jueves, 22 de diciembre de 2022

75 Hard

He estado haciendo un reto. Es un reto de un tipo americano, Andy Frisella, que dice más palabrotas que mis hijos, si es que eso es posible. El reto se llama 75 hard. "Una americanada", me dijo alguien. Lo es. Es una americanada. No es la primera americanada que hacemos. Consiste en lo siguiente (copio y pego):

El 75 Hard Challenge es un desafío que establece seis reglas que deben seguirse al pie de la letra durante 75 días. Las reglas del desafío incluyen: seguir una dieta a elección (algún tipo de alimentación consciente), hacer ejercicio dos veces al día durante 45 minutos (uno de los entrenamientos ha de ser necesariamente al aire libre), no consumir alcohol ni “comidas trampa”, beber 1 gallón de agua al día, leer 10 páginas de un libro de no ficción y hacer una foto diaria que registre el proceso. Si fallas un día una regla, has de volver a empezar de nuevo.

75 días. Empecé el 10 de octubre. Lo completo hoy. No ha sido mi primer intento. Ha sido el cuarto. Lo completo al cuarto intento. 

Independientemente del debate que este reto genera en redes sociales, quería pasarme por aquí para contaros los beneficios mentales que a mí personalmente me ha aportado, que son muchos más que los físicos (que también).

El principal beneficio mental ha sido que me ha presentado y me ha hecho conocer una faceta de la voz interior que Frisella llama "the bitch voice" y a la que UNA se refiere como "el autoboicoteo". Esta voz no es nueva. Es sólo que el reto te la pone brutalmente de relieve; como si, en vez de hablarte, te gritara. Es la voz que te convence de que no puedes conseguir tus objetivos después de propuestos. La voz que, en el momento de la verdad, te saca una ristra de argumentos para que falles; para que no seas fiel a tus metas; para que sigas por el camino de menor resistencia y mayor comodidad, y ceses en el esfuerzo; para que te rindas. La que durante el reto te dice:

No salgas a andar hoy que estás cansada...
Zámpate unos bollos que te han cabreado mucho hoy...
Tómate una copa de vino que te la has ganado (por cierto, que el reto me ha hecho darme cuenta del grado de alcoholismo al que sucumben nuestras propuestas de ocio). 

Es la misma voz que en la vida real te dice que no merece la pena que escribas porque no eres lo suficientemente buena. Es la voz que en los primeros días de febrero ya se ha llevado por delante todos tus propósitos de fin de año. La voz que dejó tantos sueños tuyos tirados en la cuneta. 

Una vez que empiezas a reconocer esa faceta de tu voz mental, esa tendencia interior a autoboicotearte, puedes lidiar con ella. Cuando aprendes a observarla con curiosidad y a no identificarte con ella, cuando le pones distancia, puedes decirle: 

Mira guapa, te veo, veo lo que estás intentando hacer aquí, pero mis objetivos, esos que me propuse en una pausa serena, son mucho más importantes que la resistencia que tú opones.
Y, con mucho cariño, la que se queda en la cuneta es la voz y no aquello que soñaste.

Estas interacciones con la voz del autoboicoteo van fortaleciéndote mentalmente: si he sido capaz de superar esto, ¿qué no seré capaz de superar? Va tomando momento tu sensación de libertad: me puedo proponer lo que me dé la gana, pues puedo conseguirlo. Tengo la fuerza de voluntad, la determinación y los recursos mentales internos para llegar a cualquier meta. 

Sin embargo, de lo que más he aprendido no es del reto que completo hoy, sino de los tres intentos anteriores que no completé, de las veces que fallé. Podía haber dicho: ¡A la mierrrda! Podía haber decidido: Esto obviamente no es para mí. Podía haber renunciado. Cuando después de caer no te levantas, te dejas claro que no lo has conseguido. Cuando después de caer, te levantas y lo vuelves a intentar, existe la posibilidad -y la esperanza- de que algún día lo consigas. Ese día es hoy. No subestimemos el poder de la esperanza.

La principal diferencia entre el último intento y los anteriores fue que el último lo conté. Lo conté a mi familia, lo conté a un par de buenas amigas, lo hice público. Esto supuso en la práctica que no sólo me estaría fallando a mí si no lo hubiera completado, sino que en cierta manera sentiría que les estaba fallando también a ellos (accountability). Mis hijos estaban mirando.

En el grupo de Facebook al que me uní por accountability, todo el que va acabando el reto escribe una entrada muy emotiva dedicándoselo a su familia que tanto le ha apoyado durante el proceso. UNA, desde aquí, quiere hacer lo contrario: NO le dedico este reto a mi familia-de-5, que no sólo no me ha facilitado el proceso, sino que además me lo ha puesto más difícil, tentándome con comidas y bebidas que no podía permitirme consumir, tachándome de coñazo por tener que completarlo a diario lo que les robaba mi disponibilidad 24/7, y recordándome repetidamente que recientemente he fallado mi otro reto de este año, el de #un-año-sin-compras, porque me he comprado la luna en el ALDI. Pero es que -dijo mi bitch voice- ¡mira la luna, por favor! Tiene colores y todo.



Como en la vida, este reto me ha recordado que lo que existe no es la meta, sino los kilómetros que te llevan hacia ella. El reto me ha regalado momentos duros, como tener que salir a andar de noche estando diluviando; y momentos mágicos, como tener que salir a andar de noche estando diluviando.


Entradas relacionadas


sábado, 10 de diciembre de 2022

57 minutos 55 segundos: 2 paseos

Salimos a pasear a los perros de mi hermana. Peter y UNA.

Paseamos por la ribera del río. Peter comenta: 

- Parece que hay poca luz, ¿no? ¿Se habrá ido la luz? 

UNA va pensando en la gotera que hemos dejado en casa, cuándo vendrán a arreglarla. ¡Qué caos doméstico desde que empezaron las lluvias! ¿Por qué me alteran tanto estas incidencias si luego siempre pasan? 


Atravesamos el puente. Peter me pide que me pare. Quiere hacer una foto. ¡Qué bonito!


UNA, mientras posa, se pregunta si quizás no debiera haber mandado ese mensaje de WhatsApp esta mañana al grupo del trabajo. Quizás me precipité. ¿Tendría que haber respirado antes?


Al otro lado del río, Peter agradece en voz alta que el agua suene porque por fin lleva caudal tras las recientes lluvias. 


