martes, 29 de agosto de 2023

De vuelta al invierno

Me llega este mensaje de una amiga:

Mañana nos vamos nosotros de vuelta y Peter me decía hace un rato que hay que empezar a hacer maletas. Después de dos meses fuera, a lo que se le junta el hecho de que UNA no sabe viajar ligero, hay mucho que empaquetar. Es casi una mudanza en miniatura. Pero UNA se resiste, la canción del Duo Dinámico resonando en mis oídos:

- Mañana hacemos las maletas...
- Pero ¡mañana nos vamos!
- Sí, por eso, mañana las hacemos. No perdamos el día de hoy que es todavía de vacaciones.

Volver cuesta.
Volver replantea volver. 

A principios de verano, con las vacaciones recién estrenadas, UNA hacía planes de todo lo que iba a hacer:
Voy a leerme este montón de libros pendientes en la mesilla.
Voy a hacer marcapáginas para agredecer a mis amigas.
Voy a ordenar el cuartillo y vender las antiguallas en Wallapop.
Voy a proyectar ese libro que me visita de noche por dentro.

No creo que te sorprenda el anuncio de que la gran mayoría de todos esos voy-as se quedó en modo-planes. Esa es precisamente la definición de "vacaciones" para mí:

Dejar los voy-as suspendidos en el aire, como una cometa sin hilo. 

En mi verano, nada es urgente. Acuño un mantra estival, a modo de poemilla cutre: 

Si lo hago, lo hago
Si no lo hago, pues no lo hago 

Me lo repito:

Lo que haga, hecho queda
Lo que no haga, pues queda sin hacer

No pasa nada. Nada es urgente.
Hacer pierde el protagonismo en vacaciones.

Mis momentos favoritos han sido sin-hacer: Dolfete hijo3 abrazado a mi cuello tumbados en la puesta de sol en la tregua que nos dejan las peleas familiares, siestas alargadas hasta casi rozar esa puesta de sol, caminar sin tener que llegar a ningún sitio y sin saber cuándo darse la vuelta.

En verano no sé viajar ligero pero vivo más ligera. Ligera de obligaciones, ligera de listas, ligera de deberías y de voy-as. Y, sobre todo, ligera de debería-haber que es el tipo de debería más dañino. También es verdad que en verano UNA da un pasito p'atrás y deja que Peter lo dé p'alante.

Cuesta volver porque volver replantea volver, como en el mensaje de mi amiga:
por qué regresar a las prisas;
por qué a la lista-de-cosas-por-hacer que sí son urgentes, que tienen fecha límite;
por qué hacer, hacer y hacer otra vez con lo bien que estamos como estamos;
por qué no podemos estar así siempre;
por qué lo tenemos tan mal planteado que volver significa poner a hibernar la maleta y aletargarnos en el ritmo frenético de nuestras vidas occidentalizadas y capitalizadas.

Tengo la sospecha de la respuesta obvia. No hay ying sin yang. El verano no sería verano si no hubiera invierno. La vida no es vida sin la muerte. Las vacaciones se aprecian mucho, se aprecian más, porque no vivimos siempre-en-vacaciones. Lo que se tiene siempre se acaba dando por sentado, pierde el valor de la novedad, como pasa con la vida misma o con los que tenemos más cerca: dejamos de verlos con mirada-de-principiante. 

En cambio, cada julio, cuando llegamos al mar aquellos que no vivimos en la costa, lo reconocemos como si fuera la primera vez. ¡Ah, qué placer mojarse los pies por vez primera en esa orilla! De ese gusto nos privaría seguramente la rutina si mojarse los pies en esa orilla fuera rutina. Por eso volvemos. Para poder disfrutar del placer de la primera vez, de la mirada-de-principiante a la que nos invita el verano cada verano.

UNA se hizo una grieta en su pecho. En la grieta metió el reflejo del sol sobre el mar. Metió un pájaro de esos que pareciera que asoman al atardecer sólo para embellecer la postal. Metió el sabor de la sal en los labios de estío. Y se lo lleva todo de vuelta al invierno. 
Por si hiciera frío este invierno, arroparme con la certeza de que el verano volverá.


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miércoles, 23 de agosto de 2023

¡Deja el móvil!

Peter tiene una teoría: Él cree que el móvil es el demonio.

