caben en un dispositivo de bolsillo. ¡Qué paradoja ver esto como ventajoso!

No somos conscientes tampoco en el día-a-día occidental de que el mundo se ha convertido en un escaparate. Las ofertas nos llegan cada vez que encendemos el móvil o abrimos la tapa del portátil. No hace falta ya salir de casa para ir de tiendas: la montaña viene a mahoma. Esta mañana me llegaron a través del whatsapp dos anuncios distintos de bolsos. Los dos bolsos me encantaron. A punto estuve de encargar uno. O los dos. Pero ¡ay, amiga! me estoy mudando y las cosas me pesan. Me están pesando. Así que decidí no encargar uno. Ni el otro. Porque no tengo necesidad de bolso. Me entró la necesidad a través del whatsapp.

No se trata sólo de la constante creación de necesidades por parte del mundo-escaparate. Se trata también de que comprar es una terapia (shopping therapy) que, a diferencia de otras vías de escape, es socialmente aceptable, incluso admirable en determinados círculos. Pero no te engañes, la adicción puede ser tan poderosa como la de una droga. Comprar produce cierta sensación de control y es ésta una sensación muy codiciada en épocas de incertidumbre: que se lo cuenten a Amazon durante el confinamiento pandémico. 

Quizás no compraríamos tanto y poseeríamos menos si no perdiéramos de vista el hecho irefutablemente cruel de que las cosas nos sobreviven. Hace unos días murió una tía mía muy querida. Fuimos a la despedida y el cuerpo estaba allí en exhibición al estilo de nuestra cultura-de-la-muerte. UNA pensó dos cosas. UNA pensó: ¡qué sola está! Sola, al otro lado del cristal, al otro lado de la vida, mientras todos-los-otros-que-no-somos-ELLA estamos a este lado del cristal, a este lado de la vida, mirándola, llorándola. Nacemos solos, vivimos solos, morimos solos. El otro pensamiento que acompañó a esta angustia fue: ¡qué desnuda se va! No se lleva nada. Todas sus cosas, T-O-D-A-S, la sobreviven. Nada te llevas. Todo se queda. ¿No es en cierto modo humillante que el materialismo que nos rodea perviva mientras lo-que-de-verdad-importa muere? Si este pensamiento te desasosiega, siempre puedes irte de compras-terapia.


Las cosas, mejor dicho, nuestro afán de poseerlas es además lo que se está cargando el mundo. Somos muchos y todos tenemos muchas cosas y quisiéramos tener más. De hecho, asusta un poco pensar que, si de repente a todos nos diera un ataque de minimalismo-zen y decidiéramos deshacernos de todas aquellas cosas que no son bellas ni imprescindibles; si, al estilo de Marie Kondo, decidiéramos desprendernos de todo aquello que no nos llena, ¿adónde iría ingente cantidad de basura? Porque somos muchos y todos tenemos muchas cosas.

Desde esta perspectiva, UNA quiere aplaudir iniciativas que quizás hayan surgido a partir de otras chispas, pero que sin duda apuntan a un equilibrio material más sereno. Me refiero, por ejemplo, a aplicaciones compra-venta de segunda mano (tipo wallapop) que, no sólo sirven al consumidor para ahorrarse unos euros, sino al mundo para ahorrarse un producto de desecho y otro producto nuevo-futuro deshecho. En la misma línea otras apps, como toogoodtogo, impiden que se desperdicie comida vendiéndose la pronta-a-caducar más barata.

En septiembre fuimos de senderismo a la montaña. Nos quedamos dos noches durmiendo a la intemperie a más de 3000 metros de altura. Todo lo que quisimos tener a esa altura, tuvimos que cargarlo sobre la espalda. Este ejercicio de selección del contenido de la mochila debiera hacerse obligatoria y regularmente porque, cuando sabes que habrás de cargar con ello y habrás de acarrearlo cuesta arriba, de repente mucho de lo-necesario deja de ser imprescindible y, cuando te quedas exclusivamente con lo-imprescindible, te das cuenta de que no necesitas tanto. No necesitas mucho. Apenas necesitas nada.

Pues eso. Pasamos por la vida acumulando lo-innecesario. UNA no se autoflagela por haber nacido en un mundo-escaparate. De hecho, escribo este post con la-licencia-de-la-incoherencia que me otorgó su autora desde la primera entrada. UNA es la primera que acota un día malo regalándose el placer de una nueva adquisición. ¡Ay, si UNA fuera rica! Pero trato a la vez de despertar a la conciencia que me genera mi mudanza mundana en ciernes. 


