martes, 28 de abril de 2020

Permiso para ser humana

Ya hace mucho que se pasó la novedad del confinamiento. La ansiedad y el miedo perdieron momento. La emoción del principio, cuando se nos humedecían los ojos aplaudiendo a las ocho en los balcones, ha ido cediendo también. Lamentablemente o no, nos fuimos acostumbrando a nuestro nuevo lo-normal
Ahora es quizás peor. Ahora es el tedio. El cansancio. La resistencia a todos esos propósitos que nos hicimos cuando empezó el-fin-del-mundo y aún no sospechábamos que tampoco en la-dimensión-confinada tendríamos tiempo.

En esta nueva fase, UNA se ha dado permiso para ser humana.

UNA se ha dado permiso para estar irritable, irritada e irritante.

UNA se ha dado permiso para no salir a la calle con sus hijos ahora que tiene permiso para hacerlo ¡nomedalagana! y que sea Peter el que salga, porque UNA lo que quiere no es salir: 
¡UNA lo que verdaderamente quiere es estar sola!

UNA se ha dado permiso para hacer como que la pregunta ¿qué vamos a hacer hoy? que flota en el aire del salón a modo de tortura china- esa gota en la frente- no va con ella. UNA les devuelve la pregunta con eco ¿qué vamos a hacer hoy? a ver si hubiera otro que conteste.

UNA se ha dado permiso para encerrarse en el baño lo suficiente como para sacudirse de encima la responsabilidad de ser el foco de energía del hogar. 
Por cierto, 
Hogar-Dulce-Hogar
El listo que inventó la frase seguro ¡SEGURO! que no pasó una pandemia. 

UNA se ha dado permiso para hacer manualidades sola, un puzzle sola, por el puro placer de disfrutarlo y no por tener el cargo de "entretenedora-oficial-de-tiempo-libre-en-la-dimensión-confinada".

UNA se ha vuelto sorda ante el ruido: Hace como que no oye. Permiso para usar tapones de los oídos.
UNA se ha dado permiso para estar ausente en las peleas entre hermanOS: UNA ya no siente. UNA se cansó de arbitrar. UNA recita automáticamente: 
¡Sssshhhh, los vecinos!
como si se tratase de la letanía que rezaba de memoria-papagayo en el colegio mientras pensaba en qué le habría puesto su mamá para merendar en el recreo. Por cierto, ya que hablamos de meriendas, cada uno que se prepare SU desayuno y SU merienda. Bastante suerte tienen a estas alturas de que UNA siga preparando la comida y la cena TODOS LOS DÍAS, no sólo los días bisiestos.

UNA se ha vuelto ciega ante el desorden. Hace como que no ve. Se ha dado permiso para saltar el peine y para saltar el folio. Lo llamo skipping: Es el deporte que UNA hace durante la cuarentena. Salto de obstáculos. Y para las abdominales, UNA se agacha a recoger las balas de la Nerf que tiene toda la intención de poner a la reventa en cuanto los tres monstruos se queden sin munición, al más puro estilo-chantaje que UNA se ha dado permiso para aplicar en las nuevas medidas de disciplina-confinamiento que vienen a sustituir a la disciplina-positiva.

UNA se ha dado permiso para leer sólo entre líneas sólo algunos mensajes de sólo algunos grupos de whatsapp y obviar los demás; para no abrir los memes; para no pesarse; para peinarse o no, eso depende; para recargar la batería con cervezas verdes y banderillas picantes.

UNA se ha dado permiso para encoger los hombros y no tomarse de forma personal las hirientes contestaciones de los hijos adolescentes y preadolescentes con cara-de-pantalla, permiso que viene simultaneado con el derecho a no empatizar en absoluto y con la medida urgente de conservar la dignidad e ignorarlos al más puro estilo-bledo.

UNA se da permiso estos días para no ponerse las noticias, porque UNA se cansa de estar preocupada, de tener miedo, de sentirse triste. UNA se da permiso para no creerse nada de lo que oye ni nada de lo que lee, pues la patética circulación de bulos y el cinismo que acompañan esta crisis me han vuelto escéptica. UNA se da permiso para no opinar porque lo único que UNA sabe es que no sabe nada y que desde luego no quisiera estar en el lugar de muchos a los que se les supone el saber.

UNA incluso se ha dado permiso para contradecir a UNA. Para contradecir la ética de entradas de blog como el mensaje en un virus que UNA escribió en #unavidamundana hace seis semanas y preguntarse ahora: 
¿Por qué tengo que agradecer? 
¿A quién tengo que agradecer si UNA nunca pidió nada? 
¿Por qué no puedo dar por sentado lo que se dio por sentado que UNA querría?
Nadie le preguntó a UNA. 
UNA, en esta fase del confinamiento, empieza a encontrar indignante que se nos desparramara por el mundo, sin que se nos pidiera permiso ni se nos dieran explicaciones; que nos dejaran caer en este puto escenario del misterio de la vida, que tan desgarrador es como bello, y ahora se nos exija que "estemos agradecidos". 
Perdona: ¿Gracias por qué? 
Gracias por nada. 
Que nos dieron la vida con una mano y la muerte con la otra. 
Que nos dieron la belleza por un lado y el dolor, ese dolor que ahora ahoga a tantos, por otro. 
Sin preguntarnos si queríamos aceptar esta realidad de doble filo. 
Sin pedirnos permiso. 
La existencia es una gran invasión.
¿Y tenemos que dar las gracias? 
¿Gracias a quién? 
Si encima viene sin firmar, ¡coño!

UNA obviamente se ha dado permiso para decir palabrotas y sumarse así a la tendencia más "IN" de la casa de UNA.

Ésta de la foto es UNA hace justo ahora un año. 
Sin saberlo, llevaba las zapatillas a juego con el cielo. 
Sin saberlo, llevaba la suerte en la mochila. 
Ni UNA lo sabía ni UNA tiene la más mínima intención de agradecerlo.¡nomedalagana!

