miércoles, 21 de agosto de 2019

Caos mundano. Y viceversa.

Entre generaciones.
Si le preguntas a mi madre, te dirá que soy desordenada. 
Si le preguntas a mis hijos, te dirán que soy muy ordenada o, como me dijo recientemente Paul hijo1:

- Mamá, tú no eres ordenada, tú eres rígida. 

Ahí lo llevas.

Una vida mundana ha cumplido 50 entradas (Una vida mundana, ¿eh? No UNA... No creemos confusiones innecesarias). Publiqué el primer post del blog hace ahora justo un año (las entradas anteriores son importadas de mis blogs privados). Me felicito:



¡Felicidades, UNA, por esos 50 posts! 

Me felicito y me sorprendo de que, en 50 entradas, ¡todavía no haya hecho alusión al tema del desorden! 

El desorden es el caos con el que UNA lidia a diario en su vida mundana.

UNA no es especialmente ordenada. Repito: pregúntale a mi madre. Sin ser ordenada, no obstante, a UNA le ha gustado siempre ordenar, así, como hobbie. Suena friki pero de pequeña a UNA le gustaba pasar los sábados por la mañana ordenando sus cosas. Tenía mis libros clasificados en fichas. Ahora que me releo, sí, efectivamente suena friki. Puede que ordenar por hobbie sea un síntoma más de ansiedad, en el que UNA trata de poner control a la incertidumbre. Puede que los tiros vayan por ahí. No lo sé con certeza: más incertidumbre.

El caso es que, cuando UNA empezó a vivir con Peter, tuvo que adaptarse- como todos al estrenar pareja- al desorden ajeno, que quizás no sea tal, es decir, que lo que UNA pueda ver como desorden en las cositas de Peter quizás para Peter tenga todo el sentido. 
Y viceversa.
Las cositas de UNA pueden parecerle un sinsentido a Peter.

En el viceversa está el secreto del matrimonio. 
De cualquier relación, de hecho.

A UNA le costó acostumbrarse a la cucharilla que deja el cerco de café en la encimera de la cocina, sobre todo porque no alcanzaba a comprender ¿¡por qué?! ¿Por qué no puedes llevar la cucharilla directamente al fregadero sin tener que pasar por la aduana de la encimera dejando huella? 
Pues unos cuantos viceversa más tarde, vivimos en agradable compañía Peter, la cucharilla (cerco incluido) y UNA. 


Cuando tuve un hijo, 
y después otro, 
y después otro, 
el desorden no sumó, 
sino que multiplicó. 
No sé qué tipo de karma se aplica aquí, pero algo terriblemente inflexible he debido cometer en vidas pasadas para merecerme el suplicio de este caos doméstico. Te lo digo. ¿No me crees? Hice la prueba. 
Vivíamos la familiade5 entonces en una casa con un largo pasillo, y a "alguien" se le habría caído un papel en el suelo en medio de ese pasillo. El papel no era un papelito, no. Era tamaño folio: un A4. Decidí no recogerlo por ahora, venciendo ¡imagínate! todas mis resistencias a favor de un proceso de curiosa investigación, y esperar, a ver qué pasaba...  Aguanté 24 horas viendo a mis hijos y marido saltar encima del papel, sortearlo cuidadosamente por el flanco, o pisarlo supuestamente de manera inadvertida, pero nadie nunca se detuvo a recogerlo hasta que UNA suspendió el experimento por la obviedad de los resultados y se agachó a quitarlo de en medio.


El desorden es una de mis batallas campales. Me pone en el disparadero. ¿Te acuerdas de aquella frase de tu madre de que tu cuarto parece una pocilga? Pues bien: los domingos por la tarde en mi casa dejan una pocilga a la altura de una suite en un hotel de cinco estrellas. 

Hay días y días, claro, y hay días en los que mis niveles de tolerancia están rebosantes y otros en los que mi crispamiento desencadena lo que mis hijos han dado en llamar "un ataque de orden": 
¡¡¡¡VAMOS A MORIR!!!! 
Un ataque de orden es básicamente cuando "ya no puedo más" con el desorden. 

Después de pedirles repetidamente a las criaturitas desordenadas con las que convivo que, por favor, recojan; que, por favor, ordenen ese escritorio que así no se puede hacer las tareas; y después de que dichas criaturitas desoigan repetidamente mis peticiones desesperadas de orden, entonces se pone en acción "el brazo". 
¿Qué es el brazo
El brazo es cuando en un ataque de orden, UNA desesperada pasa el brazo por encima del escritorio de la criaturita desordenada como si el brazo fuera un limpiaparabrisas y el escritorio fuera un parabrisas: así de contundente. Todo al suelo y ya no te queda más remedio que ordenarlo. Puedes imaginarte que los niños lo odian. Y UNA también. UNA siempre siempre siempre se arrepiente después del brazo, porque para empezar ya hemos echado la tarde y, para continuar, como medida desesperada funciona, pero desde luego no ha servido en absoluto para inculcar el orden en mis hijos.


¿Pero se aprecia el patrón? 
DES-pués 
DES-esperada 
DES-orden 
DES-oigan

La Marie Kondo, ¿sabes quién es?, la de la magia del orden en Netflix, duraría tres minutos en mi casa sin un ataque de ansiedad. Te lo digo.

Tengo la creencia de que el orden facilita la serenidad y que, efectivamente, un ambiente caótico y desordenado en exceso contribuye al desastre interior. Lo sé. Lo tengo comprobado. No sólo UNA. Busca hygge en internet: el secreto de la felicidad de los daneses(1).
A estas alturas de la vida, y algo rendida, he aterrizado en la esperanza del minimalismo: es decir, cuántas menos cosas tengas, más fácil será recrear la sensación de orden. Y viceversa. Así que, cuando estoy en plan ZEN, estoy que lo tiro todo.

Estos días está Facebook plagado de madres que han soltado a sus hijos en universidades no locales y lamentan el nido vacío y echan de menos los días en que se preocupaban por la ropa tirada en el suelo del cuarto de baño. UNA trata, a veces con éxito, a veces en vano, de que el desorden de los hijos de UNA sea un recordatorio de que todavía son pequeños, todavía están en casa, y de ¡qué gusto da tenerlos! Cuando consigo tenerlo presente, puedo cerrar la puerta a un cuarto desordenado sin necesidad de sacar el gatchetobrazo, y recitar mi mantra preferido en esta estación de la vida:


La paz es más importante


Además, tener una descendencia tan desordenada ha tenido un efecto boomerang en Peter quien, sorprendentemente (y con moderación, claro) se está volviendo progresivamente más ordenado.


(1) Os recomiendo leer WHAT LIVING DANISHLY TAUGHT ME ABOUT HAPPINESS by Helen Russell

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