jueves, 29 de diciembre de 2016

The days are long but the years are short


Mi propósito para el año nuevo: en los días largos, tratar de recordar que los años son cortos.

Cuando mi lista de cosas por hacer pese como el plomo trataré de recordar que los años son cortos y tachar unas cuantas cosas para hacer tiempo a lo que de verdad importa. Cuando los gritos, el caos, el desorden, la ropa por el suelo al final de un largo día me sofoque, antes de escupir serpientes por la boca, encuentre ese segundo en el que respirar y recordar que los años son cortos. Y que cuando el día haya sido largo en vez de fustigarme sea capaz de hablarme a mí misma en voz de amiga, en tono de nana.

Porque los años son cortos y hay un tiempo limitado para la pena pero también hay un tiempo limitado para contemplar la belleza, para crear y para creer en el amor.

Os deseo en el 2017 QUE LAS ARRUGAS NO NOS BORREN LA SONRISA Y LAS PANTALLAS NO NOS ROBEN LAS CARICIAS,
QUE LA SERENIDAD SE HAGA VIRAL
Y QUE PIDAMOS MÁS AYUDA QUE PERDÓN,
QUE RECIBAMOS MÁS MENSAJES DE AMOR QUE DIAGNÓSTICOS,
QUE LOS CAMBIOS SEAN TODOS PARA BIEN,
QUE NOS CLAVEN LAS UÑAS POR PASIÓN Y NO POR RABIA...

Y que en esta colección de nocheviejas nuestros propósitos para el año nuevo no se cuelen por los agujeros de nuestras vidas caóticas y neuróticas, sino que contribuyan a hacer un mundo un poquito mejor... a veces.

martes, 1 de noviembre de 2016

Los 4 besos

Carta a mi hijo preadolescente

Los besos son símbolos. Pero los besos son símbolos importantes. Igual que un semáforo. La luz roja del semáforo significa: 
"no cruces ahora, que te pueden atropellar",
y la verde significa: 
"ahora puedes cruzar seguro".
Por eso es importante que los semáforos funcionen.

Pues los besos también tienen significados. Los cuatro besos: al levantarse, al acostarse, al irse, al llegar. Y luego está el beso espontáneo.

Al levantarte, cuando lo primero que hago es darte un beso, el mensaje es: 
"me alegro de vivir contigo,
me alegro de que seas lo primero que veo cada mañana".

Al acostarte, cuando lo último que hago es darte un beso, el mensaje es:
"espero que duermas bien esta noche,
que no tengas pesadillas, 
no te preocupes por nada que yo estoy aquí para cuidarte".

Al irme, o al irte, cuando te doy un beso, lo que quiero decirte es:
"voy a estar un ratito sin ti,
te echaré de menos, 
espero que estés bien y disfrutando".

Al llegar, te doy un beso para decirte que me alegro de verte, que tenía ganas de volver a estar contigo.

El beso espontáneo es ése que se da sin que se pida (y sin acostarse, ni levantarse, ni llegar, ni irse). Ese beso vale millones porque significa:
"me alegro de haberte conocido,
me alegro de que seas parte de mi vida,
¡te quiero tanto!"

Como ves, los besos son importantes porque significan un montón de cosas. Por eso, a veces, cuando uno está enfadado o no tiene ganas, tiene que hacer un esfuerzo y dar un beso de todas formas, porque hay cosas que no deben dejar de decirse, hay mensajes que son importantes. Y cuando estoy enfadada y te doy un beso, lo que te estoy diciendo es:
"No importa lo enfadada que esté contigo...
te quiero mucho...
aunque esté enfadada, te sigo queriendo...
y espero que esto se nos pase pronto."

