jueves, 22 de agosto de 2019

Postureo

Supongo que en generaciones pasadas las preocupaciones eran otras más urgentes. En tiempos de guerra, en tiempos de hambre, los valores habrían de ceder a las necesidades más acuciantes.

Nuestra generación lo tuvo fácil, o eso creo. Eran buenos tiempos para crecer, para vivir.

La generación de nuestros hijos, sin embargo, tiene preocupaciones nuevas a las que hacer frente. La mayor: El medio ambiente. Como dice mi hermanAura, 
Si no hay mundo, no hay nada 
Es inútil preocuparse de cualquier cosa si nos extinguimos y a veces parece que la única solución viable para el mundo pasa precisamente por nuestra extinción. Mientras escribo esto, arde el Amazonas.

Pero un mundo que agoniza aparte, lo que preocupa a UNA de la inmediatez del ambiente en el que se mueven los hijos es la inversión de los valores
No es que no tengan valores, es que los valores se han invertido.
UNA se siente vieja haciendo estas declaraciones: Los mayores despotricando de los menores es la historia de la vida. Pero las nuevas generaciones cuentan con un factor ausente en previas entregas: Las tecnologías (que ya no son nuevas pero están en continua renovación consumista) y, en concreto, las redes sociales. La inversión de valores a la que me refiero aquí, estoy segura, procede directamente de la incorporación de estas redes al escenario de la existencia mundana.


La popularidad es el valor por excelencia. 

Es complicado explicarle a un niño que lo que importa realmente es ser amable; valores como la constancia, la tolerancia o la generosidad parecen haberse quedado anticuados y perder brillo en comparación con la glamurosa popularidad.

Los pre-adolescentes y adolescentes cuelgan fotos en Instagram con un outfit pre-diseñado, fotos que ellos mismos denominan "de postureo", sin sonreír por supuesto, posando con los dedos haciendo la señal de victoria así o poniendo los cuernos asáy lo que de verdad importa es el número de likes (quién le ha dado a me gusta) y el número de followers (quién sigue mi cuenta). Eso es lo único que de verdad importa. Lo curioso es que todos saben que la foto no es auténtica, que es puro postureo. Pero por algún motivo que -confieso- se me escapa, da igual: lo que realmente importa es la popularidad. Cuántos más likes y cuántos más seguidores, más popularidad. Y eso es lo guay estos días, ser popular.


Popularidad = likes + followers


¿¡Hola!? 

¿¡Hay alguien ahí?! 

¿Qué tipo de adicción química o emocional o ambas han creado estas redes en nuestros adolescentes? En nuestros tiempos, se tenía pánico a la heroína y a la cocaína. La droga era la sombra negra que quitaba el sueño a nuestros padres, pero sólo se ahogaban en esas arenas movedizas los caballos descarriados. 
La adicción a las redes sociales, no obstante, alcanza a todos, no deja títere con cabeza. Por la alfombra roja de Instagram desfilan las generaciones adolescentes sin darse cuenta de que la vida es otra cosa de lo que retratan en sus (a veces patéticas, a veces absurdas) historias.

A las madres de estas generaciones nos ha tocado una tarea nada fácil. Primero, limitar el tiempo de pantalla. UNA es muy estricta en esto y envidia en parte a aquellas familias que han tomado la decisión de no limitarlo porque en serio que es una tarea nada placentera. Pero si UNA no limitara el tiempo de pantalla de los niños en casa, te aseguro que la adicción es tal que estarían 24/7 pegados a la tablet. Cuando pasa el ratito de usarla, primero hay que oír el 
- 5 minutos más, por favor, mamá, 
con esa voz melosa que se les pone cuando te piden algo. 
- Ya han pasado los 5 minutos. 
Y tus hijos que parecen rallados: 
- 5 minutos más, por favor, mamá, que tengo que acabar esta partida.
El botón de snooze del despertador eres tú y tus hijos venga a darle al botón, 
y venga a darle al botón, 
y venga a darle al botón. 
Cuando tú, despertadora, te plantas y dices que 
- ya está
que 
- ya no hay más tiempo de descuentos
entonces, la voz melosa se transforma en esa voz monstruosa que todos los días sin tregua tiene que recordarte que 
- a mis amigos les dejan la tablet todo el día
porque 
- estamos en verano

- son vacaciones

- no hay derecho

- eres tan injusta
Te dan unas ganas incontrolables de volverles a dar la tablet para que se callen otro ratito. Ganas incontrolables que te tienes que controlar.

Nos ha tocado también la tarea de estar presentes. Cuando Paul hijo1 se abrió una cuenta de Instagram, después de un forcejeo emocional curioso que nos mantuvo alerta varias semanas, UNA se hizo activa en Instagram también:
 HAY QUE ESTAR.

