jueves, 22 de diciembre de 2022

75 Hard

He estado haciendo un reto. Es un reto de un tipo americano, Andy Frisella, que dice más palabrotas que mis hijos, si es que eso es posible. El reto se llama 75 hard. "Una americanada", me dijo alguien. Lo es. Es una americanada. No es la primera americanada que hacemos. Consiste en lo siguiente (copio y pego):

El 75 Hard Challenge es un desafío que establece seis reglas que deben seguirse al pie de la letra durante 75 días. Las reglas del desafío incluyen: seguir una dieta a elección (algún tipo de alimentación consciente), hacer ejercicio dos veces al día durante 45 minutos (uno de los entrenamientos ha de ser necesariamente al aire libre), no consumir alcohol ni “comidas trampa”, beber 1 gallón de agua al día, leer 10 páginas de un libro de no ficción y hacer una foto diaria que registre el proceso. Si fallas un día una regla, has de volver a empezar de nuevo.

75 días. Empecé el 10 de octubre. Lo completo hoy. No ha sido mi primer intento. Ha sido el cuarto. Lo completo al cuarto intento. 

Independientemente del debate que este reto genera en redes sociales, quería pasarme por aquí para contaros los beneficios mentales que a mí personalmente me ha aportado, que son muchos más que los físicos (que también).

El principal beneficio mental ha sido que me ha presentado y me ha hecho conocer una faceta de la voz interior que Frisella llama "the bitch voice" y a la que UNA se refiere como "el autoboicoteo". Esta voz no es nueva. Es sólo que el reto te la pone brutalmente de relieve; como si, en vez de hablarte, te gritara. Es la voz que te convence de que no puedes conseguir tus objetivos después de propuestos. La voz que, en el momento de la verdad, te saca una ristra de argumentos para que falles; para que no seas fiel a tus metas; para que sigas por el camino de menor resistencia y mayor comodidad, y ceses en el esfuerzo; para que te rindas. La que durante el reto te dice:

No salgas a andar hoy que estás cansada...
Zámpate unos bollos que te han cabreado mucho hoy...
Tómate una copa de vino que te la has ganado (por cierto, que el reto me ha hecho darme cuenta del grado de alcoholismo al que sucumben nuestras propuestas de ocio). 

Es la misma voz que en la vida real te dice que no merece la pena que escribas porque no eres lo suficientemente buena. Es la voz que en los primeros días de febrero ya se ha llevado por delante todos tus propósitos de fin de año. La voz que dejó tantos sueños tuyos tirados en la cuneta. 

Una vez que empiezas a reconocer esa faceta de tu voz mental, esa tendencia interior a autoboicotearte, puedes lidiar con ella. Cuando aprendes a observarla con curiosidad y a no identificarte con ella, cuando le pones distancia, puedes decirle: 

Mira guapa, te veo, veo lo que estás intentando hacer aquí, pero mis objetivos, esos que me propuse en una pausa serena, son mucho más importantes que la resistencia que tú opones.
Y, con mucho cariño, la que se queda en la cuneta es la voz y no aquello que soñaste.

Estas interacciones con la voz del autoboicoteo van fortaleciéndote mentalmente: si he sido capaz de superar esto, ¿qué no seré capaz de superar? Va tomando momento tu sensación de libertad: me puedo proponer lo que me dé la gana, pues puedo conseguirlo. Tengo la fuerza de voluntad, la determinación y los recursos mentales internos para llegar a cualquier meta. 

Sin embargo, de lo que más he aprendido no es del reto que completo hoy, sino de los tres intentos anteriores que no completé, de las veces que fallé. Podía haber dicho: ¡A la mierrrda! Podía haber decidido: Esto obviamente no es para mí. Podía haber renunciado. Cuando después de caer no te levantas, te dejas claro que no lo has conseguido. Cuando después de caer, te levantas y lo vuelves a intentar, existe la posibilidad -y la esperanza- de que algún día lo consigas. Ese día es hoy. No subestimemos el poder de la esperanza.

La principal diferencia entre el último intento y los anteriores fue que el último lo conté. Lo conté a mi familia, lo conté a un par de buenas amigas, lo hice público. Esto supuso en la práctica que no sólo me estaría fallando a mí si no lo hubiera completado, sino que en cierta manera sentiría que les estaba fallando también a ellos (accountability). Mis hijos estaban mirando.