UNA está planeando en su mente qué vamos a cenar. Últimamente los niños o se quejan o se quedan con hambre o ambas cosas a la vez. Cada vez es más complicado saciar y contentar a tres adolescentes varones en la mesa.


Caminamos por el barro en la vereda. Soltamos a los perros. Peter me señala las montañas de arena que están en la cuenca del río:

- Algo están construyendo aquí...¿qué será?

UNA se pregunta si el hecho de que Peter camine delante mía y no a mi lado es síntoma de una carencia en nuestra relación. Definitivamente no lo es del paso del tiempo pues fue ya así las tres veces que hicimos el camino de Santiago tiempo ha. Siempre es así. ¿Debería escribir sobre esto?


Peter se detiene, ya de vuelta, para admirar las luces de navidad que alumbran los jardines del Alcázar. 


UNA va pensando en los regalos de reyes... ¡Ay, ya vamos tarde!


Llegamos a casa. Strava me dice Night walk 57m 55s 4.16 km.


57 minutos. 4 kilómetros. Peter ha estado allí, en el paseo por el río. Presente. UNA ha estado en la gotera, en el trabajo, en la cena, en la relación, en los reyes. Dos paseos completamente distintos, el mismo recorrido. En algún momento UNA se sintió tentada de decirle a Peter:

- ¡Un minuto! Te cambio un minuto de tus 57 por uno de mis 57, para que veas lo que es ser UNA por dentro y para poder disfrutar yo de estar aquí y ahora por un minuto, como a ti te sale de forma natural.

La conclusión más obvia, también la más barata, sería la de la brutal diferencia entre hombres y mujeres. Pero UNA sabe que las cosas no son tan simples. La diferencia está entre la mente sana de Peter y la ansiosa de UNA que todo lo copa, hasta los paseos por el río.


Quizás por eso nos juntó la vida. UNA se imagina estar paseando con UNO como UNA, y la idea le parece insoportable: sacaríamos a los perros y no habría nadie en ese paseo por el río. Sólo los perros.

En el nuestro por lo menos estaba Peter. 




lunes, 28 de noviembre de 2022

Mina abajo

El Día Mundial de la Salud Mental, el pasado octubre, Gusi hijo2 quería hacer la huelga convocada por los estudiantes y UNA se negó porque no son pocas las veces que le he oído decir -medio en broma, medio en serio- que no entiende que para curar trastornos como la ansiedad o la depresión se haya de acudir a un psicólogo o a un psiquiatra, cuando lo suyo es poner un poquito la tele... y se te pasa. ¿Estás preocupado? Pon un poquito la tele. ¿Estás nervioso? Pon un poquito la tele. ¿Estás enfurruñado? Pon un poquito la tele y se te pasa. Así, a base de pantalla, soluciona mi hijo2 todos los problemas de salud mental, así que UNA le espetó: -Un poquito de coherencia y nada de huelga: al cole.

Al igual que el poquito de tele de mi hijo, UNA tiene su propia estrategia terapéutica que va recomendando a diestro y siniestro: 


SentArse a escribir para sentIrse mejor


No conozco tratamiento más asequible económicamente ni más al alcance- literalmente- de la mano.


Cuando alguien de mi entorno pierde a un ser querido, mi tentación siempre es la de regalarle un cuaderno para que el-que-se-queda destile el dolor de la pérdida mina abajo. Cuando murió mi padre, UNA estaba embarazada de Dolfete hijo3. En aquellos días sólo encontraba consuelo en dos lugares: el murmullo de las mujeres que nos arropábamos y escribir. Escribía al padre-que-se-iba y al hijo-que-se-hacía en mi interior. Escribía escribía escribía. Las lágrimas parecían hacerse surco mina abajo, la pena encauzarse, la angustia contenerse. 

Es esa contención que, como la de un abrazo, descubro con frecuencia en la escritura. Por ello, cuando alguien de mi entorno sufre una pérdida, lo primero que me sale susurrarle, mucho antes de “siento tanto que tengas que pasar por esto”, es “escribe”:


Escribe hasta que la ausencia sea tolerable

Escribe hasta que puedas estar con lo que estás sintiendo


Me cuesta recordar que no todos lidiamos con el dolor de la misma manera. Me cuesta entender, de hecho, que el otro que no es UNA no encuentre en la escritura el alivio que encuentra UNA. Me cuesta, hasta el punto de tener la convicción de que, si no lo encuentra, es por no haberlo tanteado. Es por ello que regalo cuadernos.


Cuando escribes, cuando llevas un rato escribiendo, la conciencia da un pasito para atrás y, en una reverencia que te altera incluso la letra, deja paso al inconsciente: empiezas a descubrir mina abajo cosas de ti que no estabas segura de saber, que acaso sospechabas. Es la mejor manera de conocerte a ti misma


No es sólo, sin embargo, la tristeza la que cobra sentido mina abajo. Fue también de lo primero que UNA hizo en sus pospartos y en los años que estrenaban la vida de mis hijos: escribir los partos, celebrar su llegada a mi vida mina abajo, recoger en palabras las emociones de las primeras veces, esos momentos que no serán capaces de recordar pero que les inventarán mis líneas.


Al igual que las fotos que hiciste de un viaje son los momentos que más recordarás de ese viaje, lo que escribes atrapa lo que vives y lo deja esculpido para siempre en tu memoria tal y como bajó por la mina. Lo que escribes es un álbum, un álbum de recuerdos que no sólo los preserva, sino que también y sobre todo los crea. Es también álbum de heridas que, según van amarilleando las páginas, se hará álbum de cicatrices. Cuando releo un cuaderno antiguo, me acuerdo no sólo de lo que pasó sino también y sobre todo de cómo me sentí. Al modus operandi de la música o un aroma, una página de un diario te puede traer de vuelta todo un verano.


Me encantaría que mis hijos aprendieran por ósmosis esta estrategia terapéutica. Por ósmosis y no por mi empeño pues no hay nada que usurpe más el placer de hacer algo que el empeño ajeno, y más si viene de tu madre y eres adolescente. 

Una tarde de cole de EGB, se me metió una lagartija por la espalda y la seño de lengua insistió en que tenía que escribir una redacción con la anécdota, algo que detesté hacer por impuesto y -aquí viene la paradoja- probablemente habría hecho gustosa de haber partido de UNA la iniciativa pues ya escribía entonces. Es como leer. ¡No son pocos los futuros lectores que ha robado una tediosa lectura obligatoria!