Tú eliges cuándo y a quién le das besos. NUNCA JAMÁS te voy a obligar a darme un beso si no quieres. Pero necesito que entiendas que los besos son importantes porque dicen cosas. Y aunque vayas a cumplir 11 años y dejes de ser un niño. necesitas seguir oyendo y diciendo esas cosas. Yo te seguiré dando besos mientras tú me dejes. Toda la vida.



viernes, 21 de octubre de 2016

El fuego de la ira

"Ya, pero el grito está ahí", me dijo. De primeras no estaba segura de entender qué es lo que quería decir. Elaboró. Entendí. Si tienes un arrebato de ira, y te controlas, y no sueltas un grito, el grito sigue ahí. Está ahí, encerrado. El enfado bloqueado. Es como si sujetaras a un chiquillo en mitad de una rabieta para que no arremeta contigo a puñetazos. Lo que se produce es un forcejeo. Pero el niño sigue enfadado. De hecho, cada vez está más enfadado. Probablemente su cólera infantil reprimida saldrá por otro lado: probablemente intente darte patadas, por ejemplo. Ése no es el método.


"Ya, pero el grito está ahí", me dijo. Entonces ¡no hay salida! No way out! Me quedé con un pensamiento cabizbajo. Me quedé gris: si no puedo evitar la ira, y es que no puedo evitar la ira, ¿cómo puedo convertirme en la persona que quiero ser, en una persona menos airada?


Me ha llevado años encontrar la respuesta, muchos enfados, y algún que otro malestar. Porque cuando le pones una camisa de fuerza a la ira, ésta empieza a pegarte patadas. Y se te ponen los ojos rojos de lagartija, te duelen los flancos, y el bazo, que no servía para nada, empieza a pegarle patadas a tus otros órganos en cadena. En medicina china, se llama el fuego del hígado. Me lo explicó mi acupuntora. En occidente, una emoción intensa reprimida. Que sale, porque al final tiene que salir.


Si no lo puedes evitar y no lo puedes reprimir, ¿entonces? Sólo te queda sentirlo, aceptarlo. Es la terapia de aceptación y compromiso. Es atención plena. Es vivir en el presente. Es pillarte pensando cuáles son los pensamientos que te hacen sentir airado. Es meditación viva. No se trata de soltar el grito si es que el grito va a hacer sentir a alguien más pequeño. No es soltarlo, es sentirlo. Sentir el enfado. No luchar contra él. Aceptar que estás sintiendo enfado. "Hmm, estoy sintiendo enfado". Y no identificarte. Tú no eres la ira.


En realidad, si el niño tiene una rabieta, lo único que funciona es la empatía. Nombrarle las emociones que está sintiendo. Entender que se trata de un comportamiento, no de un niño caprichoso. Ver su enfado, respetar su derecho a tenerlo, no exigirle que sea un niño perfecto que nunca se enfade. No sujetarlo, no ignorarlo.


Pues es lo mismo. Déjate ser. Déjate enfadarte. Siéntelo. Míralo pasar. 

No luches, es inútil, no lo vas a poder evitar. 

No lo reprimas, es inútil, se pondrá a darte patadas. 




Déjalo ser. 

Déjalo ir. 

Let it be. Let it go.






martes, 27 de septiembre de 2016

La joven de la foto





La joven de la foto es muy guapa, ¿no?, aunque no le gusta posar. Es mi madre. Lo digo con orgullo. Me pongo de pie para decirlo.

La mujer de la foto ha pensado en cántabro, en castellano adusto, en francés y en andaluz. Se ha comido un sobao, un lechazo, un croissant y un salmorejo con el mismo gusto. Como buena cántabra, es un poco cactus, un poco cardo; por algo es de Matamorosa. Siempre quiso volver al norte pero hizo su reino, su califato, en el sur. De padre vasco y nietos sureños, andaluces, alguno incluso malagueño.

