martes, 24 de agosto de 2021

Linking

Nuestra descendencia no conoce la vida-sin-internet. Ni la conoce ni probablemente la concibe. Es como para nosotros, por ejemplo, la democracia: nacimos con ella y, por mucho que nos hablen nuestros mayores de la dictadura, no somos capaces de concebir una sociedad en la que UNA tuviera que contar con la firma y autorización de Peter para poder viajar. Pues, igualmente, en la realidad mental de nuestros chicos y chicas, no hay cabida para un mundo en el que "míralo en el móvil" equivalía a "busca el tomo correspondiente por índice alfabético de la enciclopedia Salvat (cuando llegues a casa) y a ver si, con suerte, viene".

UNA recuerda con nitidez los comienzos de internet. Mi padre era un fanático de las entonces-muy-nuevas tecnologías y en casa vivíamos estos cambios con conciencia y premura. Recuerdo concretamente el concepto de "enlace", que ahora ni nos planteamos. 
-Tú pinchas y te lleva a otra página- me explicaba mi padre. 
En la cabeza pequeña y curiosa de UNA, no quedaba claro por qué en medio de la lectura de un artículo, quisieras marcharte a otra página antes de terminar de leerlo. ¿Para qué? ¡Te dejabas el artículo a la mitad! 
-Puedes volver si quieres... 
Sí, ¿pero vuelves? ¿O la nueva página tiene un enlace que te lleva a otra página? ¡¿Entonces el recorrido es infinito?! La idea era abrumadora. La idea de hecho, si la tomas desnuda, sin la normalización que le ha aportado el tiempo y la intensidad de uso, es abrumadora. El recorrido, efectivamente, es infinito. Internet es infinito.

Así, de hecho, funciona la mente: un enlace te lleva a otro enlace, y al final te encuentras pensando en vete-tú-a-saber-qué que parece no estar relacionado en absoluto con tu pensamiento original y, sin embargo, has llegado aquí siguiendo trabazones, como ya reflexioné en Rebobinar (ahí va un enlace).

UNA desconoce la teoría que habrá detrás de las modificaciones que la cultura-del-enlace ha tenido que necesariamente provocar en nuestra materia cerebral. Lo que UNA opina es que a la mente humana, de naturaleza ya dispersa, enconarle el hábito de enlazar ha tenido que agravarle su diseminación, esa predisposición innata a desparramarse por el reguero de los pensamientos. Sufrimos todos de déficit-de-atención. No es sólo que este síndrome se haya cebado con niños y adolescentes en las últimas generaciones, sino que en general a todos la concentración nos cuesta sudores porque la tendencia es a desperdigarnos por los enlaces.

Es por eso también que no escuchamos, como lamentaba en Todo oídos (ahí va otro enlace).
Es por eso también que se ha puesto de moda la meditación. La meditación no es otra cosa que un antídoto anti-links: te hace tomar conciencia de que te vas, de que te estás yendo a otra página nueva (o manida, es igual), y te trae de vuelta gentilmente a la página principal.

La clave está en ese hacerte consciente de que te vas.

UNA se tejió un mantra:
Esto es lo que estoy haciendo ahora
UNA trata de aferrarse al mantra para no perderse por enlaces incoherentes que no casan con lo que intencionalmente estoy haciendo ahora. Es más fácil contarlo que practicarlo. Una de las mayores causas de irritabilidad es precisamente la fuerza imantada de los enlaces: imagínate que estás ayudando a tu hijo con las tareas (esto es lo que estás haciendo ahora), pero tienes la mente en que hay que tender la lavadora, hay que preparar la cena y estás deseando sentarte a descansar (éstos son los enlaces imantados). Si dejas que la mente se te agarre a los imanes, con toda probabilidad te irritas, porque no estás en lo que estás.
La serenidad exige presencia
Esta conciencia la gané muy pronto en mi carrera maternal. El problema es que nuestro entorno, sobre todo el virtual que tanto tiempo laboral y de ocio nos ocupa, está empeñado en entrenarnos para irnos, para dejarnos arrastrar por el imán, para salirnos de la página principal y seguir el enlace apremiante. Explícale a un adolescente que esta cultura-del-enlace es la razón por la que no consigue mantener la atención más de un par de minutos: explícaselo cuando no conoce otra realidad que la de irradiarse por la red.


