jueves, 29 de noviembre de 2018

El placer de decir NO

El placer de decir NO es uno de los regalos de la madurez.
El placer de decir NO viene después, no en el momento.
El momento de decir NO es intrínsecamente incómodo. EL OTRO viene con expectativas de SÍ. UNA y las que son de la edad de UNA fueron criadas por una generación de mujeres buenas y sacrificadas y, como consecuencia, decir que NO no nos sale natural, no nos viene de fábrica.
Pero a todo se aprende y a esto también pues el placer de decir NO viene después. Una vez que lo has dicho. Una vez que has atravesado la incomodidad de decirlo, de decepcionar las expectativas de SÍ dEL OTRO. Es entonces cuando empiezas a disfrutar de las ventajas de haber dicho que NO:


el tiempo, que era tuyo y NO has regalado, lo recuperas;

las prioridades, que eran tuyas y NO has desordenado, las mantienes.

Pongamos un por ejemplo.
UNA es profesora de adultos.
UNA tiene muchos MUCHOS alumnos, a veces más de los que caben en un aula.
UNA pone tareas y UNA corrige las tareas.
Con amor. Con compasión. UNA espera que los alumnos aprendan.
Pero cuando los que aprenden son adultos, a veces, incluso a menudo, sucede que alguna alumna, de repente, deja de ver a los demás alumnos y cree que tú has venido al mundo a enseñarle sólo a ella. Eres SU profesora. LOS OTROS ya no están. Son invisibles.
Y quiere entregarte tareas, MÁS tareas de las que tú pones, para que tú se las corrijas todas. A ella. Sólo a ella.

La edad le fue dejando más claro a UNA a qué quiere dedicar su tiempo.
La edad le fue ordenando las prioridades a UNA.
Un sábado, hace ya muchos años, UNA estaba trabajando, corrigiendo las tareas de sus alumnos, como tantos otros sábados.
UNA se levantó un momento a hacerse un té y, cuando volvió a su sitio, encontró la siguiente nota que un Paul hijo1 todavía muy pequeño le había dejado:


los sábados no se trabaja

Y, como si de un tetris se tratara, cada pieza encajó en su sitio. Las prioridades se ordenaron. Y UNA nunca volvió a trabajar un sábado.



El momento es incómodo. La alumna, cual ave rapaz acechando a su víctima en un documental de Félix Rodríguez de la Fuente, se hace la remolona en los minutos después de clase hasta conseguir quedarse a solas contigo. Entonces osa. Osa sacar de su carpeta todo ese trabajo extra que ha estado realizando concienzudamente en la oscuridad de su cueva para que UNA eche MÁS horas extra corrigiendo.
UNA sonríe.
UNA respira.
UNA sabe que viene el momento de la incomodidad.
UNA dice que NO.
NO

La alumna está decepcionada. Probablemente la opinión de la alumna sobre UNA cambiará. Seguramente ya ha cambiado.
Pero a UNA no le importa. ¿Sabes por qué? Ya no le importa porque EL SÁBADO NO SE TRABAJA. El sábado es el tiempo de las prioridades de UNA. Y tu opinión sobre mí no entra en mis prioridades.

Cuando se tiene hijos, es esencial practicar el placer de decir NO.
El mundo en el que nos ha tocado criar a nuestros hijos es un escaparate de tentaciones. Nuestros hijos ni siquiera saben que es posible otro mundo. Las tentaciones les alcanzan por todas partes, desde la puerta del cole hasta a través de las pantallas.
Y los hijos piden.
Y piden.
Y luego piden más.
Si el momento de decir NO es normalmente incómodo, el momento de decir NO a los hijos es incluso peor: los hijos pueden llegar a convertirlo en realmente insoportable.
Pero si eres capaz de admirar esa determinación que despliegan en el capricho sin doblegarte, entonces descubrirás que el placer de decir NO a los hijos también es más grato. El placer reside en ese hueco que vas creando entre el ser humano que tratas de moldear y la sociedad de consumo que pretende manipularlo. El placer reside en echarle un pulso al escaparate y ganar. Es un placer a largo plazo, desde luego. Es más fácil sucumbir al SÍ, pero no pierdas la perspectiva de lo que quieres cultivar. Después de una rabieta por un NO, el hijo será capaz de admitir que tampoco deseaba tanto lo que sea que fuera que deseaba tanto.

