miércoles, 14 de febrero de 2024

En huelga

Desde que los niños eran pequeños se acostumbraron a las reuniones familiares en las que se repartían las tareas de la casa que quedaban después plasmadas en un cuadrante con un imán en la nevera. Hijo1 hace tal, hijo2 hace cual, hijo3 hace tal y cual. Siempre les he dejado claro que UNA está sola, que Peter no está muchos días de la semana, y que UNA no puede hacerlo todo. La casa es la-casa-de-5, no la-casa-de-UNA. He tratado de ser siempre muy pulcra en el lenguaje, no se trata de "ayudar a mamá", sino de "hacer cada uno la parte que le corresponda", pues creo en el poder del lenguaje para configurar pensamientos, y en el poder de los pensamientos para configurar idearios, y en el poder de los idearios para configurar vidas. Cuando los niños eran pequeños, se involucraban en las tareas con entusiasmo y curiosidad envidiables. Para UNA merecía la pena a sabiendas de que tendría que rehacerlas después de que acabaran. Siempre pensé que estaba creando-hombres con idearios justos.


Pues bien podría haberme ahorrado el tiempo de rehacer y haberlo hecho UNA de primeras, ya que llega esta estación de la vida con hijos ya mayorcitos y me encuentro con que, para conseguir que hagan algo que harán bufando, hay que pasar por el peaje previo de estar encima de ellos y enfadada. UNA es una máquina de reñir, mamá-pesada, mamá-coñazo, mamá-amargada, y todo ello para que recojan un friegaplatos de mala gana. Mas a pesar de la resistencia, me sigo negando a hacerlo todo yo. Así que, en un momento en el que las tareas de la casa se complicaron sobremanera pues las lluvias habían provocado goteras y la casa estaba manga por hombro, me puse en huelga.

Se lo comuniqué. Estoy en huelga. No voy a hacer n-a-d-a hasta que vea una reacción por vuestra parte. Mis reivindicaciones: que el reparto de las tareas sea más equitativo. Puedo aceptar que la parte de UNA sea más grande que la de mis tres monstruos, pero no tanto como para que ellos vivan como reyes mientras UNA se esclaviza. Pero, sobre todo, reclamo que cada uno haga lo que le corresponde sin que UNA tenga que estar encima, lo cual me drena la energía. Nadie está encima mía para que yo haga mi parte, salvo UNA.

Tras el anuncio de mi huelga indefinida, se sucedieron los ojos en blanco. Para Paul hijo1, se trata de mi gen-rojo, como lo llama él: mi tendencia izquierdosa, mi lado hippie. Para Gusi hijo2, se trata de mi femi-nazismo, como lo llama él: en una casa de solo-hombres, todo lo que UNA hace lo identifica con el colectivo de mujeres. Tengo la responsabilidad de ser el modelo y, chicas, mucho me temo que no os estoy dejando en buen lugar. Mamá-loca.

Me tumbé a la bartola. En ebullición por dentro, pero a la bartola: nadie dijo que una huelga fuera relajante. Una amiga me hizo un comentario: 

-Uff, yo no puedo ponerme en huelga, porque se me acumula el trabajo, y luego me encuentro con todo lo que no he hecho por hacer. 

Sembró la primera semilla de duda en mi intención resolutiva, especialmente cuando miraba de reojo la cocina y veía las montañas de platos acumulándose. 

Otra amiga me hizo otro comentario: 

-¿Tú sabes que esto es lo que van a recordar, no? Van a recordar el tostón que les dabas con la limpieza y con el orden y con las tareas de la casa. Van a recordarte enfadada, gritando, quejándote, riñéndoles. Van a recordar esta huelga.

Este comentario me tambaleó pues quien haya seguido este blog sabe que, en parte, mi concepción de la maternidad se basa en la conciencia de estar creando-recuerdos. Mas no cedí.

A las 48 horas seguíamos sin progreso alguno. Le di un toque a Peter: 

-Vas a tener que hacer de sindicato y dirigir las negociaciones, pues como llegue el lunes y tres adolescentes hambrientos se planten en casa a las tres y media de la tarde después de una larga mañana de instituto y se encuentren con que no tienen qué comer, la cosa se complica. 

Peter los reunió, mamá va en serio, repartieron de nuevo las tareas, pusieron otro cuadrante en la nevera. Hasta los imanes bostezaron: Déjà vu. Déjà vu. Déjà vu.

Mis expectativas de cambio en un pozo. A los dos días ya está UNA encima de Paul hijo1 para que recoja la cocina y de Gusi hijo2 para que friegue el suelo, mientras tumbados en la cama o el sillón con el móvil dicen ya voy, ya voy, ya voy. Mamá-pesada.

Como las redes sociales nos espían, me saltó esta imagen que no sé a quién pertenece e hice pantallazo.
Imagen a cambio de espionaje

A UNA que un fenómeno tenga nombre la tranquiliza sobremanera ya que significa que existe, que es lo bastante común como para recibir una denominación. En inglés se dice "soiling the nest": los pollos "ensucian el nido" para que la mamá-pájaro esté deseando que vuelen, jajaja, y así su marcha no sea tan dolorosa. No contaban con que en España la edad media para independizarse es a los 30 años y esta gente empieza a ensuciar el nido a eso de los 13. No sé si UNA aguantará 17 años con el nido hecho una pocilga. 

