jueves, 30 de julio de 2020

El caleidoscopio de lo-normal


Llegados a este punto, UNA se arrepiente de dos cosas: de mis peores momentos madre (Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa) y de haber caído en la trampa de lo-normal.

La trampa de lo-normal consiste en juzgar a tu hijo con los parámetros que dictan las estadísticas. Paul hijo1 tardó mucho en echar a andar. Antes de que UNA se asustara, las voces alrededor de UNA comenzaron a alertar: 

- No es normal.

- A ver si va a tener un problema en las piernas.

- Lo-normal sería que ya estuviera andando

Total que UNA que era madre primeriza -la estación de la maternidad más vulnerable para caer en la trampa de lo-normal- se preocupó y empezó su deambular por las consultas. Si no hubiera sido por las voces que acudían sin invitación en representación de lo-normal, Paul hijo1 se habría ahorrado probablemente unas cuantas radiografías. Ni que decir tiene que Paul anda ahora perfectamente con sus piernas perfectas.


Cuando Gusi hijo2 era pequeño, más de lo mismo:

- Este niño apenas come, no es normal.

- Este niño está muy delgado, no es normal.

- Este niño necesita un reconstituyente.

El niño no-normal tiene ahora 13 años y devora. Se ve que es de hambre tardía. Pero UNA se preocupó mucho entonces y lo llevó de médico en médico porque los percentiles y las estadísticas y las voces no invitadas opinaban que el niño debería tener más apetito.


Un tiempo más tarde las voces me decían que lo-normal era que Paul hijo1 quisiera pasar la noche fuera cuando él aún no quería y así, resistiendo mi instinto de madre y haciendo caso omiso de su alta sensibilidad, lo envié a excursiones a las que él no deseaba ir hasta transformar en pánico un miedo que hubiera sido sólo eso: un miedo. Tenemos miedo al miedo. Tenemos miedo a lo que se sale de lo-normal. El mes que viene Paul se va a pasar unos días a casa de un amigo encantado de separarse de UNA. Se ve que ya es normal.


En otra ocasión las voces gritaban que Paul hijo1 era, de hecho es, muy bajito, y que quizás debería hormonarlo. Ahí UNA ya se plantó. Hay niños altos y hay niños bajos y hay niños "normales". Pero los niños "normales" no son más normales que los niños altos ni los niños altos son más normales que los niños bajos. ¿Tú me entiendes? Crecerá cuando tenga que crecer y, si se queda bajito, honrará a su padre y a su madre, sobre todo a su madre que es bajita, pero me niego a hormonarlo para hacerlo "normal". Este verano, que Paul hijo1 está pegando el estirón, sé que tomamos la decisión correcta. La decisión de Peter y UNA. No la decisión de las voces varias. 


La liberación de la trampa de lo-normal es progresiva, y así cuando UNA tuvo a Dolfete hijo3 había ganado suficiente asertividad maternal como para no permitir que las voces dogmáticas le dijeran qué es lo-normal.


Las estadísticas, los percentiles, el dogma de lo-normal (que muchas veces emana lamentablemente de otras madres) genera mucha ansiedad en las madres, sobre todo si son primerizas. Fíjate, ¡realmente párate a pensar!, en qué aberración es creer que 


LO-NORMAL es lo que mide/pesa/hace/dice/piensa/siente LA GRAN MAYORÍA.


Convertimos en patología muchas cosas que son simplemente características originales de nuestra descendencia. Las pinceladas inusuales, en vez de ser calificadas como artísticas y creativas, son categorizadas como extravagancias enmendables. Los trazos que se desvían de la norma reciben la etiqueta de trastorno.

UNA no dice que no haya que ocuparse de los problemas. UNA simplemente ha aprendido, al ir liberándose paulatinamente de la trampa de lo-normal, que no hay que crear problemas donde no los haya y que, en la gran mayoría de las ocasiones, no responder a lo-normal no es un problema. 