En fin, desde mi escritura mundana, recomiendo el poder sanador de la mina. Si no sanaras, siempre puedes poner un poquito la tele.







Entradas relacionadas

El viaje

El spray de los sueños

Leer es de maricas

El poder de la palabra




miércoles, 16 de noviembre de 2022

Humo

En una de las comunidades online en la que estoy (una de las ventajas de las redes sociales es precisamente hacer comunidad), alguien hizo la siguiente preciosa pregunta: 

¿Qué restarás de tu vida?

Su opinión era que la mejor manera de practicar el autocuidado no es necesariamente la adicción de tareas, como darse un baño o un masaje. UNA está de acuerdo: en esta era en la que se nos anima a las mujeres a practicar el automimo añadiendo prácticas de lujo a nuestra lista ya cargadita de cosas por hacer (masajes, yoga, diarios de gratitud...), el síndrome de demasiado puede desbordarte. Mas bien, se explicaba la autora de la pregunta, el autocuidado debería consistir en la substracción de tareas, de manera que tengamos más tiempo y más energía para lo que de verdad importa.

Me quedé pensando que quizás se trate de substraer no sólo tareas sino que, una vez que te pones a restar, todo sea susceptible de resta. Pos-ya-que restamos, que todo sea susceptible de ser restado.

Restar relaciones que no sólo ya no nos aportan, sino que además nos erosionan.

La familia-de-5 fuimos hace unos veranos a un hotel en Extremadura que me permito recomendaros abajo porque, cuando visitas un sitio tan bello, piensas que es una lástima que el resto del mundo se lo pierda. La cocina de su restaurante era un espectáculo en sí misma y disfrutamos especialmente de la expresión en el rostro de los niños cuando nos servían un plato suculento de cocina creativa bajo una campana de humo que descubrían bailándola ante su fascinación.

 



Hace un par de sábados comimos en Goyko, un restaurante que, para el que tenga la suerte de no conocerlo, es una cadena de comida rápida con aspiraciones de no serlo. El caso es que UNA se quedó estupefacta viendo una campana, similar a la que os contaba, descubriendo en un baile, semejante al que os he relatado, una hamburguesa. Una hamburguesa ahumada.

Esta metáfora me viene de lujo para esas relaciones que huelen a ahumado de hamburguesa. Han perdido todo el glamour y, de ser un plato de comida creativa han derogado en comida basura. Quizás siempre lo fueron, y ya vaya siendo hora de restarlas. No echo de menos ninguna hamburguesa ahumada de las que ya resté en sus días de hedor.

¿Qué restarás de tu vida?, se planteó UNA. 
¿Qué es lo que te drena?

La pregunta me hizo caer en la cuenta de lo que ya llevo haciendo un tiempo, quizás desde aquella noche oscura del alma que pasamos UNA y yo el otoño pasado. Lo que llevo restando es el aftermath de mis disgustos y cabreos. ¿Y qué es el aftermath?, preguntas si no hablas inglés. Pues te confieso que tengo un problema traduciendo esta palabra porque el diccionario me la ofrece como secuelas, pero para UNA es mucho más que eso: es el período post-bélico. Los días después de que haya acabado un conflicto y tu mente se queda rumiando lo que te dijo, y lo que tú le dijiste, y lo que tendrías que haberle dicho y sólo se te ocurrió a agua pasada de la que no mueve molino; y lo que hizo luego, y lo que no hizo, y lo que tendrías que haber hecho y qué hubiera hecho él o ella entonces. ¡JA! 

Hasta que se te pasa. Porque se te acaba pasando. Porque no queda otra que seguir.

UNA, que es muy mental, tiene una Drama Queen dentro que solía vestirse de gala en el aftermath de los conflictos y alargármelos eternamente en el tiempo. Se regodeaba en este período post-bélico, reviviendo el escenario. Aquí tercia otra palabra en inglés (voy a empezar a cobraros por estas clases gratuitas, por cierto, y cobro caro) que es venting: venting viene a ser algo así como desahogarse. Pero mi Drama Queen se ahogaba.

Imagínate que tu pareja dice o hace algo que te sienta ligeramente mal. Tú no se lo señalas, o quizás sí, pero sin darle demasiada importancia. Luego te juntas a cenar con tus amigas y en la tercera copa de vino, les cuentas eso que tu pareja hizo o dijo que te sentó ligeramente mal. Eso es venting. Lo haces para desfogar, para sacártelo del pecho. 

¿Qué pasa? Tus amigas, que te quieren mucho pero no tienen que volver a casa contigo, te dan la razón. Es más: te dan argumentos extra (y gratis, como estas clases de inglés) para razonarte por qué eso que te dijo o que te hizo tu pareja ha de sentarte no ligeramente mal, sino mal-en-condiciones. Para cuando llegas a casa y ves a tu pareja, estás echando humo, pero humo del de hamburguesa. El pobre no entiende qué ha pasado. Drama Queen ha pasado. Drama Queen ha rumiado, se ha desahogado y, en el proceso, os está ahogando.

Venting es parte del aftermath.

Eso es precisamente lo que ando restando estos días de mi vida. 

La vida es corta.  Paul hijo1 está organizando su viaje de fin de curso de 2º de Bachillerato y, al hacerlo, me abordan los recuerdos de mi viaje a Italia en COU. Mi viaje a Italia fue anteayer. La vida es corta.

¡La vida es cortísima!, grita mi Drama Queen, con quien por cierto me llevo estupendamente. Es una de las facetas de UNA que más adoramos UNA y yo. (¡Qué lío, ¿no?!😉)

La vida es corta. UNA pone la intención en que el tiempo y la energía que le presto a mi Drama Queen para regodearse después de un conflicto o un disgusto sea limitado. Le doy unos minutos. Si el pollo ha sido grande, tal vez unas horas. Pero días ya no, maja: haz unos aspavientos, llora si te hace falta, no te cortes, unas cuantas palabrotas bien sonoras y, 

a otra cosa, mariposa. 