Escribo aquí a la desesperada, buscando sugerencias que hayan funcionado, medidas menos drásticas que una huelga-pobre que ya te dice UNA que no sirve. Quizás una huelga-rica, en la que UNA haga la maleta y se vaya a un hotel un puñado de días sí funcionaría pero, además de no poder permitírmelo, tengo la sospecha de que mi escapada sería brutalmente celebrada. No debe de ser agradable tener a alguien encima todo el día diciéndote que hagas esto o aquello. Hasta UNA a veces se cansa de UNA.

Lo que tengo claro es que UNA no pertenece a la generación del sacrificio, se niega a pertenecer al gremio de la mujer-madre-entregada-sin-vida-propia. Mi madre tiene 89 años y sí perteneció a la generación-del-sacrificio. De vez en cuando, tiene momentos de una lucidez plena en la que me regala algunas perlas. Tomábamos café y me dijo:

- Si tuviera que vivir mi vida otra vez, me dedicaría más a cuidarme a mí misma y menos a cuidar a los demás.

Ahí quedaron las palabras, flotando en el aire, justificando mi huelga loca y roja.

miércoles, 7 de febrero de 2024

La mentira del espejo

Cada vez que veo al hombre de ojos azules tiene algo interesante que contar. No sé qué edad tiene exactamente, pero sospecho que unos cuantos años más que UNA. Hoy hablamos de envejecer, llegar a esa edad de transición en la que me encuentro, el final de la segunda juventud. Me dice: 

- En la madurez se gana clemencia. 

Clemencia, me dice. Te confieso que luego buscaré clemencia en el diccionario porque no sé cómo leerla aquí, pero hago como que sí lo sé, y asiento con la cabeza. Supongo que clemencia es lo que rebosa él, en su mirada color mar, en su hablar pausado de poeta.

Luego me contará una anécdota misógena, de esas que los hombres cuentan a las mujeres esperando que se rían, y que las mujeres recibimos con cara de gorila de discoteca. Estaba él en la barra de un bar escuchando a dos borrachos charlar. Uno le decía al otro: 

- Cuando eres joven, si viene un amigo y te pide mil euros, tú haces lo que sea para dárselos, los sacas de donde sea.

Hacía gestos sobre la barra, como para mostrar que soltaba allí mismo los mil euros, con generosidad impetuosa.

- Pero luego te haces mayor- decía el borracho-, y el mismo amigo te pide mil euros y tú le contestas: "Mira, es que no puedo, no me deja mi mujer".

Supongo que ése es su resumen de la madurez. La pasión peleona y comprometida se torna placidez perezosa y rendida según uno va cruzando décadas. Es cierto que, cuando UNA estudiaba literatura en la carrera, me llamaba poderosamente la atención que un porcentaje altísimo de escritores admirados parecieran haber sufrido una evolución de su ideario desde su juventud a su madurez, un aburguesamiento que conducía sus tendencias políticas y vitales muy de izquierdas en sus primeros años y escritos, hacia cierta calma gruñona y conformista de derechas en su madurez. Era como un patrón. Luego fui observando que ese patrón no se limitaba a la literatura, y que artistas y personajes de otras esferas también lo seguían. Supongo que asumí que eso es lo que va haciendo la vida contigo: apalancarte un poco, ir atocinando tu credo, hacerte resignar de tanta tontería.

Es por ello que me sorprendió cuando en la cerveza del viernes, hablando de cómo hemos cambiado, Peter me señaló que UNA ha seguido justamente el proceso contrario, se ha radicalizado con el paso de los años; que, cuando él me conoció, UNA usaba castellanos y pendientes de perla, y todavía recordaba los versos que se recitan en misa pero que, a medida que hemos ido sumando aniversarios, me he ido moviendo hacia un dial que él probablemente llamaría "izquierdoso". Me he "hippiado", dirían mis hijos. Lo cierto es que mi último tatuaje es menopáusico: me lo he hecho a los 52. UNA no había reparado en esta presunta evolución. No creo, por ejemplo, que mi feminismo se haya tornado más radical -como asegura Peter-; quizás es que ahora pienso en voz alta porque estoy más segura de mis valores, los abandero, mientras que, de jovencita, la inseguridad me hacía dudar de las ideas propias y prefería dejarme llevar por el vaivén de las mareas, que daba menos miedo aunque fuera incómodo. 

¡Ah! Pero el cuerpo no responde con la pasión de antaño. La ira que se sentía antorcha en el pecho, ahora ya no quema, huele descafeinada: si puede esquivar una pelea, el cuerpo la evita, donde antes se hubiera enrabietado por ganarla. Cuando ya han pasado décadas de la-primera-vez de todo, todo empieza a saber a sucédaneo. Volaron muchas mariposas del estómago. Los hitos de no hace tanto ahora parecen light. Mientras mi mente se radicaliza, mi cuerpo le va poniendo freno en forma de una mala resaca, un dolor articular, una contractura muscular, un me-acuesto-temprano, un uff-qué-pereza, un eso-no-me-sienta-bien. De nuevo, el espejo miente a la veinteañera en mi interior y le rebota una mujer mayor. ¿Es eso clemencia? 


Gracias por la foto a 
https://tkz.one/@Leaesasin


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