UNA ha hecho demasiadas cosas-normales en la vida sólo porque eran normales. Sin escucharme. Sin escuchar mi cuerpo. He acallado mi instinto en aras de lo-normal. He bebido sin sed. He comido sin hambre. He ido a lugares que nunca hubiera elegido con gente que nunca hubiera escogido. He trasnochado con sueño. He dicho cuando quería decir no y no cuando quería decir sí. He callado cuando tenía que haber hablado y hablado cuando tenía que haber callado. Por encajar en lo-normal. Y de estas incoherencias, que me han robado retazos de vida, me arrepiento. UNA tiene claro que UNA no quiere que sus hijos las cometan. Sin embargo, en muchas ocasiones he pecado de medirlos con el parámetro de lo-normal y me he preocupado cuando no se ajustaban al mismo. 

UNA incluso preferiría que sus hijos no hicieran tanto de lo que es normal estos días: postureo, whatsapp, fortnite...

 

Lo-normal no es siempre lo-mejor. 

Lo-mejor en muchos casos es anormal.


Lo que me ha otorgado la madurez es el discernimiento de elegir hacer cosas que, normales o no, me las pide el cuerpo o me las dicta el alma. Si lo-normal fuera un valor absoluto, lo-normal sería normal en todas partes. Cuando viajas, no obstante, lo primero que constatas es cómo lo normal se va transformando de parada en parada: por eso viajar abre la mente. Lo mismo sucede entre generaciones: lo que es normal en la infancia y adolescencia de nuestros hijos no lo era en la nuestra, y lo que era normal en la nuestra no lo era en la de nuestros padres. Y así sucesivamente. 


Como si de un caleidoscopio se tratara, lo-normal se va relativizando en los espacios y en los tiempos.



El aprendizaje inevitable derivado de este lamento y que podría verbalizarse en un consejo a la madre-primeriza sería, sin duda:


Déjalos ser

Let them be 


Déjalos ser con sus excentricidades. Déjalos ser con sus tiempos, con sus ritmos, con sus extravagancias, aunque no encajen en las expectativas de las voces. Aunque no encajen en tus expectativas.

No conviertas en patológico lo que no es lo-normal porque al fin y al cabo es SU-normal.



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sábado, 25 de julio de 2020

Adolescencia programada


La adolescencia de Paul hijo1 ha sido sobrevenida. 
De repente ha empezado a salir, que no lo había hecho nunca antes, y ahora apenas entra, si acaso para comer, pedir dinero, ducharse y cambiarse de ropa.
De repente ha dejado de hablar. Un niño que era de una verborrea diarreica abrumadora ahora se queda mudo mirando al infinito. Mis conversaciones con él se han reducido en gran manera a una serie de intercambios de emojis vía whatsapp que él parece dejar caer de forma totalmente arbitraria y abandonada, así como para cubrir el expediente.
De repente es un chico a la pantalla de su móvil pegado. Sus amigos lo dejan en la puerta de casa y a los cinco minutos lo están llamando por teléfono. Y ahí sí que habla.

Érase una vez un niño que quería casarse con su mamá. El niño ahora ha mutado, como si de un transformer se tratara: UNA sabe que las piezas son las mismas pero están encajadas de manera completamente diferente. Se ha convertido en un ser ceñudo que se avergüenza de la misma mamá con la que un día quiso casarse. Su madre ahora es una "jipi": su madre hace y dice "jipiadas" (cito tal cual). 
Mi hijo, de hecho, ahora es un icono. Éste:


¿Lo reconoces? A lo mejor tienes uno en casa.
A veces también se parece a éste:
O a éste:


Si tuviera que dar un consejo a una futura madre sería que tuviera los hijos pronto porque, de lo contrario, su adolescencia coincide con tu perimenopausia y eso es un cóctel de hormonas muy explosivo. Peter, que trabaja con chicos de esta edad, viene estos días a poner un punto de cordura en este cóctel de p***s hormonas aportando la perspectiva de la normalidad:
- Es normal, me dice. 
Y UNA pasa a recitar el mantra de esta estación de la maternidad en la que estamos: 
Es lo que toca ahora.
Lidiar. 
Surfear las olas.

