lunes, 28 de octubre de 2019

De mujercitas y hombrecitos

Me vengo resistiendo a escribir este post porque UNA se declara feminista. UNA define feminista como la defensa de la igualdad entre mujeres y hombres. Y este post puede que se desvíe de la corrección política que requiere el feminismo que profeso e incluso levante ampollas en UNA. Y es que, como diría Dolfete hijo3, que lo tiene bien aprendido del cole:


Somos iguales pero por suerte diferentes

Vengo aquí a reconocer la sorpresa que este descubrimiento me produjo.
UNA creció rodeada de mujeres. En casa éramos cuatro mujercitas. Colegios de niñas. Mi primera experiencia como madre fue como tía. Mi hermana tiene tres niñAs. Todo lo había vivido en femenino cuando me quedé embarazada. De repente, me anunciaron que era niñO. Pensé que tenía que haber un error. No había lugar para un hombrecito. Todo en el universo indicaba que yo tendría una mujercita. Luego vino otro hombrecitO. Luego otrO.
Yo no sé ser madre-de-niñO, pensé. Yo sabría ser madre-de-niñA.
Luego te haces. Te haces madre-de-niñO. Aquí está la ampolla. UNA le reprocha a UNA que haga esta distinción:
¿No eres tan feminista? 
¿No abogas por la igualdad entre hombres y mujeres? 
¿No es una incoherencia distinguir entre madre-de-niñO y madre-de-niñA? 

Lo es. 
Lo es. 
Pero luego están las madres-mixtas que estoy casi segura le darán la razón a UNA: 
Que es lo mismo... pero no es igual...

Somos iguales pero por suerte diferentes

En mis años-de-tía recuerdo estar sentada en casa de mi madre con mi sobrina. Mi madre le daba a la niña una caja que tiene en su costurero con botones de todos los tipos y tamaños, y la niña pasaba el rato sacando los botones, jugando con ellos, agrupándolos por colores, pasando lanas por sus ojales, para luego guardarlos. 
Si de pequeños UNA les daba a sus retoños la caja de botones del costurero de mi madre... ¿Has visto la película La guerra de los botones? Pues eso. Antigua y todo, es la peli favorita de mis hijos.

Ahora hay una tendencia de responsabilizar de estas diferencias a la industria del juguete y a las elecciones que los reyes magos hacen en esos pasillos azules o rosas. UNA no va a negar lo obvio. Los catálogos de juguetes y los anuncios vienen coloreados. Pero la conciencia temprana y el deseo fehaciente de querer inculcar sensibilidad en mis hijos, llevó a UNA cuando los niños eran pequeños a no discriminar unos juguetes sobre otros (teniendo que vencer incluso resistencias en Peter). Y sólo puedo contar la experiencia de mi caso: Pues en mi caso, quizás por ser tres, quizás por ser brutos, pero también quizás por ser niñOs y no niñAs, los peluches y las muñecas, en el minuto que sigue al breve momento del abrazo tras el envoltorio, ya estaban atravesando el cielo de la habitación a modo de balón. 
Sólo me queda alabarles la creatividad a mis hijos. El número de objetos que han alcanzado categoría de balón pateado en mi casa es insospechable: 
el peluche,
la muñeca, 
el envoltorio del peluche y la muñeca (hubo un momento que los reyes magos se plantearon traer sólo, única y exclusivamente envoltorios), 
parejas de calcetines, 
cojines, 
almohadas, 
una mochila, 
el perro que tuvimos... 
Y de portería: 
la cesta de la ropa sucia, 
la espalda de su padre, 
el armario de la cocina... 
El tema del fútbol daría en sí mismo para un post entero. Resistirse es derrota asegurada. Te montan un campo en cualquier sitio y se hacen con un equipo en cuestión de segundos.




A mi sobrina de pequeña le encantaban las cajas de madera con encajables, donde tienes que meter la pieza cuadrada por el agujero cuadrado. ¿Sabes dónde voy? Lo has adivinado. Mis hijos usaban los cuadrados de pelotas. O directamente de proyectiles.
Cuando eran pequeños, en ese breve espacio de tiempo SUPER-estresante para una madre que hay entre las duchas y las cenas, ¿sabes qué hacían? UNA lo llama burrear. Ellos lo llaman luchar.  La primera frase completa que Dolfete hijo3 aprendió fue: 
"¡A cenaaar!"
porque es un tragón, pero la segunda fue:
"¡A luchaaar!"

Era su repertorio lingüístico después de la ducha.
Primero a grito pelado:
"¡A luchaaaar!" 
Y luego cuando uno o dos o tres acababan inevitablemente llorando:
"¡A cenaaaar!".

