domingo, 23 de junio de 2019

Depende. ¿De qué depende? Del valor con que se mire, todo depende...


Yo siempre he definido la felicidad como serenidad. La serenidad, a UNA, por la forma de ser y de estar en el mundo de UNA, es algo que se le escapa con facilidad. Por eso, cuando alcanzo a sospecharla, cuando la acaricio, cuando ocasionalmente logro sosegarme, me digo:
 Esto: ESTO es la felicidad. 
En breve me inunda el miedo de que no dure o, más que el miedo, la certeza de que no va a durar: Y ¡puf! esa certeza desvanece la serenidad. Fue bello mientras duró... 

El caso es que hace poco alguien de mi entorno ofreció una definición de la felicidad que alguien de su entorno le había ofrecido a ella: 
La felicidad es coherencia

Y esta cita me ha perseguido desde que la leí porque realmente ha dado en la diana. Esta definición no está reñida con la mía pues creo firmemente que la felicidad es serenidad pero la serenidad, en realidad, es coherencia. La falta de serenidad suele venir provocada por la falta de coherencia.

Pasa que no es tan fácil ser coherente porque, para ser coherente, es indispensable preguntarse:
¿Coherente con qué? 
¿Con qué valores he de ser coherente? 
Y los valores son palabras abstractas. 
Y las palabras abstractas a veces son complicadas de llevar al terreno de lo real.



Cuando profesas una religión, los valores te vienen dados por el catecismo al que te adhieres. Tienes un set de mandamientos en los que has decidido creer y haces de ellos tus valores. 
Pero cuando no eres religioso, cuando has decidido conscientemente desvincularte de la religión en la que te educaron, tienes que crearte tus propios mandamientos. Tienes que evaluar los valores que heredaste y decidir con los que te quedas y los que dejas marchar porque ya no te valen. Eso es la madurez.

Esto no es fácil. Ni siquiera es perenne. Es decir, no es algo que hagas una vez y ya te sirva de por vida. Es algo que requiere constante re-evaluación: cada vez que hay elecciones, cada vez que hay decisiones, cada vez que doblan las campanas y, sobre todo, de manera constante cuando estás educando. 
Requiere incluso volver a la primera vez, la primera vez que de niña oíste algo, y recordar lo que te gritó el instinto en ese momento. UNA recuerda perfectamente la primera vez que oyó decir que alguna gente considera a los negros inferiores a los blancos. Recuerda el ¡¿pero por qué?! indignado que se formó instintivamente en su cabeza. UNA recuerda la incredulidad desconcertante cuando oyó decir que alguna gente considera a las mujeres inferiores a los hombres.
 ¡¿PERO POR QUÉ?!  
😳 
AHÍ: En los primeros pero-por-qués reconocerás tus valores. 
Párate  a escuchar los primeros pero-por-qués de tus hijos. Te servirán de recordatorio porque en la inocencia está el valor que luego la educación pervierte.


Dos de los valores más lindos que quise hacer míos y desearía que heredaran mis hijos me los encontré en un libro(¡ay, los libros!):
Haz lo que debas lo mejor que puedas 
y 
sé amable.
Se los he recitado desde chicos.


Sé amable. Pero UNA  no es siempre amable. Peter lo sabe mejor que nadie. Mis hijos también lo saben (Paul hijo1 me lo devuelve con tonillo : "mamá, los valores: sé amable"). Lo sabe UNA porque UNA a veces no es amable con UNA misma. 
Y he ahí la infelicidad.
La serenidad alcantarilla abajo. Cuando UNA no es coherente con la amabilidad que adoptó como valor.

Haz lo que debas lo mejor que puedas. Yo le añadí una coletilla: Haz lo que debas lo mejor que puedas... y desvincúlate de los resultados. Y cuando no logro desvincularme de los resultados, cuando aparece la duda, la culpa, el control, cuando me autocuestiono, entonces también pierdo la serenidad. 

La coherencia en realidad lo es casi todo porque te dicta cómo has de sentirte sobre tus acciones. Este ejemplo ya lo hemos contado: Si tú no crees en gritar como herramienta educacional y gritas, te sientes mal. Si en cambio consideras gritar como un recurso válido en tu repertorio de estrategias educativas, no te sentirás mal. Quizás ni te plantees cómo te sientes. El caso es que el grito es el mismo. Lo que cambia es el valor. Depende. ¿De qué depende? del valor con que se mire, todo depende...