Ésa es mi premisa. 
Antes había que estar en los cumpleaños, en los cines, en la puerta del cole. Ahora hay que estar en las redes en las que ellos están. Respetando su postureo, sin participar demasiado, pero siendo su follower number one, siguiendo a todos los que le dan like a sus fotos, vigilantes, porque no se sabe. No se sabe lo que pasa en las redes: oyes cosas, te cuentan cosas, vas a la escuela de padres del colegio, escuchas una charla de un guardia civil de la brigada de delitos cibernéticos y sales acongojada (por evitar usar otro palabro que defina con mayor precisión la sensación). Y la conclusión a la que llegas es que no puedes prohibir, pero tienes que estar. 
Prohibirle algo a un adolescente es como darle una invitación para asistir al mismísimo evento al que le has prohibido ir. Si no te dejan comer Panteras Rosas, en cuanto puedas te pegas un atracón de pastelitos. La paradoja de la ley seca. Pues eso, no puedes prohibir, pero hay que estar.

UNA no es anti-tecnologías ni anti-redes sociales: Sería una incoherencia hacer otra afirmación diferente desde este contexto. Mi padre fue líder en el uso de nuevas tecnologías y nos inculcó el amor por todas las aplicaciones que pudiera tener cada descubrimiento. Tuvimos un ordenador Apple en casa antes que nadie en nuestro entorno. Recuerdo que en Secundaria siempre me tocaba a mí pasar a limpio los trabajos de mi grupo de literatura en el colegio porque yo era la única que podía hacerlo desde casa, la única con un PC y una impresora. De hecho, cuando más echo de menos a mi padre es cuando descubro una nueva app, un nuevo programa, un nuevo sitio web, que a él le hubieran indudablemente entusiasmado.

Fue él quien me explicó lo que era un blog y aquí está UNA. 

Esto es lo que quisiera transmitirles a mis hijos también (tarea difícil): Que las redes, que las tecnologías, pueden usarse con un valor mucho más valioso que el mero postureo, que es la creatividad. Veo chicos de la edad de los míos haciendo cosas ya grandes con su tiempo de pantalla: desde vídeos creativos hasta composiciones pasando por transmisión de información de otra manera desapercibida. Las posibilidades son infinitas una vez que se da rienda suelta a la creatividad. La adolescencia es de por sí una etapa esencialmente creativa. Mis chicos todavía no han encontrado su ventana pero trato de estar atenta para fomentar la tan preciada creatividad en el momento que asome su cabecita y reconducir el uso de la pantalla de un mero postureo a un ejercicio de creación en toda regla.


No quiero alargar demasiado el post aunque el tema da para rato, y cada vez lamentablemente para más rato. Sólo rogar que no quememos etapas antes de tiempo. Desde el sistema educativo ya les han robado a nuestros hijos dos años de su infancia, adelantando la Secundaria y acortando la Primaria. La transición adelantada ha acelerado los cambios. Pero no los aceleremos desde casa. El otro día en un foro una madre contaba agobiada que no sabía cómo afrontar una situación que tenía planteada: una niña había mandado a su hijo de nueve años una foto de su pecho desnudo. Las respuestas eran variadas. La madre estaba muy angustiada y no quise apabullarla más con juicios (una madre angustiada lo que menos necesita es juicios, por favor, recuerda), pero la respuesta que no podía evitar se formulara en mi mente era: 

- ¡Disculpa, ¿qué hace un niño de nueve años con móvil?!

El problema es que estamos estrenando un terreno por el que nadie ha pisado antes. No sabemos cuáles son las edades apropiadas para cada paso. Estamos desconcertadas educando a una generación que tiene a su disposición medios que ni nosotras tuvimos ni tampoco dominamos.

Sólo se me ocurre decir: 
¡Suerte!
E información.
Y paciencia. 
Mucha paciencia:
Otro de los valores que no profesan las nuevas generaciones.





miércoles, 21 de agosto de 2019

Caos mundano. Y viceversa.

Entre generaciones.
Si le preguntas a mi madre, te dirá que soy desordenada. 
Si le preguntas a mis hijos, te dirán que soy muy ordenada o, como me dijo recientemente Paul hijo1:

- Mamá, tú no eres ordenada, tú eres rígida. 

Ahí lo llevas.

Una vida mundana ha cumplido 50 entradas (Una vida mundana, ¿eh? No UNA... No creemos confusiones innecesarias). Publiqué el primer post del blog hace ahora justo un año (las entradas anteriores son importadas de mis blogs privados). Me felicito:



¡Felicidades, UNA, por esos 50 posts! 

Me felicito y me sorprendo de que, en 50 entradas, ¡todavía no haya hecho alusión al tema del desorden! 

