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lunes, 21 de septiembre de 2020

La vida eterna

Cuando UNA estaba en 3º de EGB, 8 años, asistía a un colegio del opus dei, lo cual probablemente tenga mucho que ver con mi agnosticismo adulto. Los extremos nunca son recomendables. Esto se me dibuja en la misma línea que el hecho de que mi madre nos pusiera de merienda higos secos con nueces y UNA-niña se pasara el recreo mirando con envidia los tigretones ajenos, lo cual tendría un efecto rebote en atracones de panteras rosas por UNA-adulta y probablemente tenga que ver con la inestabilidad de mis niveles de azúcar. El caso es que la impresión que me produjo la religión entendida a la manera del opus dei, junto con la mezcla explosiva de inteligencia y sensibilidad de UNA-cría de 8 años, supuso que me obsesionara con temas tan poco mundanos como la vida eterna. En mitad de la noche, me agobiaba pensando que si la vida después de la muerte era eterna, ¿a qué íbamos a esperar? Me pasaba a la cama de mis padres, que trataban de calmarme hasta quedarme dormida con una paciencia y delicadeza que ahora UNA-madre, sabedora del mérito que eso conlleva en mitad de la noche, admira devota con efectos retroactivos.

Mis padres, en tiempos de crisis, eran muy proclives a buscar ayuda experta externa. Así, en mis días de obsesión con la vida eterna, y sin que UNA-niña lo supiera, hablaron con el párroco de la misa de 12 de los domingos, que era menos opus dei y más ufano, tratando de que me pintara un futuro eterno menos sombrío. Igualmente, hablaron con mi tutora de 3º, la señorita Consuelo. Un día, robándome mi recreo y parte de la clase de gimnasia, la señorita Consuelo me llamó a tutoría y disimuladamente me preguntó por mis preocupaciones, que UNA-niña no quería compartir con ella, pues eran demasiado grandes como para compartirlas fuera de la cama de mis padres y mis noches de angustia. Frustrada porque UNA-niña no accedía a abrirle su alma, a la señorita Consuelo no le quedó otra que recurrir a una cita de la biblia:

Cada día tiene su propio afán

UNA-niña no sabía aún que significaba afán y estaba demasiado pendiente de sus tripas, que sonaban muy fuerte en ese momento reclamando la merienda, como para pararse a procesar aquella sentencia.

Cuarenta y tantos años después, la voz de la señorita Consuelo y esa frase, me vuelven cada mañana a modo de mantra. Me resuenan por dentro en mitad de la travesía surrealista de la pandemia. En esta segunda fase de la-dimensión-confinada en que se encuentra la-familia-de-5, Peter y UNA tuvimos que pasar un buen rato de la primera mañana cancelando citas: el otorrino, la fisio, el corte de pelo de Paul hijo1, el entrenamiento de fútbol de Gusi hijo2, la foto de estudio que íbamos a regalar a la abuela por su cumpleaños, la salida de senderismo con María del Mar, las reuniones en la escuela. De repente, todo cancelado. Me vino como un flash el recuerdo de los días tras la muerte de mi padre, cuando tuvimos que devolver todos los bártulos y medicinas que habíamos comprado para una vuelta del hospital que nunca se produjo. 

Los adultos vivimos en google calendar. Los niños, salvo mezclas explosivas como la de UNA-cría que tienen la mente en la vida eterna, por lo general jamás se levantan y preguntan: 
¿Qué vamos a hacer el jueves de la semana que viene?
¿Qué vamos a hacer en semana santa?
¿Dónde vamos a estar en la primavera del 2023? 
Como mucho, preguntan: 
¿Qué vamos a hacer hoy?

Cada día tiene su propio afán

Cada día tiene su propio afán

El afán, de vuelta en la-dimensión-confinada, ha borrado en plan tsunami todos los colores de la agenda del móvil. Esta pandemia me ha regalado de vuelta un mantra que nunca debimos haber olvidado. Con todo el desasosiego que produce la falta de rutina con que este curso amenaza, el caos que se avecina, el desorden doméstico y laboral, el puto virus sin embargo nos está recordando a gritos que cada día tiene su propio afán. Ya está. Hoy es lo que importa. Lo que vayas a hacer hoy. Cómo decides hacerlo. Y con quién lo hagas. Cada día tiene su propio afán y el afán ahora ha de consistir en aprender a cancelar citas mentales futuras de esa vida que ya no es tan eterna.

¿Qué vamos a hacer hoy?

Afanarnos en hacer lo que debamos lo mejor que podamos. Ser amables. Pedir perdón cuando no lo seamos y empezar otra vez. Hoy. Cada día. 

Porque, para un ratito que vamos a estar por aquí, no nos lo vayamos a pasar enfadados con el mundo. 






viernes, 18 de septiembre de 2020

Remangados

Los últimos días le han regalado a la familia-de-5 unas cuantas experiencias que vienen a confirmar lo que ya está en boca de todos a estas alturas: esta crisis está mal gestionada y probablemente se va a alargar más en el tiempo por esa mala gestión. No estoy hablando de ningún partido político en concreto, sino de la gestión administrativa en general: la sanitaria y la educativa, tanto nacional como autonómica.

La impresión de UNA como ciudadana-de-a-pie es que de arriba abajo los políticos van echando balones fuera, dando vueltones de tortilla, lavándose las manos (puede que literal pero desde luego también metafóricamente) de manera que al final las decisiones, las verdaderas decisiones, las realmente difíciles, quedan para los trabajadores del último escalafón de la jerarquía. Los que menos cobran, por cierto. Los que probablemente más trabajan también. Los más pringados. Al final, no estamos hablando de administraciones ni de partidos políticos: estamos hablando de personas haciendo más de lo que deben lo mejor que pueden con los pocos recursos que tienen en mitad de una crisis sin precedentes. Sin precedentes y sin liderazgo.

UNA estuvo el domingo en una comida familiar. Con sus tres reyes. Con Peter y la familia de Peter. El martes un sobrino de Peter que estaba en la comida dio positivo en coronavirus y nos avisaron. Empezó entonces un recorrido telefónico por todos los números de teléfono disponibles de asistencia sanitaria. Entre el martes por la tarde y el miércoles por la mañana UNA pasó literalmente horas tratando de informarse de qué es exactamente lo que UNA debía hacer. Y recibió información dispersa y contradictoria al respecto. Dependiendo de con quién hablara, lo que UNA tenía que hacer era radicalmente distinto: llevar a los niños al colegio o no llevarlos, esperar a que nos localizara el rastreador o solicitar directamente en el centro de salud una PCR, alertar al colegio o no alarmar todavía, ir a trabajar o no ir. Eran varias decisiones simultáneas y el asesoramiento dependía de la persona con la que diera en el teléfono en ese momento. UNA, que de resiliencia poco, se encontraba desorientada y un poco abrumada. El miedo se hincha como un globo cuando las directrices son dudosas y a medida que el desconcierto va ganando momento. Al final UNA tuvo que tirar de una amiga sanitaria para poner un poco de cordura al asunto: no ir al cole, no ir al trabajo. Asegurarme de ser rastreada. PCR en un coche con mis tres reyes muy asustados el mismo miércoles por la tarde. UNA- confiesa- a estas alturas de esta historia surrealista también asustada. 

