Me llega este mensaje de una amiga:
Mañana nos vamos nosotros de vuelta y Peter me decía hace un rato que hay que empezar a hacer maletas. Después de dos meses fuera, a lo que se le junta el hecho de que UNA no sabe viajar ligero, hay mucho que empaquetar. Es casi una mudanza en miniatura. Pero UNA se resiste, la canción del Duo Dinámico resonando en mis oídos:
- Mañana hacemos las maletas...
- Pero ¡mañana nos vamos!
- Sí, por eso, mañana las hacemos. No perdamos el día de hoy que es todavía de vacaciones.
Volver cuesta.
Volver replantea volver.
A principios de verano, con las vacaciones recién estrenadas, UNA hacía planes de todo lo que iba a hacer:
Voy a leerme este montón de libros pendientes en la mesilla.
Voy a hacer marcapáginas para agredecer a mis amigas.
Voy a ordenar el cuartillo y vender las antiguallas en Wallapop.
Voy a proyectar ese libro que me visita de noche por dentro.
No creo que te sorprenda el anuncio de que la gran mayoría de todos esos voy-as se quedó en modo-planes. Esa es precisamente la definición de "vacaciones" para mí:
Dejar los voy-as suspendidos en el aire, como una cometa sin hilo.
En mi verano, nada es urgente. Acuño un mantra estival, a modo de poemilla cutre:
Cuesta volver porque volver replantea volver, como en el mensaje de mi amiga:
por qué regresar a las prisas;
por qué a la lista-de-cosas-por-hacer que sí son urgentes, que tienen fecha límite;
por qué hacer, hacer y hacer otra vez con lo bien que estamos como estamos;
por qué no podemos estar así siempre;
por qué lo tenemos tan mal planteado que volver significa poner a hibernar la maleta y aletargarnos en el ritmo frenético de nuestras vidas occidentalizadas y capitalizadas.
Tengo la sospecha de la respuesta obvia. No hay ying sin yang. El verano no sería verano si no hubiera invierno. La vida no es vida sin la muerte. Las vacaciones se aprecian mucho, se aprecian más, porque no vivimos siempre-en-vacaciones. Lo que se tiene siempre se acaba dando por sentado, pierde el valor de la novedad, como pasa con la vida misma o con los que tenemos más cerca: dejamos de verlos con mirada-de-principiante.
En cambio, cada julio, cuando llegamos al mar aquellos que no vivimos en la costa, lo reconocemos como si fuera la primera vez. ¡Ah, qué placer mojarse los pies por vez primera en esa orilla! De ese gusto nos privaría seguramente la rutina si mojarse los pies en esa orilla fuera rutina. Por eso volvemos. Para poder disfrutar del placer de la primera vez, de la mirada-de-principiante a la que nos invita el verano cada verano.
UNA se hizo una grieta en su pecho. En la grieta metió el reflejo del sol sobre el mar. Metió un pájaro de esos que pareciera que asoman al atardecer sólo para embellecer la postal. Metió el sabor de la sal en los labios de estío. Y se lo lleva todo de vuelta al invierno.
Por si hiciera frío este invierno, arroparme con la certeza de que el verano volverá.
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así es, nos quejamos de la rueda de nuestros trabajos, de la rutina que nos mide el terreno... pero no sabríamos vivir sin ella. A mi sólo me gustaría que esa rutina me llenase un poco más, sentir que lo que hago tiene alguna utilidad real y no sólo meter más ceros en la cuenta corriente de algunos afortunados....
ResponderEliminarUn placer leerte.