Me dispuse a imprimirlo y enseguida me di cuenta de que la tinta flaqueaba y que necesitaba cambiar el cartucho. Eso me recordó que tenía que cambiar también la bombilla de la lámpara roja que lleva un par de días fundida. Fui a la cocina a coger la escalera pues guardamos las bombillas en alto, y vi que la carne que tenía horneando a la sal, ya estaba hecha, así que la saqué del horno y la dispuse encima de la tabla para limpiarla de sal. Fue entonces cuando recordé que tenía la escalera preparada para coger la bombilla, así que dejé la carne en espera y me fui a por la bombilla que estaba dentro de la caja de bombillas, justo detrás de la botella de cristal que se cayó estrepitosamente al suelo en mi forcejeo por sacar la caja de bombillas del fondo del armario. Resoplé y volví a por la escoba para barrer los cristales. Junto a la escoba, divisé la regadera y reparé en que desde el martes no había regado las plantas, así que me dispuse a hacerlo. Justo entonces me sobrevino la conciencia de la cadena de enlaces que me había conducido a esta agobiante multitarea de la que tanto alardeamos las mujeres, cuando en realidad la multitarea no existe: lo que existe es una tarea alternada con otras sucesivas y otras tantas interrumpidas a inmediatez de vértigo. La reflexión me hizo posar la regadera, volver al portátil y ponerme a escribir este post. 

El documento sin imprimir,
el cartucho sin cambiar,
la bombilla fundida,
la carne en salazón,
los cristales en el suelo
las plantas sedientas.
Mientras, UNA escribe este post:

Esto es lo que estoy haciendo ahora

Pues eso. Enlazando. Linking.


Enlaces relacionados (¡¿cómo no?!)
El síndrome de Demasiado
Rebobinar
Todo oídos

jueves, 19 de agosto de 2021

Veranito azul

A diferencia de otras entradas, la de hoy no es una reflexión: es un relato. Es el relato de las vacaciones de mi familia-de-5, dividido en secciones, los seis días que duró nuestro viaje.

Día Uno: Llamadme prudente
Día Dos: Llamadme valiente
Día Tres: Llamadme osada
Día Cuatro: Llamadme loca
Día Cinco: Llamadme torpe
Día Seis: Llamadme imprudente

Es, por tanto, el relato de unas vacaciones muy mundanas, al estilo de la vida_mundana de UNA. Peter dice que parece el verano de la familia Zipi y Zape. No sé. La primera foto no es de UNA pero como si lo fuera.





Día Uno : Llamadme prudente
Era crónica de un mal rollo anunciado: cerca de las once de la mañana y los niños seguían en la cama el día que salíamos de viaje. ¡Entusiasmados estaban! Antes de salir de casa, ya habíamos batido varios récords: Dolfete hijo3 el récord de lo que UNA llama quejas-anticipadas (me voy a marear en el coche, me voy a cansar si hacemos senderismo, me voy a aburrir si no hay wifi); Paul hijo1 el récord de patadas y puntapiés verbales interfamiliares; Peter el récord de densidad de palabrotas en el discurso y del volumen del mismo; y UNA el de arrepentirse de un viaje aún no emprendido (no ceso de pensar con cierta envidia  en la inteligencia emocional de esa amiga que hace unos días me confesaba que ya no viajan en familia porque sus hijas adolescentes convierten la experiencia en insoportable). En fin, somos la familia Guinness: todo récords.
Para cuando conseguimos montarnos en el coche, ya vamos todos enfurruñados. Peter sigue gritando y, como se ha afeitado la cabeza para el viaje, me recuerda un poco a Frankenstein. UNA siente como si los tornillos de la frente del monstruo de Mary Shelley me apretaran las mandíbulas.

Ya hemos empezado las vacaciones. 
¡Qué bonito!