Y así con todo. Si la generosidad es tu valor, pero te cuesta la misma vida abrir la mano, andarás contraída. Las personas contraídas son fácilmente reconocibles.
Si el cariño está entre tus valores y hace mucho que no sientes la piel de nadie, estarás encogida hasta que des ese abrazo.
Si la igualdad es tu bandera y cometes una injusticia, un no-hay-derecho, te sentirás rabiosa contigo misma.
Si defiendes la creatividad pero le echas la bronca a tu hijo cada vez que se sale de los renglones de la escuela, sabrás que la incoherencia apesta.

De hecho, una de las armas arrojadizas más hirientes en una discusión es cuando alguien te echa en cara tus propias incoherencias. 
En yoga, para cada postura hay una contrapostura.
En religión, para cada pecado, hay una virtud. 
Pues en esto de los valores, contra la incoherencia, sólo resta la vulnerabilidad de la confesión: UNA confiesa que estos días anda un poco incoherente. Es fin de curso. UNA anda estresada. UNA anda cansada. Ser coherente requiere hacer el esfuerzo de tener presentes tus valores. Sinceramente UNA no siempre tiene ganas de hacer el esfuerzo: Hay días y días. UNA ve estos días su serenidad diluirse en el caos de los últimos coletazos del curso. 

Esto es todo lo que tengo que decir hoy. No es cualquier cosa:
¿Quieres ser feliz? Sé coherente. 

A modo de postdata añadiré que el problema aparece cuando nos pilla de sorpresa que los valores de los demás no coincidan con los nuestros. Y si el respeto no figura entre nuestros valores preferentes, entonces aparecen el sectarismo, la intolerancia, la discriminación y el odio. Pero eso da para otro post. Uno muy largo.

jueves, 13 de junio de 2019

Soltar, soltar, soltar... y minding the gap


En lo que llevamos de blog, creo haber compartido ya algunas de las lecciones aprendidas en Mi Vida Mundana, como la urgencia del autocuidado para la evitación de malos momentos-madre, la prioridad de la lista de cosas por ser sobre la lista de cosas por hacer, que TODO pasa, que los sábados no se trabaja, que cuando mi mente crítica enjuicia es momento de pararse y prestar atención, que viajar abre la mente y estira el tiempo, que el espacio dentro de la piel ha de ser siempre amigo... 


Una vida mundana enseña lecciones grandiosas

En este post quiero compartir otra de estas lecciones aprendidas a base de mucha conciencia sobre la reactividad de UNA: 


La urgencia de SOLTAR

Soltar responsabilidades, 
soltar el control y, 
por encima de todas las solturas, soltar las expectativas.


Soltar responsabilidades


Sabes esa canción horterilla de Ricky Martín que dice así:
♬ Un, dos, tres Un pasito pa'lante María Un, dos, tres Un pasito pa'trás ♬ 
Pues el tema de las responsabilidades (en el trabajo, en la familia, en el matrimonio, con los amigos... es decir, en cualquier contexto social que se preste al reparto de responsabilidades) es una danza al son de esta melodía:

♬ Un, dos, tres Un pasito pa'lante María Un, dos, tres Un pasito pa'trás  

Esto se tarda en aprender y, aun después de aprendido, todavía cuesta mucho mantener la conciencia del baile. El baile se baila así: siempre que haya un número de tareas por realizar y tú des un pasito pa'lante, fíjate María cómo los demás dan un pasito pa'trás. ¡Fíjate María! Si tú te haces cargo, los demás sueltan esa responsabilidad. El problema es que hay personalidades que son de echar pasitos pa'lante y personalidades de echar pasitos pa'tras. Y la danza no es equilibrada: en la danza no hay balanza... ¡Vaya, que al final acabas haciéndolo tú todo!
Eso se aprende y se aprende que, para no marearte demasiado, a veces hay que cambiar el paso: los demás se resisten, ¡claro está!, no les tienes acostumbrados a ese ritmo nuevo en el que tú das pasitos pa'trás en vez de pa'lante. Al principio tampoco es divertido para ti: supone salirte a ciegas de tu zona de confort. Pero si lo haces, si das un pasito pa'trás en vez de pa'lante, alguien (otro- "el otro existe") tendrá que dar un pasito pa'lante y hacerse cargo: el grupo/la familia es como un engranaje, en el que si uno cambia el rumbo, todos tienen necesariamente que cambiar de dirección. María, que no seas siempre tú la que dé los pasitos pa'lante, que te mareas, que al final tropiezas y te caes.



