lunes, 28 de noviembre de 2022

Mina abajo

El Día Mundial de la Salud Mental, el pasado octubre, Gusi hijo2 quería hacer la huelga convocada por los estudiantes y UNA se negó porque no son pocas las veces que le he oído decir -medio en broma, medio en serio- que no entiende que para curar trastornos como la ansiedad o la depresión se haya de acudir a un psicólogo o a un psiquiatra, cuando lo suyo es poner un poquito la tele... y se te pasa. ¿Estás preocupado? Pon un poquito la tele. ¿Estás nervioso? Pon un poquito la tele. ¿Estás enfurruñado? Pon un poquito la tele y se te pasa. Así, a base de pantalla, soluciona mi hijo2 todos los problemas de salud mental, así que UNA le espetó: -Un poquito de coherencia y nada de huelga: al cole.

Al igual que el poquito de tele de mi hijo, UNA tiene su propia estrategia terapéutica que va recomendando a diestro y siniestro: 


SentArse a escribir para sentIrse mejor


No conozco tratamiento más asequible económicamente ni más al alcance- literalmente- de la mano.


Cuando alguien de mi entorno pierde a un ser querido, mi tentación siempre es la de regalarle un cuaderno para que el-que-se-queda destile el dolor de la pérdida mina abajo. Cuando murió mi padre, UNA estaba embarazada de Dolfete hijo3. En aquellos días sólo encontraba consuelo en dos lugares: el murmullo de las mujeres que nos arropábamos y escribir. Escribía al padre-que-se-iba y al hijo-que-se-hacía en mi interior. Escribía escribía escribía. Las lágrimas parecían hacerse surco mina abajo, la pena encauzarse, la angustia contenerse. 

Es esa contención que, como la de un abrazo, descubro con frecuencia en la escritura. Por ello, cuando alguien de mi entorno sufre una pérdida, lo primero que me sale susurrarle, mucho antes de “siento tanto que tengas que pasar por esto”, es “escribe”:


Escribe hasta que la ausencia sea tolerable

Escribe hasta que puedas estar con lo que estás sintiendo


Me cuesta recordar que no todos lidiamos con el dolor de la misma manera. Me cuesta entender, de hecho, que el otro que no es UNA no encuentre en la escritura el alivio que encuentra UNA. Me cuesta, hasta el punto de tener la convicción de que, si no lo encuentra, es por no haberlo tanteado. Es por ello que regalo cuadernos.


Cuando escribes, cuando llevas un rato escribiendo, la conciencia da un pasito para atrás y, en una reverencia que te altera incluso la letra, deja paso al inconsciente: empiezas a descubrir mina abajo cosas de ti que no estabas segura de saber, que acaso sospechabas. Es la mejor manera de conocerte a ti misma


No es sólo, sin embargo, la tristeza la que cobra sentido mina abajo. Fue también de lo primero que UNA hizo en sus pospartos y en los años que estrenaban la vida de mis hijos: escribir los partos, celebrar su llegada a mi vida mina abajo, recoger en palabras las emociones de las primeras veces, esos momentos que no serán capaces de recordar pero que les inventarán mis líneas.


Al igual que las fotos que hiciste de un viaje son los momentos que más recordarás de ese viaje, lo que escribes atrapa lo que vives y lo deja esculpido para siempre en tu memoria tal y como bajó por la mina. Lo que escribes es un álbum, un álbum de recuerdos que no sólo los preserva, sino que también y sobre todo los crea. Es también álbum de heridas que, según van amarilleando las páginas, se hará álbum de cicatrices. Cuando releo un cuaderno antiguo, me acuerdo no sólo de lo que pasó sino también y sobre todo de cómo me sentí. Al modus operandi de la música o un aroma, una página de un diario te puede traer de vuelta todo un verano.


Me encantaría que mis hijos aprendieran por ósmosis esta estrategia terapéutica. Por ósmosis y no por mi empeño pues no hay nada que usurpe más el placer de hacer algo que el empeño ajeno, y más si viene de tu madre y eres adolescente. 

