viernes, 16 de abril de 2021

Nada que apriete

Peter me dice que, siendo como es UNA, no puedo dejar pasar mi 50 cumpleaños sin una reflexión y, aunque reflexiones me sobran, e incluso me apabullan, me falta aterrizar en a cuál de ellas UNA ha de prestar homenaje en un aniversario de esta calaña. 

Lo que sé a estas alturas es que me hubiera gustado atravesar las primeras décadas de mi vida con la conciencia y los aprendizajes que UNA tiene ahora pero ¡claro! eso carece totalmente de sentido pues UNA ha llegado a esa conciencia y esos aprendizajes precisamente por haber atravesado las primeras décadas sin ellos: dando tumbos. 

Es ahora cuando siento que voy ganando potencia y seguridad en la postura, ese equilibrio interior que me permite decir  cuando quiero decir y no cuando quiero decir no. No siempre ha sido así. He hecho muchas idioteces en mi vida, ya lo conté, por tratar de ajustarme al caleidoscopio de lo-normal
A los 40, sin embargo, decidí que no volvería a comer tortilla francesa, simplemente porque no me gusta. No me había gustado nunca pero había comido muchas. 
Fue el primer paso. 
No es un gran paso, dirás, pero dio el pistoletazo de salida que fue poniendo al impulso e instinto de UNA de vuelta en su lugar correspondiente, del cual nunca debiera haber sido destronado por convenciones no cuestionadas, miedos contagiados o educación malentendida. 
Así, 
poco a poco, 
pasito a pasito: 
si tengo ganas de hacer pis, me voy a hacerlo, no importa de qué evento o lugar me tenga que salir; 
si tengo frío, me tapo, 
y si tengo calor, me desnudo. 
Bebo antes de que se me seque la garganta y bailo si me lo pide el cuerpo.
Si estoy cansada, me echo la siesta del fraile.
Y no me subo en tacones que sean incómodos ni me visto nada que apriete por muy linda que me haga la figura. 

Hay una expresión en inglés, "the ripple effect", que tiene una penosa traducción al español como "el efecto dominó". Digo "penosa" porque la imagen en inglés es más bonita: cuando tiras una piedra al agua, se van formando círculos de dentro afuera. 

Pues eso es exactamente lo que pasa cuando dejas de comer tortillas francesas y de vestirte nada que apriete: Que el impulso, el instinto, a medida que van recuperando su lugar en el mundo, van creando ondas que terminan por alcanzar a el-otro también. Si tienes algo entre los dientes, no hago como si no lo viera y evito fijar mi mirada en tu sonrisa, sino que te lo digo porque a mí me gustaría que tú me lo dijeses. Si me viene decirte que te quiero, sigo mi impulso, no espero a que se me marchiten las ganas. Si necesito darte un abrazo, no tengo intención de esperar a que acabe la pandemia. Me pongo colorada una vez donde antes me ponía cien veces amarilla. Si me has agraviado, me sacudo y, si te he agraviado yo a ti, reparo antes de que hagas hueco al rencor. Si hoy te veo guapa, te lo suelto.

Cuando murió mi amiga Valentina en septiembre, hallé el consuelo precisamente en haberle prestado homenaje en vida.
 
Recientemente he conocido un alma muy bonita que nos compartió la siguiente reflexión en un grupo:
En honor de los que se van y no quieren irse, los que quedamos tenemos que disfrutar de cada momento de la VIDA y sonreír. Cada instante es un regalo.
[Gracias, Pilar]

Los que cumplimos 50 tenemos la responsabilidad, casi el deber, de disfrutar de la vida por los que no han podido llegar a disfrutarla hasta aquí. 
Brindo por ello

Brindo por mi Valentina que tuvo la generosidad de enviarnos un mensaje a sus amigas en su despedida: Que no estemos tristes. Que pensemos en ella con alegría. 
Brindo por la sonrisa de mi amiga Vicky que murió tempranamente de diabetes.
Brindo por mi compañera de colegio May que dejó huérfana de madre a su hija cuando todavía era un bebé. 
Brindo por mi primo Nacho que no llegó a ver envejecer a su madre.
Brindo por mi compañera Carmen que merendaba todas las tardes en la escuela un batido de soja para prepararse para una menopausia a la que -ironías-de-la-puta-vida- nunca llegó.
Si quiero merendar un bocadillo de nocilla, me lo zampo.
Brindo por la seño de infantil de Paul hijo1, Begoña, que acertó a ver en él lo que UNA ve.
Ahora cuando lo veo, se lo digo.
Brindo por Juan Alberto, el autor canario del libro de poemas que reposa en mi mesilla.
Si el alma me pide a gritos escribir un poema en mitad de la noche, levántate y anda.
Brindo por mi compañero Jose de la facultad a quien dediqué la entrada de Los restos que me animó a que no dejara de escribir. A veces escribo por él. 
Escribir para UNA es un brindis. 


Es fácil olvidarse de que tenemos fecha de caducidad. El mundo occidental está decorado como una gran distracción para evitar que reparemos en ella. Si una cosa trajo esta pandemia fue el recordatorio, a modo de bofetada, de nuestra vulnerabilidad. 
Acuérdate de esto la próxima vez que vayas a ponerte algo que apriete.

Y, mientras brindo, me confieso:
Me aterra no saber envejecer...
Me aterra no saber morir...
Pero lo que más me aterra es no saber vivir, porque siento que se lo debo a todos ellos, a los que no les tocaba morir todavía. 
Siento mucho que os hayáis marchado antes de tiempo. De veras que lo siento.


Chin-Chin

Diogo Brandao on Unsplash

Si mañana no despertara 
sólo cree que me he 
dormido.

Piensa que en la paz de mi sueño, 
te sueño y no me he ido.

También escucha mi música 
lee mis libros, 
usa mi ropa 
toma mi copa, 
bebe mi vino.

No me recuerdes ausente 
No me busques en el olvido 
Búscame dentro tuyo 
Ahí estaré contigo.

MARIO BENEDETTI


Entradas relacionadas 

2 comentarios:

  1. GRACIAS por este post lleno de valentía y humildad, chin chin por todos ell@s y por la oportunidad que nos regala el sol en cada amanecer que abrimos los ojos. Pilar

    ResponderEliminar
  2. Me ha gustado mucho la sencillez con la que planteas algo tan complejo.

    Una amiga mía decía que con la edad pierdes la vergüenza, pero lo has explicado mucho mejor... no es cuestión de vergüenza, tiene que ver con ser libres en las pequeñas cosas que sí podemos pelear y no hacemos por miedo.

    ResponderEliminar

Agradezco tus comentarios