El desorden es el caos con el que UNA lidia a diario en su vida mundana.

UNA no es especialmente ordenada. Repito: pregúntale a mi madre. Sin ser ordenada, no obstante, a UNA le ha gustado siempre ordenar, así, como hobbie. Suena friki pero de pequeña a UNA le gustaba pasar los sábados por la mañana ordenando sus cosas. Tenía mis libros clasificados en fichas. Ahora que me releo, sí, efectivamente suena friki. Puede que ordenar por hobbie sea un síntoma más de ansiedad, en el que UNA trata de poner control a la incertidumbre. Puede que los tiros vayan por ahí. No lo sé con certeza: más incertidumbre.

El caso es que, cuando UNA empezó a vivir con Peter, tuvo que adaptarse- como todos al estrenar pareja- al desorden ajeno, que quizás no sea tal, es decir, que lo que UNA pueda ver como desorden en las cositas de Peter quizás para Peter tenga todo el sentido. 
Y viceversa.
Las cositas de UNA pueden parecerle un sinsentido a Peter.

En el viceversa está el secreto del matrimonio. 
De cualquier relación, de hecho.

A UNA le costó acostumbrarse a la cucharilla que deja el cerco de café en la encimera de la cocina, sobre todo porque no alcanzaba a comprender ¿¡por qué?! ¿Por qué no puedes llevar la cucharilla directamente al fregadero sin tener que pasar por la aduana de la encimera dejando huella? 
Pues unos cuantos viceversa más tarde, vivimos en agradable compañía Peter, la cucharilla (cerco incluido) y UNA. 


Cuando tuve un hijo, 
y después otro, 
y después otro, 
el desorden no sumó, 
sino que multiplicó. 
No sé qué tipo de karma se aplica aquí, pero algo terriblemente inflexible he debido cometer en vidas pasadas para merecerme el suplicio de este caos doméstico. Te lo digo. ¿No me crees? Hice la prueba. 
Vivíamos la familiade5 entonces en una casa con un largo pasillo, y a "alguien" se le habría caído un papel en el suelo en medio de ese pasillo. El papel no era un papelito, no. Era tamaño folio: un A4. Decidí no recogerlo por ahora, venciendo ¡imagínate! todas mis resistencias a favor de un proceso de curiosa investigación, y esperar, a ver qué pasaba...  Aguanté 24 horas viendo a mis hijos y marido saltar encima del papel, sortearlo cuidadosamente por el flanco, o pisarlo supuestamente de manera inadvertida, pero nadie nunca se detuvo a recogerlo hasta que UNA suspendió el experimento por la obviedad de los resultados y se agachó a quitarlo de en medio.


El desorden es una de mis batallas campales. Me pone en el disparadero. ¿Te acuerdas de aquella frase de tu madre de que tu cuarto parece una pocilga? Pues bien: los domingos por la tarde en mi casa dejan una pocilga a la altura de una suite en un hotel de cinco estrellas. 

Hay días y días, claro, y hay días en los que mis niveles de tolerancia están rebosantes y otros en los que mi crispamiento desencadena lo que mis hijos han dado en llamar "un ataque de orden": 
¡¡¡¡VAMOS A MORIR!!!! 
Un ataque de orden es básicamente cuando "ya no puedo más" con el desorden. 

Después de pedirles repetidamente a las criaturitas desordenadas con las que convivo que, por favor, recojan; que, por favor, ordenen ese escritorio que así no se puede hacer las tareas; y después de que dichas criaturitas desoigan repetidamente mis peticiones desesperadas de orden, entonces se pone en acción "el brazo". 
¿Qué es el brazo
El brazo es cuando en un ataque de orden, UNA desesperada pasa el brazo por encima del escritorio de la criaturita desordenada como si el brazo fuera un limpiaparabrisas y el escritorio fuera un parabrisas: así de contundente. Todo al suelo y ya no te queda más remedio que ordenarlo. Puedes imaginarte que los niños lo odian. Y UNA también. UNA siempre siempre siempre se arrepiente después del brazo, porque para empezar ya hemos echado la tarde y, para continuar, como medida desesperada funciona, pero desde luego no ha servido en absoluto para inculcar el orden en mis hijos.


¿Pero se aprecia el patrón? 
DES-pués 
DES-esperada 
DES-orden 
DES-oigan

La Marie Kondo, ¿sabes quién es?, la de la magia del orden en Netflix, duraría tres minutos en mi casa sin un ataque de ansiedad. Te lo digo.

Tengo la creencia de que el orden facilita la serenidad y que, efectivamente, un ambiente caótico y desordenado en exceso contribuye al desastre interior. Lo sé. Lo tengo comprobado. No sólo UNA. Busca hygge en internet: el secreto de la felicidad de los daneses(1).
A estas alturas de la vida, y algo rendida, he aterrizado en la esperanza del minimalismo: es decir, cuántas menos cosas tengas, más fácil será recrear la sensación de orden. Y viceversa. Así que, cuando estoy en plan ZEN, estoy que lo tiro todo.