La palabra que tengo tatuada en la frente es DISPONIBLE. UNA se ha convertido en la-madre-disponible. 
Cuando Paul hijo1 quiere hablar, UNA está disponible: no quisiera dejar pasar ese momento de confidencia por nada del mundo, porque UNA no sabe cuánto tardará en llegar el siguiente. En la espera, UNA sabe que es mejor no presionar y dejarle estar con los silencios de la edad. 
Cuando Paul hijo1 quiere un abrazo, UNA abre los brazos. Pero el resto del tiempo "por favor, no sobar" y besar lo mínimo indispensable.

Las madres de adultos te dicen que esto también pasarátodo pasa y todo llega. Pero cuando me lo dicen, o cuando me acurruco en el es-normal de Peter, me viene a la cabeza el poema de Bécquer: 

 
Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar...
...pero aquellas que aprendieron nuestros nombres, esas no volverán. 
 




UNA es consciente de que la adolescencia es programada: de que este período pasará. Pero esta golondrina que era Paul hijo1 ya nunca volverá a adorarme mudo y absorto y de rodillas como se adora a dios ante su altar. Esta golondrina ha volado y no volverá.

La vida te va llevando de la mano a este momento. Carles Capdevila contaba muy acertadamente, en Educar con humor, que la idea de que algún día tu hijo de 7 años se irá de casa te parece INSOPORTABLE, pero cuando tiene 18, te parece... interesante, ¡incluso, URGENTE! Pues eso: quizás la adolescencia sea la manera que tiene la naturaleza de mutar en urgente una idea insoportable. En eso estamos: 
Mutando 
El niño-transformer muta a ser-ceñudo. 
La insoportabilidad a urgencia. 
La madre-novia muta a madre-jipi. 

Ahora, cuando Gusi hijo2 o Dolfete hijo3 me abrazan, me agarro a esos abrazos como a un clavo ardiendo, porque sé que vienen programados, con fecha de caducidad.

Estoy viendo la serie Little Fires Everywhere, y hay un pasaje que traduce lo que siento con más exactitud que las palabras de UNA:
"A veces doy cosas por hecho.
Que te querrán para siempre.
Que te querrán, sin más.
De pequeños, dependen de ti.
Te agarran, se enganchan y los abrazas.
Se me acurrucaba.
Yo era lo que más necesitaba del mundo.
Y luego crecen...
Y ya no puedes sujetarlos ni tocarlos así, no...
Aunque quieras.
Y es como aprender a amar el olor de una manzana cuando, en realidad, quieres agarrarla y sujetarla.
Devorarla.
Con pepitas y todo.
Y te das cuenta de que no te necesitaban ellos.
Los necesitabas tú."
Con pepitas y todo.


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Os dejo también aquí un par de versos mundanos que escribí el verano pasado. Mi hijo ahora mismo los calificaría de "jipiadas". Sin lugar a dudas, lo son. Espero, sin embargo, que algún día sepa leerlos desde el prisma del legado de la sensibilidad de UNA:

jueves, 16 de julio de 2020

Las infancias idílicas

Lo peor de las vacaciones en familia es, sin duda alguna, la familia. La de UNA no. La de UNA es la excepción que confirma la regla. Estoy hablando de la tuya.

Las madres y las suegras hace tiempo que se quitaron el puntito de la boca (si alguna vez lo tuvieron, que en ciertos casos es muy susceptible de duda) y decidieron otorgarse la libertad de decir lo que piensan sin importar. Sin importarles nada. Recuerda que estamos hablando de tu madre y tu suegra. La madre de UNA y la suegra de UNA no, ¿eh?, que son la excepción.
No importa lo que hagas: casi te puedo asegurar que está mal. Si riñes a los niños, es que te pasas el día riñéndoles. Si no les riñes, es que hacen lo que les da la gana. Si les quitas las máquinas, por dios, sé más flexible que estamos en vacaciones. Si no se las quitas, es que les permites estar todo el día pegados a una pantalla. Si tus hijos se pelean, los suyos nunca se peleaban. ¡Nunca! Sus hijos y sus hijas fueron los protagonistas de unas infancias idílicas. ¿Tú sabes que en la época en que nació tu madre y tu suegra los niños nacían ya con modales en la mesa? No había que decirles ponte derecho, ni coge bien el cubierto, ni cierra la boca al masticar, porque traían las buenas maneras ya puestas de fábrica. Los tuyos, sin embargo, se nota que están en el comedor, ¿eh? porque ¡vaya modales!
Los hijos, en su época, eran poco más o menos robots. Para que obedecieran, sólo tenías que mirarlos y ya está. Hacían lo que fuera que tú quisieras que hicieran. Era muy práctico. Tú no lo recuerdas así porque eras sólo una niña, pero tú a tu madre jamás le contestaste mal. Jamás. Vamos, es que no te lo hubiera permitido.
Los niños de las infancias idílicas siempre estaban contentos, nunca se quejaban, ni se enfadaban, ni estaban tristes, como los tuyos que son unos mimados y no aprecian y nunca están satisfechos. No sé cómo lo has hecho pero evidentemente mal.