Todavía a día de hoy, en ese agujero negro entre las duchas y las cenas, los oigo burrear en su cuarto, probablemente pegándose a puño cerrado, o usando la cabeza de uno a modo de balón. Fíjate que aquí no digo peleándose. Necesitan el burreo y a veces la lucha es un mero acto físico, no agresivo.
Cuando no han salido a la calle, es mucho peor. Necesitan salir, desfogar. Si no, UNA corre el riesgo de volverse loca. Son MUY físicos, eso es lo que digo. ¿Es un estereotipo de género? Quizás. Pero en mi caso es un estereotipo repetidamente confirmado. Mientras a mi alrededor veo a las madres llevando a sus hijos e hijas a música, inglés y otras delicias, UNA obliga a los suyos a una única actividad extraescolar y ésta tiene que ser deporte. El deporte que quieran: Han hecho tenis, pádel, karate, kung-fu, atletismo, skate, surf, parkour y, por supuesto, ¡fútbol! Me da igual el deporte, pero es obligatorio. A desfogar a la calle, que el número de cosas que se han estrellado haciéndose añicos contra el suelo empujadas por los calcetines del mundial no lo paga ningún seguro de contenido.

Por supuesto: Generalizar es la manera más obvia y más barata de simplificar. Y habrá niñAs igual de brutas que los míos y niñOs al modo de mi sobrina. UNA es consciente. 
Sólo vengo a reivindicar que UNA puede ser feminista y defender a capa y espada la igualdad entre hombres y mujeres sin por ello menospreciar el hecho irrefutable de que somos diferentes. 

jueves, 24 de octubre de 2019

El mundo sobre tus hombros


Que UNA cree que las mujeres llevamos el peso del mundo sobre los hombros, no te pilla de sorpresa si vienes siguiendo mi blog. Si hay un mensaje que destaque en Una Vida Mundana es precisamente que ha de cuidarse UNA para poder cuidar a los demás; que la prioridad absoluta de UNA ha de ser UNA, , pero para estar disponible para los hijos de UNA y la familia-de-5. ESTO es llevar el mundo sobre los hombros.

Creo firmemente que las mujeres somos el foco de energía del hogar. Lo creo. Cuando UNA era pequeña y mamá no estaba, cambiaba la luz. Ese como-que-todo-se-oscurece, que entonces no entendía, ahora lo explico así: Somos el foco de energía. UNA tiene la sensación de que en casa si UNA está bien, todos están mejor y, si UNA está mal, todos están peor. Es una sensación corroborada por muchas anécdotas, muchas tardes de domingo. Y cuando UNA no está bien, por lo que sea, y toma conciencia de que no estar bien UNA está afectando sensiblemente a la energía de la familia-de-5... ¿la verdad? Agobia un poco. Es como si no tuviéramos derecho a estar mal porque literalmente se hunde el mundo. ¿Te acuerdas cuando eras pequeña y tu madre nunca se ponía mala? Pues básicamente es que no podía. ESTO es llevar el mundo sobre los hombros.
Recuerdo comentar esta ecuación una vez con una doctora infantil:
UNA bien = todos bien
UNA mal = todos mal
Me miró con más compasión de la que UNA es capaz de sentir por UNA y me dijo:
N-O   T-E   H-A-G-A-S   E-S-O

Imagínate que hay un día sin cole. Vas a tener a los tres en casa. Has ideado un plan para salir con ellos. Y, de repente, llueve y se arruina el plan. Dime una cosa: ¿Le pasa sólo a UNA o tú también te sientes responsable de que se haya arruinado el plan? Fíjate lo que estoy diciendo: Sentirse responsable de que se haya arruinado el plan es sinónimo de sentirse responsable de la lluvia. ¡Te estás echando la culpa de la lluvia! Pues sucede. Y al mínimo descuido ellos también te echarán la culpa de la lluvia: Eres su saco de boxeo. ESTO es llevar el mundo sobre los hombros.

¿Te cuento la forma más común de llevar el mundo sobre los hombros? Hacerte cargo de las relaciones ajenas. De eso pecamos creo que muchas. La primera: Las relaciones entre tus hijos. Ya escribí por aquí de las peleas de hermanOs y de cómo me encienden. Y de lo difícil que es aplicar una política de no-intervencionismo que, sin embargo, en la gran mayoría de las ocasiones sería la que mejor funcionaría. Si te metes en una pelea de perros, casi seguro sales con un bocao. Pues aunque la comparación es políticamente incorrecta, me viene al pelo.

Otra política de intervención que aplicamos muchas madres es la de controlar la tarea-de-padre (como si la de madre no fuera suficiente tarea). UNA confiesa: 
Peter, no les grites. 
Peter, te has pasado con Paul hijo1. 
Peter, eso que le has dicho a Gusi hijo2 le ha hecho mella. 
Peter, con Dolfete hijo3 parece que eres más blandito.
Peter aguanta hasta que ya no aguanta. ESTO no es otra cosa que llevar sobre tus hombros la relación de un padre con sus hijos. Que sí, que son tus hijos también y como hijos tuyos que son te duelen. Pero estás interviniendo en una relación que, aunque te pille muy de cerca, no es la tuya.




Es una cuestión de control, sí, de que no sabemos soltar. Pero también es una cuestión de energía, de foco de energía, de foco de energía femenina:
N-O   T-E   H-A-G-A-S   E-S-O

No lleves el peso del mundo sobre tus hombros. O, si no queda otra que llevarlo, suéltalo de cuando en cuando para descansar.
No te hagas cargo de la lluvia. Ni del hermano-contra-hermano. Ni del padre-contra-hijo. 
Hazte cargo de ti.