Estos días está Facebook plagado de madres que han soltado a sus hijos en universidades no locales y lamentan el nido vacío y echan de menos los días en que se preocupaban por la ropa tirada en el suelo del cuarto de baño. UNA trata, a veces con éxito, a veces en vano, de que el desorden de los hijos de UNA sea un recordatorio de que todavía son pequeños, todavía están en casa, y de ¡qué gusto da tenerlos! Cuando consigo tenerlo presente, puedo cerrar la puerta a un cuarto desordenado sin necesidad de sacar el gatchetobrazo, y recitar mi mantra preferido en esta estación de la vida:


La paz es más importante


Además, tener una descendencia tan desordenada ha tenido un efecto boomerang en Peter quien, sorprendentemente (y con moderación, claro) se está volviendo progresivamente más ordenado.


(1) Os recomiendo leer WHAT LIVING DANISHLY TAUGHT ME ABOUT HAPPINESS by Helen Russell

domingo, 18 de agosto de 2019

Tienes un whatsapp

A estas alturas ya habrás visto la película de Santiago Segura Padre no hay más que uno. O no. Porque si no tienes hijos, dudo mucho que el título te haya atraído al cine. No es un peliculón pero es muy simpática y, si tienes hijos, ciertamente te la recomiendo, porque el proceso de identificación no puede ser mayor. La película relata con gracia y desparpajo los avatares de los padres y madres de hoy en día. Fuimos a verla la familiade5 y lo pasamos pipa. Cuando salíamos, me detuve a escuchar los comentarios de otros espectadores, y casi todos hacían referencia al tema de los grupos de whatsapp que se critica en la película con mucha gracia.

Con el tema del whatsapp hemos perdido totalmente, totalmente, la perspectiva. Nos hemos creado una necesidad donde no la había pero es que además se nos ha ido de las manos. Como madre, UNA está en el grupo de cole de Paul hijo1, y en el grupo de cole de Gusi hijo2, y en el grupo de cole de Dolfete hijo3, y en el grupo de fútbol de alevines y de benjamines y de no-sé-qué-más-ines.
Peter pasaba de estar. Tuvimos una vez un enfado de aquellos en los que UNA se queja de que todo el peso de la organización de todo recae sobre UNA mientras que Peter se limita a recibir comandas, yo de mayor quiero ser padre (y no madre- que es, sin lugar a dudas, un tema para otro post), y UNA materializó su venganza-estropicio más cruel: en un ratito, contactó con todos los administradores de todos los grupos de whatsapp de todos los hijos de Peter y UNA, y les pidió que por favor si fueran tan amables metieran a Peter en el grupo para que estuviera al tanto. De repente, Peter, que odia el whatsapp, se encontró metido en seis grupos nuevos, de los activos... ¿Tú crees que está al tanto? Pues no. UNA sigue siendo la que lee los mensajes de whatsapp y avisa a Peter cuando hay algo importante que merezca la pena leerse(cada 426 mensajes más o menos de media). O si acaso UNA le re-envía el mensaje importante en cuestión por privado a Peter para que él no tenga que rebuscar entre el amasijo de mensajes.

Esos seis grupos son los fijos. Luego, por cada cumpleaños, la mamá del niño homenajeado organiza un grupo con los amiguitos invitados (UNA también lo hace, ¿eh?). ¿Dónde quedaron aquellas divinas invitaciones de Snoopy que repartíamos en clase el mismo día que llevábamos los Sugus? Mas no queda ahí la cosa, no: una mamá voluntaria (casi siempre la misma, y a la que todas estamos profundamente- repito: profundamente- agradecidas) organiza un grupo paralelo aparte, sin la mamá del niño cumpleañero, para organizar el tema del regalo que ella se encargará amablemente de comprar (de nuevo, ¡gracias!💙😇) así que hay que recoger el dinero: 
¿Te lo mando por bizum?... 
Ya está, te lo acabo de mandar... 
¿Lo has recibido?... 
...multiplicado por los catorce niños que están invitados al cumpleaños. Si tu hijo es popular, te puedes pasar el curso entrando y saliendo de grupos de cumple y de grupos de regalo de cumple un fin de semana sí y otro no. O si tienes tres hijos, como UNA, entonces puede que sea un fin de semana sí y otro también. Y digo entrando y saliendo, si es que te atreves a salir, claro está, que en esto también hay quienes son más osados y se salen con un ¡Hasta luego, Lucas! Los hay que no se atreven a salirse y se quedan en los grupos, esporádicamente activos, por los siglos de los siglos amén. Y luego están los que se salen por la noche a hurtadillas.  