Tomo la decisión de disfrutar de los buenos momentos y quedo honesta aunque escépticamente (llamadme prudente) a la espera de los mismos.

Un rato después, abrumada por el silencio en el coche, miro para atrás y me siento como la madre de Solo en casa en el vuelo. Descubro con espanto que nos hemos dejado a los niños en casa y nos hemos ido sin ellos. ¡No! ¡Espera! Están ensimismados detrás de sus pantallas… ¡Qué susto! Trato de recordar alguno de los diez puntos que recogía un artículo que me envió con buena voluntad otra amiga sobre cómo fomentar la afectividad con los hijos en vacaciones, y no consigo recordar ninguno, pero estoy casi segura de que no incluían este panorama.

Dolfete hijo3 pregunta a los veinte minutos de salir: 
- ¿Cuánto queda?
Cada vez que Dolfete pregunta cuánto queda, Peter le responde en kilómetros. Entonces Dolfete protesta C-A-D-A V-E-Z:
- No, en kilómetros no. En minutos.
Pues bien, la siguiente vez que pregunta, Peter vuelve a responderle en kilómetros y la misma conversación se repite como un eco martilleante que empiezo a sospechar Peter disfruta, pues de no ser así UNA no capta ese empeño de contestar en kilómetros a un crío que sólo entiende de minutos.
Según nos acercamos a destino, la insistencia con la que Dolfete pregunta cuánto queda se incrementa de forma gradual recordándome curiosamente a la creciente intensidad y frecuencia de las contracciones de parto.

Llegados a destino, super-hiper-mega-bronca: Dolfete con Paul, Paul con Dolfete, Peter con Paul, UNA con Peter, UNA con Dolfete, Peter con Dolfete… Peter grita. Luego grita más. UNA escanea con cierta piedad el horizonte del vecindario para detectar quiénes van a ser nuestras víctimas esta semana. 
¡Ya hemos llegado! 
¡Ya estamos aquí! 
Donde vamos, allí estamos... 

Mando unas fotos al grupo de familia. Mi hermana comenta: ¡qué bien estáis! Mi sobrina escribe: ¡qué guapos todos!


Día Dos : Llamadme valiente
Al día siguiente nos aventuramos a emprender una ruta de senderismo de 9 kilómetros. Llamadme valiente.
El caso es que los niños toleran el paseo por el campo con cierta soltura inesperadamente grata que choca con mis expectativas negativas derivadas de excursiones del pasado reciente (léase La montaña infinita). Claro que, para hacerlo, se entretienen hablando durante cuatro horas y media de fútbol. ¡Cuatro horas y media! Para tanto da un juego que consiste en patadear una pelota.

Podcast de El Larguero


UNA se distrae al principio aprendiendo un lenguaje de descubrimiento reciente en nuestra familia: el lenguaje de los adolescentes que, como lingüista, no cesa de despertarme curiosidad. Por ejemplo, ellos no dicen “”: dicen “obviamente” en tono chulesco; y no dicen “no” sino que lo sustituyen por “ni de coña” o “¿tú de qué vas?”. “Pesada” es sinónimo de “mamá”. “Una pena” es algo así como “me importa un bledo” aunque también se puede decir “buena data”. “¿Quién te ha preguntado?” equivale al antiguo “no te metas”. Y todas las frases han de acabar necesariamente en insulto: los insultos son los nuevos signos de puntuación.
UNA calcula que, hacia el final de este veranito azul, se habrá sacado el B2 en lenguaje-adolescente. Quizás podría trabajar de intérprete para familias primerizas. La desesperación suele pagar bien.

Cuando mis niveles de saturación ante la charla interminable sobre fútbol empiezan a alcanzar cotas altas, decido hacerme la remolona y empezar a retardarme en el sendero hasta que consigo quedarme atrás y ¡SOLA! Entonces sucede algo extraordinario: la naturaleza. Oigo el sonido del agua de la acequia que por lo visto lleva acompañándonos todo el camino, oigo los pájaros, escucho los grillos. Descubro así, de repente, que mi familia-de-5 es anti-natural pues cuando caminaba con ellos era como estar en mitad de un podcast de El Larguero y, sin embargo, ahora, detrás, sola, es como escuchar uno de aquellos CD de Natura que regalaban con El País.