Peter, por su parte, ya en Málaga, atravesaba un proceso similar pero completamente diferente, pues la actuación de su centro de salud y la del mío distaban mucho de asemejarse en algo. Estamos hablando de provincias de la misma comunidad autónoma, del mismo país. Pero el proceso de Peter y el proceso de UNA no han tenido puntos en común simplemente por estar en ciudades diferentes, o en centros de salud distintos.

¿Sabes lo que le hubiera ayudado a UNA durante ese martes y miércoles horribilis? Tener las cosas claras; saber exactamente qué hacer, dónde llamar, a quién preguntar, dónde dirigirme: 

1. Niños al cole: NO.
2. UNA al trabajo: NO.
3. Esperar a la llamada del rastreador para que te dé hora y cita de PCR. 

Punto. 

Por cierto que el rastreador es hasta el momento la única voz serena y segura que me ha dado instrucciones claras sobre las decisiones a tomar, además de la amiga sanitaria de UNA. Pero no todo el mundo tiene una amiga sanitaria. ¿Sabes qué hace falta para tener las cosas claras? 
Liderazgo firme. 
Uniformidad de actuación. 
Instrucciones no sólo claras sino también expertas.

Eso es precisamente lo que está faltando y fallando en esta crisis donde parece que de lo que se trata es de depurar responsabilidades. Al final, si UNA se muere que la culpa sea de UNA: éste parece ser el leitmotiv. ¿Entonces para qué votamos? Porque a día de hoy, si hay elecciones, UNA vota al rastreador o a la amiga sanitaria de UNA.

Este panorama desolador se traslada al terreno educativo multiplicado por el infinito y más allá. Aquí UNA habla como madre y como profesora. Las instrucciones, poco claras y tardías, recibidas por los centros colocan -de puntillas, como para que no se note- la responsabilidad en éstos. Los centros comienzan el curso debatiendo en sus claustros decisiones que son mucho más grandes que ellos mismos: somos docentes, formados para enseñar; no somos expertos en temas sanitarios. De hecho, no tenemos ni siquiera todos los datos sobre la mesa para tomar decisiones acertadas y, sin embargo, desde arriba nos han dejado esas decisiones a nosotros. UNA no puede evitar pensar que se trata de que si, al final algo sale mal, la culpa sea nuestra, de los que tomamos las decisiones erróneas, porque aquellos a los que votamos y pagamos para tomar las decisiones lo único que hicieron fue elaborar un montón de documentos que nos enviaron en mitad de la noche para leer durante ya nuestro apretado día. Ese montón de documentos, como los diez mandamientos, se resumen en dos:

1. Tomad la decisión vosotros. Por cierto, ¡mucha suerte! ;)
2. Pasad un montón de horas elaborando otro montón de documentos de vuelta para informarnos de la decisión tomada, de manera que sepamos a quién señalar con el dedo cuando las cosas vayan mal.

Al final estamos las personas. Las personas como el rastreador, o como UNA-profe, o como UNA-madre, tomando las decisiones sobre si la enseñanza debería ser presencial o semipresencial, o sobre si llevar o no a los niños al cole, o sobre si ir o no a trabajar. Al final están los tutores de nuestros hijos vigilando que los niños no se toquen los ojos, que se laven las manos, que no se pasen de la línea de su burbuja en el recreo, que no se quiten la mascarilla y, sobre todo, que toda esta mierda no afecte a su desarrollo emocional. 

Los niños están bien. Los niños se adaptan porque efectivamente éste es su nuevo lo-normal. Es a nosotros los adultos, a los ciudadanos-de-a-pie, a las madres y a los profesores, a los que todo esto nos está viniendo largo y los que agradeceríamos un poco de liderazgo, un poco de uniformidad en la actuación, de claridad a la que agarrarnos en estos tiempos de desconcierto. Si hemos perdido la rutina, la seguridad, la certeza, que por lo menos tengamos un asa sólida a la que aferrarnos, una mano firme que nos sostenga y guíe. 

En su ausencia, quedamos las personas. Los currantes. Los trabajadores. Las madres angustiadas. Los padres preocupados. 

Estábamos en la reunión virtual de bienvenida al curso de la clase de Dolfete hijo3, justo antes de que empezara el curso y justo antes de que a mi familia-de-5 nos pusieran en cuarentena otra vez, cuando, después de explicarnos todas las medidas anti-Covid-19 que el cole había tomado (el cole, no la Consejería de Educación, no la Junta de Andalucía, no el Gobierno de España de los anuncios de televisión), el tutor, en un momento emocionante, dijo, con una sonrisa entrañablemente temblorosa: 

- Estamos ilusionados con la vuelta-al-cole de vuestros hijos. Estamos remangados.

Pues eso: personas remangadas están sacando adelante este país. La sanidad. La educación. Personas-de-a-pie. No políticos con dietas pagadas.

¿Entonces para qué votamos? Porque a día de hoy, si hay elecciones, UNA vota al tutor remangado de Dolfete hijo3, o a la tutora remangada de Paul hijo1 que acaba de dejarme en el ascensor el material escolar de mis hijos en un día de lluvia, o al rastreador remangado, o a mi amiga sanitaria remangada, o a UNA-madre remangada, o a UNA-profe remangada. Ésta es la gente a la que se debería pagar dietas y escoltas. Personas que abanderan el valor de la ética en el trabajo sin olvidar el valor de la calidez humana en el proceso. 

Personas remangadas.


Por cierto, las PCR salieron negativas, por si alguien de los que se cruzaron conmigo a principios de semana estuvieran preocupados.


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sábado, 5 de septiembre de 2020

Hablemos de Messi (o la-vuelta-al-cole de UNA)

UNA es teacher y madre así que padece dos vueltas al cole.

La primera la de UNA. UNA llega a la escuela. Cambia su mascarilla azul por una mascarilla blanca. No puede dar dos besos a compañeros que lleva sin ver desde marzo. No es que me importe demasiado porque UNA no es muy besucona pero, sin embargo, hay compañeros-amigos a los que me gustaría abrazar y no puedo. Hacemos el amago, nos reprimimos, juntamos un codo.

Nos convocan en el departamento para darnos los exámenes que tenemos que vigilar. ¿No estamos muchos? Es que somos muchos en el departamento. Si nos cuento, salen más de la cuenta, más de los permitidos en una reunión social cualquiera, así que decido no contarnos. ¿Para qué? 