¿Namasté? 
Como dice Peter, ¡namasté tú!

Cuéntale a UNA qué permisos te has otorgado tú en esta fase-puro-hartazgo del confinamiento.

lunes, 27 de abril de 2020

Antojos del fin del mundo


Cuando UNA era pequeña comprábamos las chuches en los quioscos. Mi abuelo nos llevaba los sábados y nos daba cinco pesetas a cada hermana para comprar una selección de entre un chicle cheiw de fresa, un palote, caramelos pez, un chupa chup de kojac o caramelos chimos.
UNA-niña se sentía rica en el día más feliz de la semana. 
UNA-adulta se siente vieja cuando se aferra a esta vena nostálgica que habla en pesetas pero el-fin-del-mundo-tal-como-lo-conocíamos favorece la nostalgia.

Hubo entonces un cambio radical en la infancia de UNA: Muchos siglos antes de que aparecieran las tiendas de los chinos, las ciudades comenzaron a decorarse con tiendas de caramelos. Tiendas preciosamente coloridas en las que, al más puro estilo americano, enfilaban medias lunas llenas de gominolas igualmente coloridas. Ahí nacieron los gatos de regaliz, las coca-colas, los plátanos amarillos, las manzanitas verdes y las fresitas. Me acuerdo perfectamente de la primera de estas tiendas en el paseo de Zorrilla de Valladolid. Mis padres nos llevaban los domingos después de misa y era una fiesta: Te habías pasado la misa cuchicheando con tus hermanas qué era lo que ibas a escoger.

Cuando nos mudamos a Córdoba, había en Ronda de los Tejares una tienda de éstas paradisiaca. Era toda rosa, por dentro y por fuera. Se llamaba Antojos. 
Mi hermanAura y yo decidimos ahorrar juntas durante algunas semanas la propina (que en Córdoba se llama "paga") para poder disfrutar un día de un banquete de chuches en toda regla. Cuando juntamos la honrosa cantidad de 500 pesetas, alguien nos cambió las monedillas de la hucha por una única moneda brillante de 500. Un sábado, UNA se metió la moneda en el bolsillo y con mi hermanAura se dispuso a ir a la compra para la fiesta anunciada. Tenías que habernos visto a ambas caminar hacia la-tienda-rosa orgullosas de haber acuñado tal fortuna. Pues bien: Justo antes de entrar en la tienda de chuches, UNA-niña se metió la mano en el bolsillo y la moneda, esa moneda que nos había costado semanas ahorrar, había desaparecido. No estaba. La había perdido. Volvimos a casa, comprobamos, recorrimos el camino de ida a la tienda una y otra vez, le dimos la vuelta a los bolsillos, y nada. La moneda brillaba ahora por su ausencia.

Hago aqui un inciso para:

Uno. Apelar al desconocido que se encontrara la moneda de 500 pesetas en la entonces Avenida del Generalísimo a principios de los ochenta: ¡Que la devuelva, por favor! Tiene valor sentimental.

Dos. Reflexionar sobre cuál hubiera sido mi actitud como madre si esto le pasara ahora a alguno de mis monstruos, porque en su día mis padres no trataron de protegernos de las emociones reponiéndonos las 500 pesetas. Probablemente de hecho nos echaran una regañina. O ni eso. Al fin y al cabo, era nuestro problema. Pero esto es carne de otro post.

Los recuerdos los deteriora el tiempo: Mi hermanAura probablemente cuente esta anécdota de forma completamente diferente a cómo la rememora UNA. 
Pero las emociones no las toca el tiempo. 
Las emociones son como los olores o las canciones, capaces de traerte de vuelta un amor de verano en cuestión de segundos y de erizarte la piel al hacerlo. 

La decepción de haber perdido aquella moneda tras semanas de esfuerzo, 
el drama que suponía para UNA-niña, 
la renuncia al sueño del festín de las chuches, 
la culpa también porque era UNA al fin y al cabo la que había perdido la moneda y privaba a mi hermanAura también de su sueño tornando igualmente vano su esfuerzo.
¡La pena! 
¡La rabia! 

[Esto es como la historia del peine: Me vais a perdonar que, tras seis semanas de confinamiento, cualquier memez adquiera tintes trágicos.]

Años después, en otra infancia, otra anécdota puso de nuevo sobre el escenario aquellas emociones. Era el cumpleaños de un Gusi hijo2 en versión chiquita y pedía que le regaláramos un balón de fútbol con la intensidad con la que las criaturas pueden llegar a pedir un capricho: Si eres madre, tú sabes. Osada UNA, decidí que ya había suficientes pelotas en casa (literal y metafóricamente) y, en vez de eso, le compré una portería infantil de esas plegables y unos guantes de fútbol, pensando que le harían muchísima ilusión a ese portero. No le hizo falta desenvolver el regalo. En cuanto lo vio, la versión chiquita de Gusi hijo2 supo con certeza que no era "el-balón". Y, con la ingratitud todavía no cincelada de la primera infancia, sintió la pena y la rabia, porque ¡eso no era lo que él quería! Ni lo que había puesto tanto empeño en dar la lata por conseguir. El sueño de su balón redondo se desvanecía ante aquel envoltorio aún sin abrir. La decepción: Su drama.
No te quedes ahora con el juicio que se fragua en tu mente: 
Quédate con la emoción del niño.

Porque es ésa precisamente la emoción que UNA ha sentido al salir hoy a la calle con mi hijo por primera vez después de mes y medio metidos en casa. 
He sentido que les hemos robado la moneda de 500 pesetas y el balón de fútbol. 
Que les hemos quitado los sueños.

Tras llevar seis semanas en la-dimensión-confinada, UNA pensaba que, cuando pusiera un pie en la calle, me iba a inundar la sensación de libertad. Sin embargo, lo que me ha embargado es la pena y la rabia.