El whatsapp es la gran faena que nos han vendido. Antes salías del trabajo y te ibas a casa y desconectabas: Buenas noches, hasta mañana 👋. Pero ahora estás pillado veinticuatro horas al día, siete días a la semana. Y se espera que respondas. ¡UNA está metida en siete grupos por temas de trabajo (no exagero: acabo de comprobarlo)! Cuando no hay mensajes de un grupo, los hay de otro. Es como un hilo que te mantiene atada al ámbito laboral, sin posibilidad de desconexión. Osé preguntar si el whatsapp se consideraba la vía oficial de comunicación y se me dijo que, según el plan de centro, la vía oficial es el correo electrónico, pero obviamente el whatsapp es más rápido. 
Eso es lo malo. Es más rápido. Exige la inmediatez de la reacción, se crea la expectativa de la respuesta. No creo que seamos conscientes todavía del daño que esto ha hecho a nuestras horas de merecido (y no sólo necesario sino también imprescindible) descanso. No se puede desconectar la mente del trabajo si estás constantemente recibiendo y leyendo mensajes del trabajo. Esta política va en contra de la filosofía mucho más sana de atención plena que exige precisamente lo contrario a la rapidez: ralentizar. Pero nos ha tocado vivir en una cultura que nos regatea con velocidad y economía de tiempo.

Los grupos que menos me duelen son los de las amigas y, aún así, no siempre consigo estar al día. Cuando llego a casa y echo un vistazo a la aplicación y veo que tengo 240 mensajes esperando a ser leídos, a veces no sé seleccionar y, a falta de tiempo y/o energía para leerlos todos, elijo no leer ninguno. 
La imagen de un niño tratando sin éxito de reclamar la atención de su madre mientras la madre a su vez está escaneando el whatsapp es la estampa de nuestros días.
¡Escúchame!: Estamos dedicando un gran porcentaje del tiempo limitado de nuestras vidas únicas (y de la infancia única de nuestros hijos) a una aplicación de móvil. 
Eso es todo lo que es: una app en un teléfono.

Luego está el tema de los subgrupos. UNA ha metido que recuerde por lo menos dos patones curiosos por mandar mensaje al grupo en vez de al subgrupo. Alguien se debió de coscar pronto del tema éste de los patones, pues ahora ya se pueden borrar los mensajes después de enviados (si tienes la suerte de que el recipiente no los haya leído 😬). Luego los borras, y el recipiente confuso pregunta:
 ¿Quééééé? 
Y tú: 
 Nadaaaaa 
Y ella: 
 Valeeeee 
Y tú, emoticono de los besitos al canto: 
😘😘😘😘
Porque eso sí, los emoticonos son sin lugar a duda la mejor herramienta del whatsapp. Unos aplausos 👏👏👏, unos ojos abiertos como platos 😳, un no me lo puedo creer 😱, una bailaora o un par de cacas 💩💩, y ya no tienes que decir ná de ná.




El problema, como siempre, no es el grupo en sí. La idea original, la de facilitar, está bien. El problema es que se olvida para qué fue creado el grupo. Eso pasa sobre todo en los grupos de padres y madres. Se supone, aunque a estas alturas empiezo a tener dudas, que los grupos fueron creados con la idea de poner en común temas relacionados con la vida escolar o extraescolar de los hijos, pero normalmente la gente se va animando y, al final, de lo que menos hablan los padres motivados es del cole.
Recuerdo una ocasión en la que se desencadenó una discusión con tintes políticos sobre el tema del feminismo en uno de los grupos de clase y en un abrir y cerrar de ojos pudieron publicarse perfectamente 180 mensajes sobre el tema. Pensé que el eslabonado de mensajes rozaba ya la incoherencia e hice una pequeña incisión en el debate abierto  para recordar que
todo está bien pero éste no creo sea el foro más apto para una discusión de esta índole
Pues enseguida se tachó a UNA de persona-non-grata. Como dice Santiago Segura en la película, son una secta. Pero no queda muy claro quién pertenece a la secta: En esa ocasión no recibí apoyo público alguno en el grupo y, sin embargo, simultáneamente me llegó un buen puñado de mensajes por privado agradeciéndome haber recordado el propósito del grupo y haber interrumpido una conversación no relevante al mismo. 
Esto es como el Gran Hermano, que nadie lo veía pero todo el mundo opinaba. Aquí nadie parece estar del todo cómodo con los grupos de whatsapp, pero no veas cómo proliferan. Especie fértil.😏

viernes, 2 de agosto de 2019

Marionetas

Hay un tipo de madre con la que a UNA le cuesta más empatizar.