Una tarde de cole de EGB, se me metió una lagartija por la espalda y la seño de lengua insistió en que tenía que escribir una redacción con la anécdota, algo que detesté hacer por impuesto y -aquí viene la paradoja- probablemente habría hecho gustosa de haber partido de UNA la iniciativa pues ya escribía entonces. Es como leer. ¡No son pocos los futuros lectores que ha robado una tediosa lectura obligatoria!


En fin, desde mi escritura mundana, recomiendo el poder sanador de la mina. Si no sanaras, siempre puedes poner un poquito la tele.







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miércoles, 16 de noviembre de 2022

Humo

En una de las comunidades online en la que estoy (una de las ventajas de las redes sociales es precisamente hacer comunidad), alguien hizo la siguiente preciosa pregunta: 

¿Qué restarás de tu vida?

Su opinión era que la mejor manera de practicar el autocuidado no es necesariamente la adicción de tareas, como darse un baño o un masaje. UNA está de acuerdo: en esta era en la que se nos anima a las mujeres a practicar el automimo añadiendo prácticas de lujo a nuestra lista ya cargadita de cosas por hacer (masajes, yoga, diarios de gratitud...), el síndrome de demasiado puede desbordarte. Mas bien, se explicaba la autora de la pregunta, el autocuidado debería consistir en la substracción de tareas, de manera que tengamos más tiempo y más energía para lo que de verdad importa.

Me quedé pensando que quizás se trate de substraer no sólo tareas sino que, una vez que te pones a restar, todo sea susceptible de resta. Pos-ya-que restamos, que todo sea susceptible de ser restado.

Restar relaciones que no sólo ya no nos aportan, sino que además nos erosionan.

La familia-de-5 fuimos hace unos veranos a un hotel en Extremadura que me permito recomendaros abajo porque, cuando visitas un sitio tan bello, piensas que es una lástima que el resto del mundo se lo pierda. La cocina de su restaurante era un espectáculo en sí misma y disfrutamos especialmente de la expresión en el rostro de los niños cuando nos servían un plato suculento de cocina creativa bajo una campana de humo que descubrían bailándola ante su fascinación.

 



Hace un par de sábados comimos en Goyko, un restaurante que, para el que tenga la suerte de no conocerlo, es una cadena de comida rápida con aspiraciones de no serlo. El caso es que UNA se quedó estupefacta viendo una campana, similar a la que os contaba, descubriendo en un baile, semejante al que os he relatado, una hamburguesa. Una hamburguesa ahumada.

Esta metáfora me viene de lujo para esas relaciones que huelen a ahumado de hamburguesa. Han perdido todo el glamour y, de ser un plato de comida creativa han derogado en comida basura. Quizás siempre lo fueron, y ya vaya siendo hora de restarlas. No echo de menos ninguna hamburguesa ahumada de las que ya resté en sus días de hedor.

¿Qué restarás de tu vida?, se planteó UNA. 
¿Qué es lo que te drena?

La pregunta me hizo caer en la cuenta de lo que ya llevo haciendo un tiempo, quizás desde aquella noche oscura del alma que pasamos UNA y yo el otoño pasado. Lo que llevo restando es el aftermath de mis disgustos y cabreos. ¿Y qué es el aftermath?, preguntas si no hablas inglés. Pues te confieso que tengo un problema traduciendo esta palabra porque el diccionario me la ofrece como secuelas, pero para UNA es mucho más que eso: es el período post-bélico. Los días después de que haya acabado un conflicto y tu mente se queda rumiando lo que te dijo, y lo que tú le dijiste, y lo que tendrías que haberle dicho y sólo se te ocurrió a agua pasada de la que no mueve molino; y lo que hizo luego, y lo que no hizo, y lo que tendrías que haber hecho y qué hubiera hecho él o ella entonces. ¡JA! 

Hasta que se te pasa. Porque se te acaba pasando. Porque no queda otra que seguir.

UNA, que es muy mental, tiene una Drama Queen dentro que solía vestirse de gala en el aftermath de los conflictos y alargármelos eternamente en el tiempo. Se regodeaba en este período post-bélico, reviviendo el escenario. Aquí tercia otra palabra en inglés (voy a empezar a cobraros por estas clases gratuitas, por cierto, y cobro caro) que es venting: venting viene a ser algo así como desahogarse. Pero mi Drama Queen se ahogaba.