Cuando UNA tuvo hijos, nunca imaginó que les dejaría en herencia una película de ciencia ficción; un mundo surrealista en el que no pueden jugar con otros niños a menos que sea a través de una pantalla; en el que necesiten mascarillas y guantes para poder llevar a cabo una tarea tan mundana como salir a dar un paseo.

¿Sabes cuál es la diferencia entre las emociones de la anécdota de las chuches y las de la anécdota del balón? UNA-madre te contesta a esta pregunta: 
Las batallas de nuestros hijos siempre duelen más, escuecen más, que las batallas propias.

La generación de UNA lo hemos tenido fácil. En muchos sentidos, hemos sido una generación afortunada:
El medio ambiente, por ejemplo, para nosotros era una lección del libro de texto de ciencias naturales. 
Ahora es una realidad disfrazada de amenaza. 
Una pandemia para nosotros era un estreno de cine. 
Ahora es una guillotina con visos de reincidencia.


UNA hoy ha sentido la tristeza profunda ante la desolación que trunca los sueños de mis reyes, desde la cancelación de un plan mundano-extraordinario como el viaje de la familia-de-5 este verano a Canarias, hasta la compleja incertidumbre de un futuro enmarañado, 
incertidumbre que les arrebata el derecho a el-largo-plazo
incertidumbre que les usurpa el gozo de el-modo-planes
algo que la generación de UNA sí pudimos disfrutar.

UNA ha sentido también la rabia, el no-hay-derecho a que las batallas que mis tres hijos vayan a tener que lidiar sean tan rudas. UNA no estaba creando hombres para esto. UNA no había planeado que el fin del mundo les pillara a los hijos de UNA.

UNA ha sentido también la culpa, la responsabilidad que con toda seguridad la generación de UNA ha tenido en la gestación de este panorama conflictivo.

Cuando la versión chiquita de Gusi hijo2 se soprepuso por fin a la rabieta y cedió a abrir su regalo, la portería y los guantes reemplazaron rápidamente al sueño del balón en su cara recién iluminada. Le hicieron rey. 
UNA espera, y sinceramente el único consuelo que queda a estas alturas es confiar, que la generación de mis tres reyes reúna capacidad de reacción y los-que-vienen sepan qué hacer con un mundo que agoniza. 
Que estén a la altura que demanda la injusticia de su herencia. 
Que tengan la capacidad de discernir en las eLECCIONES, capacidad que nos faltó a sus padres.
Porque UNA está segura de que no es lo mismo jugar al fútbol en un campo de césped que en el fifa de la play. Segura.



miércoles, 22 de abril de 2020

Levanta la mano: Reto superado

UNA duda mucho de que un señor en un despacho de Sevilla o de Madrid (virtual o no) tenga idea de qué estamos hablando aquí. UNA lo duda mucho.

UNA trabajaba en un aula. Con su pizarra verde, su tiza blanca, su borrador. También trabajaba con la otra, la pizarra blanca interactiva; la "pizarra mágica" la llaman en el cole de los niños, porque puedes levantarte y tocarla y las cosas se mueven cuando las tocas. 
UNA agrupaba a sus estudiantes en parejas, en tríos, en grupos. Los cambiaba de sitio. Los levantaba. UNA movía las mesas. Las sillas. El aula de idiomas es un aula dinámica.
UNA leía las caras de su alumnado y veía cuándo se aburrían: Es momento de cambiar de actividad. Cuándo no entendían: Hay que ir más despacio. Cuándo se agobiaban: Hora de parar, de recoger impresiones, de motivar. UNA notaba, sobre todo, la energía del aula- eso se lee también-; adaptaba sus estrategias docentes a lo que estaba pasando allí; y modificaba- cuando era necesario- la clase que llevaba preparada. El factor humano es potente retroalimentación.

De la noche a la mañana, a UNA la cambiaron de trabajo. ¿Te acuerdas el trabajo que hacías, para el que estudiaste durante tantos años, para el que te preparaste? Pues ya no. Ahora vas a hacer un trabajo nuevo, uno para el que no estabas preparada y para el que ciertamente no has estudiado. Apáñatelas como buenamente puedas.

UNA no protestó. El mundo tal como lo conocíamos hasta ahora se desmoronaba a nuestro alrededor. El caos lo inundaba todo en aquel fin de semana del 14 de marzo. No era momento de protestar. Era momento de ponerse las pilas, de remangarse, de buscar salidas. Eso fue lo que hizo UNA. Como muchos. Como casi todos.

¿Cómo se hace esto?, era la primera pregunta, la pregunta básica sobre la mesa. Esto que no hemos hecho nunca antes. Toca formarse. En casa. A través de internet. Busca cursos, busca videotutoriales, busca consejos para una cuarentena sobrevenida. Eso fue lo que hicimos. Mientras las ofertas de tiempo de ocio (series, películas, teatro, conciertos) inundaban nuestros grupos de whatsapp, nosotros los profesores andábamos como locos compartiendo recursos, medios, ideas, herramientas, cosas que encuentro para clase. En cuestión de horas, me invitaron a un grupo en redes sociales llamado SOS Digital Docente, un grupo de socorro, de docentes para docentes: "Es momento de ayudarnos unos a otros." En cuestión de un par de días, una compañera al otro lado del país me invitaba a un canal en YouTube de Charlas cooperativas para Escuelas Amigas: Te estoy hablando de profesores ayudando a otros profesores. Altruismo-del-no-contaminado. Te estoy hablando de 
yo sé esto que puedes hacer en tu nuevo trabajo y te lo cuento, 
y escucho eso que tú sabes que yo puedo hacer en mi nuevo trabajo y me lo cuentas
Te estoy hablando de compartir buenas prácticas a la velocidad de la luz. Te estoy hablando de formación transversal: no de arriba-abajo, sino de tú-a-tú. Te estoy hablando de profesores sacando la mejor versión de nosotros mismos en medio del fin del mundo. 