Día Tres : Llamadme osada
Al día siguiente decidimos visitar los pueblos típicos de la zona y nos metemos en el coche por una carretera serpenteante (porque no se puede decir serpentuosa pero UNA la siente más serpentuosa que serpenteante). Peter, que nunca desayuna, había desayunado curiosamente esa mañana y, aun conduciendo, empieza a amarillearse, así que el viaje, que estaba previsto como para una hora (llamadme osada) se alarga considerablemente con paradas intermitentes para que Peter vomite y para que UNA deje pasar a la caravana de coches que se nos forma detrás cuando coge el volante UNA que por estas curvas lo lleva a 20.
Menos mal que la empatía adolescente se pone de manifiesto en el asiento de atrás con un montón de ojos en blanco.
Llegamos a destino a la hora de comer. Peter suspira:
- Ha sido la hora más larga de mi vida.
UNA, por segunda vez en estas vacaciones, se acuerda de los partos pero UNA no dice nada porque parece que no pega.

La comida frugal de Peter
Ya en el restaurante, Peter parece encontrarse más recuperado o ésa es la impresión que me producen los huevos rotos y patatas a lo pobre que se pide, pero la biodramina que le he dado en camino empieza a hacer efecto y el pobre, que está desacostumbrado a medicarse, hace intentos evidentes por no dormirse sobre el plato, recordándome a aquellas clases a las cuatro de la tarde en la universidad en las que tenías que hacer esfuerzos sobrehumanos por no echarte la siesta. ¡Menuda tortura!

Aprovecho el momento para expresar mi decepción por el hecho de que en una convivencia 24/7 ninguno de los cuatro haya constatado que antes del viaje UNA se agujereó la oreja. El piercing ha pasado completamente inadvertido. Gusi hijo2 comenta:
- ¡Qué cosas más raras haces, mamá!
Y con esa declaración queda sellado mi momento-decepción.

La vuelta de nuestra visita a las localidades típicas del entorno es mucho menos amena que la ida. Sólo se marea un poco Dolfete hijo3 pero ni siquiera vomita cuando paramos y Gusi hijo2 retoma el tema-fútbol para deleite de UNA, quien se pregunta en silencio si les causaría mucho trauma a los niños que UNA sacara la cabeza por la ventanilla y empezara a gritar “¡¡¡SOCORRROOO!!!”.

Día Cuatro : Llamadme loca
Peter se levanta de buen humor diciendo:
- ¡Hoy va a ser un gran día!
UNA prefiere no crearse expectativas: volvedme a llamar prudente.
- Tú por si acaso no desayunes.
UNA, además, nota que se le ha infectado la oreja porque la tiene roja, caliente, inflamada y dolorida. Tendré que ir a la farmacia, piensa UNA, y cae en la cuenta de que hemos batido un nuevo récord: ¡no hemos pisado la farmacia hasta el Día Cuatro!
¡Ah! ¡No! ¡Espera! Que ayer entré a comprar la biodramina: no hay récord, pues.

Dolfete hijo3 se levanta. Ayer se le cayó una muela y el Ratoncito Pérez le ha dejado 10 euros. ¡No veas! Peter le dice muy serio que el Ratoncito Pérez no tenía cambio y que Dolfete le tiene que dejar 5 euros de cambio esta noche. UNA, que sabe con certeza que el Ratoncito Pérez debería haberse jubilado hace tiempo en estos lares, trata de poner la atención no tanto en la capacidad de fingir inocencia de Dolfete sino en sus dotes empresariales, inaugurando así mí día con un arranque extremo de positividad.