Por llevar esta "soltura" al terreno de lo práctico, te voy a poner un ejemplo que veía a mi alrededor cuando muchas en mi generación nos convertimos en madres nuevas. Cuando te conviertes en madre, las responsabilidades se multiplican por infinito, ya lo sabemos. Pues bien, hay un tipo de madre, María, que no suelta responsabilidades porque ella lo hace mejor que el padre
"Yo baño al niño porque el padre arma tal estropicio en el cuarto de baño que al final prefiero hacerlo yo" 
Pasito pa'lante, María. 
Durante los próximos cinco años el padre se sentará a tomar una cerveza y trastear la tablet (momento-padre-relax) mientras tú, María, bañas al niño (momento-madre-estrés). ¡Pero, María! TÚ has marcado el paso de esa danza, que no te salga ahora el humo por las orejas.

Y es que soltar responsabilidades supone también 

Soltar el control 

¡Ay, el control!

Para las personas perfeccionistas como UNA, soltar el control cuesta tela. Imagínate que vas por autovía a 140 km/h y te dicen que sueltes el volante y cierres los ojos. Imagínate. Ésa: ésa es la sensación que tenemos las perfeccionistas al soltar el control. A todo se aprende, claro, a flexibilizar, a soltar, a conducir por autovía a 140 con los ojos cerrados... pero ¡cuesta tela! y, sin embargo, es absolutamente necesario. Y cuando lo aprendes, descubres que "bien", que "MUY bien" no significa necesariamente "a MI manera". Que "TU manera" (la manera del otro- "el otro existe") puede significar "MUY bien" también. De hecho, "TU manera" a veces significa "MEJOR que MI manera".

Para mantener la salud mental y física es absolutamente necesario dejar de tratar de controlarlo todo: este aprendizaje es indispensable si eres madre porque cuando los niños son pequeñitos, son manejables, pero según van creciendo UNA tiene que ir tomando distancia, dando pasitos pa'trás, dejando ser, dejando estar, soltando el control.



Como madres, justificamos el control en muchos casos con la creencia de que estamos protegiendo, de que estamos educando. Pero la línea entre educación e interferencia con la personita que está en construcción, entre educación e invasión del espacio de su-vida-sin-ti, es una línea muy delgada que pisamos y quebramos cuando damos demasiados pasitos pa'lante. 
Seamos más testigos que controladores.

Soltar responsabilidades, 
Soltar el control y, 
por encima de todas las solturas, 

Soltar las expectativas: MIND THE GAP.

Imprescindible para la serenidad.

El que haya ido a Londres recordará que por toda la red de metro hay carteles con el mensaje MIND THE GAP que te advierte del hueco que hay entre el tren y el andén para que no metas el pie y te caigas o se te quede enganchado: "Cuidado con el hueco".




Pues bien, uno de los efectos secundarios beneficiosos que me ha aportado la conciencia que he ido ganando con la meditación es esta señal, MIND THE GAP, pegada a mi frente. Cuidado con el hueco entre los pensamientos y la realidad. Cuidado con el hueco entre tus expectativas, que no son más que pensamientos, y lo que realmente está pasando, que es a lo que deberías dar la bienvenida con aceptación. Porque ese hueco es la fuente de todas tus miserias. Ese hueco es la definición de la infelicidad.

Esto, que en teoría suena tan abstracto, en la práctica adquiere tintes mundanos muy familiares para UNA en todas sus relaciones.