En el grupo de Facebook al que me uní por accountability, todo el que va acabando el reto escribe una entrada muy emotiva dedicándoselo a su familia que tanto le ha apoyado durante el proceso. UNA, desde aquí, quiere hacer lo contrario: NO le dedico este reto a mi familia-de-5, que no sólo no me ha facilitado el proceso, sino que además me lo ha puesto más difícil, tentándome con comidas y bebidas que no podía permitirme consumir, tachándome de coñazo por tener que completarlo a diario lo que les robaba mi disponibilidad 24/7, y recordándome repetidamente que recientemente he fallado mi otro reto de este año, el de #un-año-sin-compras, porque me he comprado la luna en el ALDI. Pero es que -dijo mi bitch voice- ¡mira la luna, por favor! Tiene colores y todo.



Como en la vida, este reto me ha recordado que lo que existe no es la meta, sino los kilómetros que te llevan hacia ella. El reto me ha regalado momentos duros, como tener que salir a andar de noche estando diluviando; y momentos mágicos, como tener que salir a andar de noche estando diluviando.


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sábado, 10 de diciembre de 2022

57 minutos 55 segundos: 2 paseos

Salimos a pasear a los perros de mi hermana. Peter y UNA.

Paseamos por la ribera del río. Peter comenta: 

- Parece que hay poca luz, ¿no? ¿Se habrá ido la luz? 

UNA va pensando en la gotera que hemos dejado en casa, cuándo vendrán a arreglarla. ¡Qué caos doméstico desde que empezaron las lluvias! ¿Por qué me alteran tanto estas incidencias si luego siempre pasan? 


Atravesamos el puente. Peter me pide que me pare. Quiere hacer una foto. ¡Qué bonito!


UNA, mientras posa, se pregunta si quizás no debiera haber mandado ese mensaje de WhatsApp esta mañana al grupo del trabajo. Quizás me precipité. ¿Tendría que haber respirado antes?


Al otro lado del río, Peter agradece en voz alta que el agua suene porque por fin lleva caudal tras las recientes lluvias. 


UNA está planeando en su mente qué vamos a cenar. Últimamente los niños o se quejan o se quedan con hambre o ambas cosas a la vez. Cada vez es más complicado saciar y contentar a tres adolescentes varones en la mesa.


Caminamos por el barro en la vereda. Soltamos a los perros. Peter me señala las montañas de arena que están en la cuenca del río:

- Algo están construyendo aquí...¿qué será?

UNA se pregunta si el hecho de que Peter camine delante mía y no a mi lado es síntoma de una carencia en nuestra relación. Definitivamente no lo es del paso del tiempo pues fue ya así las tres veces que hicimos el camino de Santiago tiempo ha. Siempre es así. ¿Debería escribir sobre esto?


Peter se detiene, ya de vuelta, para admirar las luces de navidad que alumbran los jardines del Alcázar. 


UNA va pensando en los regalos de reyes... ¡Ay, ya vamos tarde!


Llegamos a casa. Strava me dice Night walk 57m 55s 4.16 km.


57 minutos. 4 kilómetros. Peter ha estado allí, en el paseo por el río. Presente. UNA ha estado en la gotera, en el trabajo, en la cena, en la relación, en los reyes. Dos paseos completamente distintos, el mismo recorrido. En algún momento UNA se sintió tentada de decirle a Peter:

- ¡Un minuto! Te cambio un minuto de tus 57 por uno de mis 57, para que veas lo que es ser UNA por dentro y para poder disfrutar yo de estar aquí y ahora por un minuto, como a ti te sale de forma natural.

La conclusión más obvia, también la más barata, sería la de la brutal diferencia entre hombres y mujeres. Pero UNA sabe que las cosas no son tan simples. La diferencia está entre la mente sana de Peter y la ansiosa de UNA que todo lo copa, hasta los paseos por el río.


Quizás por eso nos juntó la vida. UNA se imagina estar paseando con UNO como UNA, y la idea le parece insoportable: sacaríamos a los perros y no habría nadie en ese paseo por el río. Sólo los perros.

En el nuestro por lo menos estaba Peter.