lunes, 21 de septiembre de 2020

La vida eterna

Cuando UNA estaba en 3º de EGB, 8 años, asistía a un colegio del opus dei, lo cual probablemente tenga mucho que ver con mi agnosticismo adulto. Los extremos nunca son recomendables. Esto se me dibuja en la misma línea que el hecho de que mi madre nos pusiera de merienda higos secos con nueces y UNA-niña se pasara el recreo mirando con envidia los tigretones ajenos, lo cual tendría un efecto rebote en atracones de panteras rosas por UNA-adulta y probablemente tenga que ver con la inestabilidad de mis niveles de azúcar. El caso es que la impresión que me produjo la religión entendida a la manera del opus dei, junto con la mezcla explosiva de inteligencia y sensibilidad de UNA-cría de 8 años, supuso que me obsesionara con temas tan poco mundanos como la vida eterna. En mitad de la noche, me agobiaba pensando que si la vida después de la muerte era eterna, ¿a qué íbamos a esperar? Me pasaba a la cama de mis padres, que trataban de calmarme hasta quedarme dormida con una paciencia y delicadeza que ahora UNA-madre, sabedora del mérito que eso conlleva en mitad de la noche, admira devota con efectos retroactivos.

Mis padres, en tiempos de crisis, eran muy proclives a buscar ayuda experta externa. Así, en mis días de obsesión con la vida eterna, y sin que UNA-niña lo supiera, hablaron con el párroco de la misa de 12 de los domingos, que era menos opus dei y más ufano, tratando de que me pintara un futuro eterno menos sombrío. Igualmente, hablaron con mi tutora de 3º, la señorita Consuelo. Un día, robándome mi recreo y parte de la clase de gimnasia, la señorita Consuelo me llamó a tutoría y disimuladamente me preguntó por mis preocupaciones, que UNA-niña no quería compartir con ella, pues eran demasiado grandes como para compartirlas fuera de la cama de mis padres y mis noches de angustia. Frustrada porque UNA-niña no accedía a abrirle su alma, a la señorita Consuelo no le quedó otra que recurrir a una cita de la biblia:

Cada día tiene su propio afán

UNA-niña no sabía aún que significaba afán y estaba demasiado pendiente de sus tripas, que sonaban muy fuerte en ese momento reclamando la merienda, como para pararse a procesar aquella sentencia.

Cuarenta y tantos años después, la voz de la señorita Consuelo y esa frase, me vuelven cada mañana a modo de mantra. Me resuenan por dentro en mitad de la travesía surrealista de la pandemia. En esta segunda fase de la-dimensión-confinada en que se encuentra la-familia-de-5, Peter y UNA tuvimos que pasar un buen rato de la primera mañana cancelando citas: el otorrino, la fisio, el corte de pelo de Paul hijo1, el entrenamiento de fútbol de Gusi hijo2, la foto de estudio que íbamos a regalar a la abuela por su cumpleaños, la salida de senderismo con María del Mar, las reuniones en la escuela. De repente, todo cancelado. Me vino como un flash el recuerdo de los días tras la muerte de mi padre, cuando tuvimos que devolver todos los bártulos y medicinas que habíamos comprado para una vuelta del hospital que nunca se produjo. 

Los adultos vivimos en google calendar. Los niños, salvo mezclas explosivas como la de UNA-cría que tienen la mente en la vida eterna, por lo general jamás se levantan y preguntan: 
¿Qué vamos a hacer el jueves de la semana que viene?
¿Qué vamos a hacer en semana santa?
¿Dónde vamos a estar en la primavera del 2023? 
Como mucho, preguntan: 
¿Qué vamos a hacer hoy?

Cada día tiene su propio afán

Cada día tiene su propio afán

El afán, de vuelta en la-dimensión-confinada, ha borrado en plan tsunami todos los colores de la agenda del móvil. Esta pandemia me ha regalado de vuelta un mantra que nunca debimos haber olvidado. Con todo el desasosiego que produce la falta de rutina con que este curso amenaza, el caos que se avecina, el desorden doméstico y laboral, el puto virus sin embargo nos está recordando a gritos que cada día tiene su propio afán. Ya está. Hoy es lo que importa. Lo que vayas a hacer hoy. Cómo decides hacerlo. Y con quién lo hagas. Cada día tiene su propio afán y el afán ahora ha de consistir en aprender a cancelar citas mentales futuras de esa vida que ya no es tan eterna.

¿Qué vamos a hacer hoy?