El caso de las madres y las suegras que intervienen está, no obstante, en cierto grado justificado por la experiencia de la maternidad que, sin duda, es un grado. Ellas pretenden "ayudarte" (que no "ahogarte") en su afán por transmitir su bien labrada sabiduría. Peor es el caso de las no-madres que todo lo saben sobre la maternidad: las hermanas y cuñadas. Las tuyas. Las de UNA no. Las de UNA son la excepción. Existe un género entre hermanas, cuñadas y otras mujeres que nunca tuvieron hijos que se caracteriza por saber exactamente qué es lo que tienes que hacer para educar a tu hijo de otra manera muy diferente a la que lo estás educando, porque el niño te ha salido así como te ha salido por esa manera lamentable que tienes de educarlo.
En este caso, se trata de las infancias idílicas de los-hijos-que-nunca-tuvieron. 
- Anda, que si yo tuviera un hijo, iba a permitir que me contestara así. 
- Anda, que mis hijos iban a pasarse tanto rato con el móvil. 
- Anda, que los míos iban a tener así el cuarto. 
Anda, anda, anda... ¿¡Qué tuyos!? 
Lo cierto es que si te trasladas en la memoria a tus tiempos pre-madre puedes probablemente comprender todas estas teorías sobre la maternidad que abanderan las no-madres, porque hubo un tiempo en el que probablemente tú también las tenías. UNA las tenía, de hecho. Un montón de ellas. Un cuerpo entero de teorías bien trabadas sobre qué hacer y qué no hacer con los hijos para que los hijos sean esos seres idílicos que habías diseñado en tu imaginación. Luego, los propios hijos y los años-de-madre han ido desmontando una por una cada una de estas teorías, como vengo relatando en Una Vida Mundana, y me han regalado la siguiente conclusión (a la que creo llegan antes o después todas las madres- menos tu madre y tu suegra) y es que, como dice una muy buena amiga, madre-también-de-3:

S-E   H-A-C-E   L-O   Q-U-E   S-E   P-U-E-D-E

UNA escribe diarios y guarda en un baúl los cuadernos de etapas anteriores de su vida ("cuadernos de la muerte", los llama Peter). La relectura de los cuadernos de mis años-de-madre es un recorrido por la infancia de mis hijos que viene a confirmar irrefutablemente la sospecha de que no tengo ni idea de lo que estoy haciendo. Mira que UNA, de sensibilidad innata, le pone conciencia, como prueba este blog. Pero, aún así, U-N-A   H-A-C-E   L-O   Q-U-E   P-U-E-D-E.


Hay una crítica mucho más sutil que se reparte en las vacaciones-en-familia de las familias no tan críticas (o sutilmente críticas). Consiste en no decir nada pero, ¡ojo!, mirar a la madre. 
El niño monta una escena. Una escena por supuesto injustificada para el testigo familiar. La suegra, la madre, la cuñada, o la hermana, no dicen ni pío porque tienen una actitud "respetuosa", no quieren meterse, no desean intervenir, PERO desvían la mirada hacia la madre en espera de su reacción, a ver qué hace, a ver cómo maneja (ya te adelanto que va a manejar mal). Esto es casi peor que si manejaran la situación ellas mismas. La madre, en ese momento objeto de un juicio inevitable, lo que tiene ganas es de decir:
 
Perdona, ¿pero por qué c*ñ* me miras a mí si el que está montando el pollo es el niño de los c*j*n*s?

