viernes, 2 de agosto de 2019

La vida robada


(O Regrets, I've had a few...)

No hay vida autenticamente autentica.
Parte de tu vida ha sido robada.
Piénsalo.

Las decisiones que has tomado, muchas de ellas, no las has tomado desde la autenticidad.
No han venido alentadas por tus sueños o tu instinto.
En muchos casos,
en más de los que tú quisieras,
en más de los que tú eres consciente,
el aliento ha sido otro:
querer complacer a alguien o evitar hacerle daño, en casi todos los casos. Un aliento muy noble.
Querer parecerte a alguien, en otros. Un aliento vulnerable.
Estar mal aconsejado por alguien, en ocasiones. Mala suerte.

Pero ese alguien a quien has intentado complacer (muchas veces sin éxito),
ese alguien a quien has intentado no dañar,
ese alguien a quien quisiste parecerte,
ese alguien que te mal-aconsejó,
no eras tú.
Y te robó parte de tu vida, ese alguien-ladrón, sin ser consciente.

Piénsalo.

Un post viral que circula por las redes y que acabó convirtiéndose en un libro de Bronnie Ware sobre los cinco arrepentimientos de enfermos terminales ante la inminencia de la muerte, lista como primer auto-reproche:
“Ojalá hubiera tenido el coraje de hacer lo que realmente quería hacer y no lo que los otros esperaban que hiciera”
En otras palabras, ojalá no me hubiera dejado robar la vida. 
Ojalá hubiera sido auténticamente auténtica. 

Cuando, en clase de inglés, toca practicar estructuras de regrets (I wish I had done... If only I had done… I regret doing…), el tipo de arrepentimiento que mi alumnado expresa va en esta línea: se arrepienten, por ejemplo, de la carrera que estudiaron que posteriormente dictó una profesión que no acaba de llenarles. Lamento típico. Es ésta una decisión que se toma TAN pronto en un sistema educativo encasillante que a veces la vocación aún no ha tenido oportunidad de brotar. E incluso si hubiese brillado ya, el entorno, con la buena intención como bandera, no es siempre favorable. Dile a tu madre con 17 años que quieres ser actriz o torera o astronauta, a ver qué te suelta. Te suelta el miedo: eso es lo que te suelta. Vida robada. ¿Te suena el "pero esa carrera no tiene salidas"? Vida robada.

¿Cuántas no se casaron con el chico que les convenía en vez de escaparse de casa con el que realmente despertaba su fuero interno? Vida robada. ¿Cuántos matrimonios no se han mantenido unidos por no ver a sus hijos arrastrando maletas? Vida robada. ¿Cuántas volvieron a casa por no estar lejos aunque Lejos era donde y cuando estuvieron encantadas de conocerse a sí mismas? Vida robada.

El amor. A todo el que ha tenido un primer amor que acabó mal (y son casi todos los primeros amores que acaban mal) le robaron una dosis de inocencia importante, una parte de la fe que le impide ahora entregarse a la pareja actual sin el reparo del daño-en-potencia. Ese robo a mansalva impide volver a confiar ciegamente. Esa cicatriz impide volver a poner la mano en el fuego por nadie. Y ya nunca amarás otra vez sin el resquicio amargo de la duda. Vida robada.

La madurez finalmente nos hace comprender que vivir en familia y en sociedad implica efectivamente comprometer una parte de la vida propia. Hay una parte de renuncia: te dejo que me robes porque vale la pena. La que tiene hijos lo sabe: la maternidad es la gran ladrona de la libertad. La maternidad le robó a UNA un buen puñado de viajes, muchos libros, mucho sueño, el color del pelo y la paciencia, entre otras cosas. La vida alternativa, las grandes promesas que UNA optó por no vivir, fue el gran botín de mis tres hijos. Pero es un robo consciente. Un compromiso que compensa. 
Te dejo que me robes. 
¡Te quiero tanto!


Que la vida robada no sea, no obstante, una porción del pastel más grande que la vida auténticamente auténtica. 
Ésa ha de ser la oración.
Ése el mantra.
Las mujeres en general tenemos que esforzarnos por recitar este mantra, por cantarlo a voces, porque venimos precedidas de generaciones de mujeres a las que les robaron la vida entera, mujeres que ni siquiera opusieron resistencia, que se dejaron robar alentadas por el espíritu de sacrificio que escudaban como valor.

Arrepentirse al final de la vida probablemente no sirva para otra cosa que oscurecer aún más la ya de por sí amarga despedida.
Pero arrepentirse en mitad de la vida puede servir para dar giros a ésta, cambiar el rumbo a la mitad, o prevenir futuros robos en las nuevas decisiones a tomar. Cuando tengas que tomar una decisión, pregúntate si es tu yo auténtico quien la está tomando, o hay un ladrón en la trastienda de tu mente. O de tu corazón. Y decide TÚ, con conciencia, si le dejas usurpar tu voluntad.
Las personas más sabias son las que exprimen lecciones jugosas de los errores cometidos. Si cogiste la dirección equivocada y no hay posibilidad alguna de cambio de sentido, hazte al menos con la recompensa de la sabiduría y la próxima vez que te encuentres en una rotonda de la vida, no escojas el atajo robado, sino el camino auténtico.

Como madre, una de mis resoluciones es tratar de no robarles a mis hijos la espontaneidad, la autenticidad y la libertad en su toma de decisiones y, sin embargo, a medida que crecen y van abandonando mi regazo, me doy cuenta de lo complicado que es dejarles ser, dejarles ir, pues supone domesticar los propios miedos que en forma de preocupación me visitan cada madrugada. Me doy cuenta de que, sin quererlo, con la intención de su educación y protección como bandera, me convierto en parte en ladrona de su vida robada. Quizás éste sea el ciclo de la vida: ser robada para luego robar. Esto no sale en El Rey León, pero quizás todas las madres seamos un poco leonas y un pizco hienas.

La culpa también es una astuta brújula. ¿Cómo íbamos a dejar de aludirla acá?

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