viernes, 20 de diciembre de 2019

Gracias por nada


Pues fui a una charla, de las que mencionaba en mi post anterior, una charla de escuela de padres de un tipo supuestamente experto en Educación(!). Entré en la sala, como otras veces, y estaba llena de madres y algún que otro padre. Se ve que al tipo experto en Educación le llamó la atención el hecho de que hubiera algún padre presente, y empezó la charla diciendo: 
"Vamos a dar un aplauso a los padres que han asistido ya que normalmente no lo hacen". 
Inmediatamente, para UNA, este tipejo había perdido toda la autoridad en temas de educación respetuosa y disciplina positiva. Por supuesto, UNA no aplaudió. UNA estaba indignada. Le envié un mensaje esa misma noche:



Lamentablemente, ésta es la cultura en la que vivimos. Nos creemos muy progres abanderando la igualdad entre hombres y mujeres: Créeme que no lo somos cuando alabamos en el hombre lo que normalizamos en la mujer.

El delantal ya no es cosa de ellAs como lo era hace cuarenta años: Ahora es cosa de ambos. Pero la diferencia abismal es que, mientras para una mujer un delantal viene a ser poco más o menos uniforme, los hombres exhiben sus delantales como si fueran condecoraciones. Un hombre con un bebé todavía se considera atractivo, precisamente porque no está normalizado.

Las que tenemos maridos "que ayudan" tenemos encima que darnos con un canto en los dientes si nuestros maridos hacen lo mismo que hacemos nosotras (que todavía nunca es lo mismo) y encima aguantar la terminología increíblemente machista de que "nos están ayudando":
Es una manera de hablar, dice Peter. 

Es una manera de pensar, replica UNA. 

Muy de aquí, por cierto. No percibí que esto fuera así los años que viví en Inglaterra.
Pero no son ellOs los que me indignan. Son ellAs. Es decir, ellOs están haciendo lo fácil, sentándose en la silla más cómoda. Pero ellAs les mantienen el sitio caliente cuando por ejemplo te miran mal porque en casa no es UNA la que plancha, sino Peter. Las tareas están divididas y Peter plancha: Lo hace infinitamente mejor que UNA. 
"¡Qué suerte tienes!", me dicen ellAs. 
¡¿Disculpa?! 
¿Tú crees que los amigos de tu marido le dicen a él "¡Qué suerte tienes!" si en casa la que planchas eres tú? 

Te aseguro que no. 
Lo dan por sentado.

EllAs lo hacen todo ellAs porque ellAs lo hacen mejor.

EllAs se sorprenden cuando tú no vas, tú no estás, y él sí está, y él sí va.
UNA se fue un fin de semana a un retiro de yoga y meditación, y Peter se llevó a los niños a un campamento de fin de semana con el colegio. El lunes, a mí vuelta, tuve que escuchar una detrás de otra a una ristra de madres alabando las virtudes de Peter como padre que se había hecho perfectamente cargo de los niños durante el fin de semana.
¡¿Disculpa?!

Eso es lo que hacemos todAs a diario: Hacernos cargo. De hecho, eso es lo que hace UNA, sola, entre semana y, a fecha de hoy, no he recibido un solo halago al respecto.
En fin, no es que yo no valore las gracias de Peter como padre, que son muchas, y una de las razones por las que los hijos los tuve y los mantengo con él. Es sólo que me enerva que seamos precisamente nosotrAs las que nos tiremos piedras sobre nuestro propio tejado. Es decir, ¿qué oportunidades tenemos de normalizar lo que ya debería ser normal si lo alabamos, lo subrayamos y lo condecoramos?
Que lo hagan las abuelas no deja de entrar dentro de lo esperable, puesto que la realidad vivida por ellas fue otra bien distinta. Pero que nosotrAs, que hacemos a diario verdaderos malabarismos para mantener en equilibrio nuestra vida profesional y nuestra vida familiar, aplaudamos cualquier amago que hagan ellos por acercarse a este equilibrio,
no ayuda, queridAs; 
no ayuda en absoluto.
Ralentiza un proceso que, POR INJUSTO, hace tiempo debería haber concluido.
Recuerdo hace algunos años a la madre de Peter afirmando tajantemente que Peter era "perfectamente capaz de quedarse a solas con los niños". 
¡Por supuesto que lo es! 
Ahora sólo queda que dejemos de señalar un hecho tan obvio.

