viernes, 19 de febrero de 2021

Déjate caer



El verano pasado fuimos a Canarias. Gran Canaria es la isla de los nombres bonitos: el Roque NubloTejedaAgaeteGuadayeque, la PasadillaAgüimes. Nombres tan llenos de poesía como la belleza de los lugares que nombran. Fue en uno de estos nombres poéticos y lugares bellos, en Arinaga, que Peter me invitó a hacer una travesía a nado. UNA de primeras, mostró reticencias (la pereza, el frío, el temor a cansarme a mitad de trayecto) pero, habiendo descubierto sólo recientemente el poder que sumergirse en agua tiene de remover y alterar emociones, decidí hacerlo y no pude alegrarme más.
Vimos peces preciosos, como pintados a mano, como elegidos para hacer juego unos con otros y decorar el fondo marino. A medida que nos alejábamos de la costa, también se alejaba el suelo de nosotros y hubo un momento en que sentí vértigo. Las rocas y la arena estaban lejos de nuestros pies en el fondo del mar mientras nosotros flotábamos cada vez a más metros de distancia del suelo. El vértigo era obviamente irracional: no podíamos caernos, estábamos flotando a nado pero, irracional o no, UNA lo sentía. No era, no obstante, un vértigo histérico, sino pausado, mecido por el vaivén de las olas y las algas que bailaban también a nuestro alrededor. Y ahí el mar me regaló la metáfora. Pensé: para ver la belleza de cerca, hay que sentir vértigo. Este vaivén. Este vértigo sereno y pausado.

Photo by Olga Tsai on Unsplash


Me cuentas que habéis decidido dar el paso y que tienes miedo. Que ya lo diste una vez -me cuentas- y saliste malherida, hueca, rota. Que acabas de recuperarte de un-muy-mal-de-amores ¿Y si pasa de nuevo? Leo el miedo en la cautela de tus palabras. ¿Y si me vuelven a herir, a vaciar, a romper? Me dices que ya confiaste y, desde mi escucha, alcanzo a sentir el trauma de la traición estancado en tu cuerpo.

Hay una dinámica de grupo, de ésas que te ponen a hacer en campamentos y jornadas, que consiste en dejarse caer. Una persona se coloca delante de otra y se deja caer, sin mirar atrás. La que está detrás la recoge. El objetivo es fomentar la confianza en el grupo; confiar CONFIAR en que la persona que está detrás te recogerá.

Déjate caer, te digo, siente el vértigo. Volver a ver la belleza pasa por volver a confiar. ¿O prefieres privarte de la belleza para siempre? Obviamente sientes reparo a volver a tener el corazón abierto, como UNA lo tuvo antes de lanzarse a hacer una travesía a nado: la pereza, el frío, el temor a cansarte a mitad de trayecto. Déjate querer, te digo, siente el vértigo porque es vértigo en el mar. Flotarás si confías.
Déjate querer.
Déjate caer.

La expresión en inglés, I've got your back, viene a significar algo así como te respaldo o te cubro o tienes mi apoyo. La traducción literal, sin embargo, sería tengo tu espalda. TENGO TU ESPALDA. ¡Qué bonito!, ¿no? Tú déjate caer que yo tengo tu espalda.
Te cuento que UNA tiene claros los valores, que se sabe la teoría de cómo educar a sus hijos a pies juntillas, que quiere hacerlo distinto, que la educación le brote de dentro, que se base en lo-que-UNA-ha-decidido-creer y no en creencias limitantes heredadas o contagiadas. Luego, te confieso, cuando llega la hora de la verdad de mi vida mundana, UNA dispara a bocajarro las frases que usaron mis padres y con toda probabilidad mis abuelos. A la hora de la verdad mundana, UNA toma muchas decisiones basadas en el miedo: miedo a con quién se junte, miedo a qué hará cuando UNA no esté mirando, miedo a ese futuro incierto que amenaza con pintar el horizonte de gris marengo, miedo a hacerlo mal, miedo al descontrol y al caos.

Vértigo en el mar. 

El vértigo se siente cada vez que haces algo en tu familia-de-destino que tu familia-de-origen hubiera hecho radicalmente distinto. El vértigo está ahí cada vez que te sales de lo-normal y votas por ti. Cada vez que tienes miedo de hacer el gilipollas, cada vez que la balanza se inclina más hacia dar que hacia recibir. El vértigo delata su energía cuando entras en una habitación llena de desconocidos. Cuando te subes en un escenario o te bajas de una relación. El vértigo te hace temblar la voz cuando la alzas en público y la mano cada vez que pulsas el botón de publicar.
El vértigo te acompaña cuando sigues un impulso o confías en el instinto propio porque convertirse en adulto en esta cultura implica una gran dosis de renuncia al instinto impulsivo y al impulso instintivo. Crecemos con el eso-no-se-dice, eso-no-se-hace, eso-no-se-toca que cantaba Serrat y aprendemos así a acallar las corazonadas, a poner los ímpetus en modo silencio. Aún peor es el a-su-vez: a-su-vez nosotros aplacamos el impulso de nuestros hijos y nos preocupamos de que su instinto no haga demasiado ruido.

Pero quien quiera ver los peces de colores, mucho me temo que habrá de mojarse y sentir el vértigo. Mucho me temo que habrá de dejarse caer y confiar, confiar en que alguien, aunque sea UNA misma, tenga su espalda. 
De hecho, mucho mejor si es UNA misma la que tiene tu espalda pues entonces estás cubierta siempre.