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domingo, 19 de septiembre de 2021

El desencanto

Estamos tan entretenidos con la vida que a menudo se nos olvida la muerte y tiene que venir la vida a recordárnosla.

Con la maternidad pasa igual. 
Estamos tan entretenidas siendo madres, criando, "educando", que se nos olvida el abandono que vendrá después. Cuando te planteas tener un hijo, en realidad lo que te estás planteando es tener un bebé: las imágenes que cruzan tu mente son las del bebé-de-anuncio, rosado, sonriente, oliendo a mustela, con manitas y piececitos perfectos. UNA duda mucho que la imagen que cruce tu mente cuando te estás planteando tener un hijo sea la de un adolescente encerrado en un cuarto fétido tumbado en la cama sin camiseta con el reflejo del móvil tatuado en su cara y toda tu vajilla sucia encima de su escritorio. Esto no te lo ves venir, porque estás entretenida criando, "educando". Pero esto llega y es la manera que tiene la vida de irte llevando hacia el abandono que vendrá después, como la enfermedad y la vejez son las maneras que tiene la vida de irte recordando la muerte.

La leyenda urbana dice que, gracias a que se nos olvidan los partos, tenemos más hijos. Pero UNA no se cansa de repetir estos días que, si la vida empezara con el-adolescente, en vez de con el-bebé, probablemente no tendríamos más hijos. 

Durante los años de crianza, me busqué un talismán para cada uno de mis hijos, una imagen que pudiera traer a mi mente cada vez que el chiquillo retara mi paciencia. La imagen de la foto era el talismán que elegí para Paul hijo1. Es probablemente la imagen que cruzó la mente de UNA cuando UNA se planteó tener un hijo: un bebé comestible apoyado en tu pecho, entregado incondicionalmente a ti y el amor más puro despegándose de ti para envolverlo y acunarlo.

Pocos te hablan de la indiferencia que vendrá después, de las malas contestaciones, de la preocupación por sus compañías y por sus ausencias, de las puertas cerradas, de que preferirá no estar contigo, de que sentirá vergüenza por ti. Nadie te habla de que todo esto dolerá hasta el punto de que te harás una coraza de rabia para evitar sentir el dolor de ese abandono insoportable y acabarás convirtiéndote en una máquina-de-reñir todo el día, en una pesada-pesada-pesada. UNA intenta ser consciente de que ésta es la manera ¿sabia? que tiene la vida de llevarme hacia el abandono que vendrá después. No por ello escuece menos el desencanto.

Mientras tanto, me devuelve el recuerdo todos los consejos que se me dieron siendo una madre joven: 
aprovecha el momento que luego vienen curvas, 
disfruta ahora que son pequeños y manejables, 
niños chicos-problemas chicos... 
UNA se acuerda con nitidez de que estos consejos no ayudaron sino a aumentar las dosis de culpa en aquellos días tan largos, tan físicos, con tres críos pequeños que parecía que no se acostaban nunca; aquellos días en que UNA-madre-joven, cansada, agotada, se flagelaba con estos consejos por no estar disfrutando ¡a tope! de los-mejores-días-de-mi-vida, por estar deseando que se fueran a la cama para poder ¡por fin! sentarme por primera vez en todo el día. 

Aprovecha el momento, me decían. 
Disfruta ahora de tus niños chicos

¡Que sí, coño, que sí! Que disfruto, pero también estoy agotada. Déjame estar cansada que no soy la mamá del anuncio:
UNA lleva ojeras.

Ahora, tantos días-de-madre después, y sabiendo lo que viene, ¿sabes lo que UNA-madre-sabia le diría a esa UNA-madre-joven? 

Grita YO hasta la muerte: 
que la entrega a tus hijos nazca de tus valores y no de un espíritu de sacrificio heredado y ensalzado por una sociedad todavía muy machista;
que sigas manteniendo tus sueños vivos y coleando en el trasfondo que te permita el agotamiento físico, que es real, para retomarlos en cuanto haya oportunidad;
que nunca te abandones en la maternidad;
que ser madre sea sólo una faceta más, una de tus caras, nunca la única con la que te identifiques porque ese rol- tal como lo conoces- tiene los días contados;
que la maternidad está muy sobrevalorada y muy mal contada por el negocio que se ha montado detrás (a costa de la culpa de la madre) y que es el que muestran los anuncios.

Mientras lanzo estos consejos al infinito a ver si alguna madre-aún-joven los rescata y se teje una manta con ellos con la que consolarse en los días duros, UNA trata de traer al presente a UNA-adolescente para quizás así conseguir la difícil tarea de empatizar con la transformación sufrida por mi talismán; UNA trata de renovar la promesa del amor sin condiciones y ser compasiva con esa parte de UNA que a día de hoy quisiera imponer ciertas condiciones en ese amor; y UNA busca las maneras de hacer un cambio de sentido -grita YO hasta la muerte- rescatando con urgencia los sueños que guardé en mi trasfondo para no ahogarme en el dolor de este desencanto.

