UNA acaba de subir a Strava las fotos primaverales de la ruta de hoy:
"A Cerro Muriano con los niños"
Precioso
Desde que acabaron los confinamientos, UNA trata de salir todos los domingos por la mañana al campo. Como normalmente voy con amigos y echo unas cuantas horas, UNA no puede evitar sentirse un poco culpable por robarle esas horas de dedicación todos los fines de semana a Peter y a los niños, así que aprovechando estos días de vacaciones, UNA tuvo la brillante idea de proponer que fuéramos al campo en familia.
Al-campo
En-familia
Idílico
Si eres madre y ves mis fotos en Strava, quizás no puedas evitar un poco de erosión envidiosa cuando nos veas en-el-campo en-familia mientras tú te desgañitas pidiéndole a tus hijos que suelten la play y ellos insisten en que esperes a que los maten.
El caso es que, una vez enviada la foto primaveral familiar al Strava, UNA ha decidido confesarse para evitarte esa erosión innecesaria. Este post es la confesión.
En cuanto hice la propuesta de ir al-campo en-familia, Paul hijo1 -15 años- inventó un super-mega-plan que le ocuparía todo el día y debido al cual le iba a resultar imposible ¡imposible! venir con nosotros. Así que finalmente fue la familia menguada la que se dispuso a hacer la ruta esta mañana después de conseguir a duras penas despertar a Gusi hijo2 y Dolfete hijo3. Gusi -13 años- por supuesto no tenía qué ponerse para ir al-campo. Ninguno de sus pares de zapatos deportivos le parecían apropiados y esto consecuentemente demoró la salida, pero finalmente accedió a vestir un par de mala gana y salimos ya de casa con el gesto torcido.
A medida que fuimos avanzando por la ruta, mi adolescente en ciernes se fue poniendo progresivamente de peor humor, retroalimentándose a sí mismo.
- Pero ¿qué sentido tiene andar por andar?
Porque en el fútbol, por lo menos te diviertes...
Pero ¿andar por andar?
¿Ir al campo por ir al campo?
Cada vez se quejaba más y más alto y con más ornamentación en forma de palabros. A mitad de ruta propuso decididamente que nos diéramos la vuelta.
Peter, que tolera a diario en su trabajo a adolescentes, reserva pocas dosis de paciencia para los de casa, así que comenzó a enzarzarse dialécticamente con él, empeorando considerablemente la situación. La energía salpicada por los dardos que se prodigaban hijo-adolescente-que-se-queja y padre-que-no-soporta-que-el-hijo-se-queje terminó por contagiar a Dolfete hijo3 que hasta hacía un rato había caminado semi-feliz. Ahora, cansado e irritado, preguntaba cada medio minuto:
- ¿Cuántos kilómetros llevamos?
¿Cuántos kilómetros quedan?
¿Cuántas horas llevamos?
¿Cuántas horas quedan?
¡Esta montaña es infinita!
UNA, acostumbrada a sus domingos en el campo, hacía de testigo de esta reyerta familiar como si no fuera con UNA; de hecho, como si ésta no fuera la familia de UNA. Les miraba y pensaba,
- Mira éstos la que están liando en el campo...
Pobre madre...
El tiempo pasaba espacio, los kilómetros parecían millas. UNA ya no sabía qué inventar para distraer a Dolfete, empeñándome en desviar su atención precisamente de la caminata por el-campo:
- Dime la lista de tu clase completa, ¿te la sabes?
Cuéntame la película que viste ayer...
Llegamos arriba una hora más tarde de lo previsto. UNA cruzaba los dedos para que hubiera sitio en la terraza en la que íbamos a comer, pues a esa hora, sinceramente, ya me caían todos mal y no sabía cuántas crisis más iba a poder testificar sin intervenir. Comenzaba a preguntarme por qué demonios se siente UNA culpable los domingos cuando me voy tan ricamente al campo sin ellos.
Después de los 16 km de la subida, la bajada por supuesto no estaba sobre el tapete, así que el plan era coger el autobús de vuelta. Los nenes ya se frotaban las manos pensando en la play de vuelta en casa. Cuando llegamos a la parada y UNA escaneó el código QR para ver cuánto quedaba para el siguiente bus, apareció esto:
Se me desató la risa, no sé si de puro agotamiento o pura cobardía. Muuuuchos minutos más tarde, tras llegar a casa destrozada, subí las fotos a Strava: puro postureo, como puedes ver.
Si la memoria de cualquiera depura los recuerdos, la de Peter los mete en lejía. Ya lo estoy escuchando dentro de un par de años, cuando ya sea del todo imposible arrastrar a los niños a nuestras excursiones, diciendo:
- ¿Te acuerdas cuando llevábamos a los niños al campo?
Luego suspirará:
- ¡Qué bien lo pasábamos!
Y UNA, por no despertarlo de su sopor melancólico y por no usar demasiadas subordinadas que le sacan de quicio, contestará:
-Estupendo. Estupendo. Estupendo.
Pero UNA sabe la verdad. Que UNA estuvo allí.
Hoy os quedáis sin moraleja. Pero que sepáis que cuando veo vuestras fotos en-familia colgadas en Strava u otras redes sociales, y parecéis todos tan majos, desconfío.
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Me ha encantado la historia y la confesión. Los recuerdos que traemos de vuelta con tanta precisión suelen ser una mentira agradable en la que hemos decidido creer. Casi ninguna de las cosas sucedieron como las recordamos, simplemente las hemos ido adaptando a lo que nos gustaría... Y, ¿sabes?, eso no tiene nada de malo mientras no recuerdes la verdad ;)
ResponderEliminarCerro Muriano es donde la foto del miliciano, ¿no?
¡Qué identificada me siento! Me encanta cuando confiesas que llega un momento en que todos te caen mal. Es justo lo que yo siento a veces con mis hijas adolescentes: aunque no deje de quererlas, me caen MAL. Con el tiempo, sin embargo, sólo quedan los buenos (¿y verdaderos?) recuerdos. Genial el post.
ResponderEliminarAyyu, todavía no estoy en ese punto de adolescencia con los míos... Y sin embargo a mis hijos eso de andar por andar, NO TIENE SENTIDO. Sin embargo a su edad 11, no les queda más remedio, y yo siempre les digo lo mismo:
ResponderEliminarTenéis dos opciones: disfrutar de la naturaleza todos juntos o amargar os en silencio y sin perturbar la paz y energía que para papá y para mi supone caminar, respirar y disfrutar de las vistas.