Las ventanas abiertas. Córdoba. Cuatro de la tarde. Hace calor. La mascarilla exacerba el calor. Tengo sed pero la fuente está clausurada. 

Noto que hay compañeros con guantes. Me pregunto si debiera haberme puesto guantes. Por un momento me entra el pánico porque UNA confiesa que UNA todavía no se ha leído el tocho que ha redactado el equipo directivo con el protocolo COVID-19 y que nos ha enviado por correo a finales de agosto. Me pregunto si es que los guantes serán obligatorios pero deduzco que no porque algunos los llevan y otros no. Parece que los guantes son como un chivato de el-miedo-que-va-por-dentro.

Me dirijo al aula. Hay quince alumnos. Mesa sí. Mesa no. La mesa-no está señalada con una señal de prohibido. La imagen de un pupitre escolar con una señal de prohibido encima me parece curiosamente simbólica. Trato de recordar que en la-vuelta-al-cole de mis tres reyes no habrá mesas-no, lo cual UNA no sabe valorar si es bueno o malo. El COVID-19 nos ha robado la capacidad de distinguir qué es lo conveniente. 

Empiezo a dar las instrucciones de examen ante esos quince candidatos que también decido no contar porque salen más de la cuenta, más de los permitidos en una reunión social cualquiera. Se me ocurre que la mascarilla nos ha liberado de las jerarquías. De repente, somos todos iguales, ellos y UNA. Nadie sabe más que nadie. Estamos igual de indefensos y de vulnerables. Usamos el gel hidroalcóholico a mansalva, antes de entregar los exámenes, antes de cogerlos, después de entregarlos, después de recogerlos, como si nos fuera la vida en ello. Las manos pegajosas. Los papeles ajenos.

En un momento de la tarde tenemos que hacer una comprensión oral. Tenemos puertas y ventanas abiertas, ventiladores histéricos; calor, mucho calor. Les explico a los que se examinan que el barrio es ruidoso, que tal vez para esa parte de la prueba debiéramos cerrar las ventanas y encender el aire acondicionado para evitar que los ruidos externos interfieran con la audición. Los miro buscando su aprobación. Nadie dice nada porque nadie sabe qué es lo mejor. UNA tiene que tomar la decisión ante el silencio indeciso de una audiencia que no sabe si esa tarde está más asustada por el examen o por el COVID.

Cinco horas y media más tarde salimos del examen. UNA tiene un dolor de cabeza agudo. Vuelve al departamento a devolver los exámenes. Los con-guantes miran las manos de los sin-guantes. Nadie sabe qué es peor. Los con-guantes han decidido dejar los exámenes en cuarentena. Los sin-guantes empezaremos a corregir cuanto antes. Los plazos son cortos. 

UNA sale de la escuela contenta de recuperar la mascarilla azul pero el dolor de cabeza persiste. Me pregunto hasta cuándo la mascarilla. Me recuerdo que ahora sólo existe ahora. Me pregunto también en qué consisten las medidas anti-COVID de las que tanto presumía la ministra de educación cuando aclamaba con contundencia que "estamos preparados para la-vuelta-al-cole". ¿Se referiría al color de las mascarillas o al gel hidroalcóholico? ¿Se referiría a la clausura de las fuentes? ¿Se referiría a los guantes opcionales? ¿Se referiría al papeleo que este comienzo de curso ha supuesto para el equipo directivo de mi centro? ¿Se referiría a las mesas-no? No podía referirse a las mesas-no porque de ésas no habrá en la-vuelta-al-cole de mis tres reyes. 




¿Estamos preparados para la-vuelta-al-cole? Porque UNA no está segura de estar preparada para un curso repleto de tardes como ésta. Supongo que hay cosas en la vida que hay hacer sin estar preparados. La vida tiene que continuar.

Me acuerdo de los sanitarios en sus escafandras y sus interminables turnos, y decido dejar de quejarme mentalmente y de lamentarme por la suerte de mi gremio.

Pongo la radio en el móvil y están hablando de Messi. Llego a casa, pongo las noticias y están hablando de Messi. UNA no se había enterado de que lo realmente importante esta tarde es que Messi se queda en el Barça y que todo lo demás, incluido el gusto amargo que me produce esta vuelta-al-cole de UNA y la consiguiente preocupación por la inminente vuelta-al-cole de mis tres reyes, son paparruchas. 


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miércoles, 19 de agosto de 2020

Descolocada

Te vas a pasar un fin de semana fuera, a un hotel. Llegas el viernes. Deshaces las maletas y te acomodas en la habitación. Sales a conocer el lugar. Al día siguiente, el sábado, es el gran plan. Luego llega el domingo. Tienes que dejar la habitación antes de las 12. Haces las maletas y sales del hotel, pero no sabes muy bien qué hacer. Es temprano para emprender el camino de vuelta a casa pero, si decides quedarte, no te atreves a dejar las maletas en el coche ni encuentras un plan que se amolde al horario de que dispones. 

Te sientes descolocada.

Pues eso es más o menos lo que sentimos las madres ante el inminente septiembre. Estamos descolocadas. Si UNA pudiera dar por sentado que estará trabajando y que los niños estarán de vuelta en el cole, como todos los septiembres, UNA estaría ya organizando con quién dejarlos esas horas que no coincidan sus horarios con los míos. 

Pero ya lo básico no puede darse por sentado. 

El escenario pudiera ser intermedio, que UNA estuviera trabajando en el centro y los niños haciendo el-cole-en-casa, en cuyo caso la persona que se quedara con ellos mientras UNA estuviera en el trabajo no podría ser cualquier persona porque no es lo mismo. UNA que hizo el-cole-en-casa desde marzo sabe que no es lo mismo. Para empezar, tendría que ser alguien con dosis ingentes de paciencia, y eso no es tan fácil de encontrar cuando los hijos son ajenos, y a la vez tendría que contar con conocimientos suficientes de nuevas tecnologías como para atender las necesidades de tres escolares aprendiendo a distancia.

El futuro podría perfectamente no parecerse en absoluto a estos imaginados, y quizás nos coloque de vuelta en la-dimensión-confinada, en cuyo caso UNA tendría que hacer acopio de todos los recursos que echó en falta en el-primer-confinamiento, cuando Peter y UNA teletrabajaban, mientras los tres reyes hacían el-cole-en-casa. Si la vuelta es a aquel caos, UNA no puede olvidar hacer también acopio del aprendizaje adquirido en la superación de aquel reto al tiempo que de las dosis ingentes de paciencia a las que hacía referencia en el párrafo anterior.

UNA no sabe. Probablemente septiembre no se asemeje a ninguna de las tres posibilidades anteriores o quizás se asemeje un poco a todas por semanas. Es ese no saber el que tiene descolocada a UNA. A todas. A muchas, imagino.