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Tus hijos no son tus hijos,
son hijos e hijas de la vida,
deseosa de sí misma.

No vienen de ti,
sino a través de ti,
y aunque estén contigo,
no te pertenecen.

Puedes darles tu amor,
pero no tus pensamientos,
pues ellos tienen sus propios pensamientos.

Puedes abrigar sus cuerpos,
pero no sus almas,
porque ellos
viven en la casa del mañana,
que no puedes visitar,
ni siquiera en sueños.

Puedes esforzarte en ser como ellos,
pero no procures hacerles semejantes a ti,
porque la vida no retrocede ni se detiene en el ayer.

Tú eres el arco del cual tus hijos,
como flechas vivas,
son lanzados.
Deja que la inclinación,
en tu mano de arquero,
sea para la felicidad.

Khalil Gibran


martes, 24 de agosto de 2021

Linking

Nuestra descendencia no conoce la vida-sin-internet. Ni la conoce ni probablemente la concibe. Es como para nosotros, por ejemplo, la democracia: nacimos con ella y, por mucho que nos hablen nuestros mayores de la dictadura, no somos capaces de concebir una sociedad en la que UNA tuviera que contar con la firma y autorización de Peter para poder viajar. Pues, igualmente, en la realidad mental de nuestros chicos y chicas, no hay cabida para un mundo en el que "míralo en el móvil" equivalía a "busca el tomo correspondiente por índice alfabético de la enciclopedia Salvat (cuando llegues a casa) y a ver si, con suerte, viene".

UNA recuerda con nitidez los comienzos de internet. Mi padre era un fanático de las entonces-muy-nuevas tecnologías y en casa vivíamos estos cambios con conciencia y premura. Recuerdo concretamente el concepto de "enlace", que ahora ni nos planteamos. 
-Tú pinchas y te lleva a otra página- me explicaba mi padre. 
En la cabeza pequeña y curiosa de UNA, no quedaba claro por qué en medio de la lectura de un artículo, quisieras marcharte a otra página antes de terminar de leerlo. ¿Para qué? ¡Te dejabas el artículo a la mitad! 
-Puedes volver si quieres... 
Sí, ¿pero vuelves? ¿O la nueva página tiene un enlace que te lleva a otra página? ¡¿Entonces el recorrido es infinito?! La idea era abrumadora. La idea de hecho, si la tomas desnuda, sin la normalización que le ha aportado el tiempo y la intensidad de uso, es abrumadora. El recorrido, efectivamente, es infinito. Internet es infinito.

Así, de hecho, funciona la mente: un enlace te lleva a otro enlace, y al final te encuentras pensando en vete-tú-a-saber-qué que parece no estar relacionado en absoluto con tu pensamiento original y, sin embargo, has llegado aquí siguiendo trabazones, como ya reflexioné en Rebobinar (ahí va un enlace).

UNA desconoce la teoría que habrá detrás de las modificaciones que la cultura-del-enlace ha tenido que necesariamente provocar en nuestra materia cerebral. Lo que UNA opina es que a la mente humana, de naturaleza ya dispersa, enconarle el hábito de enlazar ha tenido que agravarle su diseminación, esa predisposición innata a desparramarse por el reguero de los pensamientos. Sufrimos todos de déficit-de-atención. No es sólo que este síndrome se haya cebado con niños y adolescentes en las últimas generaciones, sino que en general a todos la concentración nos cuesta sudores porque la tendencia es a desperdigarnos por los enlaces.

Es por eso también que no escuchamos, como lamentaba en Todo oídos (ahí va otro enlace).
Es por eso también que se ha puesto de moda la meditación. La meditación no es otra cosa que un antídoto anti-links: te hace tomar conciencia de que te vas, de que te estás yendo a otra página nueva (o manida, es igual), y te trae de vuelta gentilmente a la página principal.

La clave está en ese hacerte consciente de que te vas.