Darle las gracias a un hombre por hacer lo que UNA hace gratis, y por "gratis" me refiero sin recibir gratitud alguna al respecto, no es un micromachismo, es un MACROmachismo y que encima esa gratitud venga de boca de mujeres es poco más o menos que lamentable.

¡¿Disculpa?!
Gracias por nada.




Pocas cosas tengo tan claras como la injusticia del reconocimiento discriminatorio.

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Poco después de escribir este post, di por casualidad (¿o no?) con este vídeo de Alberto Soler donde explica más o menos lo que yo vine a escribir aquí, pero mucho mejor.
Os dejo el enlace porque merece la pena. Merece la pena sobre todo que lo vean nuestras parejas. Aborda el tema de la carga mental ¡que tanto pesa! y del modelo de corresponsabilidad:





miércoles, 18 de diciembre de 2019

Hay que estar




UNA confiesa.
UNA un poquito harta sí que está.
De la presión.
De la responsabilidad.

UNA duda mucho que la generación anterior a la nuestra lo tuviera tan enredado.
El otro día lo comentaba con mi hermana.
Cuando éramos pequeñas, teníamos colegio por la mañana Y por la tarde.
Nos quedábamos a comer en el comedor.
Volvíamos a casa después de las seis como muy pronto en el autobús si es que no teníamos que ir al conservatorio.
Luego los deberes. Cada una los suyos.
No teníamos ni siquiera que ducharnos todos los días. En mi caso, los martes y los viernes (los viernes con pelo) y, ¡hala!, a cenar y a la cama.
Nada de tele entre semana, por supuesto; nada hasta el 1,2,3 del sábado por la noche o, con mucha suerte, Heidi o Mazinger Z el sábado a mediodía, después por supuesto de que mis padres vieran el telediario.

Las cosas han cambiado.
Ahora en el cole sólo te los mantienen vivos hasta las dos. No me estoy quejando, ¿eh? ¡Que conste! Ya me parece hazaña memorable meter a 25 de éstos en un aula y mantenerlos vivos. UNA tiene sólo 3 y lo consigue a duras penas.
Las madres, que antaño se quedaban en casa preparando croquetas para la cena, ahora tenemos que levantarnos al alba para dejar la comida hecha.
Salir corriendo al trabajo maquilladas para disimular una mala noche.
Descansar en el trabajo: “El trabajo es descanso” dice con toda la razón del mundo un amigo.
Volver corriendo del trabajo para recoger a las criaturas a las dos.
Lanzarles la comida a los perros hambrientos para que no muerdan.
Y bendita la tele de sobremesa porque si no, no sobreviviríamos.

Luego están las tardes.
Las tareas, supuestamente para niños, que en muchos casos sufrimos los padres.
Las extraescolares cuando las haya, al volante soltando y recogiendo niños.
Si es que no hay alguna tutoría, asamblea de clase, chocolatada escolar o alguna de estas delicias a las que acudimos porque hay que estar.

Hay que estar

Las duchas ahora diarias.
Las cenas que no simplificamos pues tenemos tanta información sobre en qué consiste una dieta saludable que, o se hace el esfuerzo, o no se hace pero se toma de postre sentimiento de culpa.

Tenemos otra batalla que tampoco tenían nuestras madres.
La batalla de la pantalla.
Los móviles cada vez más tempranos, el whatsapp, los grupos del whatsapp, el postureo del instagram. La charla del cole sobre los peligros de las nuevas tecnologías. El miedo que se te mete en el cuerpo, que te hace sospechar, que te hace vigilar, que hay que estar.

Hay que estar. 

Hay que controlar el tiempo de pantalla. Hay que limitarlo. Hay que vigilarlo. Es ésta una tarea ardua, aburrida, pesada. Cualquier madre que no deja a su adolescente meterse en la cama con el móvil, puede confesártelo. Sobre todo, se trata de aguas que nadie ha nadado nunca antes. Estamos improvisando. Adivinando consecuencias. Ensayo y error pues nuestra infancia, nuestra adolescencia, fue necesariamente diferente.

La inversión de tiempo y energía, creo, es mayor en esta generación. Pero sobre todo lo es la inversión emocional. En aquellos tiempos, ¿existían las escuelas de padres? Lo dudo mucho. No creo que fuera algo que necesitaran aprender porque no creo que fuera tan complicado como lo es ahora, ni hubiera tanto en riesgo como ahora. No creo que existieran manuales ni cursos ni programas de “educación con respeto” o “disciplina positiva”. No creo que existiera tanta preocupación. Tanto modelo de madre. Tanta teoría sobre la maternidad. 



