Cuanto más escribo...
Cuanto más leo...
Cuanto más medito...
...más me sorprende el poder de las palabras.
Las damos por sentado. Nos levantamos por la mañana y en breve, un breve más breve para algunos y menos breve para otros, estamos verborreando. Como si nada, sin darnos cuenta del milagro que es poner una palabra detrás de otra hasta crear significados. Pero no es a este poder al que me refiero.
Me refiero a la responsabilidad.
Lo que decimos tiene consecuencias.
A veces.
No siempre: otras veces fluye y no se para, o bien cae en oídos rotos.
Pero a veces, algunas veces, sin que podamos elegir qué veces, lo que decimos queda. Para siempre. Como un eco. Resonando en la mente de la persona a la que se lo decimos.
Y esto,
a veces es bueno,
a veces es malo,
pero, bueno o malo, crea cita.
Te lo digo. Hazlo ahora mismo. Rebusca en tu interior las citas.
UNA tiene tantas...
Estoy segura de que las personas que me crearon estas citas no recuerdan habérmelas creado. Estoy segura de que dijeron lo que dijeron y lo olvidaron segundos o minutos después. Sin embargo, UNA, muchos meses o años más tarde, aún las recuerda.
Tus palabras habladas no cesan de reiterarse. Forman parte del repertorio de pensamientos que flotan en mi interior. Las veo pasar cuando medito. Están ahí cuando tomo una decisión o cuando dejo de tomarla. Se han quedado conmigo.
Una vez sueltas, para bien o para mal, se hicieron mías a través de esa intuición subconsciente que atrapa y desecha lo que le da la real gana sin pararse a preguntar si nos conviene.
Así, están las citas que alimentan la autoestima, el ego, las que vinieron en forma de cumplido y ¡qué bien que se quedaron! Como cuando Merchi me dijo ¡qué completita eres! O Natalia me dijo que conseguiría todo lo que me propusiera. O Peter me dijo que era muy creativa.
Otras citas son más sofisticadas. Son las que vienen en forma de consejo. Quizás sean citas de citas. El caso es que, de estas citas-consejo, las que se quedan, se convierten en mandamientos de la filosofía privada de UNA. Como cuando Michi me dijo que no puedes estar bien en pareja si no estás bien contigo misma antes; como cuando Begoña me dijo que el respeto, una vez que se pierde, no se recupera; y cuando Carmela me hizo ver que es imprescindible ponerse en valor.
Luego están las citas-crítica. Las que insultan -a veces sin la intención de hacerlo, a veces claramente con ella- al ego, un ego que probablemente estaría previamente debilitado pues, de no ser así, no se habría empeñado en quedarse con estas citas-crítica. Con 15 años Carlos le dijo a UNA que bailaba fatal y UNA nunca más bailó, por lo menos no serena o sin sufrir un sentido del ridículo espantoso, hasta que hace muy poco UNA decidió que ya le daba igual:
Decidir que ya te da igual viene a ser básicamente la madurez.
Las citas de la infancia, las que te crean en el hogar de origen, las etiquetas, están ahí para quedarse. Las citas-cumplido y las citas-crítica se entremezclan en el contexto familiar: una cualidad puede usarse para reñir y una crítica para mostrar vulnerabilidad o valentía, que al fin y al cabo es lo mismo. Si te dicen repetidamente que eres muy inteligente y que ¡cómo puedes ser tan enfadique con lo inteligente que eres!, ahí la llevas: tu inteligencia será una carga de por vida que te hará enfadarte mucho.
Quitarse etiquetas no es como quitarse una tirita, que pegas el tirón y ya no duele. Quitarse etiquetas es largo y penoso, y requiere de mucha medida terapéutica.
De ahí la responsabilidad que mencionaba.
El poder de la palabra.
Con nuestros hijos especialmente.
De las innumerables interacciones que tienes a lo largo del día con esas criaturas en proceso de construcción, no sabes con cuál se quedarán.
Las citas repetidas seguramente perduren: cuando te repitas, vigila especialmente. Estás creando citas.
Sobre esas joyas sueltas que a veces tus hijos retendrán, recuerda que tu parte de control se reduce al proceso de producción pero, de tus palabras, tú no serás la que elija con cuáles se quedarán.
Los niños son expertos en sacar citas a relucir. Gusi hijo2 cambió el otro día de opinión de una forma poco conveniente y no pude ni osar a comentar porque enseguida me citó:
Mamá, tú dijiste una vez que las personas tienen derecho a cambiar de opinión...
¡Habían pasado meses desde que UNA dijera aquello! De hecho, acababa de cambiar de opinión respecto a esta opinión.Una cita de mi madre que retuve es que solía decir que las personas tienen un número limitado de palabras que emitir a lo largo de la vida y que, cuando se acaban las palabras, se acabó: ya no hay más palabras. Nunca he conseguido que me aclarara qué pasa entonces: ¿te mueres? ¿te quedas mudo? 😳 Entiendo ahora que seguramente era una manera de tratar de hacerme callar: con lo que UNA hablaba y la intensidad con la que lo hacía, la pobrecita tenía que estar hartica.
Esta cita de mi madre con la que me quedé resume no obstante en parte lo que vengo a tratar de decir aquí:
Seleccionemos lo que decimos
Tengamos siempre presente que no es el que habla el que elige si la cita se queda o se va: es la intuición del que escucha.
Del que retiene mucho después de que tú hayas olvidado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Agradezco tus comentarios