jueves, 21 de noviembre de 2019

Cambio de roles


La edad que nos ocupa está entre generaciones. A caballo entre los-que-vienen y los-que-se-van. Esto exige un cambio de roles para el que no estábamos preparados. No estábamos preparados nosotros, que por dentro aún sentimos que acabamos de llegar. No estaban preparados los-que-se-van, que probablemente por dentro aún sientan que acaban de llegar. No lo sé. Todavía.

Lo que sí sé es que es una putada (este palabro, ya os habréis venido dando cuenta si me seguís, ha ganado necesariamente condición de legal en Una Vida Mundana). 
El padre de Rita ha tenido un derrame cerebral; la madre de Carol ha perdido la visión en un ojo tras una triple operación de cataratas; al padre de Laurita le han operado y quitado una prótesis de cadera que había rechazado; la madre de Juanito ahora necesita un andador… (*) 
Están viejos. 
Nuestros padres, los que viven, a los que no se los llevó ya el cáncer, los que sobreviven, están viejos. 
Ha pasado delante de nuestros ojos y no nos hemos dado ni cuenta. 
Estábamos tan entretenidos con los-nuevos, con los-recién-llegados, con los-que-vienen, que no habíamos reparado en el desgaste de los-que-empiezan-a-irse. 
Y ahora requieren nuestra atención.

Pero, ¿sabes qué pasa? Que muchos de nosotros, por dentro, seguimos siendo niños.
Algunos más que otros.

UNA se da cuenta. 
La parte de UNA que se da cuenta, supongo, es la parte adulta. 
UNA-adulta se da cuenta de que UNA, por dentro, sigue siendo una niña. 
UNA-todavía-niña quiere ponerse pachucha, y tumbarse en el sillón, y que mamá venga y la cubra con una manta, y le haga una sopa. No hay sopa que sepa como la-sopa-de-mamá. Ni siquiera la sopa-de-UNA.
UNA-todavía-niña quiere quedarse dormida en el sillón y que papá la coja en brazos y la deposite en la cama sin necesidad de despertarla porque puede perfectamente con ella.
UNA-adulta lo ve. UNA se da cuenta de que, cuando UNA-todavía-niña está cansada o cuando UNA-todavía-niña tiene hambre, UNA tiene una rabieta. Sólo que las rabietas de ahora no son me tiro al suelo y me pongo a llorar (¡aunque a veces a UNA le gustaría!), sino me enfado y grito porque está la casa-de-domingo y es todavía viernes.

UNA-todavía-niña quiere que alguien se haga cargo. 
Que se haga cargo de las preocupaciones. 
De las preocupaciones por los-que-vienen. 
Y de las preocupaciones por los-que-se-van. 
UNA-todavía-niña quiere que el responsable sea otro. 
Que el adulto sea otro. 
No quiere tomar decisiones, ni organizar.

Y ahí dentro andan la UNA-adulta y la UNA-todavía-niña manteniendo una lucha de poder. 
Cuando suena el despertador, la UNA-todavía-niña gruñe porque ¡no quiero ir al cole! y la UNA-adulta se levanta a preparar desayunos y meriendas para los-que-vienen. 
A menudo esperamos que nuestra pareja haga de yo-adulto para que podamos permitirnos el lujo y el placer de dejar salir un rato al yo-niño. Esperamos que sea nuestra pareja la que se haga cargo, la que nos haga la-sopa-de-mamá. 
Puede que muchos de los reproches de pareja tengan su origen en que el niño que llevamos dentro pretenda que el otro-que-no-eres-tú haga de adulto. Pasa que si los dos niños salen a chillar a la vez, ¿quién se queda de guardia?

En algunos de nosotros gana la parte-niño y en algunos gana la parte-adulto. No todo el rato ni en cada circunstancia pero en el trasvase de roles entre generaciones este pulso se pone especialmente de relieve. Hay quienes son más adultos y saben adaptarse al nuevo rol sin problemas a pesar de la pena. Luego están los más inmaduros, en los que gana la parte-todavía-niño, a los que la pena les impide moverse con naturalidad en el nuevo rol. Se bloquean.

Recuerdo cuando mi padre enfermó. En su agonía, mi hermana decía, hubo dos equipos: el equipo fuerte y el equipo débil. El equipo fuerte, mi hermana la mayor y mi hermana la pequeña, se manejaban con fluidez. Movían los tubos, las sábanas, el camisón manchado y a él mismo, como si no hubieran hecho otra cosa en su vida.
UNA estaba en el equipo débil. UNA apenas se atrevía a mirar a los ojos al hombre moribundo de aquella cama porque UNA lo que quería era gritar: 
¡que no te puedes morir! 
¡que eres mi papá y tú no te puedes morir!
¡que no encajan las piezas de mi puzzle si lo haces! 

Y es que UNA, que tenía entonces 39 años, sentía que tenía 6 cada vez que entraba en aquella habitación de hospital.

Cuidar a los que nos cuidaron es ley-de-vida, no me cabe duda. Pero es una ley de vida antinatural, una paradoja de la vida, mundana o no, pues es ley que no deja títere con cabeza. No deja títere con cabeza.

El niño dentro de los-que-se-van empieza a salir a la superficie, a ganar protagonismo, desde el momento en que empiezan a deshacerse, a desgastarse, a empezar a irse. Y ante ese niño, los que habitamos entre generaciones no tenemos otra opción que crecernos, que poner en la portada a nuestro yo-adulto, y dejar al yo-niño para cuando te encierras a llorar en el cuarto de baño. 


(*) Los nombres de los amigos de este post son ficticios para preservar la intimidad de los amigos reales. Las historias son reales. Los nombres ficticios son los de los personajes de la serie Esther y su mundo de la ilustradora española Purita Campos, que acaba de fallecer a los 82 años y a quien rindo homenaje desde este post. 
En la versión inglesa original, esta serie se llamaba Patty’s World, como UNA. 
La primera historieta de la serie además se publicó en 1971, como UNA.

También rindo homenaje a los amigos que andan estos días cuidando a sus los-que-se-van.




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