Esto que queda tan simple expresado en imperativos es una tarea mundana harto complicada, sobre todo cuando las ideas sobre la educación que tiene UNA no coinciden con las ideas sobre la educación que tiene Peter (en general, son pocas nuestras ideas coincidentes... polos opuestos).

Me regalaron una vez una canción que hoy os regalo aquí porque cuando se me olvida que el mundo no es mío para llevar sobre los hombros, la escucho. Y suelto. Suelto el control. Y abrazo la incertidumbre de las peleas-de-perros, del padre y de la lluvia.



You wanna take it off

It’s the weight of the world
You want to set it free
Just for today

Can’t always be the one
To heal everything
And the weight of the world
Was never yours to keep

You can spend so many days
Trying to make the darkness go away
But it’s the weight of the world
It’s the curse of the worldly ways

Can’t keep it inside
So go on just let it out
It’s the weight of the world
If you ever had a doubt

You wanna take it off
‘Cause it makes your body hurt
It’s the weight of the world
It was never really yours

Can’t keep it inside
Oh, you know you gotta set it free
‘Cause the weight of the world
Was never yours to keep

martes, 22 de octubre de 2019

Déjate ver

De un tiempo a esta parte vengo observando que UNA lo ha estado haciendo al revés. No todo, pero mucho: Al revés.

Me pregunto cómo los hijos de UNA la ven a UNA. 




Y me respondo que probablemente estresada, corriendo para recoger la cocina después de comer; para dejar la cena medio preparada porque hoy volveremos tarde; para salir pitando y dejar a Gusi hijo2 en fútbol; para ir a recoger a Dolfete hijo3 que vuelve de la excursión del cole, dejar su maleta en casa y correr de nuevo a recoger a Gusi de fútbol; dejar a ambos en casa de la abuela para llevar a Paul hijo1 a vacunar; recogerlos de casa de la abuela; duchas, cenas... Cuando por fin UNA aterrice en el sillón, los hijos de UNA la oirán quejarse de lo cansada que está. Reventada. UNA está deseando irse a la cama.

Eso es lo que los hijos ven.
Pero eso no es todo lo que hay. Hay mucho más. Que no ven. Y eso es lo que UNA ha estado haciendo un poco al revés. 
Les mostramos las prisas, la irritabilidad, el cansancio, el estrés. Mas muchas veces, quizás sin ser conscientes, les escondemos cosas que de verdad importan.

UNA se levanta temprano, muy temprano, para cuidar de sí misma. Es el tiempo de UNA: En ese rato, UNA hace yoga, o meditación, o escribe. O no hace nada simplemente por el gusto de no hacer nada. Son prácticas que he ido incorporando a mi rutina para mantenerme mentalmente sana porque en más de una ocasión he sospechado que, como en el libro El hombre que confundió a su mujer con un sombrero de Oliver Sacks que os recomiendo, volverse loca no es tan difícil, ni está tan lejos. 
Volverse loca está al alcance de todas. 
La que ha sufrido o sufre de ansiedad, que no es otra cosa que un sutil mohín a la locura, lo sabe.

Todas esas prácticas las hago antes de que se levanten los monstruos o después de que se hayan ido a la cama. Alguna vez ha pasado que un monstruo se desvela y viene a mi refugio y me encuentra haciendo yoga o meditando o escribiendo. ¿Y UNA qué hace? UNA se detiene ipso facto, como si la hubieran pillado haciendo algo malo. Si el monstruo vuelve a su cama, UNA retoma la asana. Pero si el monstruo se queda pululando por los alrededores, ¿sabes que hace UNA? Pues se pone rápido a otra cosa: doblar la ropa, hacer la cama, preparar desayunos o meriendas. Lo que sea. 
¿Ves la incoherencia?
UNA no tiene pudor en mostrarle a sus monstruos la versión estresada de UNA pero esconde, como si de pecados inconfesables se tratase, las prácticas que ha integrado en su vida para gestionar ese estrés y poder sacar así a pasear más a menudo la-mejor-versión-de-UNA.

Tras jugar al escondite de esta forma, luego les pediré que autorregulen sus emociones a sabiendas de que aún no tienen las herramientas para hacerlo. Pero cometo la torpeza de no mostrarles las que UNA, adulta, ha ido coleccionando. Las que le sirven a UNA.

Que te vean


UNA les dice que respiren cuando tienen que poner una pausa antes de una reacción. Están nerviosos o enfadados o agresivos o enrabietados, y UNA les anima: 
Respira
Respira
Ellos ponen los ojos en blanco. 
¡Mamá es pesadísima!
Mamá les pone más nerviosos todavía. 
UNA lo hace porque UNA cuando está nerviosa o enfadada o agresiva o enrabietada... 
y respira... 
a UNA le sirve. 
Pero UNA se ha estado encerrando en el cuarto de baño a respirar así que los monstruos no lo han estado viendo con lo que probablemente no sepan que funciona. Quizás piensen que es el baño, o lo que ellos imaginen que hago en el baño, lo que tiene el poder tranquilizante.