Luego está el placer de decir SÍ.
UNA, que tiene teorías para casi todo, tenía muy claro que cuando se dice que NO es que NO.
Luego tuvo hijos con Peter que dice que NO y luego dice que NO y al final dice que SÍ. Ése es Peter.
UNA criticaba a Peter.
Hasta que UNA se hizo un poco Peter.
Y descubrió el placer de decir SÍ cuando antes se ha dicho NO.
Y descubrió el placer de la flexibilidad.
Y descubrió el placer de dejar ir a la rigidez.
Porque, a veces, algunas veces, hay que preguntarse cuáles son las razones por las que decimos NO y contrastar esas razones con nuestros valores y plantearse si no será mejor decir SÍ.



El placer de decir NO.
Practícalo.
Di que NO al nuevo grupo de whatsapp que te come tu tiempo;
di que NO a otra actividad extraescolar;
di que NO compras ese artículo del escaparate para el que alguien en un despacho te ha creado la necesidad;
di que NO vas porque no te apetece;
di que NO estás disponible para EL OTRO porque estás disponible para tus prioridades;
di que no es que no puedas, es que NO quieres;
di que NO a una reacción automática en favor de una respuesta consciente;
di que NO a una mala costumbre que no te hace feliz;
di que NO a un valor heredado que ya no te sirve;
y, sobre todo, di que NO a la señora mayor que tiene todo el tiempo del día y pretende colarse en la cola del súper cuando tú vas con prisa y con dos niños, uno de los cuales se hace pipí.

NO
Es una sola palabra.
Una sola sílaba.
Dos letras.
Muchos beneficios.

Y luego di que SÍ a veces, algunas veces, cuando tus valores te lo chiven.




domingo, 11 de noviembre de 2018

Peter, ¡Feliz 50 Cumpleaños!


Si hay una cosa que da más vértigo que envejecer es ver envejecer a los que quieres.
Peter cumple hoy 50 años. 

Decidí que me quedaba con él hace 25 el día que se casaron su amigo Joserra y Pepa. En la ceremonia se emocionó. 
Un hombre que se emociona es un hombre bueno 

Reconozco en mis hijos trazos de él. 
Paul hijo1 es una versión cada vez menos miniatura de su cuerpo.
Gusi hijo2 tiene su sentido del humor básico que nunca falla en hacerme reír.
Dolfete hijo3 es tan desordenado como él.
Ninguno escucha.
Los tres son buena gente.

El que nos conoce seguro nos ha visto pelear y muchos no darían un duro por nosotros al principio pues no había dos personas más distintas. 
No siempre ha sido fácil. 
Nadie me ha perdonado tantas veces como él. 
Hemos tenido que empezar de cero en muchos puntos kilométricos con mochilas ya pesadas.

Yo he tenido que aprender a dejarlo en paz, 
a dejarlo ser, 
a dejarlo ir... 
porque él necesita menos.

Él ha tenido que respetar miedos que no comparte, 
locuras que desaprueba, 
sueños que no logra entender.

No siempre ha sido fácil pero ahora es MUCHO más fácil. 
Hemos hecho arrugas juntos y nos hemos hecho el uno al otro. 
Figurativamente en el sentido de que nos hemos ido aceptando pero también literalmente: hay partes de mí que serían radicalmente distintas sin él en mi vida y estoy segura de que viceversa también es así. 


Hay algo en UNA que es un poco Peter y algo en Peter que es un poco UNA.