Algo común a todas las castas mencionadas hasta ahora en el artículo consiste en considerar a tus hijos como marionetas de las cuales tú tienes los hilos y puedes manejar a tu antojo, y en ese saco de las marionetas muchas coinciden en meter también a tu marido. En algún momento parece habérseles olvidado que se trata, no sólo de una persona con capacidad de comportamiento y decisión propia, sino además de un adulto. 
- Dile que no les grite así a los niños. 
- Dile que recoja eso. 
- Dile que llegue más pronto. 
En algún momento de la boda, no recuerdas cuándo (te lo dije, no debiste beber tanto), te nombraron oficialmente mediadora entre la familia y el marido. Tonta de ti al pensar que familia de adultos y marido adulto podrían comunicarse esos mensajes entre ellos.



El tema es el-clan. El-clan. Tú formabas parte de un clan, con sus normas, sus teorías, su método propio de comunicación. Luego tú formaste a su vez tu propio clan. Te llevaste contigo algunas de las normas, teorías y métodos del clan original, ¡claro!, pero también creaste tus propios códigos, códigos que elegiste en coherencia con los valores que decidiste para tu clan. En las intersecciones de tu nuevo clan, hay nuevas normas, nuevas teorías y nuevos métodos. ¿Y sabes lo que pasa? Tu clan original se tambalea ante la novedad; se desestabiliza; se resiste a que les cambies las reglas. Si es el caso que sus miembros tienen la mente crítica, el juicio fácil, entonces surge el conflicto, y éste se hace notar en las vacaciones en familia. Ni te preocupes ni te agobies. Todo está bien. Todo entra dentro de lo normal. Dicen que el Dalai Lama perdió todo su ZEN en unas vacaciones en familia.

Eso es todo lo que tengo que decir sobre este tema: que vas a necesitar unas vacaciones después de las vacaciones en familia para descansar de la familia. Tú, ¿eh? UNA no. Que la familia de UNA es la excepción.


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sábado, 11 de julio de 2020

Lo salvaje



Ayer vivimos una escena de lo más maternal. Llegábamos Gusi hijo2 y UNA a casa de la playa, y encontramos un pajarillo joven asustado en una esquina de la entrada de acceso. El chiquitín evidentemente no sabía volar nada más que a nivel de suelo y a trompicones. Intentábamos torpemente cogerlo para subirlo a la terraza de arriba y que su madre pudiera así localizarlo mejor, pero en uno de estos intentos se escapó hacia la calle y, en su afán por evitarnos, se escondió debajo de un coche. Por miedo a que lo atropellaran o se lo zampara un gato, Gusi y UNA insistíamos en sacarlo empujando por un lateral de los bajos del coche con un cepillo de escoba y esperándolo en el otro lado, pero era inútil. El pajarillo pasaba por debajo de los coches aparcados sin que nosotros lográramos atraparlo. En esto salieron dos obreros de una de las casas de la calle y, al percatarse de la situación, tuvieron la buena voluntad de ayudarnos. Como ya éramos cuatro, teníamos todos los flancos del coche cubiertos y enseguida uno de los hombres cogió al pájaro entre las manos y me lo dio. El pájaro empezó a piar asustado. UNA sentía entre las manos la vibración de ese piar demasiado fuerte para una criatura tan pequeñita. Y entonces pasó.
De una casa vecina, salieron desesperados dos pájaros iguales al que sostenía entre las manos pero mucho mucho más grandes; piando igual pero mucho mucho más fuerte. Los pájaros, sobre todo uno de ellos, revoloteaban a mi alrededor de manera afilada, casi amenazante. El estruendo era tal que la dueña de aquella casa se asomó. Vio. Y entendió. 
- El nido está aquí, -me dijo-. Dámelo
Mientras, la pájaro-madre no cesaba de llorar y gritar a graznidos ante los gemidos de la cría entre mis palmas. De mano a mano, hicimos el trasvase del pajarillo a la dueña de la casa y, en el momento que ella posó sobre el nido a aquella cría deliciosa, el ruido, ese ruido desesperado, frustrado, angustiado, de los segundos precedentes, cesó y se hizo la paz.