En medio de un remolino de emociones.
Porque no se nos olvide que, mientras hacíamos todo esto, estábamos lidiando simultáneamente con el torrente de emociones, dentro y fuera. Las nuestras propias y las de los-que-de-verdad-importan: Mientras UNA pegaba la cara a una pantalla de ordenador buscando respuesta para la pregunta ¿cómo-se hace-esto?, les sujetaba la mano a sus hijos como único recurso ante la incapacidad de explicarles lo que UNA misma no alcanzaba a entender. Les acompañaba en unas emociones que UNA misma no llegaba a procesar: Miedo ante la incertidumbre. Tristeza ante la desolación de un espectáculo de tintes dantescos. 
No sólo las emociones de los hijos propios. 
También las de los hijos ajenos. 
Me refiero al alumnado que al otro lado de la pantalla expresaba su ansiedad, contaba su nuevo lo-normal, planteaba preguntas para las que UNA no tenía respuesta. En el caso de UNA, el alumnado es adulto, pero aquí somos todos infancia en pañales. 
En la primera videoconferencia con mi clase al comenzar el confinamiento, UNA no pudo evitar emocionarse.

UNA duda mucho de que un señor en un despacho tenga idea de qué estamos hablando aquí. Permíteme que lo dude. 
Pasarte horas preparando una clase que ha de durar una sola hora. Sentir el vértigo antes de empezarla. Estar lidiando con algo que no sólo no dominas tú sino que tampoco dominan ellos: El alumnado se ha matriculado de una cosa y está recibiendo otra, que no se nos olvide. Una clase online tiene además un factor-imprevisto importante: Depender de la conexión a un internet ya de por sí sobrecargado por las circunstancias. Sentir el vértigo, digo, y hacerlo de todos modos. Entrar en la clase y pasarte la mitad del tiempo comprobando que te oyen, que tú les oyes, que saben cómo levantar la mano virtual, que han hecho lo que tenían que hacer antes de la clase, que entienden lo que tienen que hacer después de la clase. Te cuentan las dificultades que están encontrando. Pilar levanta la mano: Tiene que irse ya porque su hija necesita el ordenador. Amelia levanta la mano: No localiza en la plataforma el feedback de la tarea que corregiste. Me interrumpe Gusi hijo2 porque no encuentra su tablet y tiene clase a las 10: Es su emergencia. Paco levanta la mano para leer un mensaje de whatsapp de Manuela que no quiere usar Zoom porque no se fía. Sentir el miedo. Tus conocimientos de las nuevas tecnologías no te habilitan para garantizar que la herramienta que utilizas sea segura. ¿Tú qué sabes? Sabes que no sabes nada, porque este trabajo es nuevo, ¿recuerdas? Te lo acaban de asignar. Dolfete hijo3 necesita el ordenador para sus tareas: Tendrás que esperar, Dolfete. Peter ha instalado su despacho en la cocina mientras UNA hace su videoconferencia en el salón, con la pared menos íntima de telón de fondo. Has dado al alumnado permiso para penetrar en tu casa, a través de la cámara de tu portátil o tu tablet o tu móvil, y de tu conexión a internet. Has prestado todos tus recursos al proceso de enseñanza y aprendizaje. Has regalado tu tiempo. La clase que iba a ser de una hora ha durado dos y no has hecho ni la mitad de la mitad de lo que pretendías hacer, porque el tiempo se te ha ido en los-cómos pero no en los-qué. La clase se ha acabado pero tú no has acabado. 
La marcha empieza ahora. Contesta sus correos, sus mensajes, los foros. Graba un videotutorial con el contenido que pretendías haber vertido en aquella clase que se te fue solucionando problemas técnicos y emocionales. Prepara un dossier con lo que tienen que hacer antes de la siguiente clase. Diseña un test online. Corrige los vídeos que te enviaron. Corrige las redacciones que te escribieron. Corrige, corrige, corrige. La plataforma no funciona correctamente así que lo tendrás que hacer offline y esta noche muy tarde o mañana muy temprano les subes las correcciones que a esa hora parece que va mejor. 

Y cuando te levantes de tu asiento a estirarte, porque tienes los hombros y el cuello anquilosados de tanto tiempo de pantalla, y el culo entumecido de tanto estar sentada, entonces aprovechas y haces la comida, que tus hijos parece que no perdonan y comen y cenan todos y cada uno de los días, y ayudas a Dolfete hijo3 con el mapa-puzzle en A3 de las comunidades autónomas y a Gusi hijo2 con el proyecto en 3D de plástica. ¿Y sabes qué? Que lo haces con respeto porque eres consciente de que al otro lado de ese mapa-puzzle y de ese proyecto-3D hay una maestra y una profesora que tuvieron que ponerse la pilas en 48 horas para poder seguir enseñando a tus hijos en medio del fin del mundo.

Desde aquí UNA se quita el sombrero. Desde aquí UNA rinde homenaje a la comunidad educativa. Con "comunidad educativa" no me refiero al señor del despacho, me refiero a todos esos maestros, profesores, alumnos, que hemos habilitado aulas en nuestras casas, con nuestros hijos, con nuestros perros, con nuestras cosas y los jirones de nuestra intimidad como decoración de clase. 
He visto estos días profesores a un par de años de la jubilación dando clases por Instagram. He visto seños aprendiendo a leer en pantalla la energía de su alumnado. He visto profes comprándose apresuradamente una pizarra por internet y lucirla como nueva adquisición de su salón. He visto al factor humano de esta comunidad educativa 
adaptándose sin directrices, 
exprimiendo sus capacidades al máximo sin instrucciones, 
tragando saliva antes de enfrentarse a un reto sin liderazgo. 
He visto gente tecnológicamente torpe haciendo birguerías digitales. He visto profes trabajar el triple de lo que trabajábamos en nuestro antiguo puesto. No queda tiempo para el ocio: Las propuestas que llegan por whatsapp nos pasan de refilón a no ser que nuestra creatividad en estado álgido diseñe cómo usarlas para clase.


