sábado, 24 de septiembre de 2022

Versiones

Con la llegada del móvil y de esta aplicación verde que nos roba tiempo y atención, la lectura del Reader's Digest en mis visitas al baño quedó definitivamente sustituida por incursiones en los estados de whatsapp de mis contactos. La práctica diaria de cotilleo da lugar a no pocas dosis de agravio comparativo. Estas tecnologías vienen a servirnos en bandeja motivos para la vergüenza. Hoy te traigo un ejemplo.

Hay en mi lista de contactos una madre que es como una versión joven de UNA. Tiene sus tres hijos aún pequeñitos. Nuestras conversaciones con frecuencia me devuelven al pasado y me provocan la nostalgia no sólo de cuando mis ahora-adolescentes eran aún polluelos agazapados bajo mis alas, sino y sobre todo de una UNA diez años más joven. 

El caso es que en su estado de whatsapp sube a menudo fotos de familia y en las estampas de este verano aparecían escenas de camping. El camping es una de mis espinitas clavadas, algo que siempre quise hacer con mis retoños y que de hecho haría probablemente varias veces en mi cabeza pero nunca se llegó a materializar en unas vacaciones. No sabría decirte por qué ya que nunca me pudo la pereza para el viaje. Supongo que hicimos otras cosas en su lugar pero UNA se quedó con ganas de camping y ahora el plan sería con toda seguridad inviable con el entusiasmo que mis adolescentes despliegan ante mis propuestas.

Este verano, cuando veía las fotos de mi amiga en el camping con sus hijos y después me sentaba a comer con los míos, comparaba las sonrisas de aquellos con las caras-de-pedo de mis muchachos a la mesa, y se ensombrecía un poco mi alma. Las batallas campales en casa, que estallan normalmente alrededor de la mesa porque es cuando nos juntamos todos en un par de metros cuadrados, con sus bufidos y su repertorio de insultos, la desgana vital en el ambiente, los ojos en blanco, la queja sostenida, se me pintaban sombrías y pesadas al lado de las fotos familiares de camping de esta versión joven de UNA.

En septiembre nos vimos. Le conté que envidié su verano. Ella vino a contarme que ya estaban de vuelta, otra vez las prisas, los hermanos peleándose, el grito, el desorden. ¡Pero ¿por qué?!, se frustraba.

Me sentí un poco bruja aliviada de que su verdad imperfecta me hiciera sentir un poco menos mal respecto a la familia de UNA. A ver si va a ser que somos todos iguales. O por lo menos parecidos.

La foto que cuelgas en el estado de whatsapp (o en instagram o en facebook- más de lo mismo) es tu-mejor-versión y la-mejor-versión-de-tu-familia-de-5. Pero UNA-espectadora compara esa tu-mejor-versión con la-peor-versión de UNA y la-peor-versión de su familia-de-5. En la comparación, nos apesadumbramos sin caer en la cuenta de que las versiones que comparamos no están ni siquiera en la misma liga. No son comparables. Mi-peor-versión siempre va a perder frente a tu-mejor-versión. Y viceversa. Se nos olvida a menudo el viceversa.

Hay que tener ojo con esto, ser muy consciente, pues si lo hacemos nosotras y nos produce algún que otro pensamiento de aquellos que desasosiegan (me arrepiento de no haber llevado a mis hijos de camping y ahora ya es imposible o ¿¡por qué nuestra familia-de-5 no puede ser normal!?), imagínate cuando son ellos, nuestros chicos, nuestros adolescentes, los que comparan su-peor-versión con la-mejor-versión publicada en redes de sus amigos. Las consecuencias para su autoestima pueden ser devastadoras si se ignora que el abanico de versiones y la selección de las que se publican no es exclusivo sino fondo común. El Reader's Digest nunca hizo tanto daño.

La foto obviamente es de un banco de fotos porque UNA no tiene una propia. Jajaja. Pero UNA sabe que es la-mejor-versión de la familia de la fotógrafa. Su-peor-versión no la habrá considerado digna de celuloide.

Photo by Tegan Mierle on Unsplash

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