Pongamos por ejemplo que viene la TitAna a pasar el finde y le da una propinilla a tus hijos. ¿Tú qué esperas? Tú esperas que tus hijos sean agradecidos y digan Gracias TitAna y le den un beso y un achuchón y se vayan tan contentos con su propina en el bolsillo. Y tú sonrías orgullosa de lo bien educados que están.
Eso esperas: Expectativa.
Pongamos que lo que pasa en realidad es que Dolfete hijo3 no está contento. Dolfete hijo3 protesta y se ofusca y se enfada porque a Gusi hijo2 le han dado más propina que a él. Así que Dolfete hijo3 no da besos ni achuchones y ¡por supuesto! no dice gracias
No es lo que esperaba UNA ni seguramente la TitAna tampoco, así que ahora tú estás entre ofuscada con Dolfete hijo3 por el comportamiento caprichoso y un poco avergonzada.
¿Dónde están estos sentimientos? En el GAP. Están en el hueco entre tus expectativas y lo que ha pasado en realidad.
Si no tuviéramos expectativas sobre cómo debería ser una situación, podríamos abrazarla con curiosidad y acercarnos a ella como una oportunidad: es decir, en vez de ofuscarte o avergonzarte, podrías vivir ese mismo momento desde la curiosidad (¿por qué reacciona así?) y la aceptación de los sentimientos y consiguiente comportamiento de un niño que cree que algo no es justo (!valídale!: es decir, acercarte a él con empatía y desde la empatía, enseñarle la eLECCIÓN de la gratitud. Tener cuidado con el hueco permite la empatía. No tener expectativas la favorece.

Este ejemplo que he puesto es un poco básico, lo sé, pero la convivencia con los hijos ofrece miles de oportunidades diarias de hacerse consciente del hueco.

Es, no obstante, en la relación de pareja donde este hueco es mucho menos sútil, es más grande: cabe el pie entero. Las mujeres a veces nos montamos historias en la cabeza que nunca suceden y, para cuando él aparece, ya es demasiado tarde: la historia está ya en pleno nudo con lo que el desenlace promete, especialmente porque el otro protagonista ni siquiera estaba ahí, en tu mente que es donde se generan las expectativas, así que la perplejidad no le permite reaccionar.

Esperas que te llame y no te llama. 
Esperas que te escriba y no te escribe. 
Esperas encontrarte la cena preparada y aún están los niños en la ducha. 
Esperas un regalo y se ha olvidado de tu aniversario. 

No esperes nada. 

No se trata de una actitud derrotista. Se trata de hacerse consciente de que las expectativas no son más que pensamientos sobre un futuro que no va a existir. Si aprendes a soltarlas antes de que planten historia en tu mente, la insatisfacción se convierte en gratitud: 
Todo es regalado ya que nada es debido.

Más fácil escribirlo aquí en el blog que practicarlo en la vida real.


Y luego hay otras formas de soltar: 
Soltar una carcajada, 
Soltar un buen taco (mecagoensuputamadreacaballo es el favorito de mi amiga Teresa- muy terapéutico por cierto), 
o Soltarse la melena -entre otras- son todas formas buenas de intercalar pequeñas dosis de salud mental en Una Vida Mundana.

jueves, 6 de junio de 2019

Valídame

Me gusta escribir de las cosas a toro pasado, cuando la perspectiva del tiempo me regala cierta claridad. El recuerdo depura. Las lecciones se aprenden a destiempo. El pasado me inspira.
No obstante, las situaciones que vengo a contaros hoy aquí son encuentros recientes que me han revelado patrones de mi Vida Mundana
Y del patrón, la reflexión.


Paul hijo1. El miedo.
Estábamos en la feria. La familiade5. Gusi hijo2 y Dolfete hijo3 se subían a las atracciones con sonrisas excitadas y con el único límite que les imponía su estatura limitada o la prudencia de mi bolsillo. Mientras, Paul hijo1 miraba hacia arriba desde abajo con envidia porque a él sus límites se los impone su miedo. Él hubiera querido pero su miedo no se lo permitía. UNA le empujaba: "papá se sube contigo", "enfréntate al miedo", "ya verás que luego te vas a alegrar". Cuanto más empujaba UNA, más se ofuscaba Paul. Pero UNA insistía. Y es que UNA tiene arraigada la creencia de que la evitación aumenta el miedo, y UNA no quiere que sus tres reyes sientan miedo. UNA sabe cuán desagradable el miedo es. 


Gusi hijo2. Los nervios.
Gusi hijo2 tiene el próximo sábado una prueba para acceder a unas becas de matemáticas. Gusi hijo2 está nervioso, muy nervioso. Se despierta temprano, antes de que UNA vaya a despertarlo. Se duerme tarde, mucho después de haberse acostado. Hace pruebas similares a aquella a la que se va a enfrentar y con cada prueba se pone más y más nervioso. UNA trata de razonar con él: "lo que importa no es sólo la capacidad matemática, sino también la actitud", "no tienes nada que perder", "tienes que estar en calma", "disfruta del proceso". Porque UNA no quiere que sus tres reyes estén nerviosos. UNA sabe cómo de desagradables los nervios son.