UNA se tejió un mantra:
Esto es lo que estoy haciendo ahora
UNA trata de aferrarse al mantra para no perderse por enlaces incoherentes que no casan con lo que intencionalmente estoy haciendo ahora. Es más fácil contarlo que practicarlo. Una de las mayores causas de irritabilidad es precisamente la fuerza imantada de los enlaces: imagínate que estás ayudando a tu hijo con las tareas (esto es lo que estás haciendo ahora), pero tienes la mente en que hay que tender la lavadora, hay que preparar la cena y estás deseando sentarte a descansar (éstos son los enlaces imantados). Si dejas que la mente se te agarre a los imanes, con toda probabilidad te irritas, porque no estás en lo que estás.
La serenidad exige presencia
Esta conciencia la gané muy pronto en mi carrera maternal. El problema es que nuestro entorno, sobre todo el virtual que tanto tiempo laboral y de ocio nos ocupa, está empeñado en entrenarnos para irnos, para dejarnos arrastrar por el imán, para salirnos de la página principal y seguir el enlace apremiante. Explícale a un adolescente que esta cultura-del-enlace es la razón por la que no consigue mantener la atención más de un par de minutos: explícaselo cuando no conoce otra realidad que la de irradiarse por la red.


Me dispuse a imprimirlo y enseguida me di cuenta de que la tinta flaqueaba y que necesitaba cambiar el cartucho. Eso me recordó que tenía que cambiar también la bombilla de la lámpara roja que lleva un par de días fundida. Fui a la cocina a coger la escalera pues guardamos las bombillas en alto, y vi que la carne que tenía horneando a la sal, ya estaba hecha, así que la saqué del horno y la dispuse encima de la tabla para limpiarla de sal. Fue entonces cuando recordé que tenía la escalera preparada para coger la bombilla, así que dejé la carne en espera y me fui a por la bombilla que estaba dentro de la caja de bombillas, justo detrás de la botella de cristal que se cayó estrepitosamente al suelo en mi forcejeo por sacar la caja de bombillas del fondo del armario. Resoplé y volví a por la escoba para barrer los cristales. Junto a la escoba, divisé la regadera y reparé en que desde el martes no había regado las plantas, así que me dispuse a hacerlo. Justo entonces me sobrevino la conciencia de la cadena de enlaces que me había conducido a esta agobiante multitarea de la que tanto alardeamos las mujeres, cuando en realidad la multitarea no existe: lo que existe es una tarea alternada con otras sucesivas y otras tantas interrumpidas a inmediatez de vértigo. La reflexión me hizo posar la regadera, volver al portátil y ponerme a escribir este post. 

El documento sin imprimir,
el cartucho sin cambiar,
la bombilla fundida,
la carne en salazón,
los cristales en el suelo
las plantas sedientas.
Mientras, UNA escribe este post:

Esto es lo que estoy haciendo ahora

Pues eso. Enlazando. Linking.


Enlaces relacionados (¡¿cómo no?!)
El síndrome de Demasiado
Rebobinar
Todo oídos

jueves, 19 de agosto de 2021

Veranito azul

A diferencia de otras entradas, la de hoy no es una reflexión: es un relato. Es el relato de las vacaciones de mi familia-de-5, dividido en secciones, los seis días que duró nuestro viaje.

Día Uno: Llamadme prudente
Día Dos: Llamadme valiente
Día Tres: Llamadme osada
Día Cuatro: Llamadme loca
Día Cinco: Llamadme torpe
Día Seis: Llamadme imprudente

Es, por tanto, el relato de unas vacaciones muy mundanas, al estilo de la vida_mundana de UNA. Peter dice que parece el verano de la familia Zipi y Zape. No sé. La primera foto no es de UNA pero como si lo fuera.





Día Uno : Llamadme prudente
Era crónica de un mal rollo anunciado: cerca de las once de la mañana y los niños seguían en la cama el día que salíamos de viaje. ¡Entusiasmados estaban! Antes de salir de casa, ya habíamos batido varios récords: Dolfete hijo3 el récord de lo que UNA llama quejas-anticipadas (me voy a marear en el coche, me voy a cansar si hacemos senderismo, me voy a aburrir si no hay wifi); Paul hijo1 el récord de patadas y puntapiés verbales interfamiliares; Peter el récord de densidad de palabrotas en el discurso y del volumen del mismo; y UNA el de arrepentirse de un viaje aún no emprendido (no ceso de pensar con cierta envidia  en la inteligencia emocional de esa amiga que hace unos días me confesaba que ya no viajan en familia porque sus hijas adolescentes convierten la experiencia en insoportable). En fin, somos la familia Guinness: todo récords.
Para cuando conseguimos montarnos en el coche, ya vamos todos enfurruñados. Peter sigue gritando y, como se ha afeitado la cabeza para el viaje, me recuerda un poco a Frankenstein. UNA siente como si los tornillos de la frente del monstruo de Mary Shelley me apretaran las mandíbulas.

Ya hemos empezado las vacaciones. 
¡Qué bonito!