¿Y sabes qué? 

RETO SUPERADO

La escuela, la que enseña, la que aprende, esa escuela no se ha confinado. 
Desde aquí UNA levanta una mano virtual para que conste en el acta de ese despacho.

viernes, 17 de abril de 2020

No soplaré velas por ti

Los ritos son importantes. Los ritos son ceremonias que nos ayudan a lidiar con las emociones en las transiciones de la vida: Pueden ser pequeños, como soplar las velas en un cumpleaños, o grandes y pomposos, como una boda.
¿Sabes por qué el día de mi boda fue uno de los más felices de la vida de UNA? 
No fue por el cuento de hadas.
Ni por el príncipe azul.
No.
Fue porque todo-lo-que-me-importaba en el mundo cabía junto en una sola sala: 
Toda mi familia.
Todos mis amigos de cada una de las estaciones de la vida de UNA.
Estaban. Juntos. Allí. Conmigo. Acompañándome en esa transición.

Hoy UNA cumple 49 años y le gustaría poder celebrarlo con la gente de esa sala. 
Me gustaría que mi madre -adusta, seca, cántabra- que sólo me achucha dos veces al año, fin de año y cumpleaños, estuviera aquí con UNA: Que me he quedado sin la mitad de los achuchones de este año.
Me gustaría poder celebrarlo con muchos de los que fueron testigos de aquella transición y con algunos que se han incorporado a mi vida después, y que lo han hecho para quedarse.
Me gustaría que Paul hijo1 estuviera aquí con UNA.

Ha sido en el momento preciso en el que UNA estaba a punto de detenerse a autocompadecerse por pasar el cumpleaños en el aislamiento de la-dimensión-confinada cuando, a modo de bofetada, me ha venido el recordatorio de los 19.478 que han atravesado su última transición en la más devastadora de las soledades, su último suspiro en la angustia de un hospital o una residencia, sin que los-que-de-verdad-importan pudieran estar allí sujetándoles la mano. Las cifras son tan absurdamente grandes que han convertido la muerte, la última transición, en una-muerte-mundana.
Y, sin embargo, no volverás a casa. No volverás a tus cosas, a tus cuadros, a tus notas. Todo lo que dejaste sin hacer se quedará sin hacer. Los libros que no leíste nunca los leerás. La última vez que hiciste el amor fue la última. Tus listas de cosas por hacer se quedarán sin tachar. No te despedirás de Nueva York ni volverás a París. Nada. Esa habitación triste de hospital que veías cuando lograbas abrir los ojos fue lo último que viste. Y luego, nada. Luego ya está, ya pasó. Se te acabó la vida.
Hoy he encendido 49 velas en casa y no las he soplado... Las he dejado encendidas por los que os habéis ido sin tener la oportunidad del gesto más básico, el del adiós, en esa transición que cierra. Las he dejado encendidas también por los que desde la-dimensión-confinada os echan de menos, desgarrados en la herida ya para siempre abierta. 
Harán falta muchos ritos para lidiar con una tristeza que nos supera y para la que no estábamos preparados. Éste, desde la humildad de mi vida mundana, es el de UNA hoy: No soplaré las velas en homenaje a ti que te marchaste solo y a ti que te quedaste roto.



lunes, 13 de abril de 2020

La vida social en la-dimensión-confinada

- ¡HOLA!
- ¿Se me escucha?
- Sí. ¿Tú me oyes a mí?
- ¿Se me escucha? ¿Me oyes?
- Sí sí... ¿Tú no me oyes?
- No te oigo. ¿Tú me oyes? [No me oye.] No te escucho.
- Prueba con auriculares.
- QUE NO TE OIGO. ¿TÚ M'ESCUCHAS?
- Mira a ver con A-U-R-I-C-U-L-A-R-E-S
- Ah, espera, espera... ✋✋✋✋✋

- ¿Se me escucha?
- Sí. ¿Tú me oyes a mí?
- Te oigo, te oigo, te oigo... pero no te veo. ¿Tú me ves?
- Yo te veo perfectamente. ¿Tú no me ves?
- Yo no te veo. 
- Dale a la cámara.
- ¿Qué cámara?
- Abajo, a la izquierda, dale al simbolito de la cámara.
- Ah, espera... ✋
- Ahora. ¡¡¡¡¡TE VEO!!!! ¡¡¡¡TE VEO!!! ¿Tú me ves?
- Perfectamente
- Uf, por fin... Oye, pues a ti se te queda un poco colgada la imagen, ¿eh? Eso es tu conexión a internet...
- Pues seguro...
- ¿Ves? Ahora, te has quedado parada... ¿Dónde estás? 
- En casa. ¡Dónde voy a estar con la que está cayendo!
- ¿Pero en el móvil o en el ordenador?
- En el móvil.
- Ah, pues antesdeayer se te veía mejor cuando estabas en el ordenador. Pero mucho mejor...
- Ah, pues espera que me cambio, espera ✋✋✋ un segundo...!