Dolfete hijo3. La preocupación.
Se le va notando camino al cole. Abre la mochila. Comprueba que lo lleva todo y luego vuelve a comprobarlo. Mira la agenda para ver que ha hecho todas las tareas. Se ha preparado incluso algunos ejercicios que no eran para casa por si los hacen en clase saberse las respuestas. Ya en la puerta del cole, le ha cambiado el semblante. Se aferra a UNA, al espacio seguro, la zona de comfort que es la madre. A UNA se le parte un poco el alma. "Ya verás cómo todo va a salir bien", "no tienes de qué preocuparte", "yo estaré aquí a las dos para recogerte", "tú no te preocupes". Porque UNA no quiere que sus tres reyes estén preocupados. Bien sabe UNA lo desagradable que es la preocupación.


¿Ves el patrón?
Esto es lo que hacemos.
Esto es lo que hemos aprendido a hacer.
Invalidamos
Si tienes miedo, trato de empujarte.
Si estás nervioso, trato de calmarte.
Si estás preocupado, trato de quitarle importancia. 
Si tienes alguna emoción, hijo mío, que haga sentir incómoda a UNA, te la invalido: 
Trato de arreglar la emoción, como si estuviera rota.
Trato de arreglarte a ti, como si sentir esa emoción fuera disfuncional.
Me pongo mi mono de arregla-emociones y manos a la obra con todos los argumentos que tengo a mi disposición para convencerte de que lo que estás sintiendo no es lo que deberías estar sintiendo.
Con la mejor intención como bandera, sin duda: tratar de hacerte sentir mejor.
Pero lo cierto es que el mensaje que te estoy mandando es:
 "Atención: sentimiento equivocado"
Sin necesidad de indagar demasiado, lo que salta la vista es que el sentimiento es equivocado porque incomoda a UNA.

Si te veo feliz
          contento
          satisfecho
          tranquilo,
te dejo estar. Me regocijo.

Pero me cuesta dejarte tener miedo
     me cuesta verte nervioso
                   o preocupado
                   o triste
                   o enfadado.
No te dejo estar.

Sólo digo eso:
Invalidamos
¿Es humano? Lo es
¿Es comprensible? Lo es

Pero cuando UNA está mal, y se desahoga con Peter, y Peter en vez de escuchar atentamente a UNA con empatía, interrumpe para ponerse su gorra de "señor-arréglalo-todo" y me dice cómo y cuándo y por dónde salir de estar mal, con su buena intención como bandera, ¿sabes cómo se siente UNA? 
Invalidada
UNA sólo buscaba desahogarse.
Pues eso.
Patrones son reflexiones.
Escuchemos más a nuestros hijos.
Sepamos estar con lo que sientan, nos incomode o no.
Lo que necesita arreglo es precisamente nuestro saber estar con nuestra propia incomodidad. Sus miedos o sus preocupaciones no son averías.

UNA: La primera que tiene que aplicarse el cuento.


¡A comer!


En este blog casi siempre hablo de las cosas que hago mal como madre.
Pues bien, hoy vengo a hablar de una cosa que creo que hice y sigo haciendo bien (ya iba siendo hora, ¿no? 😉):
Las comidas. 
No me refiero a que cocine bien, que no lo hago: en la cocina, me limito a sobrevivir. Me refiero al momento-comida. Al momento-cena. Lo único que hacemos escalonado en casa es el desayuno, pero el resto de las comidas las hacemos juntos, sentados a la misma mesa, sin televisión, sin tablet, sin móvil. Son momentos sagrados. ¡Oh, los momentos! Fíjate que digo sagrados, no digo momentos de paz. No lo son. Pero son sagrados en el sentido de intocables: una tradición que me empeñé en instaurar y que me empeño en mantener. No siempre es cómodo, casi nunca es rápido, pero sí creo: 
Creo que es un valor familiar necesario. 