En Arinaga




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sábado, 6 de febrero de 2021

Tiempos muertos

A veces UNA piensa que estamos criando una generación de monstruos. Perdonadme el pesimismo pero permitidme que os relate una anécdota que tuvo lugar el viernes después de comer. En casa, tenemos muy restringido el tiempo de pantalla entre semana y abrimos la mano el fin de semana, con lo cual hemos generado lo que viene a ser un efecto-rebote: los niños ansían con síndrome de abstinencia la llegada del viernes por la dosis de tecnologías que inaugura. Incluso mientras comemos UNA puede percibir la urgencia. El tema de la adicción a las "maquinitas" desde luego da para unos cuantos posts y, si me apuras, da para un blog especializado. Pero eso no es lo que me ocupa/preocupa aquí. El caso es que Dolfete hijo3, tras apurar el plato, porque (por supuesto) hoy-mamá-no-quiero-postre-estoy-lleno, se dirigió raudo y veloz hacia la play (la consola de videojuegos playstation para los que, ajenos al gremio, tengáis el placer inocente de desconocer el término). UNA le advirtió: 

- Voy a echarme un rato. 

Dolfete encendió la play y, ¡OH NO, OH NO, OH NO!, una tragedia descomunal se desencadenó: 

¡Una actualización empezó a descargarse!

Todo el mundo sabe que una actualización puede llevar la atroz cantidad de ¡VARIOS MINUTOS! La amenaza de arruinar el comienzo del fin de semana estaba servida.

- ¿¡Y ahora qué hago!? 

El secreto de por qué la respuesta a esta pregunta (a cualquier pregunta, de hecho) casi siempre incluye llamar a mamá se me escapa. Vino a buscarme, a pesar por supuesto de que le había advertido que estaría descansando, y me pilló en el momento justo en el que empezaba a rozar la frontera de la conciencia. Tú sabes.

- Dame la tablet.

- Dolfete, estoy descansando, tienes la play.

- ¡Pero está descargándose una actualización! ¡No puedo cogerla todavía! ¿¡Qué voy a hacer!? ¡Dame la tablet!

- ¿¡Qué vas a hacer!?... ¡NADA!... ¡ESPERA!...

La reacción que siguió ante tamaña sugerencia no fue bonita.

Nada. Espera.

Éste es el mismo hijo que en el-cole-en-casa del confinamiento de marzo, como os contaba en Castigados sin recreo, instauró como rutina diaria el bloqueo del ordenador porque cuando le daba a una tecla, si el dispositivo cometía la osadía de no reaccionar de momento, le volvía a dar, y le volvía a dar, hasta que el dispositivo se plantaba. Entonces UNA reseteaba y, mientras el ordenador se reiniciaba, ¿qué hago ahora?

Nada…

Espera… 

No toques…

Para la generación de UNA, Nada-Espera era parte de la rutina diaria. Nada-esperabas a que se acabaran los danone para que mamá comprara más y así tener los siguientes sobres de cromos de la colección, no te comprabas un paquete de diez sobres de golpe en cualquier gasolinera. Nada-esperabas a que tu padre se levantara de la siesta para que te inflara la rueda de la bicicleta. Si alguien estaba utilizando el fijo en casa, nada-esperabas a que colgara; no había un móvil alternativa. Si llamabas a un amigo al fijo y estaba comunicando, nada-esperabas a que dejara de comunicar; no podías mandarle un whatsapp de voz. Si estabas deseando ver la última película de Star Wars, nada-esperabas a que la estrenaran; no te la descargabas en un sitio pirata. Si al final del verano tu amor estival te mandaba una carta, nada-esperabas impaciente los días de rigor a que llegara por correo; no había email que abrir ni chat al que engancharse. Nada-esperabas y, mientras, se te ocurrían un montón de cosas por hacer, como ordenar botones por colores, incordiar a tu hermana, comerte las uñas o escribir un poema.

Si el sábado a mediodía se te rompía el cartabón, nada-esperabas a que tu madre te pudiera comprar uno nuevo el lunes, o no, pero no te pedías uno en amazon prime que te llegara el domingo por la mañana. Amazon prime ha suprimido una cantidad ingente de nada-esperabas de nuestras vidas mundanas.

Vivimos a golpe de ratón: todo está al alcance de un clic. Es la cultura de la inmediatez: 
tiene que ser YA,
tiene que ser AHORA.
Nuestros monstruos han asimilado esta cultura de la inmediatez con mucha más naturalidad que nosotros, sin darse cuenta ellos del milagro (y a veces de la pérdida) que supone atajar días con urgencia. A su vez, nosotros les hemos permitido heredar esta cultura, anonadados como estamos ante el milagro del atajo, sin darnos cuenta de que en ese legado les estamos privando del placer de la
nada-espera

El tiempo de la espera es el más largo. Luego las cosas llegan, pasan y se olvidan con la fugacidad propia de la vida. Pero el tiempo de la espera no se olvida. 

Por eso, antes, cuando UNA estaba ocupada, o desocupada, y los pequeños monstruos reclamaban mi atención y UNA no se la ofrecía de inmediato, sentía cierta culpa (¿cómo se iba a privar UNA?). Pero ahora, unos cuantos años-de madre-después, cuando oigo:
¡Mamá!
y digo: 
- ¡Espera!
pienso que les estoy ofreciendo un gran obsequio. Les estoy compensando las prisas generadas por la cultura de la inmediatez con un poco de nada-espera. ¿Qué se les hace molesta la nada-espera? Puede, pero la molestia no mata, sino que va a poquitos cincelando resiliencia.

La resiliencia es un palabro que se ha puesto de moda precisamente por denotar una necesidad de nuestra era. O si no, ¿cómo vamos a sobrellevar la dilatación del tan esperado final de la pandemia? 

El tiempo de la espera,
no se nos olvide,
también es tiempo de vida mundana. 

Así que aprovecho para daros un consejo tipo zen que me complazco en ir repartiendo por doquier:

Estamos todos quemados...
pero no queméis los días...
que los días están contados...


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