Le he restado tiempo a mi Drama Queen que el tiempo es humo. El tiempo y la energía de UNA para lo que de verdad importa. Para los que de verdad importan. Less drama, que dice mi amiga Juana. Give fewer fucks, que dice más gráficamente mi amiga Nines (esto que os lo traduzca google que la clase de hoy ya ha terminado).

Y tú, ¿qué restarás de tu vida? 

Se acerca de nuevo el año nuevo.
De nuevo, el año nuevo.
Pasa la vida corta.
Quizás vaya siendo hora de sumar menos y restar más.

La vida es humo. Tú decides qué es lo que quemas.


Entradas relacionadas
El placer de decir no
Lo salvaje
Se dan clases particulares de inglés a 80 euros la hora
La lista de cosas por hacer
El síndrome de demasiado

El hotel de que os he hablado:
https://avelhafabrica.es/




domingo, 6 de noviembre de 2022

Continente

Recuerdo con nitidez la ilusión de nuestra primera excursión a CONTINENTE con mi madre. Acababan de abrirlo en Valladolid y fue todo un acontecimiento urbano pues era la primera gran superficie que se abría en la ciudad. Lo ubicaron cerca de lo que entonces se llamaba Manicomio y ahora supongo que se llamará Centro de Salud Mental, pues al movimiento de corrección política le ha dado por robarnos un término tan etimológicamente bello como es manicomio. Los locos, palabra igualmente ahora condenada, entraban en el hipermercado, mesmerizados como estábamos todos ante semejante despliegue de productos en ristras, y abrían los paquetes de galletas y patatas merendando a sus anchas sin la preocupación por ser pillados que les impondrían las medidas de seguridad actuales en estos centros comerciales. Hubo un antes y un después de Continente. Antes ibas a la carnicería a por la carne, a la pescadería a por el pescado, a la frutería a por la fruta, a la tienda de ultramarinos a por las legumbres, y a la droguería a por los productos de limpieza. De repente, ya no tenías que hacer esta especie de viacrucis consumidor por las diferentes estaciones locales. Cogías el coche y te trasladabas a Continente en un acontecimiento familiar sin precedente. De repente eran los 80 y podías satisfacer todas tus necesidades adquisitivas en un único lugar. Con sus luces y su música de fondo, el hipermercado te hacía sentir como si hubieras viajado al extranjero. 


La foto es de otro blog: Vallisoletvm


Ayer fue el decimoctavo aniversario de mi boda. Llevamos 29 años juntos. Salimos a comer fuera para celebrarlo y, a instancia mía, nos sentamos a re-evaluar nuestro matrimonio. A UNA le gusta aprovechar la oportunidad de ritual que ofrecen las fechas señaladas. Luego UNA a solas re-evaluó también al papel de UNA misma en la relación de pareja. Fue en esta reflexión a solas en la que me asaltó el recuerdo de CONTINENTE. UNA entró en el matrimonio con mentalidad de CONTINENTE, pensé. Básicamente, UNA tenía la expectativa de que todas sus necesidades fueran satisfechas por su relación de pareja. Todas las necesidades satisfechas por un único continente, el de la relación.

Esta expectativa, que ahora que la he vestido de palabras, salta a la vista que es una aberración, fue sin embargo a lo que nos educaron a esperar desde niñas. No me refiero tanto a casa: mi madre, en un ramalazo feminista muy foráneo a las mujeres de su generación, siempre insistió en que estudiáramos mucho y nos labrásemos un futuro para no tener que depender de ningún hombre. Me refiero, sobre todo, a la idea del amor romántico que se nos vendía, y sigue vendiéndose, desde el cine y la literatura, según la cual, una vez que encuentras a tu alma gemela, ya no tienes que seguir buscando nada fuera porque lo tienes todo dentro de la relación con ese alma gemela.

Peter no es mi alma gemela. No sé si existen las almas gemelas pero, si existen, sé que Peter no lo es. El mero pensamiento es hilarante: No hay nada menos gemelo a mi alma que Peter. Lo que sé es que de los problemas que tuviéramos en los primeros lustros de nuestro tiempo juntos, la parte de culpa que le toca a UNA es precisamente la de las expectativas de CONTINENTE. Efectivamente, UNA esperaba que Peter satisficiera todas y cada una de mis necesidades de manera que a UNA le bastara con ir al continente de nuestra relación para verse llena y suplida. Flaco favor le hacemos a nuestra pareja cuando le cargamos con el peso de una expectativa que tanto abarca, especialmente porque UNA necesita mucho.

La vida doméstica me ha ido enseñando que la carne del supermercado no tiene la misma calidad que la de una buena carnicería local, y mejor si es de pasto; que para el pescado, antes que al bandejero del hiper, mejor acudo al mercado a primera hora de la mañana; la fruta y la verdura me la traen hasta casa en una cesta ecológica de un huerto. Ya no la compro envasada en plástico en grandes superficies. UNA ha aprendido que la comodidad de CONTINENTE está bien, por supuesto que está bien, pero que hay ciertas cosas del día a día que es mejor comprarlas localmente.

Ese es, también, mi balance del matrimonio. UNA ha comprendido que hay ciertas necesidades que nunca podrá satisfacer ni mi relación de pareja ni Peter, y que no es justo exigirle ni a Peter ni a nuestra relación que lo hagan. Hay necesidades que UNA habrá de satisfacer en las relaciones de sororidad con las hermandades de mujeres (amigas, hermanas, compañeras de trabajo) pues precisan de un toque femenino que Peter nunca ha de tener; que, de hecho, mejor que no lo tenga. Pedirle peras al olmo es crear fricciones imposibles de resolver. Hay otros vacíos que he tenido que ir aprendiendo a llenar yo misma. De hecho, siento que en eso ha de consistir necesariamente la madurez, en ir ganando autoreferencia e ir perdiendo codependencia. También he descubierto que hay anhelos que en ambición han de quedar pues es condición humana la de anhelar. Y eso es también fuente de dopamina.

Para UNA, el matrimonio está siendo ese aprendizaje de ir soltando expectativas e ir distinguiendo entre las necesidades que espero ver satisfechas en mi relación de pareja y aquellas que he trasladado fuera de ese ámbito y he colocado en relaciones de otra índole, como la relación de UNA con UNA. 

Ahora compro local y todo está más sabroso.