El coronavirus nos ha robado las rutinas. ¡Oh, las rutinas! Las rutinas, aquellas de las que nos quejábamos, porque eran siempre iguales y aburridas, resulta que eran las que dotaban a nuestras vidas de seguridad. Levantarte y acostarte casi siempre a la misma hora, salir de casa sabiendo dónde ibas y cuándo ibas a volver, y qué te ibas a encontrar a la ida y qué te ibas a encontrar a la vuelta, nos producía esa sensación de control que perdimos de golpe el pasado marzo. Ahora toca ir improvisando, soltar el hábito mental de programar y planear, e ir viendo qué es lo que hacemos hoy. 

Lo que haremos mañana ya veremos. 

Nadie lo sabe. Los servicios sanitarios no se atreven a augurarlo. Los políticos desde luego parecen no saberlo y, si lo saben, lo guardan en estricto chapucero secreto. 

La transición de este final de agosto, en el que como cada año hace septiembre, es más incierta que nunca esta vez. Nos tiene más descolocadas que nunca. Los niños hacen preguntas para las que no podemos hacer otra cosa que encogernos de hombros. La pandemia también nos ha robado las respuestas.

Sólo queda dejar las maletas en la consigna del hotel y esperar que el domingo nos brinde oportunidades de disfrute y de descubrimiento antes del retorno a casa y de que el fin de semana nos devuelva el lunes con sus hastiadas -ahora ansiadas- rutinas.


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martes, 23 de junio de 2020

La atención sesgada (o el gorila invisible)

El fin (por ahora) de la-dimensión-confinada, que ha coincidido en el tiempo con el final de un curso especialmente complicado, nos ha dejado a todos con la atención sesgada. ¿A qué me refiero?
Hay un experimento- el gorila invisible- que os espoileo antes de ver el vídeo al que os enlazo abajo. En el vídeo aparecen tres chicas vestidas de blanco y tres chicas vestidas de negro en un escenario con un telón rojo.  Las de blanco se pasan entre sí una pelota y las de negro se pasan entre sí otra. La primera vez que ves el vídeo, se te pide que te fijes en cuántas veces se pasan entre sí la pelota las chicas de blanco. Es fácil de contar: Son 16. Casi todo el mundo acierta. Pero si no has visto el vídeo nunca antes, y estás prestando atención a cuántas veces se pasan la pelota las chicas de blanco, se te escapan otras cosas: 
Se te escapa por ejemplo que en mitad del vídeo aparece un gorila en el escenario, 
desaparece una de las chicas de negro 
y el telón de fondo de color rojo cambia a naranja. 
Cuando ya te avisan de que estas cosas están sucediendo simultáneamente y vuelves a ver el vídeo, entonces las detectas claramente. Tú las verás porque UNA te lo ha espoileado pero si UNA no te hubiera dicho nada, el gorila para ti de primeras habría sido invisible. 
El gorila es invisible porque la atención está en la pelota que se pasan las chicas de blanco. La atención está sesgada.



Hacia el final del confinamiento, casi todos teníamos la atención más sesgada que de costumbre. 
La atención se sesga en casa: Si tu pareja hace mucho más ruido al masticar últimamente, si ronca más alto que antes, si tiene cero paciencia con los niños, si está más cascarrabias, probablemente sea que tu atención esté sesgada. Es decir, él (o ella) probablemente haya masticado y roncado así siempre, pero tu atención sesgada ahora pone el zoom en el ruido que genera como si de un escenario se tratara y lo negativo ganara protagonismo a través de un foco de luz en escena.
El gorila es invisible con tus hijos: Te pongo por ejemplo a Paul hijo1. 14 años. Como buen adolescente, las tareas de la casa han perdido para él todo el atractivo que nunca tuvieron. Le toca barrer la cocina después de comer, pues lo hace poco y mal, si es que lo hace y, a modo de trueque, tenemos que soportar una retahíla bien hilada y argumentada de quejas como música de fondo de cada malhumorado escobazo. Peter, que además de padre es profe de secundaria, es decir, está harto de lidiar con la especie adolescente, no puede con él en este momento:
¡Es que no hace nada!
¡Es que es un máquina!
¡Es que es un cara!
En cada uno de los movimientos de Paul hijo1, Peter lee sin tregua una trama maquiavélica.

UNA, por su parte, ya contó en la entrada anterior de #unavidamundana el cariz que,  castigada sin recreo en esta estación del-cole-en-casa,  ha tomado mi relación con mi alumno-hijo3 Dolfete. UNA ya no ve al gorila, ni la cortina, ni a los jugadores de negro y, si me apuras, ni siquiera a los jugadores de blanco. UNA ya sólo ve la pelota de las constantes interrupciones, las frustraciones, las peleas, los palabros, los gritos, el aburrimiento, la queja constante. 😩

Pasa ahí fuera también. El ambiente político está crispado en gran parte por la atención sesgada. Todos buscamos en el-otro el argumento que confirme nuestras creencias para entonar un
¿ves-que-lo-que-creo-es-cierto? 
Seleccionamos aquello que coincide con las creencias por las que hemos decidido apostar y hace acto de aparición en escena el sectarismo


Hay una famosa autora americana, Byron Katie, que desarrolló un método de cuestionamiento de los pensamientos para evitar el sufrimiento innecesario. El método, que ella llama "el-trabajo", es una especie de indagación a modo de autocuestionario ante una emoción perturbadora. UNA llegó a esta autora por recomendación de otra, Elizabeth Gilbert, quien escribió la conocida novela Come, Reza, Ama, conocida porque luego se convirtió en una película protagonizada por Julia Roberts. Como ya sabéis los que me seguís, UNA es una copiota y se queda siempre con lo que le interesa. Pues bien, del método de Byron Katie, hay una pregunta muy pero que muy sencilla, que hice mía -¿Es verdad?- y que transformé a: 

¿¡De verdad?! 

Es éste el primer antídoto contra la atención sesgada. Este antídoto puede desactivar muchos momentos álgidos en energía roja: Energía-roja es la que básicamente acaba desbocada en un ataque-de-cojones (¡sí!, ya sé que el permiso para decir palabros expiraba al acabar el confinamiento pero me he regalado una extensión indefinida).
Ejemplos mundanos: 

- ¡Es que para que se hagan las cosas en esta casa, las tiene que hacer UNA! 
¿De verdad?

- ¡Es que estáis todo el día peleando! 
¿De verdad?

¿Ves cómo la afirmación tajante pierde su fuerza cuando va seguida de la coletilla interrogativa?
Cada vez que oigas o digas la palabra siempre y la palabra nunca, prueba a indagar:

- ¡Nunca me ayudas!
¿De verdad?

- ¡Siempre estás quejándote!
¿De verdad?

