martes, 24 de octubre de 2023

Etiquetar

Recientemente he conocido la historia de una joven inmigrante con una doble discapacidad, una discapacidad física y otra mental. La joven, sin embargo, es lúcida e inteligente donde las haya, y perfectamente capaz no sólo de sobrevivir, sino de brillar a pesar de las losas que le ha impuesto la suerte. Al año de venir a España, la siguió su madre. Una vez con los diagnósticos de su criatura en la mano, la madre comenzó a sobreproteger a la hija-perfectamente-capaz, mermándole precisamente esa capacidad al hacerlo. Fue diseñándole el traje-de-enferma, creándole un personaje. La niña a su vez fue sintiéndose cada vez más cómoda en dicho traje, al comprobar que usar su inteligencia para explotar al personaje podía reportarle ciertos beneficios. Así fue como la capacitada-brillante-y-prometedora se convirtió en una discapacitada-protagonista de un drama de mimo, enfermedad y queja. El diagnóstico vino a nombrar al personaje. 

Nombrar es un arma de doble filo.

Nombramos. Etiquetamos. Sentimos la necesidad de hacerlo. La vida es caos. Hay tantas cosas que no podemos controlar, cosas que ni siquiera sospechamos: no sabemos de dónde, ni adónde, ni por qué, ni para qué. Ante el desasosiego del descontrol, la palabra nos dota con cierta sensación de control. Clasificamos: es de derechas o de izquierdas; es blanco o negro; es bueno o malo; es normal o diferente, sin darnos cuenta de que la vida casi siempre está en el medio, no suele estar en los extremos; de que la vida, casi siempre, son matices. Ponemos nombre a lo que se sale de la norma. Ponemos nombre a la propia norma. 

A los críos nos los cargamos con nuestra necesidad de categorizar. Es humano poner etiquetas como lo es hundirse debajo de ellas.

Cuando Clara era aún demasiado pequeña, su madre la bautizó de "complicada". ¡Qué complicada eres, bonita!, le decía con rintintin. Según fue creciendo, el epíteto se convirtió en un mantra que cerraba cada conflicto. El propio término se fue complicando: de "complicada" pasó a "retorcida"; de "retorcida" a "difícil"; de "difícil" a "insoportable". Por supuesto, Clara lo hizo suyo. ¿¡Quién la iba a conocer mejor que su madre!? La etiqueta de "complicada" le ha complicado la vida a Clara en no pocas ocasiones. Ha empezado conversaciones pidiendo disculpas por lo complicada que es. Se ha culpado de muchas briegas que no le pertenecían por su afán de complicación. Su madre nunca sospecharía cómo la personalidad de su hija se ha ido acoplando al peso de aquel nombramiento hasta el punto de que ahora todos le dan la razón. Pregúntale a los que rodean a Clara si Clara es complicada... ya te dice UNA que pondrán los ojos en blanco. 

Me pregunto si la vida de Clara no habría sido distinta de haber cambiado su madre el término "complicada" por el de "alta-sensibilidad". Quizás la mujer-complicada sería ahora creativa, imaginativa, enigmática, o bellamente compleja. Quizás cuando lo blanco lo llamas negro o gris, cambia de color. 

UNA habrá hecho lo propio con sus hijos: les habré hecho acoplarse a personajes tejidos con las etiquetas que UNA les haya puesto o, aún peor, les haya quitado. 

Lo que estoy advirtiendo aquí es lo peliagudo de nombrar. Nombrar es una forma de crear, es una forma de dar forma. Diagnosticar crea un molde al que te ves abocado a adaptarte. Etiquetar limita. Sientes que tienes que moverte dentro de los bordes de esa etiqueta. Empiezan las excusas para no salirte de tu zona de comfort: "yo soy así", "siempre he sido así", "no lo puedo evitar", "el que nace cochino, muere marrano"... Es una estrategia de el-otro-que-no-eres-tú para ejercer control sobre ti. Como la joven brillante con la que empezaba esta entrada: quizás podría haber llegado lejos, pero ahora no parece querer seguir avanzando, se encuentra cómoda bajo la cúpula protectora de su doble diagnóstico y de la madre que -¡mira por dónde!- ahora tiene un poco menos de desazón, con su bebita bajo su ala.

Descompliquemos: ¿Cuántos TDH no habrán sido niños inquietos, curiosos o ambiciosos? ¿Cuántas depresiones no habrán sido duelos que no se permitieron sentir? ¿Cuántas ansiedades no habrán sido miedos-tabú o miedos-ridiculizados o miedos-invalidados, o simplemente miedos insoportables de acompañar? ¿Cuántos perros de porcelana no habrán acabado en un contenedor de basura por alguien que los etiquetó de latón?