Entradas relacionadas
Peter, ¡Feliz 50 cumpleaños!
Te quiero de vez en cuando
Hermandad de mujeres


sábado, 24 de septiembre de 2022

Versiones

Con la llegada del móvil y de esta aplicación verde que nos roba tiempo y atención, la lectura del Reader's Digest en mis visitas al baño quedó definitivamente sustituida por incursiones en los estados de whatsapp de mis contactos. La práctica diaria de cotilleo da lugar a no pocas dosis de agravio comparativo. Estas tecnologías vienen a servirnos en bandeja motivos para la vergüenza. Hoy te traigo un ejemplo.

Hay en mi lista de contactos una madre que es como una versión joven de UNA. Tiene sus tres hijos aún pequeñitos. Nuestras conversaciones con frecuencia me devuelven al pasado y me provocan la nostalgia no sólo de cuando mis ahora-adolescentes eran aún polluelos agazapados bajo mis alas, sino y sobre todo de una UNA diez años más joven. 

El caso es que en su estado de whatsapp sube a menudo fotos de familia y en las estampas de este verano aparecían escenas de camping. El camping es una de mis espinitas clavadas, algo que siempre quise hacer con mis retoños y que de hecho haría probablemente varias veces en mi cabeza pero nunca se llegó a materializar en unas vacaciones. No sabría decirte por qué ya que nunca me pudo la pereza para el viaje. Supongo que hicimos otras cosas en su lugar pero UNA se quedó con ganas de camping y ahora el plan sería con toda seguridad inviable con el entusiasmo que mis adolescentes despliegan ante mis propuestas.

Este verano, cuando veía las fotos de mi amiga en el camping con sus hijos y después me sentaba a comer con los míos, comparaba las sonrisas de aquellos con las caras-de-pedo de mis muchachos a la mesa, y se ensombrecía un poco mi alma. Las batallas campales en casa, que estallan normalmente alrededor de la mesa porque es cuando nos juntamos todos en un par de metros cuadrados, con sus bufidos y su repertorio de insultos, la desgana vital en el ambiente, los ojos en blanco, la queja sostenida, se me pintaban sombrías y pesadas al lado de las fotos familiares de camping de esta versión joven de UNA.

En septiembre nos vimos. Le conté que envidié su verano. Ella vino a contarme que ya estaban de vuelta, otra vez las prisas, los hermanos peleándose, el grito, el desorden. ¡Pero ¿por qué?!, se frustraba.

Me sentí un poco bruja aliviada de que su verdad imperfecta me hiciera sentir un poco menos mal respecto a la familia de UNA. A ver si va a ser que somos todos iguales. O por lo menos parecidos.

La foto que cuelgas en el estado de whatsapp (o en instagram o en facebook- más de lo mismo) es tu-mejor-versión y la-mejor-versión-de-tu-familia-de-5. Pero UNA-espectadora compara esa tu-mejor-versión con la-peor-versión de UNA y la-peor-versión de su familia-de-5. En la comparación, nos apesadumbramos sin caer en la cuenta de que las versiones que comparamos no están ni siquiera en la misma liga. No son comparables. Mi-peor-versión siempre va a perder frente a tu-mejor-versión. Y viceversa. Se nos olvida a menudo el viceversa.

Hay que tener ojo con esto, ser muy consciente, pues si lo hacemos nosotras y nos produce algún que otro pensamiento de aquellos que desasosiegan (me arrepiento de no haber llevado a mis hijos de camping y ahora ya es imposible o ¿¡por qué nuestra familia-de-5 no puede ser normal!?), imagínate cuando son ellos, nuestros chicos, nuestros adolescentes, los que comparan su-peor-versión con la-mejor-versión publicada en redes de sus amigos. Las consecuencias para su autoestima pueden ser devastadoras si se ignora que el abanico de versiones y la selección de las que se publican no es exclusivo sino fondo común. El Reader's Digest nunca hizo tanto daño.

La foto obviamente es de un banco de fotos porque UNA no tiene una propia. Jajaja. Pero UNA sabe que es la-mejor-versión de la familia de la fotógrafa. Su-peor-versión no la habrá considerado digna de celuloide.

Photo by Tegan Mierle on Unsplash

Entradas relacionadas
Comparar
#Carpe-fucking-diem
El viaje
¡A comer!
Postureo
La cara vista
Veranito azul

lunes, 15 de agosto de 2022

Cáscara vacía

 "No hay cambio de rumbo posible, exprimiremos este planeta hasta que sea una cáscara vacía y después nos sentaremos a contemplar con asombro nuestra propia extinción." 

https://www.elartistadelalambre.net/un-examen-que-suspendemos-cada-dia/


La cita que da título a esta entrada comentaba mi post anterior, Agua. Aquí seguimos, en este agosto tórrido, con sus olas de calor y sus vientos de levante interminables, y sus incendios, dándole vueltas al tema del cambio climático, o más bien, al tema de la ansiedad que despierta en algunos de nosotros el cambio climático. Me senté a contestar al comentario y vi que, junto a la ansiedad, se había hecho hueco cierta perplejidad indignada.

A muchos se nos ha disipado ya en la memoria lo que pasó en la pandemia pues el ser humano tiene tanta capacidad de olvido como de adaptación. Lo que pasó en la pandemia es que las autoridades votadas consideraron que estábamos atravesando una situación seriamente grave, una emergencia sanitaria mundial, y tomaron medidas. Tomaron medidas que todos, o casi todos, acatamos. De hecho, todos, o casi todos, nos cuadramos ante las medidas: las mascarillas, los geles hidroalcóholicos, los confinamientos, las restricciones, la distancia social. Renunciamos incluso a derechos fundamentales como la tribu en los duelos. ¿Os acordáis? La gente se moría sola en aras de la salud pública. Nos vacunamos precipitadamente sintiéndonos muchos de nosotros cobayas al hacerlo. Dimos clase entre mamparas, entre corrientes de aire y bajo mantas. Hicimos cosas difíciles. Las hicimos juntos. Y las hicimos bien. Pues entendimos que era urgente y confíamos en las instrucciones que se nos daban por doquier. Nos decían hasta cómo lavarnos las manos, ¿recuerdas?