Ahora hay un mercado entero destinado a llenar el hueco, un hueco que ha sido escarbado por nuestra propia ansiedad. 

Por la ansiedad de ser buenas madres para unos hijos con una realidad muy distinta a la nuestra de entonces. Una realidad que engloba realidades nuevas, desconocidas, para las que ninguna estábamos preparadas, como la realidad de una madre que ha de multiplicarse y dividirse entre la familia y la carrera, operaciones matemáticas que no se les ha planteado tradicionalmente a los padres, o la realidad de unos hijos que viven con el reflejo de las pantallas en sus ojos.

Mi pregunta es: 
¿Por qué necesitamos ser buenas madres? 
¿Quién ha publicado este nuevo modelo de madre-perfecta en el momento justo en el que decidimos incorporarnos al mercado laboral?
UNA no entiende pero no creo que sea casualidad que se aproveche el hecho de que vamos sobrepasadas para que la culpa y la ansiedad en la maternidad abran un nuevo mercado.
Me pregunto si nuestras madres y nuestras suegras se planteaban lo buenas madres que eran. O hacían lo que podían, lo que buenamente sabían, medianamente bien: Sabían vivir "a media mierda", como oí decir en una ocasión.


La inversión de tiempo, energía y el vuelco emocional que destilamos en las nuevas relaciones que se establecen en casa han acortado necesariamente las distancias y, donde antes había el respeto de una autoridad sin colegueo, ahora hay una relación mucho más cercana, mucho más enriquecedora para ambas partes, mucho más responsable, mucho más consciente. Pero, por todo ello, mucho más conflictiva. Los hijos se permiten lujos con nosotros que nosotros no nos permitíamos con nuestros padres pues tampoco jugábamos con nuestros padres como jugamos con nuestros hijos, tampoco hablábamos con nuestros padres como hablamos con nuestros hijos, tampoco pasábamos con ellos tanto tiempo ni energía ni emociones como se pasan ahora. Esto no deja de ser un arma de doble filo.

Nos hemos complicado la vida un rato. Y la mayor parte del rato esto está bien. La mayor parte del rato es lo que queríamos, ha sido una elección consciente. Pero a veces UNA un poquito harta sí que está. De la presión por ser una buena madre y una buena-todo (una buena hija, una buena esposa Y una buena profesional). De la responsabilidad. Del hay que estar.

A veces un martes cualquiera a UNA le apetecería no estar. Y en realidad UNA puede hacerlo, pero a UNA le gustaría hacerlo sin la sensación de estar haciendo algo mal.

¿Tú me entiendes?

Abrir Facebook y que no me aparezca un post sobre las consecuencias fatales que mi despreocupación, descuido o desgana del martes cualquiera, en el que he fallado como madre-perfecta, van a tener sobre la autoestima de mis tres monstruos.

Perdón. 

De mis tres reyes.



lunes, 9 de diciembre de 2019

La bomba de UNA (o mi templo de dos horas)

Después de publicar la entrada de HermanOs y bombas, una amiga me preguntó:
 ¿Y la bomba de UNA, para cuándo?

La bomba de UNA, en parte, la conforma la hermandad de mujeres de la que ya he hablado aquí en varias ocasiones.
Pero gran parte de la bomba de UNA me la he tenido que ir currando poco a poco a base, literalmente, de madrugones. Y esto es de lo que vengo a escribir hoy aquí.

En mi opinión, hay muchos tipos de madre pero todos se resumen en dos.
Por una parte, están las madres-naturales. A las madres-naturales, envidiables y envidiadas por UNA, ser madre les sale natural, ser madre les fluye, les viene dado de fábrica: no les supone tanto esfuerzo ni sacrificio como a las otras. Tienen grandes dosis de paciencia inagotable. Despliegan un tono de voz plano en todas las ocasiones sin picos histéricos en zonas de cansancio o de prisas. Tienen siempre energía para decir que sí a un juego de mesa.
Las otras, entre las que se encuentra UNA, son las madres-coraje. Coraje en el sentido andaluz de andar enrabietada. Constantemente irritada. A menudo enfadada. Con demasiada intensidad o demasiada frecuencia.
Todos los tipos de madre oscilan entre estas dos clases, con mayor o menor grado de cada tipología.

