domingo, 21 de abril de 2019

Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa

Recuerdo mi peor momento como madre. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer a pesar de haber pasado ya un puñado de años. El recuerdo no es nítido porque los peores momentos, las peores versiones de nosotras mismas, normalmente proceden de nuestra parte más primitiva, menos racional, y el recuerdo que dejan es como el de una mañana de resaca: todo parece difuminado y tan sólo hay algunos trazos-flash, destellos recordatorios de la vergüenza.
Fue con un Paul hijo1 de 8 años y, tras sopesarlo, he decidido no contar aquí lo que pasó porque supondría contar detalles de Paul hijo1 que, con toda probabilidad, a Paul hijo1 le desagradaría que publicara. Así que voy a respetar su intimidad porque, en realidad, los detalles no afectan al tema del que quiero escribir hoy aquí:
¡Ay, la culpa! 
Son tantas las veces en las que he hecho alusión a la culpa en los posts que llevo escritos en este blog que hasta he creado una etiqueta.
El caso es que en el peor momento-madre, UNA, podéis adivinar, perdió los nervios: perdió por enfado el control de UNA misma. UNA desplegó la peor versión de sí misma.
Ahora, varios años y dos hijos más después, con la distancia que me otorgan el tiempo y la experiencia, puedo mirar atrás con serenidad y, no es que me encuentre con justificaciones, pero sí soy capaz de detectar las olas que desembocaron en el tsunami: la falta de sueño, el cansancio físico y la intensidad emocional de una UNA exhausta;  la falta de recursos, la soledad y el miedo de una UNA asustada...
¡Ay, el miedo!
Pero lo peor no es lo que vino antes de que UNA perdiera los estribos. Mirando atrás, de hecho, me doy cuenta de que ni siquiera lo peor fue la pérdida de los estribos. Lo peor fue la culpa que vino después que, literalmente, me paralizó y me hizo sentir enferma.

Paul hijo1 no lo recuerda, al menos no de forma consciente. Una vez se lo mencioné y no lo recuerda. Las mejores soldados de mi ejército de mujeres, con las que me desahogué en su momento, tampoco lo recuerdan. Ni Peter marido. Pero UNA no lo olvida. Los días que siguieron al incidente se tiñeron de culpa y de vergüenza. Perdí el hambre, perdí el sueño. Y lloré. Y luego lloré más. Un Peter comprensivo trataba de consolar inútilmente a UNA mientras el diálogo interior de UNA era algo parecido a... 


Soy una madre terrible
Horrible
Soy la peor madre del mundo
Me tendrían que quitar a los niños 
No los merezco
Mis hijos, desde luego, no merecen a una madre así... 

[Sí, ya sé que este diálogo tiene tintes dramáticos, el pseudónimo de UNA es Drama Queen, cosa que a estas alturas del blog creo que ya te habías dado cuenta... En cualquier caso, el drama es parte de mi encanto 😏, la parte apasionada.]

El caso es que la culpa me paralizó durante aproximadamente una semana en la que estuve flagelándome a mí misma y fui incapaz de funcionar con normalidad. Mi madre, quien seguramente tampoco recuerda el incidente, me reñía: no me reñía por cómo me había comportado en mi peor momento-madre, me reñía contundentemente por mi parálisis posterior, por la culpa que estaba impidiendo que la familiade5 retomara la normalidad y la conexión. UNA no estaba ayudando a nadie con la actitud de vergüenza, ni a Paul hijo1, ni a la familiade5, ni por supuesto a UNA misma. 
Mi hermana2, quien seguramente tampoco recuerda el incidente y quien para mí es una madre-perfecta, vino al rescate y me contó su peor momento-madre. El suyo. El peor momento-madre de una madre-perfecta. Nos reímos un rato con su recuerdo y el poder del yo-también funcionó de nuevo. Porque el yo-también tiene el poder de hacerle sentir a UNA vista y oída: 


Que sé por lo que estás pasando
Que sé por qué lo has hecho
Que yo he estado ahí
Que te entiendo... 
¡Y QUE NO PASA NADA! 

La vida sigue

El tiempo me ha regalado la comprensión de un hecho fundamental: la culpa (=he hecho algo mal) se convierte en vergüenza (=soy la peor madre del mundo) cuando permitimos la identificación. La identificación consiste en creer que UNA es su peor momento-madre. Si creo que soy mi peor momento-madre, entonces me avergüenzo y la vergüenza me bloquea. 
Pero UNA es mucho, mucho más que ese momento lamentable: 
UNA es también la mejor versión de sí misma, 
UNA es también su mejor momento-madre
UNA es también sus muchos momentos-madre normales. 
Es más, sin necesidad de que me apures, te digo que ¡UNA es mucho más que madre!

El tiempo también me ha regalado la lucidez de que pedirle perdón a un hijo no es "bajarse los pantalones", sino mostrarle la vulnerabilidad de UNA, compartir una lección recién aprendida de manejo de las emociones. La lección que aprendí de aquel incidente, pero sobre todo de aquella resaca de culpa, la comparto siempre que alguien que está teniendo una crisis con su hijo: 


¿Tu hijo está de crisis? 
Cuídate
Cuídate tú
Urge que te cuides

Que haya olas pero que no haya tsunami: duerme, descansa, acepta TUS emociones con cariño y compasión para poder aceptar SUS emociones con cariño y compasión, pide ayuda, apóyate en tu ejército de mujeres y no temas: confía. 
Y si al final no despliegas la mejor versión de ti misma en esta ocasión, todos estos mandamientos se resumen en uno: 


No creas que eres tu peor-momento madre
Eres mucho mucho mucho más
Te veo
YO TAMBIÉN


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