Pues bien. Para UNA el cambio climático no es una situación seriamente grave: es LA SITUACIÓN MÁS GRAVE- no se nos olvide: sin el-todo no hay nada. Para UNA el cambio climático es LA EMERGENCIA SANITARIA MUNDIAL por excelencia. Los que la vivimos con ansiedad entendemos que para paliar dicha ansiedad es necesario sentir que estás haciendo todo lo que está en tu mano a nivel local. Mi perplejidad indignada proviene de que UNA no tiene muy claro qué es todo lo que está en la mano de UNA pues no se nos están dando instrucciones. ¿Dónde están las medidas? Si esto es una emergencia mundial, ¿por qué no estamos recibiendo a diario instrucciones sobre todas y cada una las cosas que cada uno puede hacer a nivel local para paliar la situación? ¿Por qué a esas cosas no se les ha atribuido ya la condición de obligatorias? ¿Por qué no tenemos el mismo aluvión de medidas, de restricciones y de instrucciones que tuvimos para la pandemia? Si ponemos en un lado de la balanza la Covid-19 y en el otro el cambio climático, ¿qué pesa más? Que no se nos olvide: sin el-todo no hay nada. No hay ni Covid-19.

No me queda otro remedio que repetirme: han perdido ustedes, señoras y señores de la cúpula, la perspectiva de lo-urgente. Lo que la ciudadanía siente ante el cambio climático- los que no evitan sentirlo (a los que sí evitan sentirlo, les animo a ver la película Don't look up)- es una sensación de desamparo, de estar abocados -como dice la cita- a la contemplación de nuestra propia extinción por no saber realmente qué hacer para evitarlo, salvo meter los plásticos e inertes en la bolsa amarilla que luego se rumorea sigue el mismo destino que la verde. 

En las últimas elecciones rastreé el programa político de las diferentes propuestas en busca de medidas medioambientales y es decepcionante, es indignante, cuán solos nos han dejado en esto. Las autoridades votadas nos han dejado a nuestro libre albedrío en la mayor crisis sanitaria mundial, en la más urgente, en la más grave. 

Si fuimos capaces de demostrar en la pandemia que podemos hacer cosas difíciles y podemos hacerlas juntos y podemos hacerlas bien, ¿por qué no se nos está liderando a hacer lo mismo con el cambio climático?







Entradas relacionadas


miércoles, 3 de agosto de 2022

Agua

Cuando mi sobrina era bebé, mi hermana y mi cuñado nos dejaron a Peter y a UNA con ella, que entonces no éramos aún padres. En un momento dado, la bebé empezó a gimotear, y el gimoteo se convirtió enseguida en un llanto inconsolable que se estrechaba dolorosamente en el tiempo. No había manera humana de hacer callar a aquella criatura y UNA se desesperaba, lo cual probablemente no hacía sino enconar sus berridos - ahora UNA-madre sabe que el sistema nervioso del adulto regula el del niño pero entonces era tía-novata y lo ignoraba. Me agobié tela porque llevábamos casi media hora sin lograr que la bebé dejara de llorar y estuve a punto de llamar a su madre (por cierto, si te han dejado a un niño en custodia, nunca llames a su madre- le arruinarás el día). Entonces Peter tuvo un arrebato de inspiración: me quitó a la niña de los brazos con determinación y le metió la cabeza debajo del grifo de agua. La cría se calmó de inmediato. Puede que fuera la sorpresa del remojón, pero UNA prefiere creer en el poder del agua, que he descubierto ya de adulta pero se me ha revelado mágico.

No sé si conocéis a Wim Hof. Le llaman el-hombre-del-hielo. Es un personaje, cuando menos, pintoresco. A mí me hace mucha gracia el tipo en sí y además el hecho de que, no siendo americano, es el prototipo del sueño americano: el nuevo prototipo, me refiero, el de la-era-online. Tienen una idea, muchas veces tirados en la cama de pura desidia. La idea es semi-tonta o tonta entera: no tiene demasiada chicha, a cualquiera se le podría haber ocurrido un domingo por la tarde... Pues ¡coño! se apañan para vendértela. Te escriben un libro, te inventan un curso, después viene la app, y la idea semi-tonta acaba acuñando dólares a mansalva.

Pues bien, al tipo éste es al que se le ocurrió la idea de meterse en agua fría, después muy fría, después en hielo; le añadió unas respiraciones.... y se hizo de oro. El caso es que sus vídeos me resultan divertidos, su acento es encantador y él es la imagen de un padre que se hubiera hecho vagabundo para hacer más entretenido el cuento de sus hijos. Empecé a probar lo de la ducha fría, ¡coño! y funciona. Me acordé de mi sobrina. Tienes una rabieta, o son tus hijos los que la tienen y te estás volviendo loca, estás a punto de gritar o de salir corriendo o de salir corriendo gritando, y te metes debajo de una ducha de agua fría y en breve, te digo en muy breve, eres madre-zen. Hay algo de ciencia en esto, que tiene que ver con el nervio vago, pero esa parte te la dejo para que la googlees.

El mar. ¿Quién no lo ha sentido? Te dejas envolver por las olas y éstas te mecen. Si te quedas quieta y callada, los ruidos de la playa y aquellos que de chica estaban dentro de una caracola te cantarán una nana. El mismo mar de todos los veranos.

El agua tiene poder. El poder de los cuerpos de agua. El agua sana. El agua cura. Si alguien en tu entorno está ofuscado por la ansiedad o la tristeza o la ira, ofrécele un vaso de agua fría. El agua alivia. Te riega por dentro. La lluvia sosiega. Escuchar la lluvia es en sí una meditación. Dejarte mojar por ella es acupuntura, un masaje suave. En Córdoba, cuando llueve, la vida se para. Hay embotellamientos de paraguas. A UNA le sorprendía en Inglaterra que la gente se dejaba mojar mucho más, salían a la calle sin paraguas ni aspavientos. ¿Están más acostumbrados? Puede. ¿Ya tienen tema para su siguiente tarde de pub? Puede. Pero UNA prefiere creer que han descubierto el poder del agua en su sistema emocional y se lo tienen callado.