Afanarnos en hacer lo que debamos lo mejor que podamos. Ser amables. Pedir perdón cuando no lo seamos y empezar otra vez. Hoy. Cada día. 

Porque, para un ratito que vamos a estar por aquí, no nos lo vayamos a pasar enfadados con el mundo. 






viernes, 18 de septiembre de 2020

Remangados

Los últimos días le han regalado a la familia-de-5 unas cuantas experiencias que vienen a confirmar lo que ya está en boca de todos a estas alturas: esta crisis está mal gestionada y probablemente se va a alargar más en el tiempo por esa mala gestión. No estoy hablando de ningún partido político en concreto, sino de la gestión administrativa en general: la sanitaria y la educativa, tanto nacional como autonómica.

La impresión de UNA como ciudadana-de-a-pie es que de arriba abajo los políticos van echando balones fuera, dando vueltones de tortilla, lavándose las manos (puede que literal pero desde luego también metafóricamente) de manera que al final las decisiones, las verdaderas decisiones, las realmente difíciles, quedan para los trabajadores del último escalafón de la jerarquía. Los que menos cobran, por cierto. Los que probablemente más trabajan también. Los más pringados. Al final, no estamos hablando de administraciones ni de partidos políticos: estamos hablando de personas haciendo más de lo que deben lo mejor que pueden con los pocos recursos que tienen en mitad de una crisis sin precedentes. Sin precedentes y sin liderazgo.

UNA estuvo el domingo en una comida familiar. Con sus tres reyes. Con Peter y la familia de Peter. El martes un sobrino de Peter que estaba en la comida dio positivo en coronavirus y nos avisaron. Empezó entonces un recorrido telefónico por todos los números de teléfono disponibles de asistencia sanitaria. Entre el martes por la tarde y el miércoles por la mañana UNA pasó literalmente horas tratando de informarse de qué es exactamente lo que UNA debía hacer. Y recibió información dispersa y contradictoria al respecto. Dependiendo de con quién hablara, lo que UNA tenía que hacer era radicalmente distinto: llevar a los niños al colegio o no llevarlos, esperar a que nos localizara el rastreador o solicitar directamente en el centro de salud una PCR, alertar al colegio o no alarmar todavía, ir a trabajar o no ir. Eran varias decisiones simultáneas y el asesoramiento dependía de la persona con la que diera en el teléfono en ese momento. UNA, que de resiliencia poco, se encontraba desorientada y un poco abrumada. El miedo se hincha como un globo cuando las directrices son dudosas y a medida que el desconcierto va ganando momento. Al final UNA tuvo que tirar de una amiga sanitaria para poner un poco de cordura al asunto: no ir al cole, no ir al trabajo. Asegurarme de ser rastreada. PCR en un coche con mis tres reyes muy asustados el mismo miércoles por la tarde. UNA- confiesa- a estas alturas de esta historia surrealista también asustada. 

Peter, por su parte, ya en Málaga, atravesaba un proceso similar pero completamente diferente, pues la actuación de su centro de salud y la del mío distaban mucho de asemejarse en algo. Estamos hablando de provincias de la misma comunidad autónoma, del mismo país. Pero el proceso de Peter y el proceso de UNA no han tenido puntos en común simplemente por estar en ciudades diferentes, o en centros de salud distintos.

¿Sabes lo que le hubiera ayudado a UNA durante ese martes y miércoles horribilis? Tener las cosas claras; saber exactamente qué hacer, dónde llamar, a quién preguntar, dónde dirigirme: 

1. Niños al cole: NO.
2. UNA al trabajo: NO.
3. Esperar a la llamada del rastreador para que te dé hora y cita de PCR. 

Punto. 

Por cierto que el rastreador es hasta el momento la única voz serena y segura que me ha dado instrucciones claras sobre las decisiones a tomar, además de la amiga sanitaria de UNA. Pero no todo el mundo tiene una amiga sanitaria. ¿Sabes qué hace falta para tener las cosas claras? 
Liderazgo firme. 
Uniformidad de actuación. 
Instrucciones no sólo claras sino también expertas.

Eso es precisamente lo que está faltando y fallando en esta crisis donde parece que de lo que se trata es de depurar responsabilidades. Al final, si UNA se muere que la culpa sea de UNA: éste parece ser el leitmotiv. ¿Entonces para qué votamos? Porque a día de hoy, si hay elecciones, UNA vota al rastreador o a la amiga sanitaria de UNA.