Hazles testigos


UNA está empezando a confesar. 
La conciencia precede necesariamente al cambio.
Así que si estoy nerviosa, les digo: 
Estoy nerviosa así que voy a dejar todo lo que estoy haciendo y voy a parar a hacer unas respiraciones. 
Y luego de hacerlas, les digo: 
Ya estoy más tranquila. Podemos retomar.

Todo va calando.

Lo malo cala, pero afortunadamente lo bueno también cala. 

El otro día estábamos ordenando entre Gusi, Dolfete y UNA la librería del salón. Ya os he contado qué forma toma el orden en casa: 
Exactamente la forma del desorden. 
UNA empezaba a notarse como María Barranco en Mujeres al borde de un ataque de nervios. Antes del desquicie, decidí hacer una pausa. Cuando volví a entrar en el salón, más tranquila, Dolfete me preguntó: 
- Mamá, ¿has ido a hacer tus respiraciones? 
- Sí, Dolfete. ¿Se nota?
Porque lo que realmente importa se tiene que notar.

Que te vean

Ahora sólo lo notan. Pero quizás algún día lo hagan ellos también. Dentro de un luego o de muchos luegos, se darán cuenta que esa herramienta y todas las otras están disponible también para ellos.

Si UNA está escribiendo, antes cerraba de sopetón el cuaderno en el mismo momento en que uno de los monstruos apareciera por detrás. Ahora les dejo que se asomen. Y es que me encantaría que escribieran. Escribir para mí es también herramienta de conexión con lo que verdaderamente importa y la creatividad uno de mis valores.

Así que déjate ver. Que te vean pegarte un homenaje de vez en cuando. Que te vean mimarte. Que te vean leer. Que te vean pedir perdón. Que te vean perdonar. Que te vean hacerte pis de risa. Y que te vean también lo a gusto que te quedas después de una buena llorera. Que no te vean sólo correr estresada sino también correr detrás de tus sueños. Y si ven que te rindes, que te vean también cuando decides empezar de nuevo. Díselo: Comienzo hoy de nuevo.

viernes, 11 de octubre de 2019

Pensar pensar pensar pensar... y ver la solución



Gran parte de la gente que conozco considera la meditación una moda New Age, una pijada hippie. No lo han probado porque les parece una pérdida de tiempo brutal sentarse en silencio sin hacer nada. Un aburrimiento inútil. Si se diera el caso de que llegaran a probarlo, se enconarían aún más en sus creencias, pues la meditación no es para probarla: probarla de manera ocasional no produce el efecto deseado. No produce, de hecho, efecto alguno más allá de la confirmación del aburrimiento y la inutilidad que profetizaba el escéptico.
La meditación es para convertirla en una práctica regular, en un hábito que se incruste en tu vida diaria y, sólo entonces, la transforme.
Me gustaría poder presumir de tener esta práctica integrada, pero no es así. Sin embargo, a estas alturas sí la he practicado lo suficiente como para poder sospechar y empezar a deleitarme con algunos de los efectos que produce. Para UNA son dos principalmente los efectos y ambos tienen que ver con la palabra
te deja leer la mente 
y te deja escribir en la mente. 

Se resumen pronto pero a mí me ha llevado una vida llegar hasta aquí y me queda otra vida para incorporarlo.

LEER la mente

Darte cuenta de lo que estás pensando. 
Parece fácil pero no lo es: Pensar sucede la mayor parte del tiempo de forma automática. 
UNA es de las que, ante cualquier situación, suele desencadenar un torrente de pensamientos en plan intensivo: pensar... pensar... pensar... pensar..., como en aquellos dibujos animados. 

Normalmente esto desemboca en la preocupación obsesiva sobre el tema en cuestión lo cual no facilita en nada la salida: Ver la solución.
La meditación, cuando regular, permite abrir claros, te muestra los pensamientos como si fuera OTRA la que los estuviera pensando y no UNA, te lleva a desenredar y ver cómo un pensamiento te ha conducido al siguiente y cuál fue el pensamiento original que desencadenó el torrente. Sospecho que, con la práctica, te da el poder incluso de frenar el torrente antes de que se desencadene.
Imagina una situación cualquiera. Cualquier situación que te tenga preocupada estos días respecto a tus hijos: Que lleva una racha que no come, o que no duerme, o que tiene muchas pesadillas, o que no quiere estar solo, o que dice muchas palabrotas, o que te contesta fatal, o que llora antes de entrar al cole, o que es el único niño de su clase que no quiere ir a la excursión, o que está muy agresivo. Cualquiera de estas situaciones para una mente ansiosa como la de UNA es una oportunidad estupenda para rumiar sin cesar: 
¿Y por qué llora a diario antes de entrar al cole? 
¿Le pasará algo que no me quiere contar? 
¿Le estarán haciendo bullying? 
¿Tendrá algún problema de personalidad que no detecto? 
¿Lo estaré haciendo mal como madre y estaré creándole ansiedad de separación? 
¿Esto le va a durar para siempre? 
¿Y hasta cuándo me va a durar a mi la paciencia?