- ¡Ahora te veo doble! ¡H**tia, qué raro! Y te oigo con eco...
- Espera que apago el móvil... espera, espera, espera... un segundo ✋ Ya está, ¿mejor?
- Uf, pues va a ser que no era el móvil, ¿eh? Porque te sigues quedando colgada. ¿Pero dónde estás?
- En el patio
- Ah, pues eso va a ser, ¿eh? Que no llega la red.
- Espera que me muevo. Espera. Espera ✋✋✋ Me voy al salón.
- ¿Ya?
- Espera ✋
- Bueno, pues voy mientras a por una cerveza...
- Ya...¡Ya!... ¿Oye? ¿Hoooalaaa?
- ¡Hola! Es que había ido a por una cerveza... ¿ME OYES?
- Sí, sí... ¡Qué pinta! Espera, espera que voy a traerme una... Espera... ✋✋✋... Aquí estoy...
- ¿Brindamos?
- ¿Venga? ¡Por cuando nos veamos que te voy a dar un abrazo por todos los que no te he dado nunca!
- Es verdad, si tú nunca me has dado un abrazo, siesa...
- ¡Venga! ¡Salud!
- ¡Salud! ¡H***TIA! Que se me ha caído cerveza en el teclado... Espera, ¿eh? Espera... ✋✋✋
- ¡Corre que a mí me pasó una vez y tuve que cambiar el teclado! ¡Corre, corre! ¡Sécalo, corre! Con el secador no, ¿eh? Que se quema.
- ¡Uf, ya está!
- ¿Ya? Tú metelo en arroz toda la noche que dicen que eso lo seca por dentro y todo.
- ¿En arroz? ¿Sí? Bueno, ¿qué tal? ¿Cómo estás? Oye, ¿has cambiado el papel de la pared, eh?
- Que no que no, que ése es el que estaba...
- Y tu salón parece mucho más grande desde aquí...
-¿Sí? Pues qué bien, porque desde aquí parece mucho pero que mucho más pequeño...
- Oye, qué bien, ¿eh? Ahora nos vemos mucho más que antes, ¿eh? Que antes pasaban hasta seis semanas sin verte el pelo ni hablar ni ná, y ahora ahí cada dos o tres días, fijo, ¿eh? Está genial esto del zoom.
- Pues a no sé quién le han robado toda la cuenta por usar el zoom, ¿lo has visto?
- Yo como no tengo un duro.
- ¿Te has teñido?
- Sí, ¿se nota?
- Mujer, claro que se nota, estás monísima, que antesdeayer se te veía ya una diadema blanca...
- Nena, que creo que están aplaudiendo ya... Espera ✋✋✋
- Sí, sí, aquí están aplaudiendo. Te dejo, ¿eh? ¿Nos conectamos después de los aplausos otra vez?
- Vale, vale. Hasta luego. Te dejo, ¿eh? Que están aplaudiendo... --...tia, que mi vecino ha sacado el violón... Te dejo...

👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏

- ¿Se me escucha?
- Sí. ¿Tú me oyes a mí?
- QUE NO TE OIGO. ¿TÚ M'ESCUCHAS?





miércoles, 8 de abril de 2020

No es lo mismo




Homenaje a las madres de niños chicos


No es lo mismo estar confinados cinco que cuatro, con dos niños que con tres. En la entrada De hermanOs y bombas, ya conté mi teoría prestada de los pares y los impares, según la cual cuando el número de hijos es par se pelean menos que cuando es impar. Ahora que Paul hijo1 no está, y en vez del impar-3 son el par-2, el número de conflictos en casa se ha reducido significativamente. Me da hasta pena reconocerlo pero es así, y siempre tendré que agradecerle a mi hermana y a mi cuñado que lo invitaran a pasar el confinamiento con ellos en el campo porque aquí en el piso un adolescente de 14 años acostumbrado a salir de 2 a 3 horas con la bici a diario, se hubiera subido por las paredes volviéndonos locos a todos.

No es lo mismo estar en el campo testigo de la primavera, de las amapolas rojas que aparecen a brochazos entre verdes, rodeado de animales que no se han enterado de qué va la-dimensión-confinada, que estar encerrados en un piso de ciudad sin balcones, sin terraza, sin azotea, sin patio y sin jardín. UNA ya se ha hecho su lista de básicos imprescindibles para la próxima pandemia.

Foto de Antonio Rivas Rengel



Pero UNA no se queja. Porque UNA lo está teniendo fácil: Con un marido más (Peter en casa) y un hijo menos, la cosa se descomplica. Además, UNA es consciente y agradece que este encierro la ha pillado a UNA en las edades ideales de los niños. Ya no son tan pequeños: 
Ya no demandan la atención de UNA 24 horas al día, 7 días a la semana. Tienen sus horas de entretenimiento a solas. Afortunadamente para UNA, les gusta leer. Y, llegada la ocasión, si UNA inventa un plan, todavía no están en el momento-adolescencia en el que los planes de UNA les parecerán un rollo-power-flower-piñazo-coñazo-supino. Todavía los engancho en proyectos creativos con moderado entusiasmo.
UNA, desde aquí, quiere mandar un mensaje de CORAJE para las madres de niños más pequeños. En Hace septiembre, UNA ya os contó la anécdota de aquel verano hace mucho tiempo en que UNA se ofreció voluntaria para catalogar la biblioteca del departamento de inglés en el que trabajaba. ¡Voluntaria en período de vacaciones! Ahora UNA mira atrás y ve una madre agobiada de verse confinada en casa con 3 monstruos pequeños reclamándola 24/7 sin tregua. Ir a trabajar era la tregua de UNA (a veces aún lo sigue siendo). Miro a esa madre con compasión. Con la misma compasión que te miro hoy a ti con tus hijos pequeños en la-dimensión-confinada:

Que llevas sin entrar sola al baño tres semanas.
Que cada vez que oyes la palabra mami te entran ganas de vociferar.
Que es sólo cuando se duermen que empiezas a disfrutar del gusto de tenerlos pero para entonces empieza a invadirte la culpa que viene con el pensamiento negativo (y la creencia limitante) de no haber estado a-la-altura.
Que miras las fotos que te entran por el grupo de whatsapp del cole con manualidades y reposterías y retos y demás lindezas que las-madres-normales hacen con sus reyes y las usas de listón para medir el volumen de tu-día-a-grito-pelado...