Así pasó. Así lo cuento.
Estábamos en nuestro lugar habitual de vacaciones. La familiade5, la abuelAna, la TitAura. 
Paul hijo1 estaba disfrutando especialmente esos días porque, a sus 13 años, por vez primera se había hecho una pandilla con otros veraneantes y se iba a la playa con ellos durante el día y de paseo o a tomarse una porción de pizza por el pueblo al llegar la tarde. Se sentía mayor, podía aflojar el vínculo con la familiade5 y, sobre todo, se lo estaba pasando pipa.
Entonces aterrizó dos casas más allá el vecino alemán, un niño de la edad de Paul hijo1 que había jugado con él al fútbol en el césped de enfrente otros veranos. Su madre española tiene una bebé pequeña también alemana y encontrar a alguien con quien el chiquillo se entretuviera esos días que pasan en España cada temporada estival había sido comprensiblemente un alivio.
Nos los encontramos. Paul hijo1 estuvo encantador. Saludó al niño, saludó a la madre. Unas palabras de cortesía, con el salero y don que Paul sabe desplegar en estas breves interacciones. Entonces la madre, impaciente por que retomaran esas tardes de fútbol, intervino animándoles a quedar a los chiquillos para el día siguiente. Paul hijo1 explicó incómodo que ahora tenía una nueva pandilla y que había quedado con ellos por la mañana para ir a una urbanización vecina. La madre no vio inconveniente alguno para que Paul hijo1 y su nueva pandilla se llevaran al niño alemán con ellos en su excursión matutina. UNA miraba este intercambio como la que mira un partido de tenis, entretenida con la curiosidad de la reacción ajena. Paul se vio forzado, creo, a acceder y quedó con el niño alemán en recogerlo al día siguiente a las doce y media en su casa. Lo hizo con elegancia y gracia que le fueron reconocidas. A todo esto el niño alemán no había abierto prácticamente la boca.
Llegó el día siguiente. A las doce menos cuarto dos de los nuevos amigos de Paul vinieron a buscarle y se fue. UNA le recordó su cita con el alemán. Poco más tarde de las doce y media, el niño alemán vino a casa a buscar a Paul. Paul no se había presentado, lo había dejado plantado. Cuando Paul volvió a casa más tarde, UNA y la tribu de UNA hablamos con él: 
Que eso no está bonito, que de hecho está mal; que cuando se adquiere un compromiso, se cumple; que no se le hace a otros lo que no queremos que nos hagan a nosotros; que debiera disculparse con el niño alemán... 
Él traía a su vez un elenco de excusas adolescentes.
Pero la historia no acaba aquí. Esa tarde salíamos de casa los demás, la abuelAna, la TitAura, Peter, Gusi hijo2, Dolfete hijo3 y UNA cuando, por el camino vecinal, vimos al niño alemán con su madre. El niño alemán saludó adecuadamente y se metió en su casa. Pero la madre no iba a dejar las cosas así. La madre venía con una actitud de brazos en jarras hacia nosotros. No había escapatoria. Paul hijo1 no estaba ni siquiera con nosotros en ese momento pero a ella le dio igual: nos echó la bronca a todos. 
Que el niño se había quedado esperando, que eso no se hace, que está mal, que a ella personalmente le había dolido más que al propio niño ver al niño plantado... 
En fin, todos callados aguantando el bochorno mientras ella nos culpaba de algo de lo que no éramos directamente responsables. 
¿Ves? 
Es a este tipo de madre al que me refiero cuando confieso que me cuesta empatizar porque, si no eres madre, puedo entender que no te des del todo cuenta pero, si eres madre, tú conoces la verdad fundamental: 
Los hijos NO son marionetas que la madre maneje con hilos. 

UNA lo hace lo mejor que puede, lo mejor que sabe y, si no sabe, UNA hace por aprender. UNA trata de modelar lo que predica (aunque no lo consiga siempre). UNA aconseja, riñe, increpa. Pero, al final, el hijo toma la decisión de cómo actuar. Y es que, 
¡Sorpresa!
 Los hijos son personas con voluntad propia. 

Es cierto que podría haber chantajeado a Paul hijo1 para que fuera a buscar al alemán o de hecho haberle castigado por no haber ido, pero chantajes y castigos son medidas a las que UNA ha recurrido en ocasiones de manera desesperada e inconsistente, y que nos han hecho sentir mal a ambas partes porque desconectan y no enseñan a actuar con valores. Al final, es de lo que se trata: de que Paul hijo1 vaya interiorizando que hay que comportarse de forma coherente con los valores que se profesan, y no motivados por miedos o incentivos. 