Lo que aporta la meditación es la conciencia de que el desasosiego, el malestar, no me lo está produciendo el hecho de que el niño llore antes de entrar al cole; el malestar procede de la historia que yo me estoy contando al respecto de su llanto, de mi torrente. Elegir lo que piensas es la clave: 

Esto es lo que toca ahora: Acompañar el llanto matutino de mi bebé antes de entrar al cole, hasta que se le pase, que se le pasará pronto. 
Seguro. 
Confío en él. 
Confío en mí.

¿Ves la diferencia? Está claro que la madre que no rumia el torrente y elige estos pensamientos estará más disponible para su hijo.
A elegir se aprende meditando:
Estás en una parada de autobús y pasa un autobús cada segundo y te montas en cada autobús que pasa. Es agotador 
Estás en una parada de autobús y pasa un autobús cada segundo pero tú no te montas en cada autobús que pasa. Sólo coges los que van a tu destino. 
Estas dos estaciones son el antes y el después de una práctica meditativa consistente. 

ESCRIBIR en la mente
Escribir en la mente es una estrategia que aprendí en un curso de educación respetuosa y que sólo pude activar y hacer mía una vez que empecé a meditar de manera más regular. Escribir en la mente es genial. Si eres madre, te ahorra dosis ingentes de culpa.  
UNA está en una interacción con su hijo. Y a UNA le vienen palabras-non-gratas. Pues bien, UNA coge esas palabras y en vez de mandarlas directamente a la boca, lo cual es el camino de menor resistencia, UNA se imagina que está escribiendo esas palabras en su mente. En el curso nos decían que imaginásemos una pizarra en la mente: Ahí las escribes. Pizarra, cuaderno o pantalla de ordenador: Eso es lo de menos. Lo de más es que en vez de preguntarle a tu hijo:

Esta historia que me estás contando que es super-mega-hiper aburrida, ¿acabará antes de fin de año?,

escribes la pregunta en tu mente y, mientras estás escribiéndola, mientras te fijas en cómo van apareciendo las palabras en esa pizarra de tu mente, tu rostro aparece relajado ante el hijo que piensa que le estás escuchando y que realmente su historia te interesa. Fíjate que no se trata de fingir. No le quitas valor al aburrimiento que sientes; al contrario, se lo das. Pero se lo ahorras a tu hijo.
Se trata de escribir lo que realmente quisieras decir:

¿Te crees que el mundo está diseñado para ti como en el show de Truman?

Estoy deseando que te acuestes y me dejes en paz porque hoy ya he tenido bastantes dosis de ti y necesito que te apagues un ratito

Si me llamas una vez más, creo que voy a gritar

Sin duda tú no eres hoy mi hijo favorito

Acabo de ordenar. ¿Por qué no te mudas?

Me preocupa no saber si estás insoportable o eres insoportable

¿Este comportamiento es normal en niños de tu edad o debería empezar a programar las visitas al centro de menores?

Todas estas lindezas no son más que palabras que no tienen tanto que ver con lo que sientes por tu hijo sino con un momento irritable o airado. Recuerda: Los hijos ponen muy nerviosa. Tú no quieres crear más desconexión que la ya propia del momento ni hacer heridas de las que dejan cicatriz y arrastran culpa. Pero tampoco puedes evitar lo que piensas ni lo que sientes en ese momento así que, ¿qué haces? Prestarle atención, escribirlo en tu mente, pero no llegar a soltarlo por la boca. PARA no llegar a soltarlo por la boca. Y le ahorras a tu hijo la herida y a ti la culpa. Esto es más fácil de contar que de hacer, ¡por supuesto! Lo que UNA sabe es que una práctica meditativa regular, a modo de bozal, ayuda a desenrollar la pizarra en la mente y escribir en ella. En las épocas en las que UNA medita regularmente, tiene rollos enteros de palabras escritas en la mente. En las épocas en las que gana la resistencia y UNA no medita, acumula culpa. La diferencia es terapéutica.

En vez de una pizarra, puedes hacerte con una pantalla mental en la que, en vez de palabras, despliegas imágenes de todo lo que le harías a tu hijo en el momento justo de la irritabilidad. Peter y yo a veces nos lo contamos: Lo llamamos "el desahogo". Antes de que sigas leyendo, te aviso de que es políticamente incorrecto: 

Le retorcería el cuello 

Le amordazaría para que se callara

Le colgaría de un ventilador y le tendría dando vueltas hasta que se pusiera bizco

Le clavaría las uñas mientras me lo llevo de la mano a ese sitio donde se niega a ir

El repertorio es tan imaginativo como creativa la ira. Lo que UNA sabe es que la incorrección política está justificada por la evitación de la tragedia y de la culpa. Es decir, si admitiendo y aceptando lo que tendrías ganas de hacer en ese momento consigues aguantarte las ganas de hacerlo, bendito el desahogo. Por supuesto exageramos: 
Tú no le retorcerías el cuello a tu hijo.
Pero a veces se lo apretarías un poco más de la cuenta con gusto. 
¿O no? 
Si la respuesta es no, gozas de mi admiración y respeto mientras te reto a esperar a la adolescencia para volver a hacerte esta pregunta.