Se me eriza la piel al recordar cómo la madre aullaba. Aullaba. No encuentro otra palabra que describa con más nitidez el sonido que la pájara emitía al saber a su pajarillo asustado entre mis dedos. Se acercaba a nosotros desafiante, como en aquella película de Hitchcock y, sin embargo, en ningún momento sentí miedo. Si hubiera podido hablar lenguaje-pájaro, le hubiera dicho:
- Te veo. Te veo, madre. Te siento. Te entiendo. Sé exactamente por lo que estás pasando.

UNA se refiere a esta faceta que existe en toda madre como la-loba. Es ese ramalazo salvaje que hay en todas y cada una de nosotras cuando nuestros lobeznos se encuentran amenazados. Es salvaje. No atiende a razones. Es puro instinto animal.

Lo salvaje es lo que UNA sintió cuando una niña mimada mayor tiró de un empujón a un Dolfete hijo3 chiquitín del columpio al suelo, y el columpio en su viaje de vuelta golpeó sin piedad a Dolfete en la cabeza. La-loba hubiera cogido a la niña y hubiera hecho una trenza con ella, como imagino habría hecho la pájara-madre ayer conmigo. O no. Quizás ella sabía que UNA-madre no iba a herir a su bebé.
Lo-salvaje es lo que UNA sintió cuando ingresaron a Gusi hijo2, a las tres semanas de vida, y me pusieron delante un montón de papeles que tenía que firmar para que le pudieran hacer una punción lumbar. Lo-salvaje me hacía temblar tanto que el médico se apiadó de UNA y me dijo: 
-Bueno, nosotros se la hacemos y luego ya los lees.
Lo-salvaje es lo que UNA sintió cuando Paul hijo1 llamó llorando desde aquel campamento; cuando se destrozó la cara contra un banco del parque en un accidente de bicicleta; cuando siendo chico se nos despistó en el Hipercor.
Lo-salvaje es eso que se siente cuando el mundo es injusto con tu hijo, cuando le hacen daño, cuando sufre, cuando algo amenaza su futuro o su seguridad. Hay algo de la-loba en cada madre ahora que el coronavirus acecha con estropear el horizonte de nuestros pequeños.

A veces cuando Peter riñe a los niños en modo masculino-agresivo, a UNA le sale la-loba e interviene a defender a su lobezno a sabiendas de que es perjudicial abrir la brecha en el frente parental, pero es que lo-salvaje, como digo, no atiende a razones. 

La-loba es más fuerte que UNA. 

No se trata de sobreprotección. Hubo una seño de uno de mis hijos que gritaba más de la cuenta, y algunos niños sufrían, y algunas madres hicieron un grupo conspiratorio de whatsapp y metieron a UNA a sabiendas de que mi hijo era uno de los que sufría. Y UNA se salió del grupo de inmediato. Porque UNA no quiere que la-loba le evite a su hijo los sentimientos "negativos". UNA, de hecho, cree que de lo más importante que se puede aprender en la infancia se encuentra precisamente el aprender a estar con los sentimientos incómodos. UNA no quiere que la-loba les prive de oportunidades de aprendizaje. Aquí la-loba de UNA tendrá que dar un pasito para atrás. Hay madres demasiado lobas que hacen de sus hijos marionetas, como ya relaté.

Pero cuando la situación es salvaje, la-loba no tiene límites.