Hoy la idea era acometer otra ruta de senderismo. ¡Llamadme loca! Nos dirigimos al punto de inicio guiados por una magnífica aplicación del móvil de Peter, que nos indica la ruta.
Cuando llevamos un buen rato andando en plena ola de calor y por un paisaje árido y seco, Peter y Paul hijo1, que llevan el móvil, admiten que probablemente se hayan equivocado y que deberíamos dar la vuelta, ante lo cual Dolfete hijo3 se quiere morir. No es que el niño sea trágico ni melodramático, es que realmente el chiquillo quisiera morirse.

Dolfete muriéndose

Volvemos, pues, al pueblo de origen de la ruta y, con la app como bandera (donde se ponga una app que se quite preguntar direcciones), hacemos un nuevo intento de adentrarnos en el campo. Algún kilómetro después (que, en la percepción de UNA, quien camina rodeada de quejas persistentes y de drama, parecen millas) la vegetación se hace tan espesa que, de nuevo, nos vemos obligados a abortar la misión. En el trasiego nos pican las ortigas a todos, salvo a Paul hijo1 a quien le clavan puñales en las piernas.

Ya es la hora de comer y decidimos clasificar el senderismo de hoy como “Mission: Impossible”. UNA no puede evitar recordar la predicción de Peter de esta mañana de que hoy iba a ser un gran día, y siente la tentación de preguntarle exactamente qué entiende él por “un gran día”, pero UNA no dice nada porque parece que no pega.

UNA en el río
Nos vamos a bañar al río y a comernos el bocata. Al hacerlo, a Dolfete se le cae otro diente. UNA se pregunta si habremos batido el récord de dientes caídos por viaje familiar mientras Peter -muy serio- le comunica a Dolfete, quien anda buscando desesperadamente el diente que se le ha caído al río, que ya no hará falta que le deje el cambio al Ratoncito Pérez.


Posado adolescente
A Gusi hijo2 le castigué hoy sin hacerse fotos por haberme tirado en un gesto de rabia la funda de mi cámara al suelo. Creo que UNA no llegó a sopesar la severidad del castigo. El chiquillo muestra síntomas obvios de síndrome de abstinencia. Va posando por las esquinas, mirándose en el reflejo de mis gafas de espejo, preguntándose qué será de Instagram sin él. UNA le sugiere que publique la foto de ayer y cambie el fondo para que parezca de hoy. ¿Qué más da si todos sus posados- como los de la Obregón- son exactamente iguales? Mirando de lado con cara de enfadado fingiendo no estar siendo consciente de estar siendo fotografiado. De hecho, no sólo todos sus posados son iguales, sino los de sus colegas (amigos en lenguaje-adolescente) también lo son. Podría, de hecho, publicar la foto de cualquier otro pavo (chico o tío en lenguaje-adolescente), pero UNA no se lo dice por no ensañarse con él.

Día Cinco : Llamadme torpe
Hoy nos quedamos por la mañana en la piscina del complejo rural. Mientras me baño, los vecinos de la casa de al lado tienen una pelea monumental a grito pelado. ¡Me encanta! Por una vez no somos nosotros los que estamos dando la nota. Inmediatamente me caen bien. Se trata de una familia argentina y la discusión es entre el padre y el hijo adolescente, con algunas intromisiones de la madre que sale escaldada. Hay gritos, palabros. En fin, UNA no puede evitar sentirse de lujo ante semejante espectáculo ajeno (de-lujo por lo de ajeno) y se permite poner caras-de-¡qué-barbaridad! Es, sin lugar a dudas, uno de los puntos álgidos de estas vacaciones.

Antes de el-pánico
Por la tarde vamos a un parque multiaventura: es un circuito con tirolinas, puentes colgantes, zonas para practicar el equilibrio, redes suspendidas y obstáculos aéreos. ¡A SEIS METROS SOBRE EL SUELO! Vamos por elección propia: esto a los niños les gusta. Llamadme torpe si UNA no logra entender el placer de el-pánico. Después de estar ya con los cascos y los arneses colocados, los niños y Peter se deslizan por las tirolinas y saltan de madera en madera con la misma agilidad que si estuvieran sobre tierra, mientras UNA permanece abrazada al puesto de salida, con la vergüenza hace rato perdida y el monitor insistiendo que, si no voy a lanzarme, quizás debería bajarme.
Los niños están mirando y UNA, aunque tiene unas ganas tremendas de llorar, decide enseñarles que un miedo se supera haciendo lo que te da miedo así que, temblando como un flan, hago el circuito en el mismo período de tiempo en el que Dolfete hijo3 lo termina tres veces y media.
Acabado el parto, con el pelo empapado en sudor, UNA se pregunta si este reto se le habría planteado de haber tenido niñAs en vez de niñOs, y se contesta que la pregunta es políticamente incorrecta y que UNA se reserva el derecho a no contestar.
Me he portado muy bien hoy.