En toda esta historia la voz que nunca se ha oído es la del niño alemán. Y es que esa voz no necesita oírse porque su madre lo habla todo por él. Ella organiza, ella se ofende, ella resuelve. Ella es ventrílocua de su hijo. En sólo una anécdota, esa madre le quitó primero a su hijo la iniciativa de organizar su propia vida social para después quitarle la capacidad de resolución de su propio conflicto, ambas destrezas indispensables para la vida. 
No es la primera vez que me topo con este tipo de madre, probablemente tampoco será la última. Son muy comunes estos días. Son las madres que piden al profesor que le cambie la nota a su hijo o al árbitro que no se le ocurra anular un gol a su hijo en el partido de fútbol, como contaba con toda la gracia Carles Capdevila en su famoso podcast (Educa como puedas) que, si no has escuchado todavía, te animo a hacerlo en este enlace: echas un buen rato escuchando su retrato humorístico de una realidad patética. 
Al final, si UNA se para a pensarlo, se trata de un problema de control, ¡ay, el control!, de no saber soltar. Como de eso UNA entiende un rato, quizás empatizar no sea tan complicado como hubiera podido parecer en esa regañina incómoda que me pegó la madre española del niño alemán.

Al otro lado del espectro está la madre coherente con el valor que ya expresaba en otro post: 
Ésa es la madre que UNA aspira a ser. 

Hablaba con una amiga el otro día que, cada vez que me cuenta cosas de LAS niñas (porque ella no habla de SUS niñas), capta toda mi atención por el modo que tiene de hacerlo, y quise reflexionar sobre qué es lo que hace tan atractivo su discurso materno. Y entonces me dí cuenta: esta madre, cuando habla de sus hijas, no las trata como marionetas, se desvincula de los resultados. Habla de LAS niñas con nombre propio, con la curiosidad y la admiración de ver brotar a personas. No me cabe ninguna duda, porque la conozco desde antes de sus embarazos, de que ella lo ha hecho lo mejor que ha podido. Es decir, desvincularse de los resultados no te hace peor madre, sino todo lo contrario. Me contaba que su hija de 13 años ya tiene novio. A mí me sorprendió porque a Paul con la misma edad yo no lo veo ahí todavía. Ante mi sorpresa, ella sonrió: Marina siempre ha sido muy precoz, me dijo. Tan fácil. Tan fluida esa respuesta. Y esa respuesta fluye de dejarla ser. Mi amiga deja ser precoz a su hija porque resulta que su hija ES precoz. ¿Ves la diferencia? Lo que hace nuestra tarea de madres especialmente difícil es resistirnos a la persona que de hecho ES tu hijo. Es pelearnos. Porque, además, es ésta una lucha en vano. Tu resistencia es vida robada
Tu hijo ES. 
Y es como es. 
La educación consiste en hacer de modelo, en enseñar cómo he aprendido a hacerlo yo y cómo me gustaría que lo hicieras tú, cuáles son los valores que me gustaría heredases, y que la felicidad depende de la coherencia. Pero la maternidad también consiste en sorprenderse, en desvincularse de los resultados para poder dar ese paso atrás que te permite disfrutar de la belleza de esa persona que emerge desde el niño-más-manejable que tuviste en tu regazo un día. Esa persona emerge si tú sueltas el manejo.
Si te acercas demasiado a la puerta de una catedral, sólo ves la puerta, que podría a todos los efectos ser la puerta de una iglesia pequeña de aldea. Para poder ver la magnitud de la fachada hay que alejarse y mirar hacia arriba. Sólo entonces puedes ver la obra de arte.



Ahí estamos. 
En proceso. 
Aprendiendo a soltar el control. 
A dejar ser.








La vida robada


(O Regrets, I've had a few...)

No hay vida autenticamente autentica.
Parte de tu vida ha sido robada.
Piénsalo.

Las decisiones que has tomado, muchas de ellas, no las has tomado desde la autenticidad.
No han venido alentadas por tus sueños o tu instinto.
En muchos casos,
en más de los que tú quisieras,
en más de los que tú eres consciente,
el aliento ha sido otro:
querer complacer a alguien o evitar hacerle daño, en casi todos los casos. Un aliento muy noble.
Querer parecerte a alguien, en otros. Un aliento vulnerable.
Estar mal aconsejado por alguien, en ocasiones. Mala suerte.

Pero ese alguien a quien has intentado complacer (muchas veces sin éxito),
ese alguien a quien has intentado no dañar,
ese alguien a quien quisiste parecerte,
ese alguien que te mal-aconsejó,
no eras tú.
Y te robó parte de tu vida, ese alguien-ladrón, sin ser consciente.

Piénsalo.

Un post viral que circula por las redes y que acabó convirtiéndose en un libro de Bronnie Ware sobre los cinco arrepentimientos de enfermos terminales ante la inminencia de la muerte, lista como primer auto-reproche:
“Ojalá hubiera tenido el coraje de hacer lo que realmente quería hacer y no lo que los otros esperaban que hiciera”
En otras palabras, ojalá no me hubiera dejado robar la vida. 
Ojalá hubiera sido auténticamente auténtica. 

