sábado, 14 de septiembre de 2019

Mucho ruido y muchas nueces


UNA que odió Torrente con todas sus fuerzas, ha visto ya dos veces la película de Santiago Segura que ya os cité en el post del whatsapp. Supongo que el tema de la identificación, del me-too, del yo-también, es lo que me atrae a esta comedia. En un momento de la película el padre-no-hay-más-que-uno desbordado dice:  Apreciamos poco el silencio

Apreciamos poco el silencio.

Creo que el silencio es una de tantas cosas que sólo se aprecia cuando te lo quitan. Y a mí me lo quitan a diario. Por eso lo aprecio tanto.

Una amiga me preguntó por qué UNA habla tan bajito. Le contesté que me veo en la necesidad de hacerlo para compensar el nivel de decibelios en casa. Ella pensó que bromeaba. Pero UNA de verdad que se siente abrumada con tanto ruido. Es atronador. 

Hace no mucho leí que se ha creado una nueva etiqueta, HSP, en inglés Highly-Sensitive People, personas altamente sensibles: Entre sus rasgos más prominentes, se encuentra el de sentirse especialmente afectada por el ruido en general, así que he decidido que UNA encaja perfectamente en esta definición y que a partir de ahora, UNA es HSP. 
¡Cuidado: Frágil!

Gran parte de la vida-de-madre de UNA, de hecho, me la he pasado intentando compensar los ruidos en casa, sustituyendo las pelotas de ping-pong por otras de espuma, pinchando o escondiendo pelotas para que no jueguen al fútbol en el salón, alfombrándolo todo para que, cuando sustituyan la pelota pinchada o escondida por calcetines o peluches y le den a aquella estatuilla de Sargadelos que ilusa compré de soltera, no caiga tan estrepitosamente al suelo.
Por la ley de Murphy, lo que se cae al suelo en casa siempre encaja en una de estas dos categorías: 
O bien, como la estatuilla, se rompe con estruendo, estruendo que viene a atenuar la tan apreciada-por-los-vecinos alfombra de ikea que nos insonoriza a la vez que nos envuelve -especialmente en verano- en el calor del hogar; 
O bien lo que se cae tiene muchas partes chiquitas, como la caja de los legos o la bandeja de los lápices de colores, que se empeñan en distribuirse por todos los rincones de la habitación y bajos de los muebles, y no reaparecer hasta el día de la limpieza a fondo que habrá necesariamente de coincidir con el día de la tan ansiada-por-los-vecinos mudanza.

Luego están los días a grito pelado, confesión que ya hice en su momento: Ahí el nivel de decibelios de UNA no tiene nada que envidiar al del entorno más inmediato. Y, ya sabemos:


 madre que grita + padre que grita = hijos que gritan

Esta operación apenas tiene excepciones.

Mi casa, desde que nos despertamos hasta que nos acostamos, es un desfile de pura onomatopeya: ¡aj! y ¡puaj!¡zas! y ¡paf! ¡catapumba! y ¡pumba! y ¡ejem, ejem! ¡buuum!¡pum! ¡plaf! y ¡clonc! y ¡ay! ¡gr…! y muchos más ¡zas!...

Pero también de chuic y mua¡ja, ja! y ¡je, je! y ñam, ñam y bla, bla...

Y sobre todo de ¡chist! y ¡chiss! y ¡chsss! 

UNA ha llegado a ponerse tapones en los oídos para poder disfrutar del rato de arreglarse un sábado antes de salir (eso fue el sábado que salí).

No sólo UNA aprecia más el silencio desde que es madre: Los que me conocen de cerca saben que durante el curso me levanto entre las cinco y las seis de la mañana, en gran parte para poder disfrutar del silencio antes de la vorágine. Pero es que, además, cuando lo habitual es el ruido, el silencio de repente se vuelve sospechoso. Y cuando no los escuchas, 
¡vete a ver!,
porque seguro algo están tramando o están inmersos en alguna acción domésticamente ilegal. Te lo puedo garantizar por el aval que me da la experiencia.

Me entretiene pensar que hay una modalidad de meditación que se llama Mindfulness of Sounds, atención plena a los sonidos. Reto al que la ideó a pasarse unos minutos por mi casa, a ver qué opina luego sobre el potencial de relajación de esta técnica meditativa.


Y es que en el rato que llevo escribiendo este post, he estado escuchando a Dolfete hijo3 deslizarse pasillo arriba, pasillo abajo sobre un skate; a Paul hijo1 cantando trap 😱;  a Gusi hijo2 jugando con un finger skate; a Dolfete lanzando contra el armario una pelotita molestísima que me he arrepentido repetidamente de haberle regalado en su bomba, a Paul peleando con Dolfete, a Dolfete peleando con Gusi, y a Peter gritándoles a los tres para que bajen el volumen.

Algo me dice, no obstante, que llegará un día en el que echaré de menos todos estos ruidos. 
Mientras tanto, me conformo con no volverme (más) loca.

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