Día Seis : Llamadme imprudente
El último día batimos el récord de tiempo entre que decimos que salimos de la casa hasta que efectivamente salimos de la casa: creo que pasa hora y media. Si me preguntas qué hacemos en ese interludio de tiempo, sólo podría contestarte “nada” porque realmente no sabría contestarte otra cosa: ir, venir, parar, movernos… realmente “nada”. UNA no se explica cómo es posible que durante el curso lleguemos a tiempo al cole y al trabajo con estos ritmos.

La excursión del último día supera con creces las anteriores. Es como si nos hubiéramos propuesto poner la guinda del pastel al viaje: nos perdemos unas cuantas veces para variar; hace 500 grados a la sombra y, como la ruta prometía fuentes, pues no llevamos agua; y, como nos perdemos, pues no damos con las fuentes; y, como hace 500 grados a la sombra y es la una de la tarde (recuerda que tardamos hora y media en salir de la casa), pues estamos al borde de la deshidratación. No me llaméis imprudente, que ya lo hago yo
.

La deshidratación hace que a Gusi hijo2 se le llene la saliva de palabrotas que hacen eco en la montaña infinita y que Dolfete hijo3 quiera, de nuevo, morirse. Creo que literalmente se muere un rato y Peter lo tiene que llevar a espaldas, mientras Paul hijo1 tiene otro ataque de empatía adolescente y se mofa de todos: de Dolfete que llora, de Gusi que despotrica y de UNA, quien por cierto cree que está teniendo una bajada de azúcar y vuelve a tener ganas de llorar pero no dice nada porque parece que no pega.

Por fin, sobre las tres, conseguimos llegar de vuelta al pueblo y nos dirigimos a un restaurante donde vamos a comer. ¡A las cinco aún no nos han puesto la comida! La irritabilidad por el hambre, el calor y el cansancio comienza a tomar tintes de ira, con lo que acabamos estallando todos y ponemos el colofón que merecía a estas vacaciones
.

Me viene a la cabeza una amiga que se ha ido recientemente a Mallorca con marido e hijos y nos contaba que sólo habían tenido “una-mañana-de-mala-cara”. Pienso que la familia Guinness hemos batido el récord también en este sentido con “casi-todas-las-mañanas-de-mala-cara" (¡qué bello título para una peli!). Me pregunto qué harán en vacaciones esas familias normales, y por qué la familia-de-5 no podemos ser una familia normal.
UNA opina que, si me dieran unas muy merecidas vacaciones-a-solas para descansar de estas vacaciones-en-familia, lograría dar con la respuesta a tanta pregunta. 

