Entré en un chino, una tienda de esas que han degradado el estándar de decoración urbana de nuestras calles, y me encontré una escena que sólo puedo calificar de dantesca. El tendero no era chino, era moro. Ahora mismo se me escapa si moro es un término apreciado o despreciado por el movimiento de corrección política (creo que suspendería el certificado de nivel básico en corrección política pues me perdí en los albores de esta tendencia). Estaba enfadado, eso estaba clarísimo. La ira trasciende las lenguas. Eso es lo bello del lenguaje corporal: su universalidad. Trataba de echar de la tienda al cliente que estaba delante mía. El cliente o la cliente. No estoy segura. Podía ser un hombre vestido de mujer o una mujer vestida de hombre. El cliente o la cliente estaba sensiblemente avergonzado o avergonzada (quizás finalmente sí aprobaría el nivel básico de corrección política). No hacía falta que dijera nada. La vergüenza también trasciende lenguas. Pude entrever al niño detrás del adulto. Confesaba:
- Me he hecho pis.
Miré al suelo y efectivamente se había meado. No sentí asco. Sentí pena. Por el hombre o la mujer que confesaba como un crío que se había hecho pis, allí, delante del moro y de UNA, en aquella tienda gris, un viernes por la noche. Por el moro que regenta un chino y tendría que limpiarlo después. Sentí el enfado de éste y la vergüenza de aquel. No supe qué decir, testigo de esta escena tan tremendamente humana. ¿Cómo llega alguien a esto?, me pregunté afectada.
El factor humano en un chino.
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Fui a recoger a Dolfete hijo3 al colegio. Era uno de los últimos días de clase de junio. Mientras esperaba, vi salir a un chavalillo algo especial de otra clase y dirigirse impaciente a su padre, quien lo recoge todos los días religiosamente a las dos. Podía leerse en la cara del chiquillo que llevaba toda la mañana esperando el momento de ver a su padre para comunicarle un mensaje muy importante:
- ¡Papá, no quiero repetir!
El padre sonreía con perplejidad y callaba. Escuchaba conmovido.
- ¡Papá, no quiero repetir!- insistía el crío. - En esta clase tengo amigos. Mira.
Señalaba a tres o cuatro pequeños de su altura que se acercaban a él y lo abrazaban, como para demostrarle al padre que, efectivamente, ELLOS eran sus amigos y que, efectivamente, ésa era razón suficiente para no repetir.
A esas alturas de la escena, UNA no te sabe decir a ciencia cierta quién estaba más emocionado, si el padre o UNA. El factor humano en una escena de puerta de cole:
La ternura con la que los amigos trataban de convencer al padre de que lo mejor sería no repetir curso;
la ilusión que el chico ponía en su misión imposible de intentar persuadir a su padre una vez más de no repetir con el argumento recién encontrado de la amistad;
y el turbor del padre a sabiendas de que iba a tener que frustrar los deseos de su niño sin lograr hacerle entender que sería por su bien y -UNA adivina- quizás también las dudas de estar haciendo lo correcto.
Pude sentirlo todo: la ternura, la ilusión, el turbor, la duda.
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Paseaba por la calle con mi madre. Pude verlo de lejos en una parada de autobus. Me recordó a Gusi hijo2. Quizás era un poco más alto, pero iba vestido con una equipación de fútbol como la de mi hijo y tenía el mismo aspecto desgarbado que él. Estaba solo y se le adivinaba inquieto. Se metía repetidamente las manos en los bolsillos. Registraba su mochila, metiendo casi hasta el cuello dentro. Entonces me vio. Quizás reconoció en mi mirada la de su madre, ya que UNA lo había estado observando con el parecido de mi adolescente mediano en mente. Lo vi acercarse. Tímido. Dubitativo.
- ¿Me das dinero para el autobus?
Sin explicaciones. No "es que se me ha olvidado", no "es que he perdido el bonobus". Nada. Un adolescente que no tiene cómo volver de su entrenamiento y tiene que detener a una señora desconocida para pedirle dinero tiene que estar pasando un mal rato. Valiente, pensó UNA.
- Claro- le dije-.
No le dije nada más. Ni consejos. Ni preguntas. Sólo 1,30 euros, como si se los estuviera dando a mi hijo. No. Mi hijo probablemente se llevaría el consejo y la pregunta con el 1,30.
Sentí su alivio. El factor humano en la parada del bus.
Esto. Lo que nos une. Sólo hace falta pausarse a extender con delicadeza la sensibilidad como un mantel para sentir lo que está sintiendo el otro. Entonces suceden anecdótas que contar, el factor humano como protagonista.
¿Sabes? Al final todos somos una historia que contar. In the end, we'll all become stories, que decía Margaret Atwood.
El día por sí mismo, uno tras otro, es un caldo de cultivo de historias. Solo hay que saber verlas, pero están ahí.
ResponderEliminarEso creo. También creo que hay que tener un nivel alto de sensibilidad para verlas.
EliminarA veces creo que vamos perdiendo ese factor humano de una manera que asusta, yo siempre prefiero pecar de ingenuidad y que me puedan engañar a quedarme con la duda...
ResponderEliminarHace unos días una persona con una silla de ruedas eléctrica se queda varada en medio de un semáforo, simplemente dejó de funcionar. De los tres coches que había uno maniobró para salir de allí, otro pito enfadado y el tercero, en el que yo iba, fue el único que paramos a intentar ayudar... era tan sencillo como tranquilizar a la mujer, apagar el motor y volver a encenderlo...
Son cosas tan sencillas y parece que nos cuestan un mundo... Con el autobús recuerdo algo similar, era el último autobús de línea y a un chaval le faltaba un puñetero euro y todo el mundo mirando para el suelo, yo no lo entiendo, la verdad.
En fin, tengo esperanza en tus hijos, que lo sepas :)
En todo mi recorrido de desarrollo personal que ha sido la maternidad, creo que esa última frase tuya ha sido la más halagadora. Gracias.
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