lunes, 8 de abril de 2019

Yo pipí caballito

El título de esta entrada viene de años ha, cuando mi hermAna1, adolescente entonces, tuvo un intercambio con una chica americana quien, en su estancia en nuestra casa aquel verano del ochenta y tantos, no hacía otra cosa que quejarse de estar aburrida, a pesar del programa de actividades que mis santos padres habrían diseñado para su entretenimiento. Las amigas de mi hermAna1 le enseñaron, en su crueldad adolescente tolerable de entonces (broma que hoy posiblemente sería calificada de bullying), que I'm bored en español se dice yo-pipí-caballito (o sea, yo mea-burro).
Para UNA, todavía pequeña, aquella traducción ad hoc fue lo más divertido de toda la temporada estival.
El aburrimiento

Este post no resonará con muchas de vosotras, afortunadamente para vosotras, pero la lidia con el aburrimiento ha sido una constante en mi vida.
No siempre, sin embargo, he sido consciente de ello.
Tengo un recuerdo de una tarde de lluvia en casa. Estábamos mi padre y yo solos. Yo estaba ocupada, como siempre. Y mi padre, que siempre estaba ocupado -siempre ocupado- aquella tarde curiosamente no lo estaba. Estaba ocioso. Sin hacer. Vagabundeaba por la casa sin ánimo aparente de nada.
Aburrido
Estaba aburrido
Y UNA, testigo de esta escena, sintió tristeza. De hecho, este recuerdo pasó a mi memoria como profundamente triste.
Esta asociación insana entre aburrimiento y tristeza no se me hizo consciente hasta muchos años más tarde.
De hecho, se me reveló sólo hace un par de años en un curso de escritura expresiva. Nos propusieron un ejercicio en el que teníamos que contestar a la pregunta:
  ¿Quién soy yo cuando no estoy haciendo? 
para después compartir la respuesta con el grupo. Éramos muy poquitos en un ambiente muy cálido que favorecía desnudar el alma a través de la palabra. Yo sería la última en hablar pero, a medida que los demás iban compartiendo, me fui haciendo consciente de que UNA tenía un problema con esto.
En la diferencia nos identificamos.
Mientras los demás habían contestado de forma positiva a la pregunta, con bellas imágenes de relajación y de vacación, de tranquilidad y sosiego, de serenidad y silencio, la respuesta de UNA se ubicaba en el polo completamente opuesto. Cuando UNA no estaba haciendo ¡UNA no era!
Tuve lo que se llama en inglés un AHA moment, que es básicamente un momento revelación en el que te das cuenta de un patrón inconsciente que te ha acompañado toda la vida, que incluso puede que hasta cierto punto haya dictado tu vida. El AHA moment es cuando de repente dices: 
¡Anda [palabro]! 
y el patrón inconsciente se hace consciente como por arte de magia.
Y, como por arte de magia, me di cuenta de que la perfeccionista que hay en mí tenía una energía de hacer fuera de control, una necesidad imperiosa de estar constantemente haciendo, planificando lo siguiente, priorizando en UNA lo que es productivo. La cultura de la producción constante se había visto indudablemente reforzada por un entorno familiar y social donde el trabajo era, y de hecho sigue siendo, el valor más alabado.
Una de mis compañeras del curso de escritura expresiva me recomendó un libro, El arte y la ciencia de no hacer nada, que paradójicamente aún no he encontrado tiempo de leer.

Me gustaría poder decir que una vez que te haces consciente del bicho, el bicho desaparece. Desafortunadamente no. Quizás sea el primer paso: la conciencia. Pero el bicho sigue ahí a pesar de la conciencia de su existencia.