Aquí concluye el relato de las vacaciones de mi familia-de-5. Tejerlo en palabras ha sido lo que me ha mantenido cuerda durante el viaje. 
La creatividad salva vidas.
Aunque lo que UNA cuenta ha sucedido tal y como UNA lo cuenta, por supuesto ha habido mucho más de lo que UNA cuenta. Hemos visitado un secadero de jamones gracias a la curiosidad innata de mi mayor, hemos admirado la maestría de un telar de jarapas gracias al interés de mi chiquitín, nos hemos reído mucho a ratos gracias al ingenio de mi mediano, y hemos conectado con la naturaleza y entre nosotros en algunos momentos-koryos. Es sólo que UNA tiene esa tendencia natural a realzar lo negativo y ha habido momentos en los que UNA se ha preguntado si será alcoholismo estar esperando con ansia el momento-cerveza en el que Paul hijo1 se enfrasca con su móvil, Peter me deja escribir, y Gusi hijo2 y Dolfete hijo3 se van a jugar al fútbol a la plaza del pueblo.
Lo que sigue es lo que UNA sabe con certeza:
UNA había preparado antes de este viaje una bolsa con preguntas escritas a colores en papelitos para incentivar la conversación durante las cenas de esta semana. Dolfete hijo3 todavía tiene edad de entusiasmarse con estas cosas y no quisiera privarle de ellas por ser el último, cuando los ahora-adolescentes-ponedores-de-ojos-en-blanco las gozaron en su día. Paul hijo1, por puesto, ya se niega a participar en estos inventos de UNA pero los adereza con salero y comentarios sarcástico-irónico-ofensivos. Al menos todavía no se levanta y se va: la que no se consuela es porque no quiere.
El caso es que, días antes de que mi invento recibiera el calificativo de “juego-de-mierda”, una de las preguntas que proponía era:
- ¿Cuál es tu tradición familiar favorita?
Y Peter contestaba así:
- El viaje de la familia-de-5 cada verano.
Y UNA pensó: 
- Obviamente (porque a estas alturas el lenguaje-adolescente ya me había conquistado).
Al final, si les preguntas a cualquiera de mis hijos sobre sus mejores recuerdos, casi siempre sus respuestas están ubicadas en algún viaje de la familia-de-5.
Cuando hacemos el álbum del verano y Peter, de memoria-a-corto-plazo, comenta:
- ¡Qué bien lo pasamos!
UNA, de memoria menos depurada, recuerda la verdad de lo que pasó pero UNA no dice nada porque parece que no pega. Y porque además UNA también sabe que estábamos #creandorecuerdos y vete tú a saber lo que cada uno de mis chicos recordará al final. Al final, eso es lo que realmente importa: lo que cada uno recuerde. Eso, y el hecho de ser consciente de que estos días de gritos, de ruido, de desorden y de quejas, pero también de risas, de besos, de abrazos, de aprendizajes, están contados; que estos viajes de vómitos, de ojos en blanco, de dientes caídos, de posados, de charlas de fútbol y de lenguaje-adolescente están restringidos a un puñado de veranos, a los que desde este relato -cuando menos pintoresco- UNA RINDE HONOR a su manera mundana.

Entradas relacionadas
Para saber lo que UNA quiere decir con momento koryos, leer la entrada Feliz día de la madre


lunes, 2 de agosto de 2021

Rebobinar

Cuando los niños eran más pequeños (curioso como de un tiempo acá esta frase se ha vuelto melancólicamente asidua en mi discurso), cada septiembre les daba la fiebre de los trompos. Bajaban de la estantería su caja de trompos del otoño anterior y rescataban las peonzas con sus cuerdas guardadas totalmente enmarañadas. Nos íbamos al parque, donde había otros niños con fiebre de trompos, y UNA se sentaba en un banco con la caja en el regazo y desenredaba uno a uno los nudos de sus cuerdas hasta que volvían a ser utilizables. Lejos de resultarme una tarea tediosa, recuerdo que me relajaba seguir la cuerda, desenmarañarla, deshacer nudos, hasta poder deslizarla entre mis dedos y sentirla lisa, lista para poder bailar el trompo. Los niños esperaban impacientes mientras UNA se concentraba en la tarea, que siempre me recordaba a cuando de chica, mi madre, que entonces tejía punto y era brutalmente exquisita en la labor, decidía deshacer lo que llevaba ya hecho del jersey para empezarlo de nuevo, y mi abuela le ayudaba a volver a liar la madeja de lana con el hilo que mi madre iba desbrozando de proyecto frustrado. Estos días de verano me han traído de vuelta estos recuerdos de sendas infancias, la de mis hijos y la de UNA, cuando muy de mañana veo a los pescadores en la orilla ocupados en limpiar las redes tras la faena. El sosiego con el que cada mañana los hombres se esmeran en limpiar y ordenar sus redes y mallas tras la pesca me recuerda al afán de las mujeres re-ovillando lana o al celo de UNA desembrollando trompos: todas ellas tareas delicadas que requieren de dedicación y cuidado.