Antes de tener hijos, recuerdo que mi cuñada que ya los tenía y estaba agotada por la falta de sueño (y por los hijos), me dijo bromeando que podía entender perfectamente a los padres que les apagaban colillas a sus hijos en la espalda o los tiraban por el balcón. 
UNA pensó: 
¡Qué barbaridad! 
Pero cuando UNA tuvo hijos, y a UNA empezó a faltarle el sueño, UNA empezó a entender también. No subestimes nunca lo que puede hacer el agotamiento. UNA se asustó de poder entender el desquicie al que te puede empujar una mala gestión de los pensamientos. Fue entonces cuando UNA decidió meditar.
Para poder gestionar los pensamientos.
Para poder decidir: Con éste me quedo porque me es útil y éste lo desecho porque no me conviene. 
Para poder escribir las palabras en la pizarra de la mente y no materializarlas en un discurso hiriente con los niños. 
Para poder visualizar "las torturas" en la pantalla de la mente y no convertirlas en acción en mis interacciones con los tres monstruos. 
Meditar facilita el abrazo a la ambigüedad, te permite reconocer que hay una parte de ti que es un poco bruja y te ayuda a mantenerla dentro de las fronteras de tus pensamientos... la mayor parte del tiempo. Ahí está bien y tus hijos seguros. Pasé gran parte de mis años-de-madre flagelándome por la existencia de la bruja. Luego decidí aliarme con ella y, con gentileza y amabilidad, componentes esenciales de una práctica meditativa, mantenerla en la medida de lo posible confinada en esa casa de locos que es la mente.

domingo, 6 de octubre de 2019

Copiota

Viendo Masterchef con los niños el otro día, me di cuenta de que prácticamente todos los platos que yo hago en casa tienen nombre propio. Me invitaste a tu casa, me lo pusiste, me gustó. Te pedí la receta, me la quedé y la incorporé a mi repertorio: 
la ensalada de espinacas de Athenea, 
el tabulé de Helena, 
el pollo de la Pepi, 
el arroz hindú de Teresa, 
la ensalada de pasta de la Moni, 
las acelgas de Laura, 
el picogallo de Antonio...

Te haces una idea. El menú es variopinto.
La otra mitad de mis platos tiene el nombre de mi madre, como no podía ser de otra manera.
Mis hijos dirían que soy una copiota. Lo soy. Me quedo con lo que me gusta. Me lo llevo. Lo hago mío.
Y cada vez que cocino el plato que tú me enseñaste, nombre-propio-del-plato-que-voy-a-comer-hoy, me acuerdo de ti. Cada vez estás presente en mi cocina. Llevo sin ver a la Pepi desde mis años de interina en La Carolina, a principios de milenio. Cada vez que cocino el pollo a la leche de la Pepi, la Pepi ocupa un ratito mi memoria. ¿No es bonito? UNA cree que sí.
Hasta el cuaderno de recetas me lo regaló Natalia.

Pues así es la vida. La vida, sin este intercambio de recetas, sería un conjunto vacío. Pero es en la intersección en la que está lo interesante:

Es en la intersección donde se aprende, donde se crece. 
Una de las intersecciones más acusadas es la vida de pareja, en la que Don Quijote se hace un poco Sancho, y Sancho se vuelve un poco Don Quijote. Pues en la quijotización, mientras crees que te estás volviendo un poco loco, es donde está el aprendizaje y el crecimiento. A veces cuesta verlo. Es mucho más fácil de ver a tiro pegado.
UNA, por ejemplo, tenía muchos estereotipos de género, no sólo por crecer en la casa de Mujercitas, sino porque son sociales y se refuerzan en muchas de las interacciones femeninas: Los hombres son todos iguales es uno de los himnos que entonamos en las hermandades de mujeres. Y luego llega Peter y UNA se ve en la necesidad de, o bien admitir que no todos los hombres son iguales, o bien desdeñar una buena parte de Peter. Peter, en la intersección, le cambia a UNA muchas de sus creencias limitantes.
Los hábitos se modifican en las intersecciones. UNA hace deporte porque Peter ha sido siempre deportista. Peter ahora en los viajes escribe un diario porque se copió de UNA. UNA ahora sabe que a veces es mejor callar que ser espontánea, que hacer las cosas despacio es mucho menos estresante. Peter ahora hace listas, te mira a los ojos cuando te escucha porque eso para UNA es importante. 