Más a menudo que no, estos momentos-comida y momentos-cena son batallas campales: Paul hijo1 le mete patadas por debajo de la mesa a Dolfete hijo3, a quien ya le he dicho en trece ocasiones antes del postre que quite el codo de la mesa, y a Gusi hijo2 le da asco cómo mastica Dolfete hijo3 y protesta también por la comida, "¿¡por qué en esta casa no podemos comer cosas normales!?", pregunta, y mucho por parte de UNA de "siéntate bien", "no hables con la boca llena", "no te levantes de la mesa", y luego Paul "¿me puedo ir ya?", "No, espérate a que acabemos todos"
En realidad, ahora que lo pienso, es un infierno. Pero, repito, es un infierno que me empeño en mantener porque es un infierno en el que creo. 
Es un rito. 
Y los ritos son necesarios. 
En la vida en general; en las familias especialmente. 
Los ritos crean lazos, 
conforman identidad, 
aportan seguridad. 
Crean recuerdos

Es un rito heredado, legado de mis padres. La comida siempre en familia, siempre sin tele. Se habla, se discute, se está juntos. La mesa, siempre importante. En casa de mis padres había, hay, tres mesas. La mesa de la cocina para la vida diaria. La mesa redonda del cuarto de estar para los fines de semana. La mesa robusta del comedor para los días especiales. Cuando íbamos de restaurante, mi padre siempre pedía una mesa redonda: su favorita. 
Las mesas crean recuerdos
En casa, de hecho, la comida en sí misma fue siempre un ritual. Mi madre cocina a niveles masterchef, un programa que por cierto la espanta, y los invitados a cenar eran escena habitual en casa.

En la casa de UNA los momentos-comida son siempre en la mesa de la cocina. Y allí, cuando la batalla campal escampa y, como dice Peter, tenemos la fiesta en paz, se habla, se está juntos. De una de mis autoras favoritas, Glennon Doyle, que tiene una curiosa página en redes sociales que se llama Momastery, robé una idea para estos momentos-comida. Es un tarro, que ella llama el tarro-llave, con una colección de preguntas en papelitos. En el momento comida, se saca uno, y todos los sentados a la mesa contestan. Tras la frustración de repetidas respuestas monosilábicas a ¿cómo te ha ido el cole?, este tarro abre la puerta a conversaciones no esperadas en las que descubres lo que les ha pasado a tus hijos en su-vida-sin-ti. O descubres a la personita que está encerrada en el cuerpo de tu hijo y que ni sospechabas. Doyle ha hecho las preguntas descargables en este enlace aunque están en inglés pero no puedo dejar de recomendarlas. Para UNA, efectivamente, han sido llaves que han abierto preciosas conversaciones con mis tres reyes. Y a ellos les encantan. 

La época que nos ha tocado vivir, donde la conciliación entre la vida familiar y laboral es poco más o menos una quimera, no facilita los ritos familiares, si acaso lo contrario. Ha habido cursos en los que el horario de UNA en la escuela y el horario de los niños en el cole colapsaban, con lo cual no tuve más opción que dejarles a comer en el comedor. Y  echaba terriblemente de menos estos momentos-comida. Así que si UNA puede evitar el comedor, lo evita. Sé que el comedor puede ser una manera de soltar, la gente así te lo aconseja, y soltar- creo que lo he dejado ya claro en Una Vida Mundana- es algo por lo que yo abogo, pero prefiero soltar en otras áreas. Ésta es sagrada.

UNA intenta incluso hacer rito de la merienda. En mi infancia teníamos unos vecinos-amigos, familia numerosa de la especial de entonces, y los cuidaba una viejecita entrañable llamada Julia que nos solía preparar pan tostado al horno con aceite y sal. Nos sentaba a comerlo alrededor de la mesa de su cocina. 
Las mesas crean recuerdos
¿Ves que todavía me acuerdo?  
El pan tostado al horno huele a mis nueve años. Cuando UNA prepara en casa de UNA el pan de Julia, otra idea prestada, los tres reyes se arremolinan alrededor de la mesa de la cocina y se crea calor. 


Los jueves por la noche, sin embargo, cenamos en el salón con la tele puesta viendo el masterchef que espanta a la abuelAna. Éste es otro rito también sagrado. A los niños les encanta porque ver la tele comiendo no es su habitual. Para UNA es un rito cómodo y rápido, que ha aprendido a intercalar de vez en cuando, flexibilizando valores, porque a veces es necesaria una bandera blanca en la batalla campal y, como dice mi amiga Juana:
 No todo importa tanto

Así que los jueves, y algún que otro miércoles, y algún que otro lunes, en vez de crear recuerdos, cejamos en el empeño ritual y nos zampamos una empanadilla y un paquete de pipas en el salón. 
No sabe UNA qué recordarán estos tres monstruos al final.