El agua ya no está tan fría. Ni la del grifo, ni la del mar. Prefieres no pensar en ello, ¿verdad? UNA también. Yo también. Me angustia, me agobia, me asfixia. El otro día topé con un meme que decía que el cambio climático es el mayor ¡TE-LO-DIJE! de la historia. Lo es. Está aquí. El mar de este verano ya no es el mismo mar de todos los veranos: está más caliente. La ola de calor interminable es global. Los negacionistas siguen negándolo pues para ello son negacionistas. Mientras lo niegan, les resbala el sudor por frente y escote. Negar es un modo de calmar la ansiedad como otro cualquiera. Como el propio optimismo. O como evitar el pensamiento. O como meterse en el agua. ¡Ay! Pero si lo que te produce ansiedad es pensar en el cambio climático y te metes en el agua para calmar la ansiedad y la temperatura del agua te recuerda que el cambio climático ya no es una predicción sino un fenómeno cuya velocidad excede lo previsto, entonces ¿¡qué!? ¿Cuánto hace que no oímos la lluvia?

Me topé con otro meme. Decía: Si pudieras mandar un mensaje directo a todos y cada uno de los seres humanos (de los haceres humanos, corregiría UNA), ¿qué les dirías?
Les diría: Planta un árbol.
Les preguntaría: ¿Tú, TÚ personalmente, estás haciendo todo lo que está en tu mano para frenar el fin de el-mundo-de-mis-hijos?
Sentirse impotente puede que sea otra forma de negacionismo.

¿Y si nos mojamos todos?



sábado, 16 de julio de 2022

El factor humano

Entré en un chino, una tienda de esas que han degradado el estándar de decoración urbana de nuestras calles, y me encontré una escena que sólo puedo calificar de dantesca. El tendero no era chino, era moro. Ahora mismo se me escapa si moro es un término apreciado o despreciado por el movimiento de corrección política (creo que suspendería el certificado de nivel básico en corrección política pues me perdí en los albores de esta tendencia). Estaba enfadado, eso estaba clarísimo. La ira trasciende las lenguas. Eso es lo bello del lenguaje corporal: su universalidad. Trataba de echar de la tienda al cliente que estaba delante mía. El cliente o la cliente. No estoy segura. Podía ser un hombre vestido de mujer o una mujer vestida de hombre. El cliente o la cliente estaba sensiblemente avergonzado o avergonzada (quizás finalmente sí aprobaría el nivel básico de corrección política). No hacía falta que dijera nada. La vergüenza también trasciende lenguas. Pude entrever al niño detrás del adulto. Confesaba:

- Me he hecho pis.

Miré al suelo y efectivamente se había meado. No sentí asco. Sentí pena. Por el hombre o la mujer que confesaba como un crío que se había hecho pis, allí, delante del moro y de UNA, en aquella tienda gris, un viernes por la noche. Por el moro que regenta un chino y tendría que limpiarlo después. Sentí el enfado de éste y la vergüenza de aquel. No supe qué decir, testigo de esta escena tan tremendamente humana. ¿Cómo llega alguien a esto?, me pregunté afectada.

El factor humano en un chino.


Photo by David Clode on Unsplash


Fui a recoger a Dolfete hijo3 al colegio. Era uno de los últimos días de clase de junio. Mientras esperaba, vi salir a un chavalillo algo especial de otra clase y dirigirse impaciente a su padre, quien lo recoge todos los días religiosamente a las dos. Podía leerse en la cara del chiquillo que llevaba toda la mañana esperando el momento de ver a su padre para comunicarle un mensaje muy importante:

- ¡Papá, no quiero repetir!

El padre sonreía con perplejidad y callaba. Escuchaba conmovido.

- ¡Papá, no quiero repetir!- insistía el crío. - En esta clase tengo amigos. Mira.

Señalaba a tres o cuatro pequeños de su altura que se acercaban a él y lo abrazaban, como para demostrarle al padre que, efectivamente, ELLOS eran sus amigos y que, efectivamente, ésa era razón suficiente para no repetir.

A esas alturas de la escena, UNA no te sabe decir a ciencia cierta quién estaba más emocionado, si el padre o UNA. El factor humano en una escena de puerta de cole: 
La ternura con la que los amigos trataban de convencer al padre de que lo mejor sería no repetir curso;
la ilusión que el chico ponía en su misión imposible de intentar persuadir a su padre una vez más de no repetir con el argumento recién encontrado de la amistad;
y el turbor del padre a sabiendas de que iba a tener que frustrar los deseos de su niño sin lograr hacerle entender que sería por su bien y -UNA adivina- quizás también las dudas de estar haciendo lo correcto.
Pude sentirlo todo: la ternura, la ilusión, el turbor, la duda.


Photo by David Clode on Unsplash


Paseaba por la calle con mi madre. Pude verlo de lejos en una parada de autobus. Me recordó a Gusi hijo2. Quizás era un poco más alto, pero iba vestido con una equipación de fútbol como la de mi hijo y tenía el mismo aspecto desgarbado que él. Estaba solo y se le adivinaba inquieto. Se metía repetidamente las manos en los bolsillos. Registraba su mochila, metiendo casi hasta el cuello dentro. Entonces me vio. Quizás reconoció en mi mirada la de su madre, ya que UNA lo había estado observando con el parecido de mi adolescente mediano en mente. Lo vi acercarse. Tímido. Dubitativo. 

- ¿Me das dinero para el autobus?

Sin explicaciones. No "es que se me ha olvidado", no "es que he perdido el bonobus". Nada. Un adolescente que no tiene cómo volver de su entrenamiento y tiene que detener a una señora desconocida para pedirle dinero tiene que estar pasando un mal rato. Valiente, pensó UNA.

- Claro- le dije-. 

No le dije nada más. Ni consejos. Ni preguntas. Sólo 1,30 euros, como si se los estuviera dando a mi hijo. No. Mi hijo probablemente se llevaría el consejo y la pregunta con el 1,30.

Sentí su alivio. El factor humano en la parada del bus.

Esto. Lo que nos une. Sólo hace falta pausarse a extender con delicadeza la sensibilidad como un mantel para sentir lo que está sintiendo el otro. Entonces suceden anecdótas que contar, el factor humano como protagonista. 

¿Sabes? Al final todos somos una historia que contar. In the end, we'll all become stories, que decía Margaret Atwood.


Entradas relacionadas


sábado, 9 de julio de 2022

#Carpe-Fucking-Diem

Te voy a contar cuál es uno de los generadores de culpa maternal por excelencia.