Tomo la decisión de disfrutar de los buenos momentos y quedo honesta aunque escépticamente (llamadme prudente) a la espera de los mismos.

Un rato después, abrumada por el silencio en el coche, miro para atrás y me siento como la madre de Solo en casa en el vuelo. Descubro con espanto que nos hemos dejado a los niños en casa y nos hemos ido sin ellos. ¡No! ¡Espera! Están ensimismados detrás de sus pantallas… ¡Qué susto! Trato de recordar alguno de los diez puntos que recogía un artículo que me envió con buena voluntad otra amiga sobre cómo fomentar la afectividad con los hijos en vacaciones, y no consigo recordar ninguno, pero estoy casi segura de que no incluían este panorama.

Dolfete hijo3 pregunta a los veinte minutos de salir: 
- ¿Cuánto queda?
Cada vez que Dolfete pregunta cuánto queda, Peter le responde en kilómetros. Entonces Dolfete protesta C-A-D-A V-E-Z:
- No, en kilómetros no. En minutos.
Pues bien, la siguiente vez que pregunta, Peter vuelve a responderle en kilómetros y la misma conversación se repite como un eco martilleante que empiezo a sospechar Peter disfruta, pues de no ser así UNA no capta ese empeño de contestar en kilómetros a un crío que sólo entiende de minutos.
Según nos acercamos a destino, la insistencia con la que Dolfete pregunta cuánto queda se incrementa de forma gradual recordándome curiosamente a la creciente intensidad y frecuencia de las contracciones de parto.

Llegados a destino, super-hiper-mega-bronca: Dolfete con Paul, Paul con Dolfete, Peter con Paul, UNA con Peter, UNA con Dolfete, Peter con Dolfete… Peter grita. Luego grita más. UNA escanea con cierta piedad el horizonte del vecindario para detectar quiénes van a ser nuestras víctimas esta semana. 
¡Ya hemos llegado! 
¡Ya estamos aquí! 
Donde vamos, allí estamos... 

Mando unas fotos al grupo de familia. Mi hermana comenta: ¡qué bien estáis! Mi sobrina escribe: ¡qué guapos todos!


Día Dos : Llamadme valiente
Al día siguiente nos aventuramos a emprender una ruta de senderismo de 9 kilómetros. Llamadme valiente.
El caso es que los niños toleran el paseo por el campo con cierta soltura inesperadamente grata que choca con mis expectativas negativas derivadas de excursiones del pasado reciente (léase La montaña infinita). Claro que, para hacerlo, se entretienen hablando durante cuatro horas y media de fútbol. ¡Cuatro horas y media! Para tanto da un juego que consiste en patadear una pelota.

Podcast de El Larguero


UNA se distrae al principio aprendiendo un lenguaje de descubrimiento reciente en nuestra familia: el lenguaje de los adolescentes que, como lingüista, no cesa de despertarme curiosidad. Por ejemplo, ellos no dicen “”: dicen “obviamente” en tono chulesco; y no dicen “no” sino que lo sustituyen por “ni de coña” o “¿tú de qué vas?”. “Pesada” es sinónimo de “mamá”. “Una pena” es algo así como “me importa un bledo” aunque también se puede decir “buena data”. “¿Quién te ha preguntado?” equivale al antiguo “no te metas”. Y todas las frases han de acabar necesariamente en insulto: los insultos son los nuevos signos de puntuación.
UNA calcula que, hacia el final de este veranito azul, se habrá sacado el B2 en lenguaje-adolescente. Quizás podría trabajar de intérprete para familias primerizas. La desesperación suele pagar bien.

Cuando mis niveles de saturación ante la charla interminable sobre fútbol empiezan a alcanzar cotas altas, decido hacerme la remolona y empezar a retardarme en el sendero hasta que consigo quedarme atrás y ¡SOLA! Entonces sucede algo extraordinario: la naturaleza. Oigo el sonido del agua de la acequia que por lo visto lleva acompañándonos todo el camino, oigo los pájaros, escucho los grillos. Descubro así, de repente, que mi familia-de-5 es anti-natural pues cuando caminaba con ellos era como estar en mitad de un podcast de El Larguero y, sin embargo, ahora, detrás, sola, es como escuchar uno de aquellos CD de Natura que regalaban con El País.