Demonio o no, UNA vive el móvil de sus hijos adolescentes como una amenaza constante. A veces no quiero que se despierten porque no quiero que se pongan con el móvil. ¿¡Desde por la mañana enganchado al móvil!? Otras veces prefiero que no estén en casa porque así me ahorro un montón de ¡Deja el móvil ya, ¿no?! Ojos que no ven. Hasta Gusi hijo2 me retó a no decir la palabra móvil y ninguno de sus sinónimos durante una semana. A cambio UNA le retó a no espetar palabrota alguna durante esa misma semana. Perdimos ambos en menos de media hora. UNA de hecho perdió ambos retos.

Me preocupa que el móvil les haya hecho dejar de leer. Me preocupa también el número de horas de inactividad física que supone. Me preocupa lo que el móvil está haciendo con su cerebro físico, con su inteligencia-no-artificial, con sus oídos, con su creatividad, con SU TIEMPO que ellos aún no conciben finito, con SU VIDA en definitiva. Aparte el hecho de que UNA-preocupada no es novedad (siendo éste uno de los sesgos de la ansiedad), UNA ve que Peter consigue dejarlo pasar.
-Batalla perdida- me dice. -Son todos. Están todos adictos. 
Se refiere a que el demonio ha captado a todos los adolescentes. 
-SOMOS todos- me corrige una amiga. -No sólo los adolescentes.

Cierto, pero no del todo cierto. Si te asomas a una reunión de amigos de nuestra generación, puedes detectar varias escapadas puntuales al móvil pero, en un encuentro de chicos de la edad de los míos, los móviles están omnipresentes en sus manos de un modo casi surrealista. Es su forma de comunicarse actualmente.
-Que no te extrañe- me dice Peter- si se están mandando mensajes los unos a los otros.

Paul hijo1, en su versión adolescente, ha sido poco dado a abrirse cara a cara y, sin embargo, en cuanto se separa unas manzanas, empieza el chorreo de mensajes. A UNA le irrita, se lo he dicho, pero por otro lado veo que esto ha mantenido una vía de comunicación abierta entre él y UNA a lo largo de su adolescencia. No es mi estilo, UNA prefiere una buena conversación a un mensaje de voz x2, pero es el suyo y mantener una vía de comunicación abierta es importante en esa etapa.

Para UNA, el móvil con su conexión a internet- como el idioma inglés- me ha hecho de llave. Ambos me han abierto muchas puertas. UNA no puede dejar de deleitarse con sus bondades: la cantidad abrumadora de contenido disponible, la música y los podcasts compañeros de camino, los vídeos de yoga o ejercicio para las que no tenemos tiempo material de ir al gimnasio, el banco, el correo, las recetas de cocina, mis búsquedas hipocondríacas en las que siempre acabo muriendo, los libros electrónicos, el blog. La lista es interminable.

Y, sí, también las redes sociales.

Lo que más me preocupa es que mis hijos sólo usen el móvil para esto último. Es el uso y el abuso lo que me preocupa. Los móviles han llegado a ellos mucho antes que la madurez y los padres lo tenemos muy difícil. Se supone que nuestra tarea es enseñarles a hacer un empleo más creativo, más sensato y sobre todo menos intensivo del móvil. Pues es un coñazo de tarea. ¡Deja el móvil! ¡No se usa el móvil mientras se come! ¡El móvil fuera de la habitación para dormir! ¡El móvil fuera de la habitación para estudiar! Es tarea añadida de la que se libró mi madre. Cuando vienen con una pregunta interesante, de las difíciles, de las que UNA no sabe responder, les digo:
- Ése es el tipo de cosas que tienes que buscar en tu tiempo de pantalla.
¿Sí?
Tiktok e Instagram son su tiempo de pantalla. 

A veces UNA quisiera rendirse, como Peter. Quisiera pensar: Lo mismo da, si esta generación se va a abrasar de todas formas (el cambio climático siendo otra de las preocupaciones que embriagan a mi ansiedad, aunque anticipo que les pillará distraídos). Por ahora, todo este trabajo a la sombra sólo me ha servido para ganarme el podio en el epíteto de PESADA. Pero, como le digo a Paul hijo1, mi esperanza es que tanta insistencia por mi parte acabe creando un resquicio de voz interior que- hasta cuando UNA falte- les haga sentir cierta incomodidad cuando estén usando el móvil sin sentido o sin límite. 

Quizás el demonio sea UNA.


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