Pues bien, las madres que como UNA tenemos la tendencia del coraje-andaluz, nos vemos obligadas a compensar con otro tipo de coraje. El del esfuerzo. El del sacrificio. El coraje y la disciplina de cuidarnos para disminuir la frecuencia y la intensidad de la furia. Este coraje es la bomba diaria de UNA.

Y así fue como empecé a levantarme temprano. Primero, media hora antes que los niños. Luego una hora. Después, hora y media. Hasta que me instalé en las dos horas. UNA se levanta dos horas antes que los niños para cuidar de UNA. Para recargar la batería de UNA.


UNA necesita estar dos horas presente con UNA para poder estar el resto del día presente con sus tres reyes.
Es el tiempo de UNA.
Es un ritual.
Un homenaje que me hago a diario.





Las madres-naturales no necesitan este tiempo porque ser madre les sale natural.
Pero UNA hace ya tiempo que reconoció y aceptó que UNA no es madre-natural sino madre-coraje.

Es como la salud. A unas les viene dada y otros, sin embargo, tienen que cuidarse para estar bien. O como el peso: Unas tienen que hacer dieta y otros se inflan a bollos y no engordan. Es metabolismo.
Pues esto es igual. No es justo pero nadie te prometió que sería justo.

UNA primero tuvo que reconocerlo. Después aceptarlo. Esto se resume aquí en dos frases. Pero es largo en el tiempo y muy largo en el proceso de conocimiento personal. Y no es precisamente fácil: A todas nos gustaría ser madres-naturales. Pero, cuando se alcanza la aceptación, llega acompañada de una especie de liberación. La liberación de renunciar al modelo imposible de madre-natural (imposible para las que, como UNA, no lo son) y de enfrentarse al hecho de ser una madre-coraje-andaluz. Esa liberación lleva consigo remangarse y ponerse a la acción.
Y UNA se remangó. UNA se dijo a sí misma que el coraje-esfuerzo tendría que primar sobre el otro coraje o, al menos, disminuir su intensidad y frecuencia.
Si esto supone levantarse dos horas más temprano, UNA lo hace.
UNA se levanta y se toma el café sin prisas. Para compensar las prisas del resto del día. Las carreras. Los horarios. El estrés. UNA se levanta para hacer las cosas despacio.
UNA resiste la tentación de ordenar el salón que se quedó desordenado anoche. UNA resiste la tentación de ponerse a preparar bocadillos. De adelantar comidas. De hacer la lista de la compra. UNA tiene que hacer el esfuerzo de no hacer nada por ellos. Porque no madrugó por ellos. Madrugó por UNA. Madrugó por UNA... para ellos.

En ese ratito después del café, UNA escribe.
O lee.
O medita.
¿Sabes para qué me sirve meditar? Para conocer a las voces que habitan la mente de UNA. Hay muchas y meditar supone sentarse en silencio a identificarlas para conocerlas y que no se apoderen de UNA después, cuando UNA esté en medio de la vorágine de una vida mundana.
Meditando he conocido a Ms Victim, que es la que se queja en mitad de un ataque de orden de que siempre le toca a ella hacerlo todo. Meditando he conocido a Ms Shame, que es la que opina que somos una mala-madre y que los niños -de mayores- van a necesitar terapia por culpa de UNA . Meditando he conocido a Mr Grumpy, que se queja por todo, y a Miss Shopping Therapy, que se va de compras cuando está muy agobiada, y a Sulky, que lo que quiere es meterse en la cama y que la dejen en paz. Meditando he conocido a Mimosina, que lo único que necesita es que la acunen, y a Miss Drama Queen, que hace de todo un mundo, y Miss Perfect, que no se queda tranquila hasta que todo sale bien.

Meditar te hace identificar a todas esas voces que hablan dentro de ti y te permite no identificarte con ellas. UNA las ve, las oye, pero no son UNA.
Y así, luego más tarde, cuando los niños ya están danzando alrededor de UNA, y UNA se pone exigente, UNA se da cuenta de inmediato de que Miss Perfect está dirigiendo el cotarro, y puede quitarle el timón para flexibilizar el curso de una interacción.
O si Miss Drama Queen, tras una pelea de los monstruos, los visualiza ya en un centro de menores a los 17, UNA puede retomar las riendas y relativizar el momento-pelea.
O si Ms Shame se auto-culpa por cada momento-coraje-andaluz, UNA mira con compasión a Ms Shame y le cuenta que ser madre es una de las tareas más difíciles del mundo.