Día Tres : Llamadme osada
Al día siguiente decidimos visitar los pueblos típicos de la zona y nos metemos en el coche por una carretera serpenteante (porque no se puede decir serpentuosa pero UNA la siente más serpentuosa que serpenteante). Peter, que nunca desayuna, había desayunado curiosamente esa mañana y, aun conduciendo, empieza a amarillearse, así que el viaje, que estaba previsto como para una hora (llamadme osada) se alarga considerablemente con paradas intermitentes para que Peter vomite y para que UNA deje pasar a la caravana de coches que se nos forma detrás cuando coge el volante UNA que por estas curvas lo lleva a 20.
Menos mal que la empatía adolescente se pone de manifiesto en el asiento de atrás con un montón de ojos en blanco.
Llegamos a destino a la hora de comer. Peter suspira:
- Ha sido la hora más larga de mi vida.
UNA, por segunda vez en estas vacaciones, se acuerda de los partos pero UNA no dice nada porque parece que no pega.

La comida frugal de Peter
Ya en el restaurante, Peter parece encontrarse más recuperado o ésa es la impresión que me producen los huevos rotos y patatas a lo pobre que se pide, pero la biodramina que le he dado en camino empieza a hacer efecto y el pobre, que está desacostumbrado a medicarse, hace intentos evidentes por no dormirse sobre el plato, recordándome a aquellas clases a las cuatro de la tarde en la universidad en las que tenías que hacer esfuerzos sobrehumanos por no echarte la siesta. ¡Menuda tortura!

Aprovecho el momento para expresar mi decepción por el hecho de que en una convivencia 24/7 ninguno de los cuatro haya constatado que antes del viaje UNA se agujereó la oreja. El piercing ha pasado completamente inadvertido. Gusi hijo2 comenta:
- ¡Qué cosas más raras haces, mamá!
Y con esa declaración queda sellado mi momento-decepción.

La vuelta de nuestra visita a las localidades típicas del entorno es mucho menos amena que la ida. Sólo se marea un poco Dolfete hijo3 pero ni siquiera vomita cuando paramos y Gusi hijo2 retoma el tema-fútbol para deleite de UNA, quien se pregunta en silencio si les causaría mucho trauma a los niños que UNA sacara la cabeza por la ventanilla y empezara a gritar “¡¡¡SOCORRROOO!!!”.

Día Cuatro : Llamadme loca
Peter se levanta de buen humor diciendo:
- ¡Hoy va a ser un gran día!
UNA prefiere no crearse expectativas: volvedme a llamar prudente.
- Tú por si acaso no desayunes.
UNA, además, nota que se le ha infectado la oreja porque la tiene roja, caliente, inflamada y dolorida. Tendré que ir a la farmacia, piensa UNA, y cae en la cuenta de que hemos batido un nuevo récord: ¡no hemos pisado la farmacia hasta el Día Cuatro!
¡Ah! ¡No! ¡Espera! Que ayer entré a comprar la biodramina: no hay récord, pues.

Dolfete hijo3 se levanta. Ayer se le cayó una muela y el Ratoncito Pérez le ha dejado 10 euros. ¡No veas! Peter le dice muy serio que el Ratoncito Pérez no tenía cambio y que Dolfete le tiene que dejar 5 euros de cambio esta noche. UNA, que sabe con certeza que el Ratoncito Pérez debería haberse jubilado hace tiempo en estos lares, trata de poner la atención no tanto en la capacidad de fingir inocencia de Dolfete sino en sus dotes empresariales, inaugurando así mí día con un arranque extremo de positividad.

Hoy la idea era acometer otra ruta de senderismo. ¡Llamadme loca! Nos dirigimos al punto de inicio guiados por una magnífica aplicación del móvil de Peter, que nos indica la ruta.
Cuando llevamos un buen rato andando en plena ola de calor y por un paisaje árido y seco, Peter y Paul hijo1, que llevan el móvil, admiten que probablemente se hayan equivocado y que deberíamos dar la vuelta, ante lo cual Dolfete hijo3 se quiere morir. No es que el niño sea trágico ni melodramático, es que realmente el chiquillo quisiera morirse.

Dolfete muriéndose

Volvemos, pues, al pueblo de origen de la ruta y, con la app como bandera (donde se ponga una app que se quite preguntar direcciones), hacemos un nuevo intento de adentrarnos en el campo. Algún kilómetro después (que, en la percepción de UNA, quien camina rodeada de quejas persistentes y de drama, parecen millas) la vegetación se hace tan espesa que, de nuevo, nos vemos obligados a abortar la misión. En el trasiego nos pican las ortigas a todos, salvo a Paul hijo1 a quien le clavan puñales en las piernas.

Ya es la hora de comer y decidimos clasificar el senderismo de hoy como “Mission: Impossible”. UNA no puede evitar recordar la predicción de Peter de esta mañana de que hoy iba a ser un gran día, y siente la tentación de preguntarle exactamente qué entiende él por “un gran día”, pero UNA no dice nada porque parece que no pega.