- ¡Nunca me escuchas!
¿De verdad?


Os animo a probar a responder honestamente.

Para la atención sesgada, además de este remedio casero de inquisición a modo de letanía (¿de verdad? ¿de verdad? ¿de verdad?), viene muy bien poner un poco de distancia, que es justo lo que no se ha podido poner en el confinamiento. Aunque la prueba de la convivencia intensiva haya sido superada, la atención requiere, para ampliarse y cesar su sesgo, que corra el aire. 
Ahora que el-cole-en-casa ha terminado, Peter se lleva hoy a los tres monstruos a Málaga mientras UNA se queda en Córdoba porque sigue trabajando. Es en estos días que me regalo cada año a final de curso cuando el gorila se hace visible y convierte a mis tres monstruos en mis tres reyes
Aprovecho estos días sola -en los que trabajo sólo de mañana- para hacer muchas cosas o no hacer nada; para ver a mis amigas o no ver a nadie; para hacer limpieza general o tumbarme en el sillón; para leer y escribir, o beber y engullir. 

Sobre todo aprovecho para disfrutar del lujo de ducharme sin interrupciones. 




Poco a poco, la atención sesgada va ganando miras, se hace más amplia, empiezas a apreciar lo que echas de menos, re-colocas en tu escala de valores lo-que-de-verdad-importa. UNA recarga pilas en esta semana que en cada comienzo estival se queda "de-rodríguez": Los primeros años lo hacía con sentimiento de culpa; ahora lo hago con gusto. UNA a estas alturas sabe que tomar cierta distancia a veces se hace necesario, por no decir imprescindible, para re-enfocar la atención en el-todo y dejar de concentrarla en los rincones de la convivencia donde se acumula la pelusa. 
UNA siempre ha defendido que, entre las medidas de conciliación familiar, debería figurar una semana a solas para la madre, con todos los gastos pagados y garantías de que los niños van a estar bien en esa ausencia, para que esa seguridad de bienestar de la descendencia permita a la madre disfrutar sin tintes de culpa. Esta medida, señores-del-poder, repercute a corto plazo en la recuperación de los niveles de energía de la citada madre, tan drenados a final de curso; a medio plazo, en el buen rollo familiar; y, al ser la familia el pilar de la sociedad, a largo plazo esta medida repercutiría en el bienestar social. No es moco de pavo, pues: Ahí lo dejo.





Antes de terminar no quiero dejar de contar que, cuando UNA le mostró el vídeo del gorila a hijo3 por vez primera, Dolfete acertó los pases de pelota de las chicas en blanco. Exclamó:
- ¡16! ¡Había un mono!

¡Ja! 

El sesgo de atención, dedujo UNA, viene con el retorcimiento de la edad adulta. La atención de los niños es mucho más abierta. Está aquí y ahora. Por eso probablemente el tiempo en la infancia pasa más despacio que en la edad adulta. Por eso también cuando viajamos vivimos más, porque llevamos el foco de atención a puerta abierta.

La deducción de que mi hijo no tiene el foco de atención sesgado vino acompañada de una agradable sensación de alivio. ¡Menos mal! Esto explica que cuando le preguntas a un niño qué ha sido lo mejor de la cuarentena, como hice en el último invento, te contesta sin dudarlo: 
- ¡Estar con papá y mamá!


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viernes, 29 de mayo de 2020

Espera que me maten

Mi-vida-antes-de-la-cuarentena siempre será mi-vida-antes-del-Fortnite. Cuando UNA escuchaba a las madres hablar del enganche de sus hijos al Fortnite, UNA se encogía de hombros porque UNA ni sabía bien lo que era el Fortnite, ni sobre todo sabía la suerte que tenía UNA de que sus hijos no estuvieran enganchados. Pero el confinamiento cambió ese estado de bienaventuranza para siempre. Se nos fue de las manos. Perdimos la batalla. No me preguntes ni cómo ni por qué el Fortnite entró en nuestras vidas para alterarlas.

Para empezar, el ruido, que ya sabéis que en casa de UNA no brilla por su ausencia, se ha visto superado por el ruido mismo. Para jugar al Fortnite quedamos con los amigos, tú sabes: Ésta es su vida social ahora-que-no-hay-recreo. Para hablar con los amigos, usamos auriculares con micrófono, y eso exige gritar, claro, como cuando llegas a un país extranjero y no entiendes bien y la gente te grita porque parece pensar que lo que te pasa no es que no entiendas, sino que no oyes... Pues eso. No sé si mis hijos piensan que, como sus amigos están lejos, tienen que gritar para asegurarse de que les oyen, o es un efecto secundario inevitable de los auriculares, pero el caso es que UNA, que ya usaba a menudo tapones en los oídos como medida de prevención de la enajenación-mental-transitoria, ha tenido que hacerse con unos cascos de esos que se utilizan en las prácticas de tiro. Y ahora uso los cascos encima de los tapones, y aún así consigo oir las conversaciones surrealistas y plagadas de palabros más gordos que los propios jugadores del Fortnite.

Quizás, en vez de con los cascos para las prácticas de tiro, debiera haberme hecho con el arma en sí, porque es lo que necesitaría a la hora de arrancarles los mandos de las manos. UNA usa todas sus estrategias. Darles avisos: 15 minutos antes; 10 minutos antes; 5 minutos antes. UNA intenta sacarles de su ensimismamiento con preguntas sobre el juego en sí, como UNA ha leído se supone UNA debe hacer. ¡Pero da igual!
- Espera que me maten, mami.
Al cabo de un rato es UNA la que dice:
- ¡Espera que te mate yo!
Porque cada vez tardan más en matarlos y UNA quiere que los maten para que suelten el mando que ya quema. ¿A qué contexto hemos llegado en el que la frase "UNA quiere que maten a sus hijos" de repente cobra sentido para tantas madres?
- Ahí hay gente. Vete hacia la gente a ver si te matan.
Cuando sueltan el mando casi que empieza lo peor. El juego les altera, de eso no me cabe duda. La media hora después de que hayas logrado que dejen los mandos, esa media hora de pánico, pelean entre ellos seguro porque los niveles de agresividad están por las nubes y los de respeto por los suelos. No sé qué les hace el juego en los cerebros, pero les modifica el estado de ánimo como si de una droga se tratara.
UNA les ha propuesto el trato de tiempo de deporte a cambio de tiempo de pantalla. UNA está incluso seriamente considerando la posibilidad de usar técnicas de meditación como moneda de trueque por tiempo de Fortnite, a ver si así compensamos el daño.