Imagínate que tu pareja dice o hace algo que te sienta ligeramente mal. Tú no se lo señalas, o quizás sí, pero sin darle demasiada importancia. Luego te juntas a cenar con tus amigas y en la tercera copa de vino, les cuentas eso que tu pareja hizo o dijo que te sentó ligeramente mal. Eso es venting. Lo haces para desfogar, para sacártelo del pecho. 

¿Qué pasa? Tus amigas, que te quieren mucho pero no tienen que volver a casa contigo, te dan la razón. Es más: te dan argumentos extra (y gratis, como estas clases de inglés) para razonarte por qué eso que te dijo o que te hizo tu pareja ha de sentarte no ligeramente mal, sino mal-en-condiciones. Para cuando llegas a casa y ves a tu pareja, estás echando humo, pero humo del de hamburguesa. El pobre no entiende qué ha pasado. Drama Queen ha pasado. Drama Queen ha rumiado, se ha desahogado y, en el proceso, os está ahogando.

Venting es parte del aftermath.

Eso es precisamente lo que ando restando estos días de mi vida. 

La vida es corta.  Paul hijo1 está organizando su viaje de fin de curso de 2º de Bachillerato y, al hacerlo, me abordan los recuerdos de mi viaje a Italia en COU. Mi viaje a Italia fue anteayer. La vida es corta.

¡La vida es cortísima!, grita mi Drama Queen, con quien por cierto me llevo estupendamente. Es una de las facetas de UNA que más adoramos UNA y yo. (¡Qué lío, ¿no?!😉)

La vida es corta. UNA pone la intención en que el tiempo y la energía que le presto a mi Drama Queen para regodearse después de un conflicto o un disgusto sea limitado. Le doy unos minutos. Si el pollo ha sido grande, tal vez unas horas. Pero días ya no, maja: haz unos aspavientos, llora si te hace falta, no te cortes, unas cuantas palabrotas bien sonoras y, 

a otra cosa, mariposa. 

Le he restado tiempo a mi Drama Queen que el tiempo es humo. El tiempo y la energía de UNA para lo que de verdad importa. Para los que de verdad importan. Less drama, que dice mi amiga Juana. Give fewer fucks, que dice más gráficamente mi amiga Nines (esto que os lo traduzca google que la clase de hoy ya ha terminado).

Y tú, ¿qué restarás de tu vida? 

Se acerca de nuevo el año nuevo.
De nuevo, el año nuevo.
Pasa la vida corta.
Quizás vaya siendo hora de sumar menos y restar más.

La vida es humo. Tú decides qué es lo que quemas.


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El hotel de que os he hablado:
https://avelhafabrica.es/




domingo, 6 de noviembre de 2022

Continente

Recuerdo con nitidez la ilusión de nuestra primera excursión a CONTINENTE con mi madre. Acababan de abrirlo en Valladolid y fue todo un acontecimiento urbano pues era la primera gran superficie que se abría en la ciudad. Lo ubicaron cerca de lo que entonces se llamaba Manicomio y ahora supongo que se llamará Centro de Salud Mental, pues al movimiento de corrección política le ha dado por robarnos un término tan etimológicamente bello como es manicomio. Los locos, palabra igualmente ahora condenada, entraban en el hipermercado, mesmerizados como estábamos todos ante semejante despliegue de productos en ristras, y abrían los paquetes de galletas y patatas merendando a sus anchas sin la preocupación por ser pillados que les impondrían las medidas de seguridad actuales en estos centros comerciales. Hubo un antes y un después de Continente. Antes ibas a la carnicería a por la carne, a la pescadería a por el pescado, a la frutería a por la fruta, a la tienda de ultramarinos a por las legumbres, y a la droguería a por los productos de limpieza. De repente, ya no tenías que hacer esta especie de viacrucis consumidor por las diferentes estaciones locales. Cogías el coche y te trasladabas a Continente en un acontecimiento familiar sin precedente. De repente eran los 80 y podías satisfacer todas tus necesidades adquisitivas en un único lugar. Con sus luces y su música de fondo, el hipermercado te hacía sentir como si hubieras viajado al extranjero. 