UNA en el río
Nos vamos a bañar al río y a comernos el bocata. Al hacerlo, a Dolfete se le cae otro diente. UNA se pregunta si habremos batido el récord de dientes caídos por viaje familiar mientras Peter -muy serio- le comunica a Dolfete, quien anda buscando desesperadamente el diente que se le ha caído al río, que ya no hará falta que le deje el cambio al Ratoncito Pérez.


Posado adolescente
A Gusi hijo2 le castigué hoy sin hacerse fotos por haberme tirado en un gesto de rabia la funda de mi cámara al suelo. Creo que UNA no llegó a sopesar la severidad del castigo. El chiquillo muestra síntomas obvios de síndrome de abstinencia. Va posando por las esquinas, mirándose en el reflejo de mis gafas de espejo, preguntándose qué será de Instagram sin él. UNA le sugiere que publique la foto de ayer y cambie el fondo para que parezca de hoy. ¿Qué más da si todos sus posados- como los de la Obregón- son exactamente iguales? Mirando de lado con cara de enfadado fingiendo no estar siendo consciente de estar siendo fotografiado. De hecho, no sólo todos sus posados son iguales, sino los de sus colegas (amigos en lenguaje-adolescente) también lo son. Podría, de hecho, publicar la foto de cualquier otro pavo (chico o tío en lenguaje-adolescente), pero UNA no se lo dice por no ensañarse con él.

Día Cinco : Llamadme torpe
Hoy nos quedamos por la mañana en la piscina del complejo rural. Mientras me baño, los vecinos de la casa de al lado tienen una pelea monumental a grito pelado. ¡Me encanta! Por una vez no somos nosotros los que estamos dando la nota. Inmediatamente me caen bien. Se trata de una familia argentina y la discusión es entre el padre y el hijo adolescente, con algunas intromisiones de la madre que sale escaldada. Hay gritos, palabros. En fin, UNA no puede evitar sentirse de lujo ante semejante espectáculo ajeno (de-lujo por lo de ajeno) y se permite poner caras-de-¡qué-barbaridad! Es, sin lugar a dudas, uno de los puntos álgidos de estas vacaciones.

Antes de el-pánico
Por la tarde vamos a un parque multiaventura: es un circuito con tirolinas, puentes colgantes, zonas para practicar el equilibrio, redes suspendidas y obstáculos aéreos. ¡A SEIS METROS SOBRE EL SUELO! Vamos por elección propia: esto a los niños les gusta. Llamadme torpe si UNA no logra entender el placer de el-pánico. Después de estar ya con los cascos y los arneses colocados, los niños y Peter se deslizan por las tirolinas y saltan de madera en madera con la misma agilidad que si estuvieran sobre tierra, mientras UNA permanece abrazada al puesto de salida, con la vergüenza hace rato perdida y el monitor insistiendo que, si no voy a lanzarme, quizás debería bajarme.
Los niños están mirando y UNA, aunque tiene unas ganas tremendas de llorar, decide enseñarles que un miedo se supera haciendo lo que te da miedo así que, temblando como un flan, hago el circuito en el mismo período de tiempo en el que Dolfete hijo3 lo termina tres veces y media.
Acabado el parto, con el pelo empapado en sudor, UNA se pregunta si este reto se le habría planteado de haber tenido niñAs en vez de niñOs, y se contesta que la pregunta es políticamente incorrecta y que UNA se reserva el derecho a no contestar.
Me he portado muy bien hoy.

Día Seis : Llamadme imprudente
El último día batimos el récord de tiempo entre que decimos que salimos de la casa hasta que efectivamente salimos de la casa: creo que pasa hora y media. Si me preguntas qué hacemos en ese interludio de tiempo, sólo podría contestarte “nada” porque realmente no sabría contestarte otra cosa: ir, venir, parar, movernos… realmente “nada”. UNA no se explica cómo es posible que durante el curso lleguemos a tiempo al cole y al trabajo con estos ritmos.

La excursión del último día supera con creces las anteriores. Es como si nos hubiéramos propuesto poner la guinda del pastel al viaje: nos perdemos unas cuantas veces para variar; hace 500 grados a la sombra y, como la ruta prometía fuentes, pues no llevamos agua; y, como nos perdemos, pues no damos con las fuentes; y, como hace 500 grados a la sombra y es la una de la tarde (recuerda que tardamos hora y media en salir de la casa), pues estamos al borde de la deshidratación. No me llaméis imprudente, que ya lo hago yo
.