A ti, te voy a decir algo:
Salte del puto grupo de whatsapp. Ya estás tardando.
Aumenta considerablemente y SIN CULPA el tiempo de pantalla. ¡Escucha! Éste no es el momento de educar. Éste no es el momento de establecer límites saludables. Éste es el momento de sobrevivir. Tus hijos en este momento lo que necesitan es una mamá lo más feliz y serena posible, y eso pasa necesariamente, indispensablemente, por tiempo-a-solas. Si para tener ese tiempo-a-solas es necesario enchufarles la tele o la tablet, pues se la enchufas: 
n o-p a s a-n a d a

Plantéatelo como requisito sine qua non para la salud mental del hogar porque la salud mental del hogar es la salud mental tuya. Es tu reflejo: Tú eres el foco de energía de ese hogar, de eso no me cabe duda.
Así que, ¡coraje! ¡Mucho coraje! El corazón de UNA está contigo. Deja de leer, de mirar, de escuchar cualquier cosa que te haga sentir inadecuada, incluido este precioso blog. No es lo mismo tener niños de 4, 3 y 1 que de 12 y 9. No es lo mismo.

Éste no es el momento de ganar Masterchef ni de quedar finalista en Got Talent. Éste no es el momento de presumir ni de comparar. No es el momento de la culpa. No es el momento de las normas. Tienes toda la vida para ello. Ahora es el momento de la más pura y dura supervivencia. A ellos, a tus niños, les quedará, si les queda algo, no tanto lo que hayan hecho contigo estos días sino cómo se hayan sentido contigo estos días. Los niños son capaces de construir historias con mucha facilidad. Si les plantas la tele 5 horas (n o-p a s a-n a d a) y juegas con ellos 5 minutos, recordarán la energía de esos 5 minutos. Más valen 5 minutos de risas relajadas que el que pases el día entero con ellos inventando pero irritable y cansada. Limita el tiempo de la creatividad drenante. Déjales espacio también para que se aburran. Su aburrimiento será cuna de muchas ideas. Pide al otro adulto en casa, si lo hay, que vigile por si algunas de esas ideas resultan ser peligrosas. Y busca la manera de confinarte en la-dimensión-confinada.



El último consejo que te doy (y si has conseguido leer hasta este párrafo, ¡mi más sincera enhorabuena!) es que les leas. Mucho. Todo lo que puedas. Era mi vía de escape favorita cuando los niños eran pequeños. Es una manera de estar presente que no requiere realmente estar presente. Se puede leer en voz alta de forma automática, sin pensar en lo que estás diciendo, y eso te permite descansar porque no requiere la cantidad de energía que requiere, por ejemplo, un juego de mesa. UNA temía los juegos-de-mesa cuando éstos eran pequeños. Los juegos de mesa acababan siendo los juegos-de-suelo porque ahí es donde aterrizaban todas las piezas. Así que en cuanto podía les plantaba un cuento. UNA llegó a ser experta en modular la voz para aplacar a las fieras que, con suerte, se dormían. Siempre pienso que, en parte, ahora que son más mayores, mis hijos son grandes lectores porque su madre abusó de la única forma de entretenimiento que no requería el 100% de la atención de UNA (esto puede resultar útil, pues, para una futura pandemia; considéralo antes de descartarlo). Los expertos dicen que les leas porque... bueno, no recuerdo por qué... Pero UNA confiesa que les leía porque me daban el guión hecho: UNA no tenía que inventar nada. Peter sí se inventaba las historias y ¡claro! ellos siempre preferían los cuentos de Peter a los míos. ¡Genial! Otra vía de escape.

No es el momento de ser la-madre-perfecta. Es el momento de la autocompasión. Esto no es fácil. Esto requiere coraje. Para ellos sí es fácil, estáte tranquila. No es fácil para ti. De lo que se trata es de alcanzar el final del día con los depósitos de culpa al mínimo. Ya está. ¿Sabes? Para UNA eres heroica: Cuando UNA salga hoy a las 20:00 a aplaudir, el homenaje va por ti. 

¿Conoces la canción esa de Resistiré con la que nos martillean estos días? No sé para qué pregunto, por supuesto la conoces. Pues eso: Éste es el momento de resistir. No es el momento de brillar.

sábado, 4 de abril de 2020

El amor aquí y ahora


Tengo un recuerdo de mi infancia que permanece fresco en la distancia del tiempo. Vivíamos aún en Valladolid, en una casa en el campo. Hacía viento, mucho viento. Un viento huracanado, inusual para esos lares. Las tejas de la casa comenzaron a desprenderse y a caerse por la fuerza del viento. Mis hermanas y yo mirábamos por la ventana asustadas y entonces mi padre dijo solemne: 


A lo mejor esto es el fin del mundo

Desde luego, no es la frase más afortunada para tranquilizar a un puñado de chiquillas atemorizadas, pero la sentencia me vuelve estos días a la memoria como si de una letanía se tratara. No es que UNA piense que esto es el fin del mundo, pero UNA cree que esto es el fin del mundo tal-y-como-lo-conocemos


La canción de REM: 
It's the end of the world as we know it

Necesariamente hay cosas que van a cambiar, para bien o para mal (eso ya se verá), pero nada nunca podrá volver a ser igual. 
Ésa es parte de la tristeza que nos inunda: Nos estamos despidiendo de un mundo que está agonizando. Ésa es también parte de la ansiedad que nos azuza: No sabemos cómo será nuestro nuevo lo-normal, no tenemos ni idea hacia dónde vamosEs la  incertidumbre de la que hablaba en la entrada sobre la ansiedad en los tiempos del Corona.