Igualmente, cuando los niños eran más pequeños, cuando todavía interaccionaban más conmigo que con sus pantallas y de repente acudían a mí con un comentario desprevenido, que no tenía nada que ver con nada, o una pregunta totalmente imprevisible, UNA indagaba para ver dónde, en qué mundo interior se habría engendrado ese pensamiento. A Dolfete hijo3 le encantaba el juego de seguirle el rastro al pensamiento:

¿En qué estabas pensando justo antes?

Íbamos hilvanando pensamiento tras pensamiento -¿en qué estabas pensando justo antes de antes?- hasta que al final lográbamos lucir un collar ensartado de perlas-pensadas que habían llevado al pequeño a producir ese comentario que, si bien a oídos ajenos al devenir de su pensamiento pudiera parecer un sin-sentido espontáneo acaecido de-sopetón, no obstante era casi siempre posible unir los puntos del trazado lógico en su cabeza, como en aquellos pasatiempos numerados. Haz la prueba: cuando te pilles pensando, trata de rebobinar y sigue la cuerda, une los puntos, ve deshaciendo nudos en la red hasta poder delinear el curso de pensamientos que te ha llevado al presente. Rebobinar así requiere mucha conciencia pero es, cuando menos, entretenido.


Photo by Markus Spiske on Unsplash

Rebobinar puede hacerse también en la vida, no sólo en la cabeza. Recuerdo ahora una bella reflexión de una gran amiga cuando tuvimos casi simultáneamente a nuestro primer hijo. Me dijo: 

- Es como si ahora todo cobrara sentido... 

Al tener a su bebé recién nacido entre sus brazos, tuvo la lucidez de rebobinar y ver cómo t-o-d-o lo que había sucedido en su vida anterior a ese bebé rosado que olía a nieve recién caída, la había ido empujando hacia ese momento en el que, de repente, como en un puzzle, t-o-d-o encajaba en su sitio. Realmente, así es. Cuando oigo la tan manida oración de la-vida-da-muchas-vueltas, siempre pienso en los trompos de Gusi hijo2. Sí, efectivamente, da muchas vueltas, pero no son vueltas aisladas: un nudo lleva a otro nudo. Lo que estás haciendo hoy, donde estás y cómo te presentas, se debe a todas las cuentas que encontrarás ensartadas en tu collar si rebobinas. Rebobinar puede suponer escalar de vuelta la cadena de la gratitud: gracias a que todos sus intentos de relación anterior fallaron, conoció a su actual pareja; gracias a que apostó por una relación con su actual pareja, emprendió un proyecto de vida en común; gracias a ese proyecto, sostuvo entre sus brazos a la criatura que vino a dotar de sentido su bobina. Quince años más tarde, la adolescencia de ese mismo bebé vuelve a enmarañarlo todo. Cuando el hilo se te enreda, sólo cabe la paciencia de esperar. Confiar en que la vida vaya desenredando.

Rebobinar es también el antídoto por excelencia contra el juicio. Cuando haya una reacción ajena que te resulte incomprensible, un comportamiento de el-otro-que-no-eres-tú que por críptico te azuce el juicio, recuerda que detrás se yergue toda una bobina. Si fuésemos conscientes de que los nudos de la cuerda de cada trompo que giramos explican en qué dirección se mueve el trompo o cuándo se detiene, seríamos mucho menos adeptos a emitir veredictos. Muchas veces no somos siquiera capaces de detectar los nudos propios: eso, al fin y al cabo, es un proceso terapéutico valiente, largo, probablemente duro. ¿Cómo vamos a ser capaces, pues, de seguirle el curso a los nudos ajenos?
Nadie hace nada de-sopetón.
No hay sin-sentidos.
Quizás carezca de sentido para ti, pero lo tendría en la madeja de el-otro-que-no-eres-tú si te parases a rebobinar.

Se me ha ido el hilo.


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