Luego te piden que les compres una skin. 
- ¿Una qué? 
- Una skin. 
- ¿Eso qué es? 
- Un traje. 
Espera. 
Espera. 
Un traje virtual para el muñeco virtual con el que juegan. UNA termina teniendo que re-explicar lo básico:
- Tú sabes que virtual significa que no existe, ¿no? Que no es real. Tú te compras una skin y ¿sabes lo que tienes? N-A-D-A. ¡No tienes nada!
Y UNA extiende y abre las manos vacías en el aire simultáneamente para que sus hijos visualicen qué significa N-A-D-A.
Pero ellos siguen pidiendo la skin porque su amigo no-sé-quién la tiene y es chulísima, y UNA tiene que seguir diciendo que NO, porque UNA trabaja mucho MUCHO como para que el dinero real del tiempo invertido en trabajar de UNA se vaya en una skin virtual de un juego que mis hijos insisten en justificar que es gratis. ¿¡Gratis!? El tío que inventó este juego se cubrió de gloria para siempre jamás pues se ha hecho de oro vendiendo skins virtuales para personajes no reales. Es decir: N-A-D-A.

Jugar a los cromos, jugar a las tabas, grabar cassettes de música, bailar el hula hoop, saltar a la comba, saltar a la goma, jugar al yoyó, jugar a las cartas, volar una cometa, hacer papiroflexia, montarse un teléfono con vasos de yogur, hacer un puzzle, montar en patín, jugar a las canicas, jugar al pañuelo, jugar al escondite, jugar a pillar.
 

Fortnite. 



Lo único que le gusta a UNA del Fortnite es que muchos personajes son mujeres, mientras que en otros videojuegos casi todos son hombres. La que no se consuela es porque no quiere.


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domingo, 17 de mayo de 2020

El tiempo que no te sobra


Mi abuelo me enseñó que no se dice viejo, que viejo es ofensivo, que se dice persona mayor, aunque a mí me parecía que viejo explicaba mejor esa edad en la que ya eres mayor, incluso mucho más mayor, que casi todos los que te rodean. Hoy, sin embargo, veo la diferencia con más lucidez.
Siento que los mayores se están poniendo viejos en esta crisis.

Quedábamos un rato por la mañana. La recogía en casa y la llevaba a rehabilitación. 
- Esa rodilla te está fastidiando los paseos, madre, hay que cuidarla
- Esa rodilla está así para quedarse, hija, que soy muy vieja. 

85. 85 años. Muy bien llevados. ¿Dónde hay que firmar? 
Luego el café que ella no perdonaba. ¡Que le gusta a ella un buen desayuno en la calle! Su croissant recién hecho. Después se tomaría la pastilla del azúcar. Un poco de compra y ¡hala!, a casa, que tengo que hacer la comida.
Por la tarde tal vez un rato al parque con sus nietos y mis hijos. Sentadas en un banco bajo los árboles. Conversaciones repetidas. Les daba a los nenes "la propina" de contrabando, por debajo, como si UNA no se diera cuenta. ¡Gracias, abuela! y un beso. 
- ¡Nada más que por ese beso...!, decía ella siempre.

El fin de semana al cine. Las hemos visto todas. ¡Que le gusta a ella una buena película francesa! Lo que no le gusta es el olor de las palomitas pero me deja que las coma porque sabe que ya no puede no dejarme. Ella siempre ha sabido crecer con nosotras y, ahora que UNA es madre y que le cuesta tanto crecer con sus reyes/monstruos, sabe que ahí precisamente radica su legado, en ese saber estar como madre en lo que requiere cada etapa de la vida. 
Protesta, ¡qué olor!. Luego se calla.




Los años que UNA vivió en Inglaterra no pudo evitar sorprenderse por el desapego entre generaciones. Los hijos cumplen 18 y se van de casa aunque casa sea en la misma ciudad en la que estudian o trabajan, algo inusual en estos lares. A partir de ahí vuelven si acaso por navidad, como en el anuncio de turrones, y poco más. Cuando UNA descubrió esta modalidad de familia, le pareció mucho más saludable, más moderna, que la que tenemos en España, y siempre pensó que debiera ser así, que tendríamos que establecer como obligatorio que los hijos se fueran de casa a los 18 y volvieran por navidad.

Luego UNA fue madre y en breve se dio cuenta de la necesidad de la tribu, del clan, para criar a los hijos propios. La familia es un regazo para acunar a los-que-vienen. La familia también es un entorno mullido para cuidar a los-que-se-van. La familia es un círculo de ternura en los extremos de la vida.

Siento que los mayores se están poniendo viejos en esta crisis porque les estamos privando de ese entorno mullido, de ese círculo de ternura. No pueden ver a sus nietos. Con mucha ¡muchísima! suerte, han aprendido a hacer una videoconferencia a través del móvil y les enseñamos a los niños a través de la pantalla. No pueden ver a sus hijos. Con mucha ¡muchísima! suerte, éstos viven en la misma ciudad, les acercan la compra y se la dejan en el descansillo. 
-¿No vas a pasar?
-No debo, madre. No sabemos si lo tengo. No quiero contagiarte.

El nuevo amor de los hijos a los padres, de los nietos a los abuelos, exige la distancia social. 
¡Qué paradoja de mierda! 
Si te quiero, no te veo. 
Precisamente porque te quiero, no te toco, no te beso, no te aprieto. 

Quisiera, más que nada en el mundo ahora, estrecharte entre mis brazos, ahora que ya no puedo, ahora que te tengo lejos, que se va consumiendo el tiempo en la distancia. Ese tiempo que no te sobra. Ahora sé que tendría que haberlo hecho cuando pude hacerlo.

En este tiempo que no te sobra te han encerrado. Te han quitado tu café y tu croissant, y tus tardes en el parque con tus nietos. Te han quitado los abrazos y los besos.

A UNA le alivia que su padre que ya no se está se haya librado de esta guerra. 
A UNA le apena profundamente que su madre tenga que pasar por esto:
Por esta separación, 
por esta incertidumbre, 
por este miedo. 
Sin alcanzar del todo a comprender que no puede salir a la calle sin mascarilla porque hay una amenaza invisible. 
Que no puede abrazar a los-que-de-verdad-importan porque pueden matarla. 
Que los-que-de-verdad-importan pudieran contagiarla en un abrazo letal. 

Intenta hacerle comprender eso a una abuela y sal sin el corazón roto del intento.

martes, 28 de abril de 2020

Permiso para ser humana

Ya hace mucho que se pasó la novedad del confinamiento. La ansiedad y el miedo perdieron momento. La emoción del principio, cuando se nos humedecían los ojos aplaudiendo a las ocho en los balcones, ha ido cediendo también. Lamentablemente o no, nos fuimos acostumbrando a nuestro nuevo lo-normal
Ahora es quizás peor. Ahora es el tedio. El cansancio. La resistencia a todos esos propósitos que nos hicimos cuando empezó el-fin-del-mundo y aún no sospechábamos que tampoco en la-dimensión-confinada tendríamos tiempo.

En esta nueva fase, UNA se ha dado permiso para ser humana.

