viernes, 24 de febrero de 2023

David contra Goliat

La imagen la he descargado de Google
y dice ser de Chris Fostinis

Los jueves me siento a escribir en una tartería que hay cerca de casa. Me atrae el sabor del café en la calle pero también el ambiente del sitio, muy afrancesado. Tiene la fachada pintada en un verde azulado difícil de definir. En realidad, ni siquiera es la fachada, tan sólo los marcos de puerta y ventanas.

El caso es que el pasado jueves, al llegar, me encontré con la sorpresa de la fachada completamente en blanco. No pude evitar comentarlo con la camarera, y me dijo apenada que la han tenido que pintar porque el ayuntamiento les ha obligado a hacerlo. Se ve que el color no encaja en el entorno. UNA ha recordado que el mismo ayuntamiento nos hizo quitar la bicicleta que Paul hijo1 alojaba en el balcón de su habitación. Vivimos en el centro, muy transitado por el turismo, y supongo que el ayuntamiento quiere preservar aquí su imagen de ¿ciudad-uniforme? No me cabe otra explicación especialmente cuando por la tarde voy a trabajar a mi otro barrio, el de mi escuela, en un área de la ciudad a la que el turismo no osaría asomarse y salta a la vista que la estética allí al ayuntamiento le importa un carajo. De hecho, la limpieza se la trae al fresco.

El ayuntamiento es Goliat, y el verde cirujano de la tartería y la bicicleta de Paul somos David. A diferencia de la leyenda bíblica, aquí nos cuadramos. Si no te cuadras, te espera un reguero de pérdida de energía y tiempo, del que todos hemos sido víctima en más de una ocasión.

Esta tampoco es mía pero no sé de quién es 😬🙏

UNA ha estado ¡un año! lidiando con Endesa, sin ir más lejos. Cuando nos mudamos hace ahora más de doce meses, contraté la luz con ellos y nos cobraron los gastos de distribuidora de inicio de contrato. El problema fue que en la siguiente factura nos los volvieron a cobrar. Si UNA no hubiera estado pendiente de las facturas, no me habría dado cuenta, a pesar del alto importe pues todo el mundo anda comentando lo cara que está la luz. UNA no puede evitar pensar que las grandes compañías cuentan con que a un gran porcentaje de usuarios les pasen desapercibidos estos errores. Pero cuando tienes muchas bocas que alimentar, no se te escapa ni uno. El caso es que presenté una reclamación y me dieron la razón, pero nunca me devolvieron el dinero.

Tardé lo justo en cambiarme de compañía eléctrica, no sin antes haberme informado de que la empresa tiene la obligación de devolver el dinero a pesar de no permanecer como cliente suyo. ¿No me cobró Vodafone en su día lo que UNA debía después de haberme mudado de compañía telefónica? ¡Pues claro! Si no lo pagas, te meten en la lista de morosos. Pero a Endesa no lo puedes meter tú en la lista de morosos, porque Endesa es Goliat y tú eres un David pequeñito.

Lo único que puedes hacer es lo que UNA hizo. Reclamar, volver a reclamar, y luego reclamar más. Un año de mi-energía, que no de la suya. No he sumado los minutos pero han sido muchos, tantos como para ponerme a prueba. A veces pienso que en el fondo persiguen que te des por vencido. He reclamado por teléfono, con las correspondientes sesiones de musiquita de espera, por internet, directamente en oficina. Un día entré en una oficina, me quité el abrigo, me senté y anuncié que no me iba hasta que no me lo solucionaran. Pero resulta que a las señoritas que trabajan en oficinas les han quitado todas las competencias. Ellas tampoco pueden devolverte el dinero. Sólo pueden poner una reclamación a la reclamación de tu reclamación. La razón siempre me la han dado, eso sí:

"No quiero la razón, señores. Quiero mi dinero"

Cuando alguien te coge tu dinero sin tu permiso y se lo queda, ¿eso no se llama robo? ¿No es un delito?  Finalmente me he ido a la OCU y, un año y un millón de gestiones después, he conseguido la tan ansiada transferencia, ansiada por derecho a su propiedad, no tanto por el importe.

Cuando lo cuentas, a todo el mundo le ha pasado. Todo el mundo se ha enfrentado a un Goliat energético o telefónico, administrativo o bancario. La multa que te pusieron sin haber cometido infracción alguna, la compra que hiciste por internet y nunca llegó, los cargos sin sentido en la cuenta del móvil, la subida de sueldo que no se materializó, la nevera que te entregaron ya defectuosa y el defecto no estaba cubierto por la garantía... La lista es interminable.

Estamos rodeados de gigantes. Esto, supongo, es un efecto secundario del capitalismo. En nuestra mente esos gigantes aparecen sin cara humana, como entes anónimos y poderosos que manejan hilos. No sé muy bien cuál es mi reivindicación aquí. Supongo que canalizar la rabia a través de la escritura: el derecho a pataleta. 

También quizás sea desmantelar la imagen del gigante, pues al final estos gigantes no son más que imágenes pixeladas y, si uno se acerca y mira el detalle, lo que hay detrás han de ser necesariamente personas. En algún momento una de esas personas en miniatura se apiadará de tu caso y hará por resolvértelo, como mi peluquera que llevaba un año pagando en su factura de la luz el consumo de la guarderia con la que colinda, hasta que un día, después de un reguero de reclamaciones sin éxito, se desplomó llorando en una oficina. Un muchacho se hizo cargo y no cesó hasta solucionárselo. 

Ahí está el díficil equilibrio, entre cuadrarse pintando nuestros marcos y ventanas de blanco a la par que reteniendo el tiempo y la energía, o no rendirse en el ensartado de reclamaciones y procedimientos que nos devolverán el derecho a lo que es nuestro. La única piedra que tenemos contra el filisteo es la erosión de la reclamación incesante. Y las redes sociales.