Las historias de amor no son como nos las habían contado. 
Por lo menos la nuestra no lo es.
Son más prosaicas.
Son aguanto a la coliflor porque quiero a la flor. 
Son te dejo la cafetera abierta para cuando te levantes aunque ayer me acostara enfadado. 
Son me trago una serie de ciencia ficción por poner los pies encima tuya en el sillón aunque yo me vería una peli de amor y lujo.
No es dormir abrazados pero es meterte la mano por debajo de la espalda. 
Las historias de amor son ordinarias. Las de verdad. Son corrientes. 
Se tejen con lugares comunes que a veces sólo uno de los dos recuerda. 
Con palabras que sólo significan algo en pareja. 
Son bipolares. Son a veces me caes mal y otras me embelesas.
Las historias de amor son qué suerte haberte conocido y volvería a hacerlo de nuevo a pesar de nuestros peores chungos

Sorprenden poco pero aguantan mucho. 

Las historias de amor de verdad roncan, tosen, huelen, desafinan.

No son: 
no puedo vivir sin ti 
sino más bien:
podría vivir sin ti pero no quiero

Saber cuándo mirar para otro lado. 
Cuándo hacerlo a los ojos. 
Y cuándo mirar juntos hacia el mismo horizonte. 

¡Feliz cumpleaños, Peter!
Ya te he calado y me quedo contigo 
A celebrar los que nos queden.






jueves, 1 de noviembre de 2018

Madres jóvenes y agobiadas

La frase que da título a este post surgió en una conversación de whassup con una amiga que me contaba que estaba rodeada estos días por un montón de madres jóvenes y agobiadas. Estos dos adjetivos juntos trajeron a mi memoria otro montón de recuerdos de escenas de mi maternidad joven en las que ciertamente estuve agobiada. Ahora que ya no estoy tan agobiada (lo cual me permite estar más joven 😉😏), miro atrás y me pregunto qué es lo que era que me traía tan agobiada. Y creo poder responder con un repertorio de razones (la falta de sueño, la falta de mí, el exceso de ruido...) pero hay un motivo que sobresale entre todos los demás:


hacer las cosas bien

Hacer las cosas está bien. Pero querer hacer todas las cosas y querer hacerlas todas bien cuando tienes a tres chiquillos quitándote el sueño, quitándote a ti misma y haciendo mucho mucho ruido a tu alrededor... éso, querida, es tortura autoimpuesta.

Y UNA se autoimponía mucha de esta tortura.

Esta tortura, por supuesto, se disfraza de perfeccionismo:
la pulcritud en la elección de la dieta de los hijos: que coman pescado, algo de carne, mucha verdura, que merienden fruta, muy poco azúcar;
el adecuado balance entre el tiempo de pantalla y el tiempo de aburrimiento que requiere la creatividad;
las horas de parque (de hecho, si el ayuntamiento fuera justo habría más de un parque en esta ciudad que tendría un árbol con mi nombre en premio a la fidelidad);
las rutinas ¡oh, las rutinas!: la hora de la siesta, la hora de la ducha, la hora de la cena. ¡Que no se nos pase la hora!
la educación (ésta, sin duda, es la más acuciante): que sean amables, que sean educados, que no griten, que no escupan, que no.

Que no, que no, que no.


Que se te va la infancia de tus hijos y sólo te queda la tortura.

Porque conseguir hacer todas esas cosas de la lista y conseguir hacerlas todas bien es posible, creéme, la mayor parte del tiempo, pero ¿a costa de qué?
A costa de ti
A costa de UNA

Y a costa del tiempo con tus hijos.
Pues si haces todas esas cosas y las haces todas bien, el tiempo con tus hijos te lo pasas estresada. Te lo pasas agobiada.
Y al final lo que emana de ti es estrés y puro agobio.
Y lo que emana de ti es lo que tus hijos absorben.

Así que, si hay algo que he aprendido y que me tengo que recordar con más frecuencia de la que desearía es que lo importante no es:
hacer las cosas bien
Lo importante ni siquiera es:
hacer las cosas bien
Lo importante es estar.
Es ser. 
Porque eso es lo que hay y al final, lo que queda.