La foto es de otro blog: Vallisoletvm


Ayer fue el decimoctavo aniversario de mi boda. Llevamos 29 años juntos. Salimos a comer fuera para celebrarlo y, a instancia mía, nos sentamos a re-evaluar nuestro matrimonio. A UNA le gusta aprovechar la oportunidad de ritual que ofrecen las fechas señaladas. Luego UNA a solas re-evaluó también al papel de UNA misma en la relación de pareja. Fue en esta reflexión a solas en la que me asaltó el recuerdo de CONTINENTE. UNA entró en el matrimonio con mentalidad de CONTINENTE, pensé. Básicamente, UNA tenía la expectativa de que todas sus necesidades fueran satisfechas por su relación de pareja. Todas las necesidades satisfechas por un único continente, el de la relación.

Esta expectativa, que ahora que la he vestido de palabras, salta a la vista que es una aberración, fue sin embargo a lo que nos educaron a esperar desde niñas. No me refiero tanto a casa: mi madre, en un ramalazo feminista muy foráneo a las mujeres de su generación, siempre insistió en que estudiáramos mucho y nos labrásemos un futuro para no tener que depender de ningún hombre. Me refiero, sobre todo, a la idea del amor romántico que se nos vendía, y sigue vendiéndose, desde el cine y la literatura, según la cual, una vez que encuentras a tu alma gemela, ya no tienes que seguir buscando nada fuera porque lo tienes todo dentro de la relación con ese alma gemela.

Peter no es mi alma gemela. No sé si existen las almas gemelas pero, si existen, sé que Peter no lo es. El mero pensamiento es hilarante: No hay nada menos gemelo a mi alma que Peter. Lo que sé es que de los problemas que tuviéramos en los primeros lustros de nuestro tiempo juntos, la parte de culpa que le toca a UNA es precisamente la de las expectativas de CONTINENTE. Efectivamente, UNA esperaba que Peter satisficiera todas y cada una de mis necesidades de manera que a UNA le bastara con ir al continente de nuestra relación para verse llena y suplida. Flaco favor le hacemos a nuestra pareja cuando le cargamos con el peso de una expectativa que tanto abarca, especialmente porque UNA necesita mucho.

La vida doméstica me ha ido enseñando que la carne del supermercado no tiene la misma calidad que la de una buena carnicería local, y mejor si es de pasto; que para el pescado, antes que al bandejero del hiper, mejor acudo al mercado a primera hora de la mañana; la fruta y la verdura me la traen hasta casa en una cesta ecológica de un huerto. Ya no la compro envasada en plástico en grandes superficies. UNA ha aprendido que la comodidad de CONTINENTE está bien, por supuesto que está bien, pero que hay ciertas cosas del día a día que es mejor comprarlas localmente.

Ese es, también, mi balance del matrimonio. UNA ha comprendido que hay ciertas necesidades que nunca podrá satisfacer ni mi relación de pareja ni Peter, y que no es justo exigirle ni a Peter ni a nuestra relación que lo hagan. Hay necesidades que UNA habrá de satisfacer en las relaciones de sororidad con las hermandades de mujeres (amigas, hermanas, compañeras de trabajo) pues precisan de un toque femenino que Peter nunca ha de tener; que, de hecho, mejor que no lo tenga. Pedirle peras al olmo es crear fricciones imposibles de resolver. Hay otros vacíos que he tenido que ir aprendiendo a llenar yo misma. De hecho, siento que en eso ha de consistir necesariamente la madurez, en ir ganando autoreferencia e ir perdiendo codependencia. También he descubierto que hay anhelos que en ambición han de quedar pues es condición humana la de anhelar. Y eso es también fuente de dopamina.

Para UNA, el matrimonio está siendo ese aprendizaje de ir soltando expectativas e ir distinguiendo entre las necesidades que espero ver satisfechas en mi relación de pareja y aquellas que he trasladado fuera de ese ámbito y he colocado en relaciones de otra índole, como la relación de UNA con UNA. 

Ahora compro local y todo está más sabroso.




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