UNA se ha dado permiso para estar irritable, irritada e irritante.

UNA se ha dado permiso para no salir a la calle con sus hijos ahora que tiene permiso para hacerlo ¡nomedalagana! y que sea Peter el que salga, porque UNA lo que quiere no es salir: 
¡UNA lo que verdaderamente quiere es estar sola!

UNA se ha dado permiso para hacer como que la pregunta ¿qué vamos a hacer hoy? que flota en el aire del salón a modo de tortura china- esa gota en la frente- no va con ella. UNA les devuelve la pregunta con eco ¿qué vamos a hacer hoy? a ver si hubiera otro que conteste.

UNA se ha dado permiso para encerrarse en el baño lo suficiente como para sacudirse de encima la responsabilidad de ser el foco de energía del hogar. 
Por cierto, 
Hogar-Dulce-Hogar
El listo que inventó la frase seguro ¡SEGURO! que no pasó una pandemia. 

UNA se ha dado permiso para hacer manualidades sola, un puzzle sola, por el puro placer de disfrutarlo y no por tener el cargo de "entretenedora-oficial-de-tiempo-libre-en-la-dimensión-confinada".

UNA se ha vuelto sorda ante el ruido: Hace como que no oye. Permiso para usar tapones de los oídos.
UNA se ha dado permiso para estar ausente en las peleas entre hermanOS: UNA ya no siente. UNA se cansó de arbitrar. UNA recita automáticamente: 
¡Sssshhhh, los vecinos!
como si se tratase de la letanía que rezaba de memoria-papagayo en el colegio mientras pensaba en qué le habría puesto su mamá para merendar en el recreo. Por cierto, ya que hablamos de meriendas, cada uno que se prepare SU desayuno y SU merienda. Bastante suerte tienen a estas alturas de que UNA siga preparando la comida y la cena TODOS LOS DÍAS, no sólo los días bisiestos.

UNA se ha vuelto ciega ante el desorden. Hace como que no ve. Se ha dado permiso para saltar el peine y para saltar el folio. Lo llamo skipping: Es el deporte que UNA hace durante la cuarentena. Salto de obstáculos. Y para las abdominales, UNA se agacha a recoger las balas de la Nerf que tiene toda la intención de poner a la reventa en cuanto los tres monstruos se queden sin munición, al más puro estilo-chantaje que UNA se ha dado permiso para aplicar en las nuevas medidas de disciplina-confinamiento que vienen a sustituir a la disciplina-positiva.

UNA se ha dado permiso para leer sólo entre líneas sólo algunos mensajes de sólo algunos grupos de whatsapp y obviar los demás; para no abrir los memes; para no pesarse; para peinarse o no, eso depende; para recargar la batería con cervezas verdes y banderillas picantes.

UNA se ha dado permiso para encoger los hombros y no tomarse de forma personal las hirientes contestaciones de los hijos adolescentes y preadolescentes con cara-de-pantalla, permiso que viene simultaneado con el derecho a no empatizar en absoluto y con la medida urgente de conservar la dignidad e ignorarlos al más puro estilo-bledo.

UNA se da permiso estos días para no ponerse las noticias, porque UNA se cansa de estar preocupada, de tener miedo, de sentirse triste. UNA se da permiso para no creerse nada de lo que oye ni nada de lo que lee, pues la patética circulación de bulos y el cinismo que acompañan esta crisis me han vuelto escéptica. UNA se da permiso para no opinar porque lo único que UNA sabe es que no sabe nada y que desde luego no quisiera estar en el lugar de muchos a los que se les supone el saber.

UNA incluso se ha dado permiso para contradecir a UNA. Para contradecir la ética de entradas de blog como el mensaje en un virus que UNA escribió en #unavidamundana hace seis semanas y preguntarse ahora: 
¿Por qué tengo que agradecer? 
¿A quién tengo que agradecer si UNA nunca pidió nada? 
¿Por qué no puedo dar por sentado lo que se dio por sentado que UNA querría?
Nadie le preguntó a UNA. 
UNA, en esta fase del confinamiento, empieza a encontrar indignante que se nos desparramara por el mundo, sin que se nos pidiera permiso ni se nos dieran explicaciones; que nos dejaran caer en este puto escenario del misterio de la vida, que tan desgarrador es como bello, y ahora se nos exija que "estemos agradecidos". 
Perdona: ¿Gracias por qué? 
Gracias por nada. 
Que nos dieron la vida con una mano y la muerte con la otra. 
Que nos dieron la belleza por un lado y el dolor, ese dolor que ahora ahoga a tantos, por otro. 
Sin preguntarnos si queríamos aceptar esta realidad de doble filo. 
Sin pedirnos permiso. 
La existencia es una gran invasión.
¿Y tenemos que dar las gracias? 
¿Gracias a quién? 
Si encima viene sin firmar, ¡coño!

UNA obviamente se ha dado permiso para decir palabrotas y sumarse así a la tendencia más "IN" de la casa de UNA.

Ésta de la foto es UNA hace justo ahora un año. 
Sin saberlo, llevaba las zapatillas a juego con el cielo. 
Sin saberlo, llevaba la suerte en la mochila. 
Ni UNA lo sabía ni UNA tiene la más mínima intención de agradecerlo.¡nomedalagana!

¿Namasté? 
Como dice Peter, ¡namasté tú!

Cuéntale a UNA qué permisos te has otorgado tú en esta fase-puro-hartazgo del confinamiento.

lunes, 27 de abril de 2020

Antojos del fin del mundo


Cuando UNA era pequeña comprábamos las chuches en los quioscos. Mi abuelo nos llevaba los sábados y nos daba cinco pesetas a cada hermana para comprar una selección de entre un chicle cheiw de fresa, un palote, caramelos pez, un chupa chup de kojac o caramelos chimos.
UNA-niña se sentía rica en el día más feliz de la semana. 
UNA-adulta se siente vieja cuando se aferra a esta vena nostálgica que habla en pesetas pero el-fin-del-mundo-tal-como-lo-conocíamos favorece la nostalgia.

Hubo entonces un cambio radical en la infancia de UNA: Muchos siglos antes de que aparecieran las tiendas de los chinos, las ciudades comenzaron a decorarse con tiendas de caramelos. Tiendas preciosamente coloridas en las que, al más puro estilo americano, enfilaban medias lunas llenas de gominolas igualmente coloridas. Ahí nacieron los gatos de regaliz, las coca-colas, los plátanos amarillos, las manzanitas verdes y las fresitas. Me acuerdo perfectamente de la primera de estas tiendas en el paseo de Zorrilla de Valladolid. Mis padres nos llevaban los domingos después de misa y era una fiesta: Te habías pasado la misa cuchicheando con tus hermanas qué era lo que ibas a escoger.