La deshidratación hace que a Gusi hijo2 se le llene la saliva de palabrotas que hacen eco en la montaña infinita y que Dolfete hijo3 quiera, de nuevo, morirse. Creo que literalmente se muere un rato y Peter lo tiene que llevar a espaldas, mientras Paul hijo1 tiene otro ataque de empatía adolescente y se mofa de todos: de Dolfete que llora, de Gusi que despotrica y de UNA, quien por cierto cree que está teniendo una bajada de azúcar y vuelve a tener ganas de llorar pero no dice nada porque parece que no pega.

Por fin, sobre las tres, conseguimos llegar de vuelta al pueblo y nos dirigimos a un restaurante donde vamos a comer. ¡A las cinco aún no nos han puesto la comida! La irritabilidad por el hambre, el calor y el cansancio comienza a tomar tintes de ira, con lo que acabamos estallando todos y ponemos el colofón que merecía a estas vacaciones
.

Me viene a la cabeza una amiga que se ha ido recientemente a Mallorca con marido e hijos y nos contaba que sólo habían tenido “una-mañana-de-mala-cara”. Pienso que la familia Guinness hemos batido el récord también en este sentido con “casi-todas-las-mañanas-de-mala-cara" (¡qué bello título para una peli!). Me pregunto qué harán en vacaciones esas familias normales, y por qué la familia-de-5 no podemos ser una familia normal.
UNA opina que, si me dieran unas muy merecidas vacaciones-a-solas para descansar de estas vacaciones-en-familia, lograría dar con la respuesta a tanta pregunta. 

Aquí concluye el relato de las vacaciones de mi familia-de-5. Tejerlo en palabras ha sido lo que me ha mantenido cuerda durante el viaje. 
La creatividad salva vidas.
Aunque lo que UNA cuenta ha sucedido tal y como UNA lo cuenta, por supuesto ha habido mucho más de lo que UNA cuenta. Hemos visitado un secadero de jamones gracias a la curiosidad innata de mi mayor, hemos admirado la maestría de un telar de jarapas gracias al interés de mi chiquitín, nos hemos reído mucho a ratos gracias al ingenio de mi mediano, y hemos conectado con la naturaleza y entre nosotros en algunos momentos-koryos. Es sólo que UNA tiene esa tendencia natural a realzar lo negativo y ha habido momentos en los que UNA se ha preguntado si será alcoholismo estar esperando con ansia el momento-cerveza en el que Paul hijo1 se enfrasca con su móvil, Peter me deja escribir, y Gusi hijo2 y Dolfete hijo3 se van a jugar al fútbol a la plaza del pueblo.
Lo que sigue es lo que UNA sabe con certeza:
UNA había preparado antes de este viaje una bolsa con preguntas escritas a colores en papelitos para incentivar la conversación durante las cenas de esta semana. Dolfete hijo3 todavía tiene edad de entusiasmarse con estas cosas y no quisiera privarle de ellas por ser el último, cuando los ahora-adolescentes-ponedores-de-ojos-en-blanco las gozaron en su día. Paul hijo1, por puesto, ya se niega a participar en estos inventos de UNA pero los adereza con salero y comentarios sarcástico-irónico-ofensivos. Al menos todavía no se levanta y se va: la que no se consuela es porque no quiere.
El caso es que, días antes de que mi invento recibiera el calificativo de “juego-de-mierda”, una de las preguntas que proponía era:
- ¿Cuál es tu tradición familiar favorita?
Y Peter contestaba así:
- El viaje de la familia-de-5 cada verano.
Y UNA pensó: 
- Obviamente (porque a estas alturas el lenguaje-adolescente ya me había conquistado).
Al final, si les preguntas a cualquiera de mis hijos sobre sus mejores recuerdos, casi siempre sus respuestas están ubicadas en algún viaje de la familia-de-5.
Cuando hacemos el álbum del verano y Peter, de memoria-a-corto-plazo, comenta:
- ¡Qué bien lo pasamos!
UNA, de memoria menos depurada, recuerda la verdad de lo que pasó pero UNA no dice nada porque parece que no pega. Y porque además UNA también sabe que estábamos #creandorecuerdos y vete tú a saber lo que cada uno de mis chicos recordará al final. Al final, eso es lo que realmente importa: lo que cada uno recuerde. Eso, y el hecho de ser consciente de que estos días de gritos, de ruido, de desorden y de quejas, pero también de risas, de besos, de abrazos, de aprendizajes, están contados; que estos viajes de vómitos, de ojos en blanco, de dientes caídos, de posados, de charlas de fútbol y de lenguaje-adolescente están restringidos a un puñado de veranos, a los que desde este relato -cuando menos pintoresco- UNA RINDE HONOR a su manera mundana.

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