Cuando, en clase de inglés, toca practicar estructuras de regrets (I wish I had done... If only I had done… I regret doing…), el tipo de arrepentimiento que mi alumnado expresa va en esta línea: se arrepienten, por ejemplo, de la carrera que estudiaron que posteriormente dictó una profesión que no acaba de llenarles. Lamento típico. Es ésta una decisión que se toma TAN pronto en un sistema educativo encasillante que a veces la vocación aún no ha tenido oportunidad de brotar. E incluso si hubiese brillado ya, el entorno, con la buena intención como bandera, no es siempre favorable. Dile a tu madre con 17 años que quieres ser actriz o torera o astronauta, a ver qué te suelta. Te suelta el miedo: eso es lo que te suelta. Vida robada. ¿Te suena el "pero esa carrera no tiene salidas"? Vida robada.

¿Cuántas no se casaron con el chico que les convenía en vez de escaparse de casa con el que realmente despertaba su fuero interno? Vida robada. ¿Cuántos matrimonios no se han mantenido unidos por no ver a sus hijos arrastrando maletas? Vida robada. ¿Cuántas volvieron a casa por no estar lejos aunque Lejos era donde y cuando estuvieron encantadas de conocerse a sí mismas? Vida robada.

El amor. A todo el que ha tenido un primer amor que acabó mal (y son casi todos los primeros amores que acaban mal) le robaron una dosis de inocencia importante, una parte de la fe que le impide ahora entregarse a la pareja actual sin el reparo del daño-en-potencia. Ese robo a mansalva impide volver a confiar ciegamente. Esa cicatriz impide volver a poner la mano en el fuego por nadie. Y ya nunca amarás otra vez sin el resquicio amargo de la duda. Vida robada.

La madurez finalmente nos hace comprender que vivir en familia y en sociedad implica efectivamente comprometer una parte de la vida propia. Hay una parte de renuncia: te dejo que me robes porque vale la pena. La que tiene hijos lo sabe: la maternidad es la gran ladrona de la libertad. La maternidad le robó a UNA un buen puñado de viajes, muchos libros, mucho sueño, el color del pelo y la paciencia, entre otras cosas. La vida alternativa, las grandes promesas que UNA optó por no vivir, fue el gran botín de mis tres hijos. Pero es un robo consciente. Un compromiso que compensa. 
Te dejo que me robes. 
¡Te quiero tanto!


Que la vida robada no sea, no obstante, una porción del pastel más grande que la vida auténticamente auténtica. 
Ésa ha de ser la oración.
Ése el mantra.
Las mujeres en general tenemos que esforzarnos por recitar este mantra, por cantarlo a voces, porque venimos precedidas de generaciones de mujeres a las que les robaron la vida entera, mujeres que ni siquiera opusieron resistencia, que se dejaron robar alentadas por el espíritu de sacrificio que escudaban como valor.

Arrepentirse al final de la vida probablemente no sirva para otra cosa que oscurecer aún más la ya de por sí amarga despedida.
Pero arrepentirse en mitad de la vida puede servir para dar giros a ésta, cambiar el rumbo a la mitad, o prevenir futuros robos en las nuevas decisiones a tomar. Cuando tengas que tomar una decisión, pregúntate si es tu yo auténtico quien la está tomando, o hay un ladrón en la trastienda de tu mente. O de tu corazón. Y decide TÚ, con conciencia, si le dejas usurpar tu voluntad.
Las personas más sabias son las que exprimen lecciones jugosas de los errores cometidos. Si cogiste la dirección equivocada y no hay posibilidad alguna de cambio de sentido, hazte al menos con la recompensa de la sabiduría y la próxima vez que te encuentres en una rotonda de la vida, no escojas el atajo robado, sino el camino auténtico.

Como madre, una de mis resoluciones es tratar de no robarles a mis hijos la espontaneidad, la autenticidad y la libertad en su toma de decisiones y, sin embargo, a medida que crecen y van abandonando mi regazo, me doy cuenta de lo complicado que es dejarles ser, dejarles ir, pues supone domesticar los propios miedos que en forma de preocupación me visitan cada madrugada. Me doy cuenta de que, sin quererlo, con la intención de su educación y protección como bandera, me convierto en parte en ladrona de su vida robada. Quizás éste sea el ciclo de la vida: ser robada para luego robar. Esto no sale en El Rey León, pero quizás todas las madres seamos un poco leonas y un pizco hienas.

La culpa también es una astuta brújula. ¿Cómo íbamos a dejar de aludirla acá?