sábado, 28 de mayo de 2022

Los locales

A diario recojo a mi madre para ir a desayunar. O a merendar. El recorrido es casi siempre el mismo y lo hacemos despacio: 87 años son muchos andando. Al doblar la esquina, hay una sala de juegos y puedo predecir lo que va a pasar, pues pasa a diario: Habrá un señor enorme sentado en la terraza con un perro tan gordo como él tumbado fielmente a sus pies. Es uno de los personajes locales con los que topamos a diario. Siempre están. Son como el decorado de la película de mi madre. Si habéis visto El Show de Truman, sabréis a lo que me refiero. 

Mi madre hará un comentario, siempre el mismo: 

- Ese señor está ahí todos los días, sentado con su perro. ¿Ves qué gordo está? Pues su mujer, en cambio, tiene una figura impresionante. Es bailarina.

UNA nunca ha visto a la bailarina. UNA tampoco le ha señalado a mi madre que lo sabe, que pasamos por aquí todos los días y que lo vemos todos los días, y que todos los días me lo cuenta. En nuestro show, todo me pilla de nuevas.

Un poco más adelante, veremos al señor del violín. El señor del violín es un anciano esquelético que se disfraza de payaso patético y hace como si tocara un violín de juguete, escondiendo debajo de una manta una radio de la que emana la música. Mi madre me lo explicará cada vez: 

- No está tocando, ¿eh? Tiene una radio escondida debajo de la manta.  

Cuando ya hayamos pasado delante de él, se parará y me dirá que le da mucha pena este hombre. Abrirá su monedero y volverá para dejarle unas monedas. Si viene uno de mis hijos, mandará a su nieto que lo haga. El señor del violín de juguete nunca interacciona con ella, nunca le da las gracias, ni le hace un gesto. Tiene la mirada completamente perdida.


Mis niños


Vivimos en una ciudad pequeña que parece un pueblo, y puede que en nuestro paseo de hoy logremos ver a varios de estos personajes locales: El caballero de la capa y el sombrero que siempre va cantando y siempre tiene unas palabras amables y una sonrisa; la señora que va maquillada como una muñeca pepona, acompañada de un señor que la luce del brazo con sorprendente orgullo; la madre que pide limosna y el hijo que la imita, que llevamos viendo desde que el chiquillo era pequeño y ahora es un joven de un solo diente que sigue pidiendo. Los que sois de Córdoba los identificaréis. Mi madre se entretendrá dándome explicaciones de todos ellos aderezadas con sus correspondientes juicios. 

- ¡Me da una rabia -dice- que lo único que le haya enseñado a hacer a su hijo sea pedir!

UNA agradece los personajes locales: Me hacen sentir enraizada, me atan a tierra, me porporcionan la seguridad de la rutina, aunque indudablemente ver cómo van mutando no deja de ser un termómetro del paso del tiempo. 

Se crea cierta familiaridad en este roce diario que hay que ser consciente de no traspasar. UNA casi que reza para que no se nos acerque el chico del diente que pide, pues veo que mi madre sería capaz de echarle una regañina a él y a su madre. A UNA le pasa también. En el camino al trabajo, que suelo hacer andando, casi siempre me cruzo con los mismos personajes. Son el decorado de mi show. A diario me encuentro con una chica a la que no puedo evitar mirar por la elegancia con la que viste y camina. Creo que ella debe darse cuenta. Nos reconocemos. De hecho, puedo medir si UNA va tarde por la altura de la calle a la que me la encuentro y, si se demora mucho el encuentro, sé que tengo que acelerar el paso; si un día no la veo, me pregunto qué le habrá pasado. Hace poco se cortó el pelo muy cortito y me sentí tentada a detenerla y decirle que no:


- Mira, no te sienta nada bien.

Al final me contuve pero créeme que UNA sentía esa interacción imaginada como completamente natural a pesar de no haber cruzado nunca una palabra con ella.

En esta especie de costumbrismo local, se dejan atisbar algunos miedos. Cada vez que nos cruzamos con la anciana en silla de ruedas de semblante extraviado que alguien empuja, las palabras de mi madre hacen eco:

- ¿Alguna vez me veré así?

Luego añade:

-Si alguna vez me ves así, me das un golpe.

Llegamos mi madre y UNA a la terraza donde siempre nos sentamos a desayunar. Nada más vernos, el camarero se apresura a coger el periódico y acercárselo a mi madre. Ahí es cuando me doy cuenta de que mi madre se ha convertido en otra local. Otro personaje del show. Por eso el chico del diente nunca se acerca a pedirle. Ya la conoce.


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Otra cosa: Si no habéis visto El Show de Truman ya estáis tardando.

4 comentarios:

  1. Una buena crónica, sí. Supongo que todos somos parte del decorado de alguien. Meros actores secundarios que quieren desesperadamente su papel protagonista... es tan difícil ser el protagonista de la vida de alguien... De la tuya propia, me dirá, pero ni eso, hija, ni eso.

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  2. Por aquí ando dándome una vueltecita por tu blog, me ha gustado mucho esta crónica, me dejé llevar por los personajes que en ella describe, mucho movimiento, un abrazo

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  3. ¡Adoro tu blog! ¡Me encanta como escribes y describes! Gracias

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  4. Por eso, a aquella típica pregunta de antes, ¿tú eres más de campo o de ciudad? yo siempre he contestado “soy de barrio”. Por los locales!

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Agradezco tus comentarios