Este panorama desolador se traslada al terreno educativo multiplicado por el infinito y más allá. Aquí UNA habla como madre y como profesora. Las instrucciones, poco claras y tardías, recibidas por los centros colocan -de puntillas, como para que no se note- la responsabilidad en éstos. Los centros comienzan el curso debatiendo en sus claustros decisiones que son mucho más grandes que ellos mismos: somos docentes, formados para enseñar; no somos expertos en temas sanitarios. De hecho, no tenemos ni siquiera todos los datos sobre la mesa para tomar decisiones acertadas y, sin embargo, desde arriba nos han dejado esas decisiones a nosotros. UNA no puede evitar pensar que se trata de que si, al final algo sale mal, la culpa sea nuestra, de los que tomamos las decisiones erróneas, porque aquellos a los que votamos y pagamos para tomar las decisiones lo único que hicieron fue elaborar un montón de documentos que nos enviaron en mitad de la noche para leer durante ya nuestro apretado día. Ese montón de documentos, como los diez mandamientos, se resumen en dos:

1. Tomad la decisión vosotros. Por cierto, ¡mucha suerte! ;)
2. Pasad un montón de horas elaborando otro montón de documentos de vuelta para informarnos de la decisión tomada, de manera que sepamos a quién señalar con el dedo cuando las cosas vayan mal.

Al final estamos las personas. Las personas como el rastreador, o como UNA-profe, o como UNA-madre, tomando las decisiones sobre si la enseñanza debería ser presencial o semipresencial, o sobre si llevar o no a los niños al cole, o sobre si ir o no a trabajar. Al final están los tutores de nuestros hijos vigilando que los niños no se toquen los ojos, que se laven las manos, que no se pasen de la línea de su burbuja en el recreo, que no se quiten la mascarilla y, sobre todo, que toda esta mierda no afecte a su desarrollo emocional. 

Los niños están bien. Los niños se adaptan porque efectivamente éste es su nuevo lo-normal. Es a nosotros los adultos, a los ciudadanos-de-a-pie, a las madres y a los profesores, a los que todo esto nos está viniendo largo y los que agradeceríamos un poco de liderazgo, un poco de uniformidad en la actuación, de claridad a la que agarrarnos en estos tiempos de desconcierto. Si hemos perdido la rutina, la seguridad, la certeza, que por lo menos tengamos un asa sólida a la que aferrarnos, una mano firme que nos sostenga y guíe. 

En su ausencia, quedamos las personas. Los currantes. Los trabajadores. Las madres angustiadas. Los padres preocupados. 

Estábamos en la reunión virtual de bienvenida al curso de la clase de Dolfete hijo3, justo antes de que empezara el curso y justo antes de que a mi familia-de-5 nos pusieran en cuarentena otra vez, cuando, después de explicarnos todas las medidas anti-Covid-19 que el cole había tomado (el cole, no la Consejería de Educación, no la Junta de Andalucía, no el Gobierno de España de los anuncios de televisión), el tutor, en un momento emocionante, dijo, con una sonrisa entrañablemente temblorosa: 

- Estamos ilusionados con la vuelta-al-cole de vuestros hijos. Estamos remangados.

Pues eso: personas remangadas están sacando adelante este país. La sanidad. La educación. Personas-de-a-pie. No políticos con dietas pagadas.

¿Entonces para qué votamos? Porque a día de hoy, si hay elecciones, UNA vota al tutor remangado de Dolfete hijo3, o a la tutora remangada de Paul hijo1 que acaba de dejarme en el ascensor el material escolar de mis hijos en un día de lluvia, o al rastreador remangado, o a mi amiga sanitaria remangada, o a UNA-madre remangada, o a UNA-profe remangada. Ésta es la gente a la que se debería pagar dietas y escoltas. Personas que abanderan el valor de la ética en el trabajo sin olvidar el valor de la calidez humana en el proceso. 

Personas remangadas.


Por cierto, las PCR salieron negativas, por si alguien de los que se cruzaron conmigo a principios de semana estuvieran preocupados.


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sábado, 5 de septiembre de 2020

Hablemos de Messi (o la-vuelta-al-cole de UNA)

UNA es teacher y madre así que padece dos vueltas al cole.

La primera la de UNA. UNA llega a la escuela. Cambia su mascarilla azul por una mascarilla blanca. No puede dar dos besos a compañeros que lleva sin ver desde marzo. No es que me importe demasiado porque UNA no es muy besucona pero, sin embargo, hay compañeros-amigos a los que me gustaría abrazar y no puedo. Hacemos el amago, nos reprimimos, juntamos un codo.

