Cuando era cría y mis padres tenían 50 años, UNA pensaba: ¿Cómo pueden estar tan panchos sabiendo que les queda menos por vivir de lo que ya han vivido?
Ahora que tengo más de 50, el pensamiento que me ocupa estos días que ando conviviendo con mi madre es: ¿Cómo puede estar tan pancha a sus casi 89 años cuando le queda apenas algún año, quizá meses, quizá semanas, quizá días... por vivir? ¿Cómo se sobrevive a la certidumbre de una muerte inminente?
La miro. No sólo está tan pancha. A ratos está feliz. A ratos más feliz de lo que consigue estar UNA. Este verano me propuse observarla.
Mi madre no es creyente. Fingió serlo durante un rato mientras nos educaba. UNA calibra que sería algo así como una escuela de padres cuando éstas aún no existían. Se agarró a la religión como método de disciplina del mismo modo que UNA devoraba libros de la estantería de Crianza cuando los tres reyes eran chicos. Por ello sé que no son sus creencias en dios las que le salvan la vida a estas alturas.
Hay una gran dosis de despiste que por seguro contribuye al bienestar.
La edad de la inocencia es siempre impar.
El desayuno, su bizcocho, su zumo.
- ¿Dónde estamos?
- En la casa de la playa, madre.
Mi cuñado comenta que ésta es la única familia que ha conocido en la que a la madre la llaman "madre". Me gusta cuando alguien me plantea algo que UNA nunca se había planteado.
- ¿Hemos comido?
- Todavía no, madre.
La desorientación exige grandes dosis de paciencia, repetir hasta la saciedad, volver a explicar lo básico. UNA a veces se impacienta.
De repente, una gema:
- Yo sé que me queda poco, que la muerte está a la vuelta de la esquina y, sin embargo, todavía encuentro ilusión en algunas cosas...
Todas sus gemas acaban en puntos suspensivos que quedan flotando en el aire en un silencio que sólo UNA osa atravesar.
- ¿Qué cosas, madre?
- Que estemos todos juntos, que estemos todos bien...
Pero tampoco es eso, piensa UNA. Es otra cosa. Está anclada en el presente. Eso es. Se queda mirando los pájaros.
- Pati, ven, mira cómo se quieren, mira cómo se tocan los picos.
El mar enfrente de su silla la encandila:
- ¿Has visto que ordenadas están las olas?
Sorprende a UNA acertando el nombre de la flor en la que repara en el paseo:
- ¡Qué bonita esa adelfa!
Todos compartimos la certidumbre de la muerte. Sólo que no vemos la sombra cerniéndose sobre nosotros. Hasta que sí la vemos. Pero a madre la sombra no le impide ver el sol porque está en el pájaro, en el mar, en la flor que tiene delante. Aquí. Ahora. El pasado y el futuro se le atolondran. Ésa es su receta. De hecho, ésa es la receta.
Se presta a posar al lado del atún de la sudadera amarilla. Pasa un zagal del pueblo y le lanza un piropo:
- ¡Guapa!
Ella ríe.
Subo la foto a mi estado de whatsapp. Puro orgullo de hija. Me escribe una amiga:
- ¡Qué buenísima foto para recordar siempre!
Lo es. Recordaré la foto cuando madre esté en sepia. Sobre todo me propongo recordar su receta todos los días de mi vida hasta que la sombra se cierna también sobre UNA.
[Glennon Doyle]
La muerte está hay todos los días desde que nacemos claro está que cuantos más años tienes es que ya llevás vivido mucho, pérdidas, alegrías y de todo. También la vejez yo creo que es sabía en el aspecto de no tener tú cabeza al 100por 100. Y se ilusionan,con las pequeñas cosas como cuando fuiste niño/@
ResponderEliminarEl pasado y el futuro se le atolondran.
ResponderEliminarNo podías haberlo dicho más certero y más bonito.
¡Qué alegria volverte a leer!
Pienso mucho en esos temas que traes hoy y tampoco tengo respuestas claras. Supongo que es la putada de la vida, que lo entiendes todo cuando ya es demasiado tarde, cuando ya no puede hacer nada útil con lo aprendido...
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