Otra de las intersecciones que más nos moldean es la familia:
En la familia las intersecciones se complican. Los niños buscan a Peter para unas cosas y buscan a UNA para otras. Los roles se van asignando sin nombrarlos y se van modificando a lo largo de las etapas de la vida. No hay intersección que me haya hecho crecer tanto como la maternidad.
En la intersección con Paul, al ser hijo1, descubrí la PREOCUPACIÓN con mayúsculas, la que te cala los huesos. Aprendí también a elegir mis batallas: Más importante que la propia batalla es el momento de discernir cuáles son las contiendas que merece la pena luchar y cuáles aquellas en las que una rendición a tiempo es una gran victoria (let-it-go... let-it-be...). Paul me enseñó que el drama no es buena compañía en mis años-de-madre y, sobre todas las cosas, me enseña a diario que para poder estar disponible para ellos, LO PRIMERO es querer y cuidar y darle prioridad a UNA. Nunca me he querido tanto como lo hago ahora. Nunca.
En la intersección con Gusi hijo2 recuerdo a diario cuán importante es el afecto: los besos, las caricias, los achuchones, el abrazo... Aprendí enseguida a través de mi intersección con Gusi que no todos los hijos, igual que no todos los hombres, son iguales, y que cada uno tiene su tiempo y sus modos: Querer tratar a Gusi hijo2 como trato a Paul hijo1 es como intentar hacer el pollo de la Pepi con los ingredientes del atún encebollado de Jose. Incomible. En la intersección con este hijo2 de UNA me he reído mucho y pronto supe que la risa es una bandera blanca.
Dolfete hijo3 llegó para contarme que las etiquetas y clasificaciones no funcionan. Que los niños cambian mucho y que, al hacerlo, es absolutamente necesario que la imagen que tú te has hecho de ellos cambie de forma paralela para dejar paso, con admiración, a lo que ellos puedan llegar a ser. En la intersección con Dolfete se me hizo claro que las emociones merecen más atención que las normas: Flexibilizar está en el plato. Me enseña también a diario a cerrar los ojos para no ver el desorden, que vivir amargada por el caos mundano no merece la pena, y a ponerme tapones como flotador para no ahogarme en el ruido.

Pero las intersecciones no acaban en el ámbito de la familia. Los círculos se siguen entrelazando. A UNA le encantan los círculos con otras madres. ¡Tantas recetas! De Cristi, además de la ensalada de col, aprendí que si quieres que los niños te cuenten sus cosas, no les hagas preguntas: Cuéntales tú las tuyas. De Rosa, una mamá muy especial con un hijo especial, aprendí hace no mucho que las verdaderas hazañas son cuestión de tesón y constancia. De Juana, aprendo a aceptar al hijo-que-tengo y renunciar al hijo-que-pensaba-que-tendría o al hijo-que-quisiera-tener. De Carmela, aprendí el salmorejo de espárragos y a abrazar la ambigüedad. Mi madre me anima a seguir sembrando aunque la cosecha no asome aún por el horizonte.
Te haces una idea. 
Mis hijos dirían que soy una copiota
Lo soy. 
Me quedo con lo que me gusta. 
Me lo llevo. 
Lo hago mío.
Podría seguir y seguir con listas de las intersecciones que me han enriquecido o me enriquecen. De hecho, llevo un cuaderno donde las anoto. Lo llamo Lo que aprendí de ti, y en él rindo homenaje a estos aprendizajes. Si estás leyendo esto, probablemente es porque tengas ya una página en mi cuaderno. 
En realidad, éste es mi libro de recetas.

Nadie es un conjunto vacío. Todos somos la suma de nuestras intersecciones. Porque sabes lo que pasa cuando sumas todo lo que has crecido en esas intersecciones, ¿no? 
Que tienes una mandala. 
Eso es la vida: 
Una mandala. 
Un intercambio de recetas.

jueves, 3 de octubre de 2019

Por favor, no romper nada


Las palabras abstractas son difíciles de entender, cuanto más de definir. Intenta definir lo que es la vulnerabilidad. Complicado, ¿no? El otro día me crucé con un meme en internet que decía así: 


Amor es tocar el mundo interno del otro y no romper nada.

Pensé: 
¡Somos tan frágiles por dentro!
Todos… hasta los que son robustos por fuera. 
Todos. 
Frágiles.

La vulnerabilidad, que está inescrutablemente unida a esa definición que me encontré del amor en un meme, consiste precisamente en abrir la puerta y dejar pasar al otro-que-no-eres-tú a TU mundo interno sin la garantía, escúchame, SIN la garantía de que no rompa nada. 
Cada vez que le enseñes al otro-que-no-eres-tú esa vasija que no le enseñas a nadie, cada vez que le muestres al otro-que-no-eres-tú esa cortina de cristales que no paseas por el mundo, cada vez que el-otro-que-no-eres-tú se pasee por TU mundo interno y se encuentre con tus espejos y tus piedras menos preciosas y tus cuencos y tus copas, no tienes ninguna garantía de que no vaya a romper nada. ESO es vulnerabilidad: Hacer al otro-que-no-eres-tú un tour por TU mundo interno, con la incertidumbre de no saber si romperá algo y la confianza puesta en que -por amor- no lo rompa.
Contarle a otra mamá que no tienes ni idea de lo que estás haciendo como madre y que has decidido buscar ayuda profesional para las complicaciones de tu hijo porque tú ya has agotado todos tus recursos y no sabes ayudarle, y confiar en que no lo utilice como cotilleo ni para juzgarte: ESO es vulnerabilidad. 
Confesar a tu antigua compañera de clase que no vas a la celebración de los 25 años de la graduación porque has engordado otros 25 kilos desde entonces y sientes vergüenza propia, y esperar que ella no se regocije en el hecho de que ella sigue usando la misma talla que entonces: ESO es vulnerabilidad. 
Reconocerle a tu pareja que uno de tus hijos lleva semanas cayéndote mal, que literalmente no lo aguantas, siendo consciente de que existe la posibilidad de que tome una actitud paternalista o incluso de reproche en el próximo conflicto que tengas con ese hijo que te viene cayendo mal: ESO es vulnerabilidad. 
Ponerte sexy sin saber si tu pareja estará cansada y no tendrá ganas: ESO es vulnerabilidad.

