viernes, 18 de septiembre de 2020

Remangados

Los últimos días le han regalado a la familia-de-5 unas cuantas experiencias que vienen a confirmar lo que ya está en boca de todos a estas alturas: esta crisis está mal gestionada y probablemente se va a alargar más en el tiempo por esa mala gestión. No estoy hablando de ningún partido político en concreto, sino de la gestión administrativa en general: la sanitaria y la educativa, tanto nacional como autonómica.

La impresión de UNA como ciudadana-de-a-pie es que de arriba abajo los políticos van echando balones fuera, dando vueltones de tortilla, lavándose las manos (puede que literal pero desde luego también metafóricamente) de manera que al final las decisiones, las verdaderas decisiones, las realmente difíciles, quedan para los trabajadores del último escalafón de la jerarquía. Los que menos cobran, por cierto. Los que probablemente más trabajan también. Los más pringados. Al final, no estamos hablando de administraciones ni de partidos políticos: estamos hablando de personas haciendo más de lo que deben lo mejor que pueden con los pocos recursos que tienen en mitad de una crisis sin precedentes. Sin precedentes y sin liderazgo.

UNA estuvo el domingo en una comida familiar. Con sus tres reyes. Con Peter y la familia de Peter. El martes un sobrino de Peter que estaba en la comida dio positivo en coronavirus y nos avisaron. Empezó entonces un recorrido telefónico por todos los números de teléfono disponibles de asistencia sanitaria. Entre el martes por la tarde y el miércoles por la mañana UNA pasó literalmente horas tratando de informarse de qué es exactamente lo que UNA debía hacer. Y recibió información dispersa y contradictoria al respecto. Dependiendo de con quién hablara, lo que UNA tenía que hacer era radicalmente distinto: llevar a los niños al colegio o no llevarlos, esperar a que nos localizara el rastreador o solicitar directamente en el centro de salud una PCR, alertar al colegio o no alarmar todavía, ir a trabajar o no ir. Eran varias decisiones simultáneas y el asesoramiento dependía de la persona con la que diera en el teléfono en ese momento. UNA, que de resiliencia poco, se encontraba desorientada y un poco abrumada. El miedo se hincha como un globo cuando las directrices son dudosas y a medida que el desconcierto va ganando momento. Al final UNA tuvo que tirar de una amiga sanitaria para poner un poco de cordura al asunto: no ir al cole, no ir al trabajo. Asegurarme de ser rastreada. PCR en un coche con mis tres reyes muy asustados el mismo miércoles por la tarde. UNA- confiesa- a estas alturas de esta historia surrealista también asustada. 

Peter, por su parte, ya en Málaga, atravesaba un proceso similar pero completamente diferente, pues la actuación de su centro de salud y la del mío distaban mucho de asemejarse en algo. Estamos hablando de provincias de la misma comunidad autónoma, del mismo país. Pero el proceso de Peter y el proceso de UNA no han tenido puntos en común simplemente por estar en ciudades diferentes, o en centros de salud distintos.

¿Sabes lo que le hubiera ayudado a UNA durante ese martes y miércoles horribilis? Tener las cosas claras; saber exactamente qué hacer, dónde llamar, a quién preguntar, dónde dirigirme: 

1. Niños al cole: NO.
2. UNA al trabajo: NO.
3. Esperar a la llamada del rastreador para que te dé hora y cita de PCR. 

Punto. 

Por cierto que el rastreador es hasta el momento la única voz serena y segura que me ha dado instrucciones claras sobre las decisiones a tomar, además de la amiga sanitaria de UNA. Pero no todo el mundo tiene una amiga sanitaria. ¿Sabes qué hace falta para tener las cosas claras? 
Liderazgo firme. 
Uniformidad de actuación. 
Instrucciones no sólo claras sino también expertas.

Eso es precisamente lo que está faltando y fallando en esta crisis donde parece que de lo que se trata es de depurar responsabilidades. Al final, si UNA se muere que la culpa sea de UNA: éste parece ser el leitmotiv. ¿Entonces para qué votamos? Porque a día de hoy, si hay elecciones, UNA vota al rastreador o a la amiga sanitaria de UNA.