Y lo que eres es mucho más que madre. 
Hay algo, indaga (a veces no hace falta indagar mucho), que haces bien además de ser madre; 
algo que te gusta; 
que si te lo permites, te apasiona; 
algo que es como un estor en el estómago, que te produce esa sensación agradable de inquietud. 
Encuéntralo y encuentra el tiempo para hacerlo. 
Deja a los niños con tu madre o con tu suegra, con esa vecina que te debe un favor, o esa madre del colegio que sí es perfecta, y vete a hacerlo: ya sea correr o pintar o leer o plantar o coser o escribir o pensar o dormir. 
Haz de esto tu prioridad. 
Más que la lista de cosas por hacer, tu prioridad ha de ser la lista de cosas por ser
Porque si eres, al final lo que emana de ti es lo que eres. 
Y lo que emana de ti, recuerda, es lo que tus hijos absorben.

Recuerdo una tarde de invierno que decidí llevar con una amiga y su hijo a mis tres hijos a un taller de mindfulness (atención plena) para niños. El taller duraba dos horas. Mis hijos tendrían entonces, no estoy segura, pero quizás 8, 7 y 4 años. 
Creo firmemente en el poder de la meditación como regulador emocional: de hecho, no creo ni siquiera que sea objeto de creencia. Lo que ha sido probado deja de ser objeto de creencia. El caso es que por supuesto es algo que quería inculcarles a mis hijos y me planté en el taller.
Fue un auténtico desastre. Los niños estuvieron toda la tarde corriendo por la sala, desatendiendo las instrucciones de una bien intencionada psicóloga gestalt que carecía de experiencia en niños quienes a la vez parecían haberse propuesto poner a prueba todo su bagaje de estrategias zen desafiándola a base de risa floja.

UNA se agobió muchísimo.

Pero UNA aprendió una lección:
la que ha de ir a un taller de atención plena si UNA quiere que los niños capten lo que es atención plena es UNA.

Porque al final si de ti emana atención plena es lo que tus hijos absorberán.

Hay muchas veces, muchas, muchas, muchas veces, todas las veces, que no importa tanto la dieta de tus hijos como el que no te vean agobiada. Menos pescado y más(son)risas es mejor que una tarde de gritos sin azúcar: 
¿cuántas veces no te has pasado la tarde riñendo a tus hijos a la hora de la ducha y de la cena para sentirte completamente culpable una vez que ya están en la cama? 
Dime,¿cuántas?

Muchas, muchas, muchas veces hay que ser flexible y relajar tus normas porque ¿sabes qué? NO PASA NADA.

¿Que se quedan dormidos en el coche de camino a casa y se pierden la ducha y la cena y los tienes que acostar vestidos? No pasa nada: de hecho ¡ni se te ocurra despertarlos! Un ratito que has ganado para ti ese día.
¿Que no aguantas más el ruido, las carreras, las peleas? No pasa nada. Ponles un ratito la tele y échate una siesta.
¿Que han sido desagradables con una vecina o se han tirado un pedo en el ascensor o han dicho una palabrota más grande que ellos mismos o se han copiado en un examen del cole? No pasa nada. 
NO PASA NADA. 
No se hunde el mundo. 

No significa que el día de mañana vayan a ser asesinos en serie. 

Sobre todas las cosas NO significa que seas una mala madre. 

De hecho, NO significa NADA.

Una característica de la atención plena que requiere ser madre, 
que requiere ser
es precisamente aceptar que las cosas no significan nada, 
las cosas no traen significados asociados, 
las cosas son lo que son.

Y ser madre joven a menudo agobia. 
No te pelees con eso. 
Acéptalo: estás agobiada. 
Pero indaga (a veces no hace falta indagar mucho): 
hay alguna norma, alguna regla, sobre cómo deberías ser tú o sobre cómo deberían ser tus hijos que podrías relajar un poco hoy, que podrías flexibilizar un poco esta tarde para no estar tan agobiada. 
No te tortures. 
No pasa nada. 
Suelta la lista de cosas por hacer.
Concéntrate en ser, en estar. 
Y nárratelo.