viernes, 28 de julio de 2023

En sepia

Cuando era cría y mis padres tenían 50 años, UNA pensaba: ¿Cómo pueden estar tan panchos sabiendo que les queda menos por vivir de lo que ya han vivido? 

Ahora que tengo más de 50, el pensamiento que me ocupa estos días que ando conviviendo con mi madre es: ¿Cómo puede estar tan pancha a sus casi 89 años cuando le queda apenas algún año, quizá meses, quizá semanas, quizá días... por vivir? ¿Cómo se sobrevive a la certidumbre de una muerte inminente?

La miro. No sólo está tan pancha. A ratos está feliz. A ratos más feliz de lo que consigue estar UNA. Este verano me propuse observarla.

Mi madre no es creyente. Fingió serlo durante un rato mientras nos educaba. UNA calibra que sería algo así como una escuela de padres cuando éstas aún no existían. Se agarró a la religión como método de disciplina del mismo modo que UNA devoraba libros de la estantería de Crianza cuando los tres reyes eran chicos. Por ello sé que no son sus creencias en dios las que le salvan la vida a estas alturas. 

Hay una gran dosis de despiste que por seguro contribuye al bienestar. 

La edad de la inocencia es siempre impar.

El desayuno, su bizcocho, su zumo. 

- ¿Dónde estamos?

- En la casa de la playa, madre.

Mi cuñado comenta que ésta es la única familia que ha conocido en la que a la madre la llaman "madre". Me gusta cuando alguien me plantea algo que UNA nunca se había planteado.

- ¿Hemos comido?

- Todavía no, madre. 

La desorientación exige grandes dosis de paciencia, repetir hasta la saciedad, volver a explicar lo básico. UNA a veces se impacienta.

De repente, una gema: 

- Yo sé que me queda poco, que la muerte está a la vuelta de la esquina y, sin embargo, todavía encuentro ilusión en algunas cosas... 

Todas sus gemas acaban en puntos suspensivos que quedan flotando en el aire en un silencio que sólo UNA osa atravesar.

- ¿Qué cosas, madre?

- Que estemos todos juntos, que estemos todos bien...

Pero tampoco es eso, piensa UNA. Es otra cosa. Está anclada en el presente. Eso es. Se queda mirando los pájaros. 

- Pati, ven, mira cómo se quieren, mira cómo se tocan los picos.

El mar enfrente de su silla la encandila:

- ¿Has visto que ordenadas están las olas?

Sorprende a UNA acertando el nombre de la flor en la que repara en el paseo:

- ¡Qué bonita esa adelfa!

Todos compartimos la certidumbre de la muerte. Sólo que no vemos la sombra cerniéndose sobre nosotros. Hasta que sí la vemos. Pero a madre la sombra no le impide ver el sol porque está en el pájaro, en el mar, en la flor que tiene delante. Aquí. Ahora. El pasado y el futuro se le atolondran. Ésa es su receta. De hecho, ésa es la receta.

Se presta a posar al lado del atún de la sudadera amarilla. Pasa un zagal del pueblo y le lanza un piropo: 

- ¡Guapa!

Ella ríe. 

Subo la foto a mi estado de whatsapp. Puro orgullo de hija. Me escribe una amiga:

- ¡Qué buenísima foto para recordar siempre!

Lo es. Recordaré la foto cuando madre esté en sepia. Sobre todo me propongo recordar su receta todos los días de mi vida hasta que la sombra se cierna también sobre UNA.