Pero, como todo en esta vida, absolutamente todo en esta vida, hay un silver lining: El lado bueno de las cosas del que hablaba la película. El lado bueno de este fin del mundo tal-y-como-lo-conocemos es que no nos queda otro remedio que vivir en el presente. El lado bueno de la incertidumbre es que te trae de vuelta al aquí y al ahora. Cada vez que haces un plan o un proyecto, formulas una intención o un deseo, con la mente puesta en el futuro, éste te responde como un padre cansado:

Bueno, ya veremos...

Y tu plan rebota de bruces contra ese futuro incierto e inexistente para volver de nuevo a casa, al presente, a la-dimensión-confinada. No hay nada más allá que el momento que estamos viviendo aquí y ahora. Se acabó el-largo-plazo. Lo único que puedes realmente controlar es este aquí, este ahora. El-corto-plazo. 
Esto, amigos, que pudiera parecer una jugarreta universal, es en realidad un regalo. Lo contrario es precisamente lo que veníamos haciendo toda la vida. Contados con los dedos de la mano son los momentos en los que hemos estado, de verdad, presentes. 
Los lunes ya estábamos pensando en el fin de semana. En enero ya andábamos planeando las vacaciones de semana santa. En octubre ya estábamos con los adornos de navidadUNA estaba preocupada por si este verano le tocaría estar en un tribunal de oposiciones. Los domingos por la tarde ya andábamos cabizbajos porque teníamos la cabeza puesta en el trabajo del lunes. En el trabajo del lunes ya estábamos pensando en el fin de semana...

No sé si nos damos realmente cuenta o no pero con el cuerpo aquí y la mente mucho más adelante lo que hacemos es perdernos nuestra propia vida. Esto es precisamente lo que pretendemos los que tratamos de meditar: Traer la mente al mismo sitio en el que está el cuerpo.
Como madre, hace ya mucho tiempo que me di cuenta de que, cuando UNA se pone irritable con los niños, casi con certeza te puedo asegurar que es porque el cuerpo de UNA está en el mismo salón que los niños pero la mente de UNA está ya en otro tiempo o en otro lugar, mucho más adelante, en el futuro: 
Gusi hijo2 necesita contarme la historia interminable y la mente de UNA está en que se ha comprometido a devolverles a sus alumnos las redacciones corregidas mañana a primera hora, así que el cuerpo se impacienta y no escucha, no puede escuchar.
Dolfete hijo3 (9 años) se frustra con las tareas y tiene una rabieta descomunal, y la mente de UNA está ya en la adolescencia de Dolfete (16 años), imaginando todo tipo de escenarios de desafíos agresivos y dramas de toda índole.
El momento de la historia interminable de Gusi es un momento de la vida de UNA que UNA se perdió. Como tantos. 
La rabieta de Dolfete es un momento de la vida de UNA que se convirtió en mucho más dramático porque, en vez de estar ahí narrándomelo, me narraba un futuro sobrecogedor.
Esto, básicamente, cada uno a su estilo, es lo que hacemos la mayor parte de nuestra vida. No estamos donde estamos. Estamos en mañana. Luego llega mañana y no estamos en mañana, estamos en pasado mañana. Es una mierda [le he dado permiso a UNA para usar palabros mientras dure el confinamiento] porque para poder disfrutar a tope de un momento, tienes que estar entera, cuerpo y mente. Es sólo cuando estás entera, cuerpo y mente, que la vida fluye y desaparece el tiempo.

Pues bien, un poco a la fuerza, este virus nos ha obligado a adquirir el hábito mental de no planear. Cada vez que te pillas haciendo un plan, te acuerdas de cómo está el mundo, y te dices:

Bueno, ya veremos...

Vuelves irremediablemente a la realidad de tu confinamiento que, al fin y al cabo es la única realidad que existe. Siempre, el presente, es la única realidad que existe.
Estás en una conversación con tus amigas, alguien planea una casa rural para junio:

Bueno, ya veremos...

Bueno, ya veremos dónde estamos en junio. A lo mejor seguimos confinados. A lo mejor no. A lo mejor ya no estamos confinados pero no podemos viajar todavía. ¡NO LO SABEMOS! Así que de vuelta al aquí y al ahora. Nuestro nuevo lo-normal es aquí-ahora.

¿Y aquí y ahora qué hay? Tu casa. Los tuyos. Y el amor. 
El amor aquí y ahora no es otra cosa que restarle vértigo al aquí y al ahora de los que están contigo. No son grandes hazañas. Son pequeños gestos. Armarse de paciencia. Respirar antes de contestar. Modular la voz. Disimular la irritabilidad y el desánimo.  Flexibilizar las reglas. Inventar. Inventar. Inventar. Sobre todo: Estar presente.

Los niños están felices estos días de confinamiento. Esto que está pasando no es ni mucho menos traumático para ellos. Al contrario, es un regalo. 
Nunca habíamos pasado tanto tiempo juntos. 
Nunca habíamos hecho tantas cosas juntos. 
Nunca habíamos jugado tanto juntos. 
Pero el verdadero regalo no es sólo tener los cuerpos de sus padres presentes sino que las mentes de sus padres están donde sus cuerpos están, porque no hay futuro. El futuro es incierto y la mente ya no puede viajar al futuro sin rebotar.



Éste es el lado bueno del virus. Hay mucho más pero es carne de otro post. Por supuesto, no todo es positivo (¡no puede serlo en una tragedia de semejante magnitud!), pero tú eliges dónde pones la atención: Donde pongas la atención es donde sucede tu vida.


Y poco más
Porque al final ESO es la vida: 
Poco más
UNA VIDA MUNDANA



Una palabra aquí para aquellos que están pasando esta cuarentena solos. Entiendo que el amor aquí y ahora pierde momento cuando uno está confinado consigo mismo. Trataos bien, mimaos, practicad más que nunca la autocompasión, y echad mano de recuerdos y de tecnologías para mantener el contacto. 
Que no se rompe el amor con la distancia social. 
Que no se rompe.