Este panorama desolador se traslada al terreno educativo multiplicado por el infinito y más allá. Aquí UNA habla como madre y como profesora. Las instrucciones, poco claras y tardías, recibidas por los centros colocan -de puntillas, como para que no se note- la responsabilidad en éstos. Los centros comienzan el curso debatiendo en sus claustros decisiones que son mucho más grandes que ellos mismos: somos docentes, formados para enseñar; no somos expertos en temas sanitarios. De hecho, no tenemos ni siquiera todos los datos sobre la mesa para tomar decisiones acertadas y, sin embargo, desde arriba nos han dejado esas decisiones a nosotros. UNA no puede evitar pensar que se trata de que si, al final algo sale mal, la culpa sea nuestra, de los que tomamos las decisiones erróneas, porque aquellos a los que votamos y pagamos para tomar las decisiones lo único que hicieron fue elaborar un montón de documentos que nos enviaron en mitad de la noche para leer durante ya nuestro apretado día. Ese montón de documentos, como los diez mandamientos, se resumen en dos:

1. Tomad la decisión vosotros. Por cierto, ¡mucha suerte! ;)
2. Pasad un montón de horas elaborando otro montón de documentos de vuelta para informarnos de la decisión tomada, de manera que sepamos a quién señalar con el dedo cuando las cosas vayan mal.

Al final estamos las personas. Las personas como el rastreador, o como UNA-profe, o como UNA-madre, tomando las decisiones sobre si la enseñanza debería ser presencial o semipresencial, o sobre si llevar o no a los niños al cole, o sobre si ir o no a trabajar. Al final están los tutores de nuestros hijos vigilando que los niños no se toquen los ojos, que se laven las manos, que no se pasen de la línea de su burbuja en el recreo, que no se quiten la mascarilla y, sobre todo, que toda esta mierda no afecte a su desarrollo emocional. 

Los niños están bien. Los niños se adaptan porque efectivamente éste es su nuevo lo-normal. Es a nosotros los adultos, a los ciudadanos-de-a-pie, a las madres y a los profesores, a los que todo esto nos está viniendo largo y los que agradeceríamos un poco de liderazgo, un poco de uniformidad en la actuación, de claridad a la que agarrarnos en estos tiempos de desconcierto. Si hemos perdido la rutina, la seguridad, la certeza, que por lo menos tengamos un asa sólida a la que aferrarnos, una mano firme que nos sostenga y guíe. 

En su ausencia, quedamos las personas. Los currantes. Los trabajadores. Las madres angustiadas. Los padres preocupados. 

Estábamos en la reunión virtual de bienvenida al curso de la clase de Dolfete hijo3, justo antes de que empezara el curso y justo antes de que a mi familia-de-5 nos pusieran en cuarentena otra vez, cuando, después de explicarnos todas las medidas anti-Covid-19 que el cole había tomado (el cole, no la Consejería de Educación, no la Junta de Andalucía, no el Gobierno de España de los anuncios de televisión), el tutor, en un momento emocionante, dijo, con una sonrisa entrañablemente temblorosa: 

- Estamos ilusionados con la vuelta-al-cole de vuestros hijos. Estamos remangados.

Pues eso: personas remangadas están sacando adelante este país. La sanidad. La educación. Personas-de-a-pie. No políticos con dietas pagadas.

¿Entonces para qué votamos? Porque a día de hoy, si hay elecciones, UNA vota al tutor remangado de Dolfete hijo3, o a la tutora remangada de Paul hijo1 que acaba de dejarme en el ascensor el material escolar de mis hijos en un día de lluvia, o al rastreador remangado, o a mi amiga sanitaria remangada, o a UNA-madre remangada, o a UNA-profe remangada. Ésta es la gente a la que se debería pagar dietas y escoltas. Personas que abanderan el valor de la ética en el trabajo sin olvidar el valor de la calidez humana en el proceso. 

Personas remangadas.


Por cierto, las PCR salieron negativas, por si alguien de los que se cruzaron conmigo a principios de semana estuvieran preocupados.


Entradas relacionadas


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Agradezco tus comentarios