El verano pasado Gusi hijo2 tenía 12 años. Hace ya mucho que UNA no puede cogerlo en brazos. De hecho, UNA no recuerda cuándo fue la última vez que lo cogió en brazos. Ya no puedo con él y, por supuesto, él tampoco querría. Como debe ser. Como, de hecho, es. Pues bien. Estábamos de vacaciones en un precioso hotel de Extremadura cuando a Gusi, que jugaba en el jardín, se le cayó encima de la pierna una mesa de piedra que, después nos dijeron, podría pesar perfectamente 100 kilos. A UNA le pilló no demasiado cerca pero reconocí de lejos los gritos y el llanto de mi criatura, como la madre-pájara ayer. En los segundos que tardé en recorrer el espacio que nos separaba, Peter y otro hombre fornido habían logrado levantar la mesa y arrastrar a Gusi hijo2 fuera de su trampa de piedra. 
UNA que llevaba años sin tener a su bebé en brazos, UNA que ya no podía físicamente con él, lo cogió en brazos como si de una pluma se tratara y corrió con él en volandas hasta la habitación del hotel. Muchas veces después me he preguntado cómo lo hice, y la única respuesta que encuentro es que no fue UNA: fue la-loba. 
Lo-salvaje que hay en UNA.

Cuidado con la-loba. 
Muerde.


miércoles, 8 de julio de 2020

Los inventarios fútiles

Los inventarios fútiles es el nombre más apropiado que he encontrado para una técnica del victimismo que suele destilarse en la diarrea mental de la maternidad, aunque no es exclusiva de ésta. Puede ser dinámica común en las relaciones de pareja o hacer acto de presencia en el trabajo o la amistad y, en general, en cualquier relación viciada en la que uno de los componentes haga el papel de Ms Victim, personaje que ya os identifiqué en otra entrada [La bomba de UNA (o mi templo de dos horas)].
Hacer un inventario fútil consiste en hacer una lista, a menudo mental, en ocasiones verbal, de todas esas cosas que haces que merecerían reconocimiento y que, más a menudo que no, no lo obtienen. 
Te pongo una ejemplo a ver si reconoces la técnica (aunque si rebobinas mi blog seguro que te topas con alguno):

Es el cumpleaños de tu hijo que estrena adolescencia y la compañía telefónica no ha activado la tarjeta de móvil que habría de ser su regalo de cumpleaños. Tu hijo, que esperaba la tarjeta con avidez, está seriamente decepcionado y te lo expresa con una retahíla de quejas y lamentos que, a medida que van ganando en intensidad, van aumentando en ti la dosis de victimismo. Comienza el inventario fútil que, dependiendo de tus niveles de paciencia para la validación ese día, puede ser mental (es decir, no llegas a verbalizar) o puede ser verbal (pudiendo alcanzar en un momento dado altos niveles de decibelios): 
Me he pasado toda la semana ocupándome de tu p*** cumpleaños (nótese que si es mental no hacen falta los asteriscos), te he preparado una fiesta con amigos, he comprado Y preparado la merienda, te he encargado la tarta de tu sabor favorito, te he compuesto un vídeo con las fotos más pizpiretas de tu cándida infancia, toda la familia me ha encargado tus regalos así que he recorrido las tiendas en busca de los objetos que más pudieran deleitarte... ¿¡y a cambio lo que recibo son tus quejas y lamentos porque no puedes estrenar línea de móvil justo hoy!? 
El inventario fútil suele ir precedido del "encima de que". Tu pareja se olvida de tu aniversario de bodas.
Encima de que te he preparado una celebración romántica por sorpresa. 
Encima de que he conseguido que mi hermana se quede con los niños. 
Encima de que me fijé hace semanas en aquel escaparate que admirabas y volví a por ello para poder regalártelo hoy. 
Encima de que llevo aguantándote toda la vida...
¡Encima!, se te olvida nuestro aniversario.
Cabe destacar que en esta segunda interacción el susodicho no era siquiera consciente de todos los supuestos de los que estaba encima

El caso es que los inventarios fútiles -atenta a esto- sólo son interesantes para Ms Victim, que es la que los elabora. Son un proceso creativo en sí mismo. Cuantas más vueltas le das al inventario, cuanto más se lo relatas a amigas y hermanas, más cosas encuentras para añadir a la lista. ¿Cómo pudiste dejar atrás en la primera ronda de la lista aquello TAN sacrificado que también hiciste por el-otro? 

Para el resto del mundo, sin embargo, los inventarios fútiles son muy pero que muy aburridos. 
Agotan. 
Desesperan. 
Exasperan. 