Cuando nos mudamos a Córdoba, había en Ronda de los Tejares una tienda de éstas paradisiaca. Era toda rosa, por dentro y por fuera. Se llamaba Antojos. 
Mi hermanAura y yo decidimos ahorrar juntas durante algunas semanas la propina (que en Córdoba se llama "paga") para poder disfrutar un día de un banquete de chuches en toda regla. Cuando juntamos la honrosa cantidad de 500 pesetas, alguien nos cambió las monedillas de la hucha por una única moneda brillante de 500. Un sábado, UNA se metió la moneda en el bolsillo y con mi hermanAura se dispuso a ir a la compra para la fiesta anunciada. Tenías que habernos visto a ambas caminar hacia la-tienda-rosa orgullosas de haber acuñado tal fortuna. Pues bien: Justo antes de entrar en la tienda de chuches, UNA-niña se metió la mano en el bolsillo y la moneda, esa moneda que nos había costado semanas ahorrar, había desaparecido. No estaba. La había perdido. Volvimos a casa, comprobamos, recorrimos el camino de ida a la tienda una y otra vez, le dimos la vuelta a los bolsillos, y nada. La moneda brillaba ahora por su ausencia.

Hago aqui un inciso para:

Uno. Apelar al desconocido que se encontrara la moneda de 500 pesetas en la entonces Avenida del Generalísimo a principios de los ochenta: ¡Que la devuelva, por favor! Tiene valor sentimental.

Dos. Reflexionar sobre cuál hubiera sido mi actitud como madre si esto le pasara ahora a alguno de mis monstruos, porque en su día mis padres no trataron de protegernos de las emociones reponiéndonos las 500 pesetas. Probablemente de hecho nos echaran una regañina. O ni eso. Al fin y al cabo, era nuestro problema. Pero esto es carne de otro post.

Los recuerdos los deteriora el tiempo: Mi hermanAura probablemente cuente esta anécdota de forma completamente diferente a cómo la rememora UNA. 
Pero las emociones no las toca el tiempo. 
Las emociones son como los olores o las canciones, capaces de traerte de vuelta un amor de verano en cuestión de segundos y de erizarte la piel al hacerlo. 

La decepción de haber perdido aquella moneda tras semanas de esfuerzo, 
el drama que suponía para UNA-niña, 
la renuncia al sueño del festín de las chuches, 
la culpa también porque era UNA al fin y al cabo la que había perdido la moneda y privaba a mi hermanAura también de su sueño tornando igualmente vano su esfuerzo.
¡La pena! 
¡La rabia! 

[Esto es como la historia del peine: Me vais a perdonar que, tras seis semanas de confinamiento, cualquier memez adquiera tintes trágicos.]

Años después, en otra infancia, otra anécdota puso de nuevo sobre el escenario aquellas emociones. Era el cumpleaños de un Gusi hijo2 en versión chiquita y pedía que le regaláramos un balón de fútbol con la intensidad con la que las criaturas pueden llegar a pedir un capricho: Si eres madre, tú sabes. Osada UNA, decidí que ya había suficientes pelotas en casa (literal y metafóricamente) y, en vez de eso, le compré una portería infantil de esas plegables y unos guantes de fútbol, pensando que le harían muchísima ilusión a ese portero. No le hizo falta desenvolver el regalo. En cuanto lo vio, la versión chiquita de Gusi hijo2 supo con certeza que no era "el-balón". Y, con la ingratitud todavía no cincelada de la primera infancia, sintió la pena y la rabia, porque ¡eso no era lo que él quería! Ni lo que había puesto tanto empeño en dar la lata por conseguir. El sueño de su balón redondo se desvanecía ante aquel envoltorio aún sin abrir. La decepción: Su drama.
No te quedes ahora con el juicio que se fragua en tu mente: 
Quédate con la emoción del niño.

Porque es ésa precisamente la emoción que UNA ha sentido al salir hoy a la calle con mi hijo por primera vez después de mes y medio metidos en casa. 
He sentido que les hemos robado la moneda de 500 pesetas y el balón de fútbol. 
Que les hemos quitado los sueños.

Tras llevar seis semanas en la-dimensión-confinada, UNA pensaba que, cuando pusiera un pie en la calle, me iba a inundar la sensación de libertad. Sin embargo, lo que me ha embargado es la pena y la rabia.

Cuando UNA tuvo hijos, nunca imaginó que les dejaría en herencia una película de ciencia ficción; un mundo surrealista en el que no pueden jugar con otros niños a menos que sea a través de una pantalla; en el que necesiten mascarillas y guantes para poder llevar a cabo una tarea tan mundana como salir a dar un paseo.

¿Sabes cuál es la diferencia entre las emociones de la anécdota de las chuches y las de la anécdota del balón? UNA-madre te contesta a esta pregunta: 
Las batallas de nuestros hijos siempre duelen más, escuecen más, que las batallas propias.

La generación de UNA lo hemos tenido fácil. En muchos sentidos, hemos sido una generación afortunada:
El medio ambiente, por ejemplo, para nosotros era una lección del libro de texto de ciencias naturales. 
Ahora es una realidad disfrazada de amenaza. 
Una pandemia para nosotros era un estreno de cine. 
Ahora es una guillotina con visos de reincidencia.


UNA hoy ha sentido la tristeza profunda ante la desolación que trunca los sueños de mis reyes, desde la cancelación de un plan mundano-extraordinario como el viaje de la familia-de-5 este verano a Canarias, hasta la compleja incertidumbre de un futuro enmarañado, 
incertidumbre que les arrebata el derecho a el-largo-plazo
incertidumbre que les usurpa el gozo de el-modo-planes
algo que la generación de UNA sí pudimos disfrutar.

UNA ha sentido también la rabia, el no-hay-derecho a que las batallas que mis tres hijos vayan a tener que lidiar sean tan rudas. UNA no estaba creando hombres para esto. UNA no había planeado que el fin del mundo les pillara a los hijos de UNA.

UNA ha sentido también la culpa, la responsabilidad que con toda seguridad la generación de UNA ha tenido en la gestación de este panorama conflictivo.

Cuando la versión chiquita de Gusi hijo2 se soprepuso por fin a la rabieta y cedió a abrir su regalo, la portería y los guantes reemplazaron rápidamente al sueño del balón en su cara recién iluminada. Le hicieron rey. 
UNA espera, y sinceramente el único consuelo que queda a estas alturas es confiar, que la generación de mis tres reyes reúna capacidad de reacción y los-que-vienen sepan qué hacer con un mundo que agoniza. 
Que estén a la altura que demanda la injusticia de su herencia. 
Que tengan la capacidad de discernir en las eLECCIONES, capacidad que nos faltó a sus padres.
Porque UNA está segura de que no es lo mismo jugar al fútbol en un campo de césped que en el fifa de la play. Segura.