Vulnerabilidad es, al fin y al cabo, estar abiertos a la herida. 

Porque efectivamente existe la posibilidad de que esa mamá use la terapia psicológica de tu hijo para cotillear con otras mamás, y la posibilidad de que tu amiga-tipazo rellene su autoestima a base de compararse con tus michelines, o que el padre de tu hijo-insoportable aproveche la mínima que le digas a tu hijo-insoportable para ponerte los ojos en blanco, o que tu pareja tenga dolor de cabeza cuando tú estás de humor. 
Existe esa posibilidad. 
Todas hemos hecho alguna vez una confidencia en un momento de intimidad que se ha convertido en arma arrojadiza en la siguiente discusión. 
De hecho, todas hemos convertido en arma arrojadiza algún momento vulnerable del otro-que-no-eres-tú. La rabia por las injusticias te lleva a veces a hacer cosas feas. 

Los niños son especialistas en esto. Basta que se caiga uno para que todos los demás se rían. El otro día observé a Dolfete hijo3, que se cayó de forma estrepitosa. Tuvo que hacerse daño, no tengo duda. Pero se levantó como un resorte y sólo miraba alrededor para comprobar que nadie lo hubiera visto: Que nadie se estuviera riendo. Si le dolía algo, él ni siquiera era consciente. Lo importante era que no se rieran de él. 
No hay nada más vulnerable que una caída. 
Del tipo que sea.

Una de las diferencias entre la maternidad de antes y la maternidad de ahora, en mi opinión, es que en la de ahora hay un espacio para la vulnerabilidad. Es un espacio que hemos conquistado. Las madres de antes eran de piedra. Siempre erguidas. Siempre en pie. No se rendían nunca. La batería se les recargaba en movimiento. Esto tenía una ventaja clara y evidente: Nos transmitían seguridad. Nunca dudabas de una madre que era Mazinger Zeta. Pero desde mi perspectiva actual de madre pienso que debía de ser agotador o sólo sobrellevable si acompañado por la desconexión de los sentimientos. 

Mundo interno: CERRADO

Cuando UNA emprendió esta hazaña de la maternidad, tenía un compendio de teorías muy tajantes y muy claras sobre cómo hacer las cosas. Muchas de las teorías heredadas, otras aprendidas. Luego vino la vida y, sobre todo, luego vinieron mis hijos y me pusieron en mi sitio: Muchas de esas teorías se disolvieron casi sin dejar huella en algunos casos. Por ejemplo, recuerdo haber creído que una vez que se le impone un castigo a un hijo, hay que mantenerlo contra viento y marea. No puedes cambiar de opinión. Tienes que ser estrictamente estricta en el cumplimiento del castigo. 

Cuando no hay espacio para la vulnerabilidad, lo que lo ocupa todo es la rigidez. 

Ahora, muchos años más tarde y unas cuantas caídas después, UNA ni siquiera profesa fe en el castigo. Pero si a veces, en un momento de rabia, UNA pierde no sólo los nervios sino también las creencias e impone un castigo desmesurado, del tipo te vas a quedar sin ninguno de tus derechos porque no has cumplido uno de tus deberes, UNA recula. Porque en la maternidad de UNA, UNA ha escarbado hueco para la vulnerabilidad. Y eso le da permiso a UNA para acercarse al hijo y decirle me-he-pasado y lo-siento y te-quiero y por supuesto no te vas a quedar sin todos tus derechos. Confío en que hagas tus deberes. 
Porque confío:
Confiar también es un acto de vulnerabilidad.

La vulnerabilidad en la maternidad nos deja llorar delante de nuestros hijos si la emoción lo requiere. 
Nos permite reconocer que no tenemos todas las respuestas, que ni siquiera tenemos todas las preguntas. 
Nos da holgura para admitir que la hemos pifiado, que nos hemos equivocado. Y eso, queridas, es una lección en sí misma, porque cuando ellos se caigan, recordarán el día en que su madre se cayó. 
Y luego se levantó. 
Y en vez de mirar alrededor para comprobar que nadie se riera, su madre miró hacia dentro, hacia su mundo interno, por ver si se hubiera roto algo en la caída y darle un poquito de amor.


Mundo interno: ABIERTO

Cuidado: FRÁGIL
Por favor, no romper nada.