Lo contrario de nombrar, lo contrario de etiquetar, lo contrario de intentar clasificar, catalogar o denominar, es la aceptación:


Es lo que es
Es como es

Como decía aquel personaje de Rosario Pardo en Crónicas Marcianas:

¡Lo que es, es!

Sin juzgar. La niña es. El niño es. Tú eres. Ni bien, ni mal. Eres. 
Si acaso regular, el menos dogmático término medio.

A estas alturas, concluyo que educar es dejar ser. De hecho, convivir es dejar ser y educar es convivir. Un poco tarde para mis vástagos que ya vagan pringados de etiquetas. Lo que espero es que alcancen la suficiente madurez y se quieran lo suficiente a sí mismos como para despegárselas sin que escueza la culpa.


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miércoles, 4 de octubre de 2023

Desfracasar

Suelo empezar el curso preguntando a mis alumnos... -debería escribir "mi alumnado" por el tema de la corrección política pero no me acostumbro; se ve que mi feminismo no es muy lingüístico. Decía... Suelo empezar el curso preguntando a mis alumnos por su motivación para estudiar inglés. De la motivación muchas veces depende el éxito. No estudia con el mismo ímpetu alguien que viene con afán de aprender o con un reto personal de superación que alguien que viene empujado por la titulitis que reina en España y que necesita el certificado. Ayer, ante la pregunta, tuve un momento-carne-de-gallina. Un alumno me dijo que siempre había fracasado con el inglés y que venía porque quería "desfracasar". Con esa palabra me lo dijo. Tuve que tomarme unos segundos para respirar y apreciar el espíritu de la respuesta.

Unos días antes, en Twitter, había leído el post de una madre que versaba así: 

Hoy se me ha atragantado la maternidad. Hoy se me hecho bola. Quiero mucho a mi hija, la amo, la adoro pero hoy necesito estar un rato sin ella. Pd: absténganse los moralistas de turno, para maternidad ejemplar está Instagram.
Ando releyendo los diarios que escribía cuando mis tres reyes eran más pequeños y el post de esta chica tenía el mismo sabor de muchas de esas entradas de diario de mi época de madre joven y agobiada. Sentí compasión por ella y le contesté: Hay días en los que no se hace pie. Ya está. 

Ahora puedo sentir compasión por estas madres jovenes y agobiadas pero, cuando UNA lo era, no practicaba tanto la autocompasión y me envolvía la sensación de fracaso al acostarme muchas noches después de haber vuelto a gritar, después de haber vuelto a perder la paciencia, después de haber vuelto a cagarla. No sólo es que las recuerde, es que las tengo escritas. La escritura es mi memoria. Me atormentaba preguntándome, una vez que los niños ya estaban en la cama durmiendo como angelitos, ¿cómo he podido portarme así como madre? ¿Cómo he podido portarme así y dejar que- como se dice en inglés- la mierda golpee el ventilador? Las noches-de-madre-culpable creo que se han saltado a pocas madres, si acaso un puñado de suertudas, pero somos muchas las afectadas de esta particular letanía nocturna.

Incluso ahora, que ya son más grandotes, me pillo a menudo pensando "algo he hecho mal". Algo-he-hecho-mal para que me contesten así. Algo-he-hecho-mal para que ya no sean cariñosos conmigo. Algo-he-hecho-mal para que sean como son o para que hagan lo que hacen o para que dejen de hacer lo que debieran hacer. Los algo-he-hecho-mal-para-que me atosigan en los conflictos con mis tres monstruos adolescentes.

El caso es que la respuesta de mi alumno sobre "desfracasar" dejó estela en mi conciencia y después de la clase sentí curiosidad por preguntarme: ¿En qué ha fracasado UNA que le gustaría desfracasar? De inmediato sentí mi faceta de madre-culpable levantar la mano. Pero UNA fue más rápida que la madre-culpable y la paró ahí en seco: 

¡Ah, NO! ¡Eso sí que no! ¡No te lo permito! Hemos tenido días como los de la madre de Twitter que se nos han atragantado y se nos han hecho bola. Hemos tenido días en que no hemos hecho pie, no hemos dado la talla. ¿Pero sabes lo que hemos hecho siempre después? ¿Después de un rato? ¿Después al día siguiente? ¡Hemos desfracasado! 

Eso es lo que hacemos todas las madres después de cagarla. Desfracasamos. Desfracasamos una vez y otra vez y otra vez. Eso tiene tanto mérito que dudo mucho que haya otra actividad humana en la que se ponga tanta intención y de manera tan consistente en hacer las cosas bien. Porque al final, como os decía arriba, es la motivación lo que hace la diferencia. Y en nuestra tarea, aunque suene bien cursi, lo que nos hace intentarlo otra vez es el amor.


#forever-tries


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