Para empezar, conviene reflexionar sobre cómo uno de estos inventarios hace sentir al recipiente. La pregunta obvia que salta a la vista es: 
¿Acaso yo te he pedido que hagas todas esas cosas por mí? 
La respuesta obvia seguramente sea que no.
Si no te lo he pedido, ¿por qué habría de estarte agradecido? 
Lo cierto es que salió de ti hacer todas esas cosas de tu lista soporífera. Fueron iniciativa tuya. 
¿Por qué me exiges ahora reconocimiento por algo que nadie te ha pedido?
Contra esta lógica aplastante, no hay argumento alguno redentor.

Los inventarios fútiles alcanzan un nivel absurdo en la maternidad, especialmente en etapas adolescentes, cuando el 
"pues no haberme tenido" 
y el
"yo no pedí venir al mundo"
van ganando terreno. 
Es decir, la madre-del-adolescente ha de estar preparada para la ingratitud. El conflicto, cree UNA, es la generación que estamos protagonizando a caballo entre dos mundos: por un lado, tenemos de modelo a una generación de madres sacrificadas que, como la mía, daban por los hijos el tiempo, la energía y la vida propia sin planteárselo, sin cuestionárselo, con la aceptación de ese papel como única bandera. 
Por otro lado, estamos nosotras, con la incómoda tarea de poner a cada cual en el sitio que le corresponde, empezando por el padre, y continuando por la defensa de nuestro derecho a trabajar fuera y a no trabajarlo todo dentro. Pero la maternidad sigue exigiendo sacrificio y en ese afán por ir recolocando el-todo, el sacrificio no nos sale tan natural como a nuestras madres, o por lo menos no a todas, o por lo menos no a UNA, y empezamos a exigir que se nos reconozca a través de los inventarios de las distintas facetas de nuestro sacrificio. Lo que antes se daba por sentado ahora nos negamos a que se dé por sentado porque simplemente no era justo que se diera por sentado.
Pero, como vengo a decirte, estos inventarios son fútiles para el que los escucha. Resultan inútiles. Como ya te conté en El último invento, el reconocimiento auténtico habrá de brotar de dentro.

Restan dos opciones: una, es hacer el sacrificio sin esperar el reconocimiento. Sin esperar, fíjate, siquiera que se den cuenta, que lo vean: recuerda que estás en el ángulo muerto. Quizás estés creando un recuerdo que un día genere cierta gratitud, pero desde luego no la esperes ahora. También te digo que existe un placer indescriptible en hacer las cosas por el mero hecho de hacerlas, sin retroalimentación alguna. Existe la paz con UNA misma que se desprende de la coherencia y la simplicidad del lo-hago-porque-te-quiero. Quizás ése era el secreto del sacrificio bienhumorado de nuestras madres, aunque más bien lo achaco a la conformidad con la distribución de roles entonces imperante.
La otra opción consiste en reducir al mínimo, simplificar el inventario, el número de cosas que haces. Tachar los ítemes en la lista de cosas por hacer que no sean imprescindibles para la salud mental del personal involucrado, incluida la tuya. Sobre todo la tuya.
Yo creo que la clave está en no decantarse por ninguna de estas dos opciones de modo tajante, sino en ir combinándolas según tus niveles de energía y de humor, sin olvidar nunca el derecho al descanso de UNA para que Ms Victim no nos aburra ni nos enerve pues, al final, los inventarios fútiles no hacen otra cosa sino añadir argumentos a la lista ya larga de razones que tiene una madre para sentirse víctima en la ingrata tarea de la maternidad, especialmente en un mundo familiar machista y un mundo laboral no conciliador. Los inventarios fútiles son un hábito mental que echa leña al fuego, a tu fuego. No te hagas ese flaco favor. Remueve cosas de la lista o bien abraza el altruismo, que campa a sus anchas una vez liberado por la ingratitud. 
Las sorpresas revelan mucho del que sorprende, poco del sorprendido. 

Deja que lo que hagas hable de ti y no le restes valor inventariándolo. 





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