Para criar a un niño hace falta una tribu entera
¡Qué gran proverbio y qué gran verdad!Yo no podría criar a Paul hijo1 ni a Gusi hijo2 ni a Dolfete hijo3 sin mi tribu. En realidad sí podría. Pero entonces perdería la cabeza. Perdería la salud mental (no que tenga altos niveles de la misma, pero la que me queda a estas alturas).
En mi tribu, yo confieso, hay pocos hombres y muchas mujeres.
Está Peter, por supuesto. Peter es mi miembro favorito de la tribu. Y lo es por las miradas. Cuando Peter y yo nos miramos, sabemos lo que estamos sintiendo. No lo que estamos pensando, porque Peter y yo, ya lo he contado, pensamos muy diferente. Pero sí lo que estamos sintiendo sobre los tesoros que tenemos en común: ya sea orgullo o preocupación o frustración o caída de baba. Miramos al tesoro, luego nos miramos Peter y UNA, y ahí está: el milagro de la conexión. Eso no lo tengo con nadie más de mi tribu. Tampoco discuto tanto sobre cómo criar a los tesoros como discuto con Peter porque pensamos bien diferente.
Mi madre ocupa un lugar privilegiado en la tribu de la que hablo, el trono de la experiencia, ella que ha criado a cuatro hijas. La experiencia a veces se despliega de modo criticón y escuece un poco. Pero la mayoría de las veces viene para quedarse a modo de consejo inabarcable que pone perspectiva al día a día. Palabras que se convierten en cita. Como cuando me dijo en un momento de bajón:
Tú siembra, que ya recogerásEn mi tribu está también el fenómeno-tita, esas titas que no tienen hijos y el diablo les dio sobrinos. Vienen a salvarle la vida a UNA de vez en cuando: a quedarse con los tesoros para que UNA pueda escaparse con Peter y mantener avivada la hoguera en el campamento; a hacer realidad sueños de los hijos que UNA no alcanzaría nunca a materializar; a darle respiro a UNA; a recordarle que hay vida fuera del tipi.
Tardarás en ver los frutos, pero los recogerás
Tú sigue sembrando...
... y confía
Que no se te olvide que hay vida fuera del tipi, hermana.
También están las titas que sí tienen hijos propios. Éstas, junto con las amigas-madre, son las que vienen a ensalzar el poder del yo-también. Si UNA es madre terrible, yo-también. Si estos días el hijo de UNA le cae mal a UNA, a-mí-también. Si UNA quiere gritar y salir corriendo, yo-también.
Son como mini-tribus dentro de la gran tribu.
Consuelan.
Te empujan a salir del barro.
Cicatrizan.
También están las amigas que no son madre, las que te hacen valorar a los hijos cuando las prisas y la rutina te hacen olvidar los tesoros que te traes entre manos: añaden cAlor a la tribu. O te sacan del tipi para tomar un mojito: añaden cOlor a la tribu.
Pero a quien yo vengo a rendir homenaje hoy es a mi Fali. Ha tenido que faltar unos días para que la eche tanto de menos que UNA se detenga a escribirle un post en su vida mundana.
Fali entró en mi tribu hace ahora ocho años, los ocho que tiene Dolfete hijo3. Desde el minuto cero, se remangó e hizo de mis tesoros los suyos. Os cuento una anécdota del amor: Dolfete hijo3 lloraba el curso pasado los martes y los miércoles a la entrada del cole porque había una seño que le daba susto. Los martes lo llevaba UNA y hacía malabarismos en la puerta para lograr desenganchar a Dolfete de la pierna de UNA. Los miércoles lo llevaba Fali. Ni corta ni perezosa, un miércoles, Fali, conmovida por ver a su tesoro llorar una vez más, entró en el cole y habló con la seño en cuestión. Dolfete ya no lloró más: no sé que sintió el niño, si fue el ver a alguien de su tribu sacando la lanza por él, pero el día que Fali habló con la seño, ese fue el día en que se acabó el drama.
Fali tiene la filosofía de la gente sencilla: la inteligencia de la simplicidad. Cuando UNA se asienta en la queja, Fali la sacude:
No te hagas eso a ti misma,
me dice,
si lo tienes que hacer de todas formas,
hazlo con una sonrisa.
La sonrisa
Fali trae los lunes puesta la sonrisa que los demás sólo podemos articular a partir del jueves y aprovecha para contagiar a Gusi hijo2, que suele empezar la semana con pantalón de cuadros y pie izquierdo.
Fali escucha a los tesoros. Paul hijo1 me confiesa que le gusta hablar con Fali. Y es que Fali también está sentada en el trono de la experiencia de haber criado a sus tres hijas. No viene improvisando como UNA.
Nunca hasta ahora, que está doblada, nos ha faltado Fali. Siempre ha llegado temprano. Hace las cosas que UNA no ve que hace falta hacer. Se me adelanta. Me sustituye. Llena los huecos. Cuida del tipi y de los tesoros. Nos hace carrillada y ensaladilla y flamenquines y patatas a la brava y otras delicias: los niños agradecen la variedad que hay fuera del huerto de UNA.
Fali es testigo muda de mis peores momento-madre, y nunca me hace sentir juzgada. Al contrario, salta al rescate. Fali me hace sentir madraza.
Tener a Fali en casa es un regalo. Ser consciente de la suerte que tuve al dar con ella es lo que me hace mandarle desde aquí un tributo para que se ponga buena. Que en una tribu no hay nadie imprescindible, no, pero los hay muy necesarios, y UNA y sus tesoros precisan de su Fali remangada.
La tribu es cobijo emocional.
Si vas a criar a un hijo, hazte con una tribu, mejor si tiene una Fali dentro:
la vas a necesitar, créeme.
A la tribu.
Y a la Fali.
A la tribu.
Y a la Fali.
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