Tienes suerte si pasas fin de año con ella porque te llevas el único abrazo que da durante todo el año. De hecho, publico esto para ganarme un achuchón en septiembre aunque ella, al leerlo, estará pensando que es una americanada. Pero, hacerle un homenaje, bien vale un McDonald’s.
La mujer de la foto cumple hoy ochenta y... Tiene una cuenta de Facebook, una de Gmail y seis nietos.
No le gustan los perros pero, si la espías, la verás hablando con Canelo y con Mustang, o haciéndoles una caricia casi a escondidas.
Disfrutona, la mujer de la foto es la miembro más veterana del club de lectura de la Corredera y no se pierde una sesión porque le gusta charlar sobre los libros que lee y le encanta la copita que se toma después. No se pierde un desayuno o un aperitivo. No se pierde una buena mesa con un buen mantel. No se pierde un buen libro, ni una buena película, ni un buen vino...
La mujer de la foto habla francés, ha leído bibliotecas enteras y visto filmotecas completas. Y, ahora, si de vez en cuando se le olvida una palabra, se irrita. Y es que a ella lo que le gusta es controlarlo todo.
Culta, guapa, generosa.
Creadora de recuerdos, madre, abuela, esposa, viuda.
Echa de menos a quien la acompañó de por vida pero está rodeada de un ejército de mujeres y de mujercitas que la acompañan ahora y velan por su bienestar. Ella lo sabe. Sembró toda la vida y ahora recoge los frutos, aunque no se permite a sí misma dejar de sembrar y de seguir velando por el bienestar de los suyos. Matriarca del clan. Señora del cortijo.
Pueblerina, le gusta su barrio porque es como un pueblo y todos la conocen y la saludan por su nombre. Ana María, Doña Ana.
Protestona y un poco pesada, ella nunca duerme siesta, sólo tiene los ojos cerrados. Y no ronca, sólo hace ruido al dormir.
Nunca se queja. No sabe ponerse enferma. A su edad, 8*, dice que no le duele nada. Y les cuenta a sus nietos que hoy cumple 53.
Empresaria del ahorro, ha criado cuatro hijas variopintas y todas le han salido bien. Está MUY orgullosa de ellas aunque sólo lo confesará en su ausencia.
Con la mujer de la foto, no necesitas Google porque lo sabe todo. Te saca de un apuro. No sabe callarse un buen consejo.
Pero a ella le cuesta pedir ayuda. Le cuesta emocionarse, ella no llora. Perdió batallas pero ha ganado la guerra.
Secretaria, costurera, amiga, confidente, profesora. Trabaja mucho más que casi todas las “mujeres trabajadoras”. Cocinera, tiene un restaurante en casa. Hace las mejores patatas a la importancia del mundo, la mejor carne con tomate, el mejor marmitaco, el mejor pollo de corral y los peores boquerones en vinagre (pero esto último no se lo digas).
La señora de la foto es de derechas, por supuesto, pero lleva una mujer inconfesable de izquierdas dentro.
¡Feliz cumpleaños!

miércoles, 4 de mayo de 2016

Nárratelo

Los niños tienen otros ritmos. Tienen los ritmos de la naturaleza antes de que la interrumpiéramos con nuestras prisas neuróticas. Tienen los ritmos de la vida que fluye antes de que la encorsetáramos en nuestros horarios locos.

Los adultos perdemos los nervios por las prisas neuróticas y los horarios locos. No los perdemos por los ritmos de los niños. Perder los nervios, al fin y al cabo, es perder de vista este hecho.

Te lo cuenta una experta: la frecuencia y la intensidad con que pierdo los nervios despertó mi curiosidad y comencé a observarme cuando perdía los nervios con los niños. ¿Qué pasaba por mi cabeza en esos lamentables momentos? Cualquiera puede hacer la prueba y te adelanto, con casi certeza total, que lo que pasa en tu cabeza es precisamente eso, que te estás adelantando: “voy a llegar tarde al trabajo por esta rabieta” o “como no se ponga los zapatos ya, llegamos tarde al cole” o “como no termine de contarme esa historia, se me queman los filetes” o “como no se meta en la ducha ya, hoy nos acostamos a las tantas”.