"I feel like all we’re talking about is everything but the truth, which is that we’re all going to die and all the people we love are going to die. How are we not all freaking out every single day? How?"
[Glennon Doyle]



domingo, 16 de julio de 2023

Hueco

Ahora que nuestros hijos se gradúan cada media hora, hay muchas oportunidades de rito. Recientemente se graduó Paul hijo1 que acaba de terminar su bachillerato. Puse una foto, la foto que acompaña a esta entrada, en mi estado de whatsapp y una amiga me escribió por privado: 

- Esto merece un post en el blog

UNA pensó, le tendría que pedir permiso a Paul hijo1, no para escribirla, sino para publicarla. Ya son mayores estos hijos de UNA. Ya tienen su vida privada y su vida pública, y ellos deciden qué va en qué ámbito. Pero luego me di cuenta de que lo que tenía que escribir UNA al hilo de esta graduación no era sobre Paul. Era más bien sobre UNA.

La graduación de UNA cuando acabó COU no fue una graduación, fue una ceremonia de fin de curso en el gimnasio del colegio. La de Paul hijo1 ha sido en un salón de actos magnífico en la universidad. Cuando UNA vio a su hijo desfilar por el pasillo, y luego escenario arriba a colocarse su banda de fieltro en forma de V, UNA sintió la ilusión inusitada de un nuevo comienzo mezclada con la tristeza emocionada de una etapa que se cierra. Por un momento pensé que era UNA-madre la que sentía la ilusión y la melancolía. Al fin y al cabo se cierra una etapa en mi vida de madre. Voy a ser madre de universitario. Eso ya es otro nivel de madre.

Pero ahondando como a UNA le da por ahondar, me dije: Espera un momento. Esta ilusión no le pertenece sólo a UNA-madre. Esto es UNA a los 18. 

De repente, caí en la cuenta de que UNA se estaba identificando con Paul. La ilusión era real, era la del graduando, la de la chiquilla de 18 años que se graduó en aquel gimnasio de aquel colegio. Me sentía de nuevo una jovencita, con la inquietud de estar pendiente de las notas de selectividad, con la incertidumbre de qué estudiar después, con los nervios de la salida sin hora de vuelta después del acto. No era tanto echar de menos mi primerísima juventud. No. Era un sentimiento de yo-estoy-aún-en-esos-bancos, con mi chaqueta de rayas, y mi falda de lunares, y mi sombrero azul. Y toda la vida por delante, una vida llena de promesas y de incógnitas. Viendo a Paul hijo1 graduándose, la UNA en esa esquina de mi vida entró en contacto con la UNA que escribe este blog: ¿Te acuerdas?, me decía. ¿Te acuerdas lo entera que estabas? ¿Tan llena de proyectos de vida? ¿Tan llena de vida? Íbas a ponerte el mundo a modo de banda de fieltro en forma de V. 

Entonces me di cuenta de que quizás lo hayamos leído todo mal. Quizás hayamos pensado que la vida es ir sumando: sumando años, sumando experiencias, sumando sabiduría, sumando recuerdos. Y tal vez la vida sea ir restando: en cada recoveco vamos dejando una parte de nosotros. Como en aquellos álbumes de recortables que teníamos de pequeñas, se va quedando un recortable en cada etapa. Hasta que al final se queda todo hueco. Pensábamos que la vida era ir arropando a esa muñeca recortable. Pero en realidad tal vez se trate de ir despojándonos de yoes, y una de mis UNAS se quedó allí en aquella graduación, en aquel gimnasio y nunca más creció. Mantuvo la ilusión eternamente. La vida pasa mientras recortables de nosotros se van quedando desperdigados en las esquinas. 

Dejaste un recortable tuyo en aquel portal, en aquel verano, en aquella playa, en aquel colchón. Fuiste esparciendo recortables por madrugadas, despedidas y traiciones. Recortables tuyos se quedaron adheridos para siempre en canciones y aromas que cuando ahora escuchas y hueles te traen la vida de aquel que fuiste de vuelta. Puede que vivir sea irse quedando hueco.