Dolfete hijo3 estaba aburrido. Era su 12 cumpleaños. Nos pillaba de vacaciones pero no podíamos ir a la playa porque hacía viento fuerte y levantaba la arena, así que estábamos decidiendo qué hacer. Adolfo estaba frustrado. ¡Qué mala suerte tengo! ¡Todo me sale mal! Así que UNA se puso su sombrero de entretenedora-oficial y empezó a listar sugerencias de actividades para una tarde gris estival. Por supuesto, todas eran encontradas con una negación rotunda por parte de la frustración de Dolfete hasta que se me ocurrió que podíamos ver vídeos de cuando era pequeño que sé que es una de sus actividades favoritas y, ¡ojo!, además es tiempo-de-pantalla. Las pantallas nunca fallan a las madres en apuros (aunque pueden ser otro generador-de-culpa pues no gozan de buena fama). 

Le puse en el ordenador una recopilación de vídeos y fotografías que le había confeccionado 2 años antes, cuando cumplía 10. Para cuando terminamos de ver el vídeo, UNA no podía seguir reprimiendo las lágrimas y rompió a llorar invadida por la nostalgia. Comparaba el pasado de mis criaturas, que eran tan ricas y tan monas, que me habían necesitado tanto y querido tanto, con el presente de mis dos adolescentes desgarbados más un pre-adolescente, que no hacen otra cosa que quejarse y llamarme pesada. “Cualquier tiempo pasado fue mejor” vino a cambiar el viento de la tarde por desazón y melancolía.

Mientras lloraba, había una parte de UNA que consiguió distanciarse y que me observaba con un poquillo de sorna. Peter, que suele complementar mi dramatismo con dosis de bajada-a-tierra, me miraba un poco obtuso:

- ¿No te da pena?- le preguntaba UNA. 

- Me da morriña- decía él- pero vamos…

- Pero vamos ¿qué?

- Que no todo sale en los vídeos y las fotos, que lo que sale es una selección de los momentos buenos… Que eran muy monos, sí, pero que no se nos olviden las tardes en urgencias, las noches sin dormir, las papillas de frutas, el cansancio…


Ahí identifiqué a esa parte de UNA que me observaba con sorna. La etapa infantil es muy bonita pero también no lo es (como casi todas las etapas en la vida). De eso no se chivan las fotos ni los vídeos que recopilamos, pues esto es como Instagram: no vas a colgar una foto de una pelea con tu pareja, lo que cuelgas es el beso en la puesta de sol. ¿O no? Nadie quiere ser testigo de tus miserias, ni siquiera tú misma.


Cuando ya ha pasado la vorágine, cuando te encuentras en otra etapa de la vida, el recuerdo es inmensamente depurativo y te trae como regalo llenarte la memoria de momentazos y de buenos-pequeños-momentos, pero trata de dejar al margen las pequeñas miserias de la vida diaria de aquella época que ya pasó.

Esto mismo que hacen las estampas visuales y recordatorios fílmicos lo hacían la mayoría de las lecturas a las que UNA dedicó tiempo en su afán incansable de aprender a ser mejor madre durante la infancia de mis hijos. Recuerdo concretamente una de esas lecturas. La autora se llama Rachel Macy Stafford y tiene varios libros. Creo que llegué a leer dos. Hands free Mama y Only Love Today. Probablemente no los terminé. En esa época no me daba tiempo a terminar los libros. Su movimiento se llama The Hands Free Revolution y básicamente te insta a disfrutar del momento de estar con tus hijos mientras dure, y te recuerda una y otra vez que ese momento no va a durar. Es decir, la nostalgia te la mete por todos los poros de tu cuerpo MIENTRAS estás inmersa en la propia época de la vida por la que vas a sentir nostalgia. UNA cayó en sus redes. La autora escribe muy bonito y es difícil no dejarse embaucar. 


El algoritmo de las redes sociales detectó pronto que UNA había sido apresada por esta nostalgia-prematura y empezaron a aparecerme memes del tipo: "Solamente tienes 18 veranos con tus hijos".


UNA tardó varios libros y un montón de memes más en darse cuenta de que estas lecturas no me estaban aportando otra cosa que una conciencia exacerbada del paso del tiempo, que ya de por sí suele estar presente en personas hipersensibles como UNA. Esta exacerbación tiene dos consecuencias tan inmediatas como implacables:

La primera es que provoca el efecto totalmente contrario. En vez de estar en el aquí y el ahora, tu cuerpo sigue aquí, en la vorágine, mientras tu mente anda anticipando la nostalgia que sentirás cuando tus hijos sean adolescentes y no hagan otra cosa que quejarse y llamarte pesada.

Además, y sobre todo, la exacerbación de la conciencia del paso del tiempo se convierte en un generador-de-culpa por excelencia. Cuando estás cansada o harta o deseando que los niños se acuesten o enfadada o histérica, ¿sabes lo que esta conciencia viene a posar en tu mente? Un buen puñado de deberías. 


Deberías estar disfrutando de esta época con tus hijos pues no dura.

Deberías estar feliz ahora que tus hijos son pequeños y comestibles y manejables y monos.

Deberías CARPE DIEM como las autoras de estos libros y estos memes.

 

Lo que más perpleja me dejaba, no obstante, es que las autoras de estos libros que te instan a aprovechar el momento con tus hijos tenían niños de esas edades y, sin embargo, encontraban tiempo también para escribir libros, posar perfectamente peinadas en redes sociales Y hacernos sentir fatal a las madres que no teníamos tiempo ni para terminar sus libros. 


Está bien. Está bien ser consciente del paso del tiempo como en El club de los poetas muertos para que el tiempo no te pase sin conciencia. Lo que UNA cree que no está bien es que esa conciencia esté tan presente que te robe el presente. Así que cada vez que no estés disfrutando del tiempo con tus hijos, que serán muchas las veces (porque ¡sorpresa! somos humanas y los conflictos familiares que no se ven en las fotos ni en los vídeos ni en los Instagrams existen); cada vez que te venga a visitar la culpa con sus deberías y sus carpe-diem-only-love-today y sus buenismos, regálale el mantra que UNA se elaboró como antídoto a esta culpa-de-nostalgia-anticipada:


Carpe-Fucking-Diem





Ya de paso, guardémonos todas de dar este consejo de disfrutar-el- momento-antes-de-que-el-momento-pase a las madres jóvenes y agobiadas, que ya van suficientemente agobiadas. Ya habrá tiempo para la nostalgia.


Entradas relacionadas

Abrazar la ambigüedad

Postureo

Madres jóvenes y agobiadas

Hazle la cama