Meditar permite crear distancia y ver, oír, las voces.

Luego de meditar, UNA hace yoga. El yoga, además de los conocidos beneficios físicos (y si no los conoces, te animo a buscar en Google), a mí me sirve para lo siguiente. Una asana, una postura de yoga, que al fin y al cabo es un estiramiento, produce una resistencia. Si es incómodo, tú lo que deseas es cambiar de postura. Pero si no la cambias, si la mantienes, el músculo va cediendo hasta que la postura deja de resultar incómoda, o al menos ya no duele tanto. Pronto en mi recorrido yogui (y te hablo de que practico el yoga con unos vídeos de internet -magníficos, por cierto- que me recomendó mi hermAna), descubrí las aplicaciones de este patrón en una vida mundana. Cuando salta la irritabilidad en una interacción, UNA-madre-coraje puede a veces sentirla sin necesidad de cambiar de postura. Puede a veces mantenerla sin oponer resistencia. Permitir. Ser. Respirar. Mantener hasta que el músculo ceda. Estirarse. Y UNA sabe que esto se lo debe al entrenamiento del yoga.


Pues eso. 

Me levanto. 
Sin prisa. 
Medito. 
Hago yoga.
A veces bailo.
Para desfogar y porque alguien me dijo que bailaba muy mal y ya no me importa.
A veces escribo.
Escribo porque escribir hace que la vida importe. Escribo porque no puedo no escribir. Cuando vives una vida mundana, escribirla la pone en valor.
A veces leo.
A veces no hago nada más que estar.
Estar presente sola para poder estar luego presente con la batería a tope.

Peter me lo dice. Peter me lo nota. El día que me he levantado temprano. El día que no. El día que llevo la batería a tope. El día que no. A UNA le gustaría ser madre-natural. Poder dormir hasta las ocho menos cuarto y no perder la paciencia en todo el día. Pero UNA a estas alturas sabe que tener el coraje de levantarse a las cinco y media para estar con UNA le sirve para poder estar con Paul hijo1 y Gusi hijo2 y Dolfete hijo3 el resto del día sin todo el coraje-andaluz que a UNA le saldría natural.
Y a UNA le compensa el madrugón.
Si tú eres de las que recarga las baterías durmiendo, mi más sincera admiración y mi más sana envidia. UNA no. UNA necesita una bomba diaria, prestarse un poco de atención, para poder atender al espectáculo de la maternidad con el entusiasmo que merece. Cada mañana me regalo el amanecer igual que pongo mi teléfono a cargar cada noche.



Hace unos días, una muy buena amiga me valoró esta sabiduría que tantos años he tardado en adquirir con este pasaje que os copio abajo. Me inspiró así a reconocer que este esfuerzo que hago a diario en mi templo de dos horas no sólo merece la pena sino que me honra. 
Con esto acallo a Ms Shame y le digo: 

Tan mala-madre no serás cuando te levantas todos los días dos horas más temprano, 
no por ellos, 
pero sí para ellos.



miércoles, 27 de noviembre de 2019

La vorágine de una vida mundana


Mamá, ¿cuando llegamos?
¿Queda mucho?
Me aburro
Tengo hambre
Me hago pis
Me duele aquí
¿Dónde está el otro zapato?
Tengo miedo
¿Me atas los cordones?
¿Me abrochas los botones?
Ven aquí
No sé hacer las tareas
No me duermo
Mi hermano me ha pegado
¿Qué hora es?
pame que hace frío
No te vayas
scame
me pica en este pie
¿Cuánto es ocho por seis?
¿Qué hay de comer?
¿Qué me pongo?
¿Qué día es hoy?
¿Me quieres?
No me riñas
que lloro
¿Lo he hecho bien?
Me he clavado una espina
Me he hecho sangre
He soñado contigo
Tengo sed
Mira cómo lo hago
Me he caído
Cómprame uno de cada
Mami porfa
Cinco minutos más
Porfa mamá
Cógeme
Se me ha caído un diente
¿Puedo dormir contigo?
¡Qué asco,
no me gusta!
Hay un bicho en mi cuarto
Deja el baño encendido
¿me quieres?
ntame una canción
Cuéntame un cuento
Déjame en paz
¡Que eres  pesá!