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lunes, 3 de julio de 2023

El cliente siempre lleva la razón

Por una serie de avatares que no vienen al caso, UNA ha estado de médicos. Como hacía mucho que UNA no iba por consulta, se ha sorprendido al encontrar una figura nueva dentro de esa bata blanca: el médico-burócrata. Me refiero a ese individuo que, al otro lado de la mesa, en vez de mirarme a los ojos mientras le cuento lo que me viene pasando, se dedica a ir anotando a la velocidad de mis palabras todo lo que le digo en un teclado que no sólo me ha robado su atención, sino que se ha llevado al hacerlo el trato personal de la visita. Para más inri, el médico-burócrata ya no se me acerca. Me manda pruebas de lugares recónditos de mi cuerpo sin echarle un vistazo a los sitios visibles y fácilmente visitables. Me hará pasar por procedimientos clínicos laboriosos sin palpar lo que está al alcance del tacto. El ojo-clínico del médico-mundano se ve sustituido por una batería de pruebas invasivas para confirmar un diagnóstico que el ojo-clínico podría haber perfectamente diagnosticado a primera vista, pero con un margen de error que ya no se considera permisible. 

Cuando salgo de consulta, llevo tropecientos-mil informes en papel. En uno de ellos, consigo entender algo en la línea de "la paciente no proporciona documentación alguna de lo descrito"Mi médico no se fía de mí, piensa UNA al leerlo y, sin embargo, se espera de UNA que confíe en el médico, pues es la autoridad.
¿Lo es? 
La incesante producción de informes a la que el médico-burócrata se ve sometido me hace preguntarme si no están comenzando a ser víctimas de un proceso de cuestionamiento de su autoridad. ¿A cuento de qué hay que firmar tres páginas de letra pequeña antes de cada prueba para jurar que si te mueres es culpa tuya y de nadie más? No del médico, no del que te hace la prueba, no del que te llama para darte los resultados, no del bedel. Si te mueres, necesitan asegurarse de que no vuelvas buscando culpables.

De repente, la comunidad médica se me torna familiar. Este unte de burocracia que está sufriendo la atención médica lleva años impregnando la educación. El número de informes, memorias, actas y proyectos que el profesor-burócrata se ve obligado a cumplimentar a lo largo del curso, y especialmente en septiembre y junio, podría decirse que supera con creces a la enseñanza real. Pasamos más tiempo con los ojos clavados en una pantalla de ordenador que mirando cara a cara al alumno en un aula. La administración nos exige cada vez más justificación verborreica de cada decisión que osemos tomar, robándonos así la autoridad sobre la misma. Se supone que todo este proceso es en aras de la defensa del alumnado- como supongo que en medicina se hará con la defensa del paciente por bandera- ¿pero quién ampara al profesional? 

El profesorado no se ha formado para ser administrativo ni burócrata. Nos formamos en didáctica, para guiar en el aprendizaje, para después evaluar el mismo. En los pasillos, no obstante, se palpa ya el miedo a la reclamación. Una reclamación al fin y al cabo son horas extras para el personal docente. Nuestro ojo-clínico de profesor-mundano tampoco se valora: hay que justificar la calificación con una ristra de informes cotejándola con los criterios establecidos desde un despacho por alguien que nunca ha pisado un aula y que, señoras y señores, dará con toda probabilidad la razón al paciente, digo al alumno. El cliente siempre lleva la razón, menos cuando no la lleva pero se la damos igualmente. El profesor-burócrata acabará aprobando al alumno de padres-guerreros por evitarse dicha ristra de informes. Me pregunto si esto es lo que anda buscando la administración -el aprobado generalizado- para que el fracaso escolar no afee SU informe. Me contesto que sí. Eso, y el evitarse a los padres-guerreros en el despacho.

Esta buroGracia, que le ha quitado la gracia al encomiable empleo de enseñar y que parece contagiar también al de curar, es síntoma de una sociedad que se ve obligada a mantenernos en guardia constante contra el posible ataque del guerrero, siendo el guerrero alumno o paciente. Esta sociedad, señoras y señores, somos todos. Démonos por aludidos. Pareciera que queremos tener la razón más que la salud y la educación.


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