sábado, 2 de mayo de 2020

El spray de los sueños

Cuando los niños eran pequeños, y no podían dormirse por miedo a las pesadillas o simplemente porque no querían acabar el día, UNA les echaba spray de los sueños en la almohada. El spray de los sueños no era otra cosa que el aceite esencial de lavanda, que UNA usa en su propia almohada, diluido. A veces era tan sólo un bote de colonia infantil rosa o azul del mercadona. Lo que en un principio fue un remedio ocasional acabó convirtiéndose en hábito, de manera que cada noche me pedían que les echara en su almohada ese spray de los sueños "que hace que duermas bien, que tengas sueños bonitos y no pesadillas". Dolfete hijo3 todavía me pide que le eche la gotita de lavanda. El caso es que el spray de los sueños funcionaba: Se dormían antes y mejor. Cualquiera podría explicarme que el spray de los sueños tiene efecto placebo. Pero UNA sabe mejor. UNA sabe que lo que tiene efecto placebo no es el spray: Son las palabras. Prueba a echar el spray sin palabras: No va.

El efecto placebo de las palabras es una realidad tal que el paso de los años me ha llevado a intentar utilizarlo a mi favor.


Si alguien preguntara: ¿Cómo han ido las siete semanas de cuarentena?, UNA podría contestar:



Han sido una parada necesaria en el ritmo de vida frenético que llevaba justo antes de la pandemia. He visto significativamente reducidos mis niveles de ansiedad y aumentados los de ánimo. ¡He disfrutado tanto del tiempo con la-familia-de-5! He acabado proyectos que llevaban mucho tiempo en suspense indefinido. He sentido las cosquillas de niveles efervescentes de creatividad en varias áreas de la vida de UNA. He cogido peso del bueno, del que se ceba en el descanso. Me he enfrentado a retos en mi carrera profesional que me enorgullezco de haber superado con éxito y me he enriquecido con aprendizajes de valor inapreciable en el proceso.

Si UNA contestara esto, UNA no estaría mintiendo. 

Pero UNA también podría contestar:


He percibido la claustrofobia y la privación de libertad como síntomas apocalípticos. Me ha inundado la tristeza y el miedo ante el escenario desolador en que se ha convertido mi mundo. La incertidumbre lo ha teñido todo. He anhelado estar sola y echado de menos el silencio desesperadamente. ¡Me ha irritado tanto la invasión de mi burbuja de espacio personal de los que viven conmigo! He hecho muchos planes-de-cosas-que-haría-en-la-dimensión-confinada que se han quedado en-modo-planes. He engordado por aburrimiento y no por hambre. He trabajado mucho más de lo que mis valores me autorizan, traspasando los límites saludables que UNA eligió establecer, traicionándome a mí misma en el proceso.

Si UNA contestara esto, UNA tampoco estaría mintiendo.


Sin embargo, son dos relatos distintos de un mismo confinamiento. 

Si UNA elige firmar el primer relato, la experiencia habrá sido enriquecedora e incluso puede que no quiera que termine. 
Si UNA elige hacer propio el segundo relato, deseará volver cuanto antes a la realidad cotidiana sin añadir a su mochila el bagaje de la tregua.
Lo importante aquí es que UNA elige: Ése es el efecto placebo del spray de los sueños.
UNA elige las palabras que van a contar su historia. 
Una vez que la nombras, la historia se vuelve real. Es tu pasado. Es incluso tu presente.
Los que escribimos Diario conocemos este hecho irremediable desde que estrenamos la primera página. Las palabras son arma de doble filo porque una vez que las usas para nombrar, ya no hay manera de cambiar la realidad. Cualquier terapia que se valga, tratará precisamente de que te cuentes la historia de otro modo, de que elijas otra versión. 
Te pongo un ejemplo mundano: Puedes sospechar que te atrae alguien. Si lo dejas innombrado, la atracción es inofensiva. Pero si te atreves a nombrarla, a contarla en un cuaderno, en una conversación... ¡Ay, amiga, ya estás perdida!

Las palabras, además, no sólo adquieren ese valor creador, ese valor-placebo, cuando alcanzan tus cuerdas vocales. El milagro empieza mucho antes, en la fragua de tu mente, porque los pensamientos son también palabras. 

Una crisis doméstica en #unavidamundana puede interpretarse desde dentro de UNA con dos versiones.
La versión ideal, cuando UNA es consciente de sus pensamientos, es: 
Mírales cómo se pelean. Parecen cachorros de león jugando. Ya se les pasará. Mejor no intervengas. Se están ajustando entre ellos. Es una manera de reclamar mi atención. Todos los hermanOs se pelean. Todos. Es crecimiento en la infancia. Esto también pasará.

No obstante, la versión más común en #unavidamundana, la que prima cuando UNA no se está dando cuenta de lo que piensa, es:
Esto no es normal. No es normal. No somos una familia normal. Mira cómo se pelean. Qué burros. Algo hemos hecho mal como padres. Algo he hecho mal como madre. Cuánta agresividad. La culpa es de UNA que no ha sabido cómo manejarlo. Qué va a pasar cuando tengan unos años más. Se van a matar. Si fueran niñAs, no se pelearían así. Qué bestias. No puedo. No lo aguanto más.

El primer relato se llama Un_Martes_Mundano. 
El segundo se llama Un_Martes_Mundano_Un_Rato_Más_Tarde.

Según qué relato te cuentes, así te sientes. 
Ambos relatos son ciertos. 
Ninguno de los dos relatos es verdad. 
Pero tú eliges cuál te cuentas. En consecuencia tú eliges cómo te sientes. Para poder elegir hace falta serenidad, pero la serenidad no es fácil de contactar en medio de una crisis doméstica. El cultivo de la serenidad, pues, ha de ser nuestra prioridad pues nos permite elegir la versión que queremos leer de nuestra vida mundana. 
No hay #unavidamundana. Hay muchas. Tantas como lecturas. Tantas como relatos.

Hace falta saber rociar #unavidamundana con spray de los sueños.

La vida es como uno la cuenta, dice Isabel Allende, a quien ya he necesitado citar antes en Historia de un peine

La vida es como UNA se la cuenta.


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