Nos convocan en el departamento para darnos los exámenes que tenemos que vigilar. ¿No estamos muchos? Es que somos muchos en el departamento. Si nos cuento, salen más de la cuenta, más de los permitidos en una reunión social cualquiera, así que decido no contarnos. ¿Para qué? 

Las ventanas abiertas. Córdoba. Cuatro de la tarde. Hace calor. La mascarilla exacerba el calor. Tengo sed pero la fuente está clausurada. 

Noto que hay compañeros con guantes. Me pregunto si debiera haberme puesto guantes. Por un momento me entra el pánico porque UNA confiesa que UNA todavía no se ha leído el tocho que ha redactado el equipo directivo con el protocolo COVID-19 y que nos ha enviado por correo a finales de agosto. Me pregunto si es que los guantes serán obligatorios pero deduzco que no porque algunos los llevan y otros no. Parece que los guantes son como un chivato de el-miedo-que-va-por-dentro.

Me dirijo al aula. Hay quince alumnos. Mesa sí. Mesa no. La mesa-no está señalada con una señal de prohibido. La imagen de un pupitre escolar con una señal de prohibido encima me parece curiosamente simbólica. Trato de recordar que en la-vuelta-al-cole de mis tres reyes no habrá mesas-no, lo cual UNA no sabe valorar si es bueno o malo. El COVID-19 nos ha robado la capacidad de distinguir qué es lo conveniente. 

Empiezo a dar las instrucciones de examen ante esos quince candidatos que también decido no contar porque salen más de la cuenta, más de los permitidos en una reunión social cualquiera. Se me ocurre que la mascarilla nos ha liberado de las jerarquías. De repente, somos todos iguales, ellos y UNA. Nadie sabe más que nadie. Estamos igual de indefensos y de vulnerables. Usamos el gel hidroalcóholico a mansalva, antes de entregar los exámenes, antes de cogerlos, después de entregarlos, después de recogerlos, como si nos fuera la vida en ello. Las manos pegajosas. Los papeles ajenos.

En un momento de la tarde tenemos que hacer una comprensión oral. Tenemos puertas y ventanas abiertas, ventiladores histéricos; calor, mucho calor. Les explico a los que se examinan que el barrio es ruidoso, que tal vez para esa parte de la prueba debiéramos cerrar las ventanas y encender el aire acondicionado para evitar que los ruidos externos interfieran con la audición. Los miro buscando su aprobación. Nadie dice nada porque nadie sabe qué es lo mejor. UNA tiene que tomar la decisión ante el silencio indeciso de una audiencia que no sabe si esa tarde está más asustada por el examen o por el COVID.

Cinco horas y media más tarde salimos del examen. UNA tiene un dolor de cabeza agudo. Vuelve al departamento a devolver los exámenes. Los con-guantes miran las manos de los sin-guantes. Nadie sabe qué es peor. Los con-guantes han decidido dejar los exámenes en cuarentena. Los sin-guantes empezaremos a corregir cuanto antes. Los plazos son cortos. 

UNA sale de la escuela contenta de recuperar la mascarilla azul pero el dolor de cabeza persiste. Me pregunto hasta cuándo la mascarilla. Me recuerdo que ahora sólo existe ahora. Me pregunto también en qué consisten las medidas anti-COVID de las que tanto presumía la ministra de educación cuando aclamaba con contundencia que "estamos preparados para la-vuelta-al-cole". ¿Se referiría al color de las mascarillas o al gel hidroalcóholico? ¿Se referiría a la clausura de las fuentes? ¿Se referiría a los guantes opcionales? ¿Se referiría al papeleo que este comienzo de curso ha supuesto para el equipo directivo de mi centro? ¿Se referiría a las mesas-no? No podía referirse a las mesas-no porque de ésas no habrá en la-vuelta-al-cole de mis tres reyes. 




¿Estamos preparados para la-vuelta-al-cole? Porque UNA no está segura de estar preparada para un curso repleto de tardes como ésta. Supongo que hay cosas en la vida que hay hacer sin estar preparados. La vida tiene que continuar.

Me acuerdo de los sanitarios en sus escafandras y sus interminables turnos, y decido dejar de quejarme mentalmente y de lamentarme por la suerte de mi gremio.

Pongo la radio en el móvil y están hablando de Messi. Llego a casa, pongo las noticias y están hablando de Messi. UNA no se había enterado de que lo realmente importante esta tarde es que Messi se queda en el Barça y que todo lo demás, incluido el gusto amargo que me produce esta vuelta-al-cole de UNA y la consiguiente preocupación por la inminente vuelta-al-cole de mis tres reyes, son paparruchas. 


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