viernes, 8 de septiembre de 2023

En apretado haz

UNA se pregunta si el miedo a la muerte es algo inherente al instinto de supervivencia del ser humano o si, más bien, lo es a la cultura en la que morimos, una cultura en la que- para empezar- el tema de la muerte es tabú. No se trata en las escuelas. No se habla en las familias. 

- Mamá, no quiero que te mueras...
o
- Mamá, no quiero morirme...

se rematan con un

- Pero eso no va a pasar...
o un
- Para eso queda muuucho muuucho muuucho tiempo...

Hacemos unos aspavientos con las manos, una caricia, y a otra cosa, mariposa. El mensaje es claramente "en la muerte no se piensa" o "de la muerte no se habla". La muerte nos hace sentir incómodos. A nadie le gusta el miedo.

Sobre ese miedo, hemos montado un ritual de despedida para los-que-se-van que es lúgubre en exceso. Nos despedimos en edificios de cemento. 

Entro en el hall y me topo de bruces con una vitrina. En la vitrina hay un despliegue de vasijas para cenizas, en distintos tamaños y colores. Me fijo en uno especialmente pequeñito, que parece diseñado para un bebé. Esa madre, pienso. Pienso también en todas esas películas americanas con sus urnas funerarias sobre el marco de la chimenea. Aquí no tenemos chimeneas, pienso.

Estoy nerviosa. Nunca sé qué decir en estas situaciones. Subo las escaleras con la incomodidad que me produce saber que no hay palabras. 

UNA sólo se siente segura cuando hay palabras. Cuando nada-de-lo-que-diga va a consolar tu pérdida, cuando sólo queda el recurso del silencio, nos ponemos incómodos. Nos incomoda el silencio, nos incomoda la muerte, nos incomoda el dolor ajeno por el que ya no podemos hacer nada. 

Atravieso la habitación con la mirada y me encuentro con tus ojos perdidos en medio de la multitud que ha venido a arroparte. Tienes aspecto cansado pero has rejuvenecido 40 años, los que separan al hombre del niño que busca a su madre después de caerse para poderla hacer testigo de su llanto. Sana, sana, culito de rana. Tus ojeras húmedas y enrrojecidas vagabundean buscando el consuelo que sólo podría darte la madre que yace en ese ataúd de madera. ¿Pino? ¿Cerezo? ¿Nogal? ¿Quién puede contestar una pregunta así en medio de la desolación? No querrás irte a casa esta noche. No querrás dejarla sola. No querrás quedarte solo.

Los tanatorios son sitios incómodos porque hay mucho dolor ajeno por el que ya no podemos hacer nada. Tan sólo acompañar. Abrazar. Nos abrazamos y en esos segundos de conexión, desaparece la incomodidad: Sé por lo que estás pasando y estoy aquí contigo. O no sé por lo que estás pasando y estoy aquí contigo. ¡Tan importante!

Luego vuelve la incomodidad. Nadie sabe qué tema será mejor, cada uno es un mundo. Hay quien tiene necesidad de sacar, hay quien tiene necesidad de tapar. Nadie sabe cuánto tiempo hay que estar. Hay quien tiene necesidad de quedarse y quien la tiene de huir.

Y es que no se puede escapar de la muerte en el-sitio-de-la-muerte. ¿O sí? Cuando brotan lágrimas, muchos se bloquean: no sabemos limitarnos a ser testigos de la tristeza. Queremos hacer algo. Solucionarlo. Pero la muerte no nos deja: ya no se puede hacer nada. Por eso hay tantas risas en los tanatorios. Las risas acuden a aliviar nuestro no saber estar-con la pena.

Los cementerios no nos lo ponen más fácil. Con sus mercadillos de coronas de flores a la puerta y sus lápidas grises, aburridas, apiladas, alistadas, y sus fechas grabadas que nos recuerdan cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando...

Lo tenemos mal montado. No sé cómo se puede montar mejor pero UNA está casi segura de que se puede. Una despedida ha de ser una fiesta:

Llegado ya el momento de la separación,
formemos todos juntos una cadena de amor.

Una despedida ha de ser un apretado haz y no lo es. Nuestro rito de la muerte es triste, es feo, y eso contribuye a avivar nuestro miedo. Por eso no llevamos a los niños a los tanatorios ni a los cementerios: no les dejamos despedirse porque no queremos que luego tengan pesadillas igual que no les permitimos ver películas de miedo.

Tiene que haber un lugar en el mundo en el que la muerte no dé tanto miedo, en el que la despedida sea linda y serena.



Os recomiendo la lectura de The Loved One by Evelyn Waugh
Por otro lado, siento auténtica curiosidad por vuestra opinión sobre este tema.
Si no es tabú en los lares de tu pensamiento, te agradezco la compartas conmigo.

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