Uno no está en el presente cuando pierde los nervios. Está en el futuro. No está aquí. No está ahora. El que pierde los nervios ya ha llegado tarde al cole y al trabajo, ha cenado filetes quemados y se ha acostado a horas intempestivas. El que pierde los nervios ha perdido también el presente. Se ha perdido a su niño de cinco años atándose los zapatos por segunda vez con manitas torpes que hacen todo despacio. Se ha perdido la historia incomprensible de su hijo de ocho años que arrastra las palabras. El que pierde los nervios se sentirá culpable cuando llegue al trabajo a tiempo por haber manejado una rabieta con otra rabieta y no logrará conciliar el sueño aunque se acueste temprano.

Cuando caí en la cuenta de esto, me inventé una técnica para anclarme en el presente en esos momentos. La llamo “nárratelo”. Y, básicamente, eso es lo que hago: si/cuando me pillo adelantándome en mi mente, me narro lo que está pasando, me lo cuento: “mira el chiquitín cómo saca la lengua mientras intenta hacer la lazada de los cordones... mira cómo se frustra porque no le sale... mira cómo frunce el ceño... qué tierno... que lo intenta otra vez... mira cómo esta vez casi lo consigue...”.

Me lo narro porque, si mi mente está ocupada contándome lo que está pasando aquí y ahora, lo que tengo enfrente de mis ojos, entonces no es capaz de adelantarse. No se va al futuro. “Escucha qué bien pronuncia la –rr- ya... mira cómo se le iluminan los ojos cuando me cuenta el gol que metió ayer... mira cómo vigila mis reacciones... mira cómo se ríe... ¡mira! Ya le está saliendo el diente...”.

Porque, cuando perdemos los nervios, perdemos los pequeños milagros que suceden delante de nosotros cada día.



lunes, 2 de mayo de 2016

These are the days

Ayer tuve una de esas tardes en las que no quería hacer nada. Pero no una tarde de las buenas. No de las que disfrutas simplemente del arte de no hacer nada. Sino de las malas. De las que no haces nada porque ni tienes ganas ni fuerzas. Y sabes que, además, acabarás sintiéndote culpable a la par que agobiada porque todo lo que tenías que hacer y que podías haber hecho y que no hiciste se te ha acumulado.

Y, estando en ese espíritu, decliné la insistencia de mis hijos de que jugara con ellos y la delegué en su padre, mientras vagabundeaba por Facebook sin demasiado interés. Por azar di con un artículo de un blog que sigo que se llama Dirt and Boogers. La autora contaba de manera deliciosa una anécdota: estaban en la playa su marido y ella con los niños cuando pasó por allí una pareja de ancianos, y él se quedó mirando a la familia y le comentó a su esposa:

"Those were the days...",
que en español viene a ser literalmente "Esos fueron/eran los días" y a significar algo así como "Entonces sí vivíamos...".

Sentí una punzada emocional. Porque la implicación evidente para los que andamos liados en educar críos es:
 "These are the days"
Estos son los días
Ahora estamos viviendo, esto es lo que hay. Y se nos olvida con tanta frecuencia... Cuando estamos deseando que se vayan a la cama porque ya no hay quién los aguante. Cuando declinamos sus propuestas de juego porque estamos perdiendo nuestro tiempo (su tiempo) en Facebook. Cuando hacemos un drama por el vaso que se derrama en la mesa recién puesta o por la ropa tirada en el suelo del cuarto de baño. 

En la serie televisiva Gracepoint, otra madre se lamenta ya demasiado tarde: "When did I become someone who cares about clothes on the floor?". ¿Cuándo nos convertimos todas nosotras en gente que se preocupa por la ropa en el suelo? ¿Cuándo se nos olvidó que ESTOS SON LOS DÍAS?


Se nos olvida. Que estos son los días. Esta es la vida. No hay más. This is it. Esta es nuestra oportunidad, esta es la infancia de nuestros hijos, ésa que depende de nosotros, sus padres.
Aquí. Ahora.
Esta es nuestra playa.

jueves, 17 de marzo de 2016

La gente ES buena


Hoy he pasado un sustillo. Ha sido uno de esos ratos que recordaré como una mera anécdota pero que, en el momento, me ha hecho temblar las piernas. Paul hijo1 se ha caído de la bici que estrenaba hoy y su nariz ha ido a aterrizar contra un banco de hierro del parque. La sangre es muy escandalosa y, cuando le he visto correr hacia mí, con la cara, la camiseta y las piernas llenas, le he llevado corriendo hacia la fuente del parque para intentar lavarle y ver qué había debajo. No quiero detenerme en sus heridas, sino en la reacción de la gente. Y no me refiero a la gente que nos quiere, que también, por supuesto: mi santa madre y el padre de un amigo que estaban allí han reaccionado de inmediato. Gracias.
Me refiero a la gente que no nos conoce. En el breve intervalo de tiempo que dura un susto, se me ha acercado una pareja para indicarme dónde estaba el centro de salud más próximo, dos chicas para darme su paquete de clinex, y una señora para aconsejarme cómo parar la hemorragia. La gente ES buena.
Luego en urgencias, otra mamá me ha traído el paquete de toallitas de su bebé para que limpiara las piernas de Paul hijo1.
Esta gente no sale en las noticias, pero ésta es la gente que importa, ésta es la gente que se preocupa.
Paul está más o menos bien. Mañana vamos al pediatra. Pero me quedo con las manos que me han echado estos desconocidos en momentos en los que yo estaba agobiada. No son grandes hazañas, son pequeños gestos que alivian.

En cada crisis, supongo, aparecen estos voluntarios espontáneos que hacen del mundo un lugar mejor.
La gente ES buena.

sábado, 6 de febrero de 2016

¿Quién soy yo cuando no estoy haciendo?


soy una niña a la que han pillado haciendo algo malo 
con las manos en la masa
soy la vida, que se me escapa desperdiciada
soy el tiempo que vuela
tiempo malgastado
soy el aburrimiento
soy culpable 
¡no soy nadie!
soy gorda
soy vaga
soy un desperdicio
energía desperdiciada
soy inmerecedora
soy la vergüenza de mi casa
soy un mal ejemplo para mis hijos
soy desasosiego
soy inquietud
soy insomnio
soy un montón de deberías
debería estar...
soy una tormenta que se está fraguando
soy una bomba a punto de estallar
soy un silencio incómodo
soy un plan
soy como telebasura
no aporto nada al mundo
no sé estar sin hacer nada 
no sé

viernes, 8 de enero de 2016

Creando recuerdos

Cuando eres adulto, tienes cierta percepción de que los niños están a medio hacer, que no están completos, que aún les falta para llegar (¿adónde?)

Pero estos días de vacaciones me han venido recuerdos nítidos de mi infancia, de que cuando eres un niño, tu percepción es muy otra, y te ves a ti mismo perfectamente hecho y completo. Por eso, no entiendes por qué los adultos se ríen con ciertas cosas que dices, o ponen los ojos en blanco con ciertas cosas que haces, o pierden la paciencia si te mueves demasiado despacio o demasiado deprisa. Cuando eres un niño, no entiendes por qué tienen que aguarte la fiesta si les das besos a los perros o saltas entre los sillones cuando los perros son tan besables y saltar por encima de los sillones es tan divertido.

Uno de mis propósitos para el año nuevo es que la nitidez de esos recuerdos me sirva para respetar más a mis hijos como seres completos que lo hacen lo mejor que saben y pueden. Y no poner tantos ojos en blanco sino mirarles más atenta, y saber esperar si van lento o acelerar si van rápido. Y no aguarles tantas fiestas a gritos. Encontrar el difícil equilibrio entre lo que la niña que todavía hay en mí detecta que quieren y lo que el adulto en que me han convertido decide que deben. Educar sin fastidiar. Decir "no" desde la lucidez, no desde la costumbre, y cederle el paso al "sí" de vez en cuando.

Porque ser adulto, te digo, es un rollo, pero cuando eres niño, ...ser niño, te digo, es un rollo.

Los padres somos grandes creadores de recuerdos: ahí reside una parte enorme de nuestra responsabilidad, no se trata tan sólo de mantenerlos vivos.

Mi pasado mandando mensajes a mi presente en la noche de insomnio previa al primer día de cole.