Esta conciencia que me aportó el ejercicio de escritura expresiva vino mucho después de tener a mis hijos con lo cual, al principio de los tiempos de mi maternidad, el desasosiego que me producía el aburrimiento tenía tintes de contagiarse a la siguiente generación. De hecho, guardo copia de una carta que escribí en los primeros meses de Paul hijo1 a una amiga-madre y que ahora, con la cordura que me da el tiempo, releo con ternura hacia una más joven UNA, en la que confesaba no estar segura de estar dotando a mi bebé de suficiente estímulo. Mi amiga-madre me contestó tajante que a un bebé con darle de comer y dejarle dormir le vale. La experiencia me deja leer ahora entre líneas su sonrisa de soslayo. De hecho, ahora me pregunto si no hubiera sido mejor estimularlo menos. Insertad aquí el emoji que pone los ojos en blanco.

La conciencia del bicho que vino años después de aquella carta en el ejercicio de escritura expresiva que os he contado, si bien no me cambió a mí, sí me sirvió para tratar de evitar el trasvase del lastre entre generaciones. Así, cuando los niños se aburren, que no son pocas las ocasiones de mamá, me aburro, UNA ya no se siente responsable. En la descripción del contrato de maternidad de UNA, ha dejado de aparecer como obligatoria la cláusula de "organizadora del tiempo libre de sus retoños". He sustituido la asociación aburrimiento-tristeza por una nueva que me genera mucha más libertad, la de aburrimiento-creatividad, y cuando los niños están aburridos, mamá, yo pipí-caballito, siempre les digo que algo maravilloso está a la vuelta de la esquina, porque de verdad creo que las mejores ideas aparecen en el momento que cesa el hacer constante.

Puede que los niños hayan heredado mis patrones de manera inconsciente, a través de ese cordón umbilical invisible que nos une o a través del modelo que emano, porque Gusi hijo2 a veces dice, si está aburrido, que está perdiendo la tarde; y a Dolfete hijo3, ¡3º primaria!, una vez le oí decir que le gustaba que le pusieran tareas porque así tenía algo que hacer. Prueba de que no he superado la energía del hacer es ¡ay, la culpa! que me brota al oír estos comentarios, por no haberlos llevado esa tarde al parque, al cine, a la biblioteca, a la feria del libro, al teatro o a cualquier otro evento del repertorio de actividades de la organizadora del tiempo libre de sus retoños.

No se me escapa a estas alturas que la energía del hacer viene también de la conciencia que del paso del tiempo UNA tiene. A estas alturas creo que ha quedado establecido en mi vida mundana cuán diferentes somos Peter y UNA. Un día le pregunté si él pensaba a menudo en la muerte y me contestó !que no¡ sin disimular la sorpresa que le produjo la pregunta. 
Pues UNA sí. 
A menudo la muerte está: puede ser en reflexión o en pensamiento fugaz, pero se deja ver. Se deja sentir a modo recordatorio.
Después de esta conversación con Peter, como después de muchas conversaciones con Peter, UNA se preguntaba si UNA sería particularmente peculiar.
En la diferencia, recordemos, nos identificamos.
Hasta que un día estuve viendo a Rosa Montero presentando su última novela. Y habló de esto. Habló de cómo las personas que en su sensibilidad tienen la conciencia de la caducidad constantemente presente, entre las que se reconocía ella, viven con más intensidad. Ella no lo sabía, o quizás sí, pero hablando de sí misma estaba también hablando de UNA. La conciencia de la muerte, de la finitud del tiempo, efectivamente te hace vivir más intensamente, pero en mi caso, además de la ventaja indudable de la intensidad, está la desventaja añadida de no permitirme aburrirme sin culpa. Pues, cuando UNA está aburrida, UNA está pensando que la vida es corta y que UNA tiene muchas cosas que hacer, muchos planes que pasar a modo Pléyades. Esto, créeme, puede llegar a ser un auténtico suplicio, porque a veces, de hecho muchas veces, UNA lo único que realmente necesita es no hacer. 
Un poco de nada
Simplemente estar
Que esto también es vida
Mucha vida

Ése es el arte del que supongo habla el libro que todavía no he tenido oportunidad de leer. Es el arte de derogar, al menos temporalmente, los valores del trabajo y la productividad. El arte de no hacer. El arte de pipí-caballito que permita airear la creatividad. El arte de descansar. El arte de aplastar al [palabro] bicho de la culpa.

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