sábado, 25 de julio de 2020

Adolescencia programada


La adolescencia de Paul hijo1 ha sido sobrevenida. 
De repente ha empezado a salir, que no lo había hecho nunca antes, y ahora apenas entra, si acaso para comer, pedir dinero, ducharse y cambiarse de ropa.
De repente ha dejado de hablar. Un niño que era de una verborrea diarreica abrumadora ahora se queda mudo mirando al infinito. Mis conversaciones con él se han reducido en gran manera a una serie de intercambios de emojis vía whatsapp que él parece dejar caer de forma totalmente arbitraria y abandonada, así como para cubrir el expediente.
De repente es un chico a la pantalla de su móvil pegado. Sus amigos lo dejan en la puerta de casa y a los cinco minutos lo están llamando por teléfono. Y ahí sí que habla.

Érase una vez un niño que quería casarse con su mamá. El niño ahora ha mutado, como si de un transformer se tratara: UNA sabe que las piezas son las mismas pero están encajadas de manera completamente diferente. Se ha convertido en un ser ceñudo que se avergüenza de la misma mamá con la que un día quiso casarse. Su madre ahora es una "jipi": su madre hace y dice "jipiadas" (cito tal cual). 
Mi hijo, de hecho, ahora es un icono. Éste:


¿Lo reconoces? A lo mejor tienes uno en casa.
A veces también se parece a éste:
O a éste:


Si tuviera que dar un consejo a una futura madre sería que tuviera los hijos pronto porque, de lo contrario, su adolescencia coincide con tu perimenopausia y eso es un cóctel de hormonas muy explosivo. Peter, que trabaja con chicos de esta edad, viene estos días a poner un punto de cordura en este cóctel de p***s hormonas aportando la perspectiva de la normalidad:
- Es normal, me dice. 
Y UNA pasa a recitar el mantra de esta estación de la maternidad en la que estamos: 
Es lo que toca ahora.
Lidiar. 
Surfear las olas.

La palabra que tengo tatuada en la frente es DISPONIBLE. UNA se ha convertido en la-madre-disponible. 
Cuando Paul hijo1 quiere hablar, UNA está disponible: no quisiera dejar pasar ese momento de confidencia por nada del mundo, porque UNA no sabe cuánto tardará en llegar el siguiente. En la espera, UNA sabe que es mejor no presionar y dejarle estar con los silencios de la edad. 
Cuando Paul hijo1 quiere un abrazo, UNA abre los brazos. Pero el resto del tiempo "por favor, no sobar" y besar lo mínimo indispensable.

Las madres de adultos te dicen que esto también pasarátodo pasa y todo llega. Pero cuando me lo dicen, o cuando me acurruco en el es-normal de Peter, me viene a la cabeza el poema de Bécquer: 

 
Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar...
...pero aquellas que aprendieron nuestros nombres, esas no volverán. 
 




UNA es consciente de que la adolescencia es programada: de que este período pasará. Pero esta golondrina que era Paul hijo1 ya nunca volverá a adorarme mudo y absorto y de rodillas como se adora a dios ante su altar. Esta golondrina ha volado y no volverá.

La vida te va llevando de la mano a este momento. Carles Capdevila contaba muy acertadamente, en Educar con humor, que la idea de que algún día tu hijo de 7 años se irá de casa te parece INSOPORTABLE, pero cuando tiene 18, te parece... interesante, ¡incluso, URGENTE! Pues eso: quizás la adolescencia sea la manera que tiene la naturaleza de mutar en urgente una idea insoportable. En eso estamos: 
Mutando 
El niño-transformer muta a ser-ceñudo. 
La insoportabilidad a urgencia. 
La madre-novia muta a madre-jipi. 

Ahora, cuando Gusi hijo2 o Dolfete hijo3 me abrazan, me agarro a esos abrazos como a un clavo ardiendo, porque sé que vienen programados, con fecha de caducidad.

Estoy viendo la serie Little Fires Everywhere, y hay un pasaje que traduce lo que siento con más exactitud que las palabras de UNA:
"A veces doy cosas por hecho.
Que te querrán para siempre.
Que te querrán, sin más.
De pequeños, dependen de ti.
Te agarran, se enganchan y los abrazas.
Se me acurrucaba.
Yo era lo que más necesitaba del mundo.
Y luego crecen...
Y ya no puedes sujetarlos ni tocarlos así, no...
Aunque quieras.
Y es como aprender a amar el olor de una manzana cuando, en realidad, quieres agarrarla y sujetarla.
Devorarla.
Con pepitas y todo.
Y te das cuenta de que no te necesitaban ellos.
Los necesitabas tú."
Con pepitas y todo.


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Os dejo también aquí un par de versos mundanos que escribí el verano pasado. Mi hijo ahora mismo los calificaría de "jipiadas". Sin lugar a dudas, lo son. Espero, sin embargo, que algún día sepa